Silvana Melo
smelo@elpopular.com.ar
Entró detrás de Celeste Madueña a una sala atestada de cámaras, micrófonos y una fauna extraña, ávida y voraz. Diez minutos antes, los Carlotto -sus flamantes tíos- y parte de la familia Montoya, con vientos del sur en la piel, se acomodaron de pie detrás de una mesa con sólo tres sillas. Entró Ignacio detrás de Celeste y luego Estela. El miró y vio el tumulto que se amontonaba a los gritos por la mejor imagen. Abrió los ojos grandes y suspiró inflando un poco las mejillas. El pibe que creció en Colonia San Miguel, el que toca el teclado como los dioses, el que es capaz de versionar Mujeres Argentinas con su propia voz, estaba allí: convertido en un ícono de la noche a la mañana. Sacudido por un huracán que lo dejó parado en la estación más luminosa, aquella en la que dejó de ser anónimo para siempre. Y donde empezó a ser otro a los 36. Otro que es el mismo pero con una historia de ruido y sangre, de música y ardor, de celebración y muerte.
Estela lo presentó y aseguró que ella no hablaría. «Acá está la familia Carlotto, parte de la familia Montoya y su compañera Celeste. Ahora paso la palabra a Guido». Ignacio, que es Pacho y Guido, se veía abrumado. Su voz arrancó débil en medio de la agitación mediática. «Estoy convulsionado. Hace muy poco que sucedió esto y quisiera que esta situación que vivo hoy sirva para potenciar esta búsqueda; de alguna manera, tengo la suerte de ser parte de este pequeño proceso de cicatrización».
El, que fue Ignacio durante 36 años en su historia, y fue también el Guido desesperadamente buscado en la historia emblema de esta tierra, tendrá que elegir cómo llamarse de aquí en más. «Estoy acostumbrado a mi nombre Ignacio y lo quiero seguir manteniendo. Lo voy a seguir conservando. Entiendo también que hay una familia que hace 30 y pico de años que me está nombrando de esa manera y para ellos soy Guido. Pero me siento cómodo con esto, con la verdad que me toca y esencialmente estoy feliz. Muy, muy feliz». Y de a poco se le fue animando la palabra con el alrededor potente de dos mujeres. Y de sus amigos Esteban Landoni, Valentín Reiners, Paula Badagnani e Ingrid Feniger.
Ruidos y maripositas
«Más allá de que uno tiene una conciencia de lo que es Abuelas, de la lucha de mi abuela, que la tengo acá (la mira y sonríen), tengo una gran admiración para toda la gente que ha trabajado para restituir identidades». Alguien le pregunta cómo fue el encuentro con ella, el primer cara a cara con aquella mujer que supo, de los huesitos de su hija, que había un nieto en algún lugar de la tierra. Que se convirtió en el hilo medular de su vida. «El encuentro fue maravilloso. Evidentemente para mí es diferente que para ella. Yo hace 48 horas que sé quién soy, quién de verdad soy o sé quién no era o algo de eso. Pero hace dos días solamente. La verdad es que he recibido muestras de afecto tan hermosas y tan genuinas que estoy muy agradecido».
Todo comenzó con «unos ruidos que tenés en la cabeza y como unas maripositas así de dudas y de preguntas fuera del campo de visión y uno hay cosas que no las sabe pero las sabe. Y empezás a pensar y a darte cuenta. Hasta que quizás, como en mi caso, llegue algún indicio cierto y a partir de ahí arrancás con la búsqueda». Su caso «fue extraordinariamente rápido y también quiero decir que el proceso de búsqueda que inicia cualquier persona para averiguar su identidad es completamente confidencial, salvo esta vez porque se filtró no sé por quién… bah sabemos por quién (se miran otra vez con Estela y vuelven a sonreírse)». No es así siempre, quiso dejar en claro. «El proceso es extraordinariamente cómodo y muy respetuoso».
Entre los «ruidos» de los que habla Pacho estaba la música. «Como sabrán, yo soy músico y siempre me preguntaban de dónde proviene mi pasión por la música. Y la verdad, yo no sabía. Porque en el medio ambiente en que me crié, que me crié fenómeno, con una pareja que me crió en el mayor de los amores, pero el medio me destinaba a otra cosa. Ese era uno de los ruidos que yo tenía». Supo de su adopción apenas dos meses atrás, cuando el día que hasta hace dos meses fue el día de su cumpleaños, el 2 de junio, alguien cercano a su familia se lo dijo.
Origen de la música
Ignacio Hurban tiene un rostro franco, nada le ha quitado la serenidad rural y estos días aluvionales lo depositan en el medio de todos los fragores. «Yo tuve una vida extraordinariamente feliz hasta hace dos días. Y ahora se le suma esta maravilla, de poder entrar, quiera o no, en los libros de historia…»
Las preguntas de EL POPULAR (es decir, la presencia de Olavarría) fueron recibidas con un festejo de «ehhh!!» y palmas en la mesa comandado por Celeste Madueña. Las cinco horas iniciales de su vida que Pacho pudo respirar junto a su madre le habrán dejado alguna percepción, alguna memoria genética que él buscará y tal vez encuentre un día, en algún loco deja vu. «Seguramente esas percepciones, tienen que ver con cosas más intangibles, como mi relación con el arte cuando el ámbito en que me crié no tiene nada que ver con eso. Me encantaría tener ese recuerdo primero, pero no lo tengo. Indudablemente hay una memoria genética y una energía que atraviesa todo y que da toda esta vuelta para llegar otra vez acá, tal vez al lugar donde nunca debí haberme ido».
En su proceso de búsqueda, «mi miedo era no dar nunca con quienes habían sido mis padres. Podía ser una puerta que quedara abierta por muchísimo tiempo. Pero yo pude encontrar. Ahora estoy haciendo lo que puedo, pero más allá de que tuve una vida alejada de Abuelas, mi vida artística, docente, no tuvo un tinte muy distinto de lo que ellas pregonan. Trabajar para construir un mundo mejor con los elementos que uno tiene a mano. Lo voy a seguir haciendo de esa manera».
Pero ahora en medio de lo que él define como «un colectivo de amor». Por eso insiste en que «aquellos que tengan una mínima dudita, que se acerquen» porque «es extremadamente cariñosa la gente. Y no nos confundamos porque esta vez hubo un marcado error, esto no tendría que haber pasado, yo tendría que haber tenido tiempo para presentarme de otra manera, pero en el resto de los casos ha sido completamente distinto. Yo era un pibe que había crecido en el campo, en el medio de la pampa, que había creído que no iba a salir nunca de ahí y sin embargo di toda una vuelta, me fui acercando como mágicamente a algunos lugares y terminé acá».
Juan e Insurgente
La respuesta sobre el encuentro con Cristina Fernández llegó cuando Pacho Hurban había podido relajarse y se permitía el humor y la ironía. «Estuve ayer con ella, fue maravilloso. Para mí hay que pensar que es extraño también, yo la veía por televisión y de golpe estoy ahí, charlando con ella y a veces con la impresión de que ella estaba charlando conmigo… eso es bastante difícil de digerir».
Hasta hace una semana, cuando su compañera escribía «todo está bien cuando suena el piano en casa», sería febril la mente que imaginara una charla con Cristina en Olivos.
Hasta hace una semana, el Ignacio músico compartía en Insurgente el espacio del arte con Juan Weisz. Sin saber que los unía mucho más que ese territorio común de Belgrano y 9 de Julio. Los une, ahora, esa historia de vidas taladas, de luchas que reverdecen a pesar del fuego y la muerte. La pregunta sobre Juan también desató la celebración de sentirse más cerca de casa. De aquello que fue identitario y propio hasta hace días. «Es un nieto que está allá y que hace una gran tarea (explicó a los grandes medios); tiene una librería que se llama Insurgente donde yo iba a tocar con mis amigos que están acá con mucha frecuencia. Cuando empecé este proceso de búsqueda, y me dijeron que iba a ser tan largo, yo pensé voy a hablar con Juan, pero todo se aceleró tanto que no pude. Hablaremos cuando vuelva».
«La onda del abrazo…»
Acaso su relato más desacralizado fue, paradójicamente, el del llamado de su tía Claudia Carlotto cuando él aún no sabía que era su tía. «Recibo el llamado, veo un número que no tenía en los contactos y era Claudia visiblemente emocionada, que me adelanta que (hace la voz llorosa) sos hijo de desaparecidos. Yo estaba tocando el piano lo más tranquilo, mate, bizcochitos, un día normal. Y me llama y me dice que había dado positivo y ´además te tengo que decir (y vuelve a imitarla en la voz compungida) que sos Guido Carlotto…’ Sí, bueno, fenómeno, la llamo a Celeste que se vuelve loca, llamo a otro que se vuelve loco y a partir de ahí estoy arriba de un auto hasta el día de hoy, cuando todos ustedes me estaban buscando…»
Atrás estaban todos. Sus primas Montoya, que llegaron del sur. Los Carlotto en pleno, tíos y primos. «Es una familia a priori grande, muy grande», sonrió. «Hermosa, divina, sí, pero grande. Yo me crié solo en el campo, así que no me gusta que me hinchen mucho las bolas, por eso la onda del abrazo y esas cositas las tengo que desarrollar todavía», dejó clarito cuando desde los medios llegó el pedido del abrazo con Estela. «El no es muy agarrero y yo tampoco», dijo ella en medio del ruido. Entonces se pasaron los brazos con serenidad, decididos a no apurar la historia.
Porque pasaron 36 años y hay algunos retazos del alma que se quiebran si algo apremia.
Porque está la vida por delante, la historia que se viene encima y se sacude la sangre y empieza a secarse al sol.
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Entró detrás de Celeste Madueña a una sala atestada de cámaras, micrófonos y una fauna extraña, ávida y voraz. Diez minutos antes, los Carlotto -sus flamantes tíos- y parte de la familia Montoya, con vientos del sur en la piel, se acomodaron de pie detrás de una mesa con sólo tres sillas. Entró Ignacio detrás de Celeste y luego Estela. El miró y vio el tumulto que se amontonaba a los gritos por la mejor imagen. Abrió los ojos grandes y suspiró inflando un poco las mejillas. El pibe que creció en Colonia San Miguel, el que toca el teclado como los dioses, el que es capaz de versionar Mujeres Argentinas con su propia voz, estaba allí: convertido en un ícono de la noche a la mañana. Sacudido por un huracán que lo dejó parado en la estación más luminosa, aquella en la que dejó de ser anónimo para siempre. Y donde empezó a ser otro a los 36. Otro que es el mismo pero con una historia de ruido y sangre, de música y ardor, de celebración y muerte.
Estela lo presentó y aseguró que ella no hablaría. «Acá está la familia Carlotto, parte de la familia Montoya y su compañera Celeste. Ahora paso la palabra a Guido». Ignacio, que es Pacho y Guido, se veía abrumado. Su voz arrancó débil en medio de la agitación mediática. «Estoy convulsionado. Hace muy poco que sucedió esto y quisiera que esta situación que vivo hoy sirva para potenciar esta búsqueda; de alguna manera, tengo la suerte de ser parte de este pequeño proceso de cicatrización».
El, que fue Ignacio durante 36 años en su historia, y fue también el Guido desesperadamente buscado en la historia emblema de esta tierra, tendrá que elegir cómo llamarse de aquí en más. «Estoy acostumbrado a mi nombre Ignacio y lo quiero seguir manteniendo. Lo voy a seguir conservando. Entiendo también que hay una familia que hace 30 y pico de años que me está nombrando de esa manera y para ellos soy Guido. Pero me siento cómodo con esto, con la verdad que me toca y esencialmente estoy feliz. Muy, muy feliz». Y de a poco se le fue animando la palabra con el alrededor potente de dos mujeres. Y de sus amigos Esteban Landoni, Valentín Reiners, Paula Badagnani e Ingrid Feniger.
Ruidos y maripositas
«Más allá de que uno tiene una conciencia de lo que es Abuelas, de la lucha de mi abuela, que la tengo acá (la mira y sonríen), tengo una gran admiración para toda la gente que ha trabajado para restituir identidades». Alguien le pregunta cómo fue el encuentro con ella, el primer cara a cara con aquella mujer que supo, de los huesitos de su hija, que había un nieto en algún lugar de la tierra. Que se convirtió en el hilo medular de su vida. «El encuentro fue maravilloso. Evidentemente para mí es diferente que para ella. Yo hace 48 horas que sé quién soy, quién de verdad soy o sé quién no era o algo de eso. Pero hace dos días solamente. La verdad es que he recibido muestras de afecto tan hermosas y tan genuinas que estoy muy agradecido».
Todo comenzó con «unos ruidos que tenés en la cabeza y como unas maripositas así de dudas y de preguntas fuera del campo de visión y uno hay cosas que no las sabe pero las sabe. Y empezás a pensar y a darte cuenta. Hasta que quizás, como en mi caso, llegue algún indicio cierto y a partir de ahí arrancás con la búsqueda». Su caso «fue extraordinariamente rápido y también quiero decir que el proceso de búsqueda que inicia cualquier persona para averiguar su identidad es completamente confidencial, salvo esta vez porque se filtró no sé por quién… bah sabemos por quién (se miran otra vez con Estela y vuelven a sonreírse)». No es así siempre, quiso dejar en claro. «El proceso es extraordinariamente cómodo y muy respetuoso».
Entre los «ruidos» de los que habla Pacho estaba la música. «Como sabrán, yo soy músico y siempre me preguntaban de dónde proviene mi pasión por la música. Y la verdad, yo no sabía. Porque en el medio ambiente en que me crié, que me crié fenómeno, con una pareja que me crió en el mayor de los amores, pero el medio me destinaba a otra cosa. Ese era uno de los ruidos que yo tenía». Supo de su adopción apenas dos meses atrás, cuando el día que hasta hace dos meses fue el día de su cumpleaños, el 2 de junio, alguien cercano a su familia se lo dijo.
Origen de la música
Ignacio Hurban tiene un rostro franco, nada le ha quitado la serenidad rural y estos días aluvionales lo depositan en el medio de todos los fragores. «Yo tuve una vida extraordinariamente feliz hasta hace dos días. Y ahora se le suma esta maravilla, de poder entrar, quiera o no, en los libros de historia…»
Las preguntas de EL POPULAR (es decir, la presencia de Olavarría) fueron recibidas con un festejo de «ehhh!!» y palmas en la mesa comandado por Celeste Madueña. Las cinco horas iniciales de su vida que Pacho pudo respirar junto a su madre le habrán dejado alguna percepción, alguna memoria genética que él buscará y tal vez encuentre un día, en algún loco deja vu. «Seguramente esas percepciones, tienen que ver con cosas más intangibles, como mi relación con el arte cuando el ámbito en que me crié no tiene nada que ver con eso. Me encantaría tener ese recuerdo primero, pero no lo tengo. Indudablemente hay una memoria genética y una energía que atraviesa todo y que da toda esta vuelta para llegar otra vez acá, tal vez al lugar donde nunca debí haberme ido».
En su proceso de búsqueda, «mi miedo era no dar nunca con quienes habían sido mis padres. Podía ser una puerta que quedara abierta por muchísimo tiempo. Pero yo pude encontrar. Ahora estoy haciendo lo que puedo, pero más allá de que tuve una vida alejada de Abuelas, mi vida artística, docente, no tuvo un tinte muy distinto de lo que ellas pregonan. Trabajar para construir un mundo mejor con los elementos que uno tiene a mano. Lo voy a seguir haciendo de esa manera».
Pero ahora en medio de lo que él define como «un colectivo de amor». Por eso insiste en que «aquellos que tengan una mínima dudita, que se acerquen» porque «es extremadamente cariñosa la gente. Y no nos confundamos porque esta vez hubo un marcado error, esto no tendría que haber pasado, yo tendría que haber tenido tiempo para presentarme de otra manera, pero en el resto de los casos ha sido completamente distinto. Yo era un pibe que había crecido en el campo, en el medio de la pampa, que había creído que no iba a salir nunca de ahí y sin embargo di toda una vuelta, me fui acercando como mágicamente a algunos lugares y terminé acá».
Juan e Insurgente
La respuesta sobre el encuentro con Cristina Fernández llegó cuando Pacho Hurban había podido relajarse y se permitía el humor y la ironía. «Estuve ayer con ella, fue maravilloso. Para mí hay que pensar que es extraño también, yo la veía por televisión y de golpe estoy ahí, charlando con ella y a veces con la impresión de que ella estaba charlando conmigo… eso es bastante difícil de digerir».
Hasta hace una semana, cuando su compañera escribía «todo está bien cuando suena el piano en casa», sería febril la mente que imaginara una charla con Cristina en Olivos.
Hasta hace una semana, el Ignacio músico compartía en Insurgente el espacio del arte con Juan Weisz. Sin saber que los unía mucho más que ese territorio común de Belgrano y 9 de Julio. Los une, ahora, esa historia de vidas taladas, de luchas que reverdecen a pesar del fuego y la muerte. La pregunta sobre Juan también desató la celebración de sentirse más cerca de casa. De aquello que fue identitario y propio hasta hace días. «Es un nieto que está allá y que hace una gran tarea (explicó a los grandes medios); tiene una librería que se llama Insurgente donde yo iba a tocar con mis amigos que están acá con mucha frecuencia. Cuando empecé este proceso de búsqueda, y me dijeron que iba a ser tan largo, yo pensé voy a hablar con Juan, pero todo se aceleró tanto que no pude. Hablaremos cuando vuelva».
«La onda del abrazo…»
Acaso su relato más desacralizado fue, paradójicamente, el del llamado de su tía Claudia Carlotto cuando él aún no sabía que era su tía. «Recibo el llamado, veo un número que no tenía en los contactos y era Claudia visiblemente emocionada, que me adelanta que (hace la voz llorosa) sos hijo de desaparecidos. Yo estaba tocando el piano lo más tranquilo, mate, bizcochitos, un día normal. Y me llama y me dice que había dado positivo y ´además te tengo que decir (y vuelve a imitarla en la voz compungida) que sos Guido Carlotto…’ Sí, bueno, fenómeno, la llamo a Celeste que se vuelve loca, llamo a otro que se vuelve loco y a partir de ahí estoy arriba de un auto hasta el día de hoy, cuando todos ustedes me estaban buscando…»
Atrás estaban todos. Sus primas Montoya, que llegaron del sur. Los Carlotto en pleno, tíos y primos. «Es una familia a priori grande, muy grande», sonrió. «Hermosa, divina, sí, pero grande. Yo me crié solo en el campo, así que no me gusta que me hinchen mucho las bolas, por eso la onda del abrazo y esas cositas las tengo que desarrollar todavía», dejó clarito cuando desde los medios llegó el pedido del abrazo con Estela. «El no es muy agarrero y yo tampoco», dijo ella en medio del ruido. Entonces se pasaron los brazos con serenidad, decididos a no apurar la historia.
Porque pasaron 36 años y hay algunos retazos del alma que se quiebran si algo apremia.
Porque está la vida por delante, la historia que se viene encima y se sacude la sangre y empieza a secarse al sol.
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