Era casi una directora de primaria retando a la clase. Después de corregir varias de las palabras con que la interrogaba el auditorio, Beatriz Paglieri, lo más parecido que tiene Guillermo Moreno en versión femenina en la administración, bajó del escenario y dejó ver, en crudo, el mecanismo de interacción que la Casa Rosada propone desde hace tiempo al sector privado: fue abordada por un batallón de ejecutivos que, tarjeta personal en mano, buscaba solucionar cada uno un problema distinto.
«¡No, tarjetas, no, mandame un expediente!», rechazó ante uno que le pedía por importaciones trabadas. «No hagamos pasillo, hablá con Funes de Rioja [Daniel, presidente de la Copal]», le contestó a una mujer. Acababa de admitir, en su exposición, una deficiencia propia que tiene a los empresarios a maltraer desde que Moreno irrumpió en la economía: dijo que no daba abasto para firmar 30.000 expedientes de licencias no automáticas por mes y que había que modernizar el sistema de la Secretaría. Recordó con fastidio, por ejemplo, haber tenido que firmar 180 páginas de una operación de Honda por 180.000 dólares, documento que se perdió y que había que rehacer.
«Es lo que ya se sabía, no es ninguna novedad», redondeó Wenceslao Luiggi Arias, director ejecutivo de la Asociación de Fabricantes Argentinos de Coca-Cola. En realidad, casi todo el auditorio coincidía en juicios y metáforas descriptivas: «Moreno con pollera», «Reunión habitual», «Dura y sin concesiones».
La economista se había ofuscado con las preguntas. Leyó casi todas menos una: «Licenciada Beatriz Paglieri: viaje a Angola. Dejando de lado el tema de las medias con el logo Clarín Miente , ¿cómo califica o cuál es para usted el balance de la gestión?» Antes de terminar les dio a todos la posibilidad de preguntar en voz alta. Silencio. Nadie lo quiso hacer y la despidieron con un aplauso. El gesto podría sorprender a quien escuchara en privado las quejas diarias corporativas, pero no tanto si se repara, por ejemplo, en un pedido con que Copal había reunido, 24 horas antes, a los expositores del Mercosur: les rogó que no hicieran demasiado ruido con las restricciones a las importaciones porque se estaba trabajando con el Gobierno para solucionarlas.
Tal vez por eso, María del Carmen Poletti, gerenta de la Cámara de Empresas Paraguayas de Alimentación, se frenó cuando empezaba a abordar el tema en su panel. «Sabemos que existen trabas, pero no es eso de lo que queremos hablar», dijo, y miró a Funes de Rioja, a quien tenía al lado. Sí lo hizo Edmundo Klotz, presidente de la Asociación Brasileña de las Industrias de la Alimentación, que calificó por la mañana las trabas como una «besteira» (barbaridad). Pero la hora y la procedencia dejaron al vocablo lejos del alcance de la singular correctora..
«¡No, tarjetas, no, mandame un expediente!», rechazó ante uno que le pedía por importaciones trabadas. «No hagamos pasillo, hablá con Funes de Rioja [Daniel, presidente de la Copal]», le contestó a una mujer. Acababa de admitir, en su exposición, una deficiencia propia que tiene a los empresarios a maltraer desde que Moreno irrumpió en la economía: dijo que no daba abasto para firmar 30.000 expedientes de licencias no automáticas por mes y que había que modernizar el sistema de la Secretaría. Recordó con fastidio, por ejemplo, haber tenido que firmar 180 páginas de una operación de Honda por 180.000 dólares, documento que se perdió y que había que rehacer.
«Es lo que ya se sabía, no es ninguna novedad», redondeó Wenceslao Luiggi Arias, director ejecutivo de la Asociación de Fabricantes Argentinos de Coca-Cola. En realidad, casi todo el auditorio coincidía en juicios y metáforas descriptivas: «Moreno con pollera», «Reunión habitual», «Dura y sin concesiones».
La economista se había ofuscado con las preguntas. Leyó casi todas menos una: «Licenciada Beatriz Paglieri: viaje a Angola. Dejando de lado el tema de las medias con el logo Clarín Miente , ¿cómo califica o cuál es para usted el balance de la gestión?» Antes de terminar les dio a todos la posibilidad de preguntar en voz alta. Silencio. Nadie lo quiso hacer y la despidieron con un aplauso. El gesto podría sorprender a quien escuchara en privado las quejas diarias corporativas, pero no tanto si se repara, por ejemplo, en un pedido con que Copal había reunido, 24 horas antes, a los expositores del Mercosur: les rogó que no hicieran demasiado ruido con las restricciones a las importaciones porque se estaba trabajando con el Gobierno para solucionarlas.
Tal vez por eso, María del Carmen Poletti, gerenta de la Cámara de Empresas Paraguayas de Alimentación, se frenó cuando empezaba a abordar el tema en su panel. «Sabemos que existen trabas, pero no es eso de lo que queremos hablar», dijo, y miró a Funes de Rioja, a quien tenía al lado. Sí lo hizo Edmundo Klotz, presidente de la Asociación Brasileña de las Industrias de la Alimentación, que calificó por la mañana las trabas como una «besteira» (barbaridad). Pero la hora y la procedencia dejaron al vocablo lejos del alcance de la singular correctora..