Por Caroline Stauffer y Silvio Cascione
SALTO, Brasil (Reuters) – Brasil, una superpotencia agrícola con abundantes tierras fértiles, está teniendo problemas para ofrecer a su población alimentos a precios accesibles.
Para entender el motivo, tomemos el caso del tomate.
El precio de la fruta roja se disparó un 122 por ciento en marzo frente al mismo mes del año anterior y fue portada de dos revistas de circulación nacional.
La prensa denunció el tráfico de tomates desde Argentina y los brasileños, indignados, comenzaron a preguntarse cómo es posible que un alimento cueste más en el trópico que en la gélida Alaska.
La producción brasileña de productos agrícolas exportables como la soja, el maíz, el azúcar o el café está creciendo más rápido que en ninguna otra parte del mundo y nadie teme una inminente escasez de alimentos en un país tan rico en recursos naturales.
Pero la mayor economía de América Latina está volviéndose cada vez más escenario de dos políticas agrícolas opuestas.
Los cultivos de exportación son un modelo de suceso tecnológico y alto rendimiento, mientras las granjas responsables por alimentar a la creciente clase de consumidores continúan siendo pequeñas operaciones familiares, igual que hace décadas.
Acosadas por las deudas, vulnerables a las inclemencias del tiempo y expulsadas de sus tierras por los cultivos de materias primas, estas granjas son el primer eslabón de una larga cadena de ineficiencias que hacen subir los precios de los alimentos en un país traumatizado por una larga historia de inflación fuera de control, complicando los esfuerzos de la presidenta Dilma Rousseff por retomar el crecimiento económico. Continuación…
SALTO, Brasil (Reuters) – Brasil, una superpotencia agrícola con abundantes tierras fértiles, está teniendo problemas para ofrecer a su población alimentos a precios accesibles.
Para entender el motivo, tomemos el caso del tomate.
El precio de la fruta roja se disparó un 122 por ciento en marzo frente al mismo mes del año anterior y fue portada de dos revistas de circulación nacional.
La prensa denunció el tráfico de tomates desde Argentina y los brasileños, indignados, comenzaron a preguntarse cómo es posible que un alimento cueste más en el trópico que en la gélida Alaska.
La producción brasileña de productos agrícolas exportables como la soja, el maíz, el azúcar o el café está creciendo más rápido que en ninguna otra parte del mundo y nadie teme una inminente escasez de alimentos en un país tan rico en recursos naturales.
Pero la mayor economía de América Latina está volviéndose cada vez más escenario de dos políticas agrícolas opuestas.
Los cultivos de exportación son un modelo de suceso tecnológico y alto rendimiento, mientras las granjas responsables por alimentar a la creciente clase de consumidores continúan siendo pequeñas operaciones familiares, igual que hace décadas.
Acosadas por las deudas, vulnerables a las inclemencias del tiempo y expulsadas de sus tierras por los cultivos de materias primas, estas granjas son el primer eslabón de una larga cadena de ineficiencias que hacen subir los precios de los alimentos en un país traumatizado por una larga historia de inflación fuera de control, complicando los esfuerzos de la presidenta Dilma Rousseff por retomar el crecimiento económico. Continuación…