Italia, el laboratorio: donde el ‘establishment’ se hace populista

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Si alguien recuerda Italia como un lugar en el que el debate público alcanza un alto nivel, que se olvide. Hemos llegado a la votación final en un crescendo de simplificaciones, acusaciones recíprocas, divisiones netas entre bien y mal, viejo y nuevo, lento y rápido. Las llamadas a ceñirse a la esencia de la cuestión han sido constantes e, inmediatamente, olvidadas. Según algunos, la reforma es equivocada, bloqueará el país, creará desequilibrios peligrosos. Para otros, es útil, necesaria, deseable, esperada desde hace años. En cualquier caso, se ha pensado más en acusar con un “tú votas con…” que a preguntarse qué se reforma y por qué.
La Constitución, en la que se veía representada la mayor parte de los italianos, se ha convertido en objeto de enfrentamiento
La frase “no se me vota a mí”, dicha el pasado martes 29 de noviembre por Matteo Renzi al periódico romano Il Messaggero, refleja la parábola de un referéndum pensado como un plebiscito y que puede convertirse en un contratiempo. La personalización del voto –“si no se aprueba la reforma, me voy”–, los ataques contra los “intelectuales recalcitrantes”, esos intelectuales “aferrados a su sillón”, y el haber abrazado la estrategia del gurú de la comunicación política y exjefe de Gabinete de Obama, Jim Messina, han demostrado ser un bumerán para el primer ministro. Si el veredicto era sobre Renzi, los sondeos señalan que el No tiene ventaja. Renzi se ha amoldado a esa posible derrota, pero una estrategia equivocada no se abandona nunca demasiado pronto.
La reforma aspira a modificar 47 artículos de la segunda parte de la Constitución italiana, sin tocar la primera parte, que es donde están expresados los principios fundamentales, cambiando en profundidad la parte actuativa de esos principios. Se suprime el bicameralismo perfecto, se anula cualquier referencia a las provincias, y se aboliría el Consejo Nacional de Economía y Trabajo (CNEL), un órgano constitucional cuya función era la de elaborar políticas económicas y sociales con la colaboración de los actores sociales, aunque nunca logró llevar a cabo su tarea. El proceso para reformar la Constitución viene de largo, de 2015. Desde entonces, pocas cosas han cambiado, pero ha comenzado una larguísima campaña electoral.
Gane quien gane, habrá un precio que pagar. La Constitución, en la que se veía representada la mayor parte de los italianos, se ha convertido en objeto de enfrentamiento. Las presiones lógicas y procedimentales han sido intensas. El texto constitucional se ha convertido en el símbolo de la crisis italiana. Si gana el Sí, ganará el texto del 50 y pico por ciento de los que han ido a votar, y los demás no se reconocerán en él. Si gana el No, tendremos en cualquier caso un texto deslegitimado.
Los italianos van a votar con la cabeza puesta en dos circunstancias preponderantes: la cruzada (del Sí y del No) y la búsqueda del mal menor. Sobre el referéndum planea el temor a que caiga Renzi, un primer ministro no elegido, y a que gobierne la derecha o el Movimiento 5 Estrellas. Otros piensan en las consecuencias en la Bolsa, amenazan con un posible derrumbamiento del sistema bancario, y afirman que el “populismo” está a la vuelta de la esquina (Trump y Brexit).
Algunos de los exponentes prestigiosos del Sí han mostrado su descontento con la propuesta de Renzi. El filósofo y exalcalde de Venecia, Massimo Cacciari, la ha definido como “una porquería de reforma”. Y Romano Prodi, el último en pronunciarse a favor, tres días antes del referéndum, ha sido claro: “Sin duda alguna, las reformas no tienen la profundidad y la claridad suficientes, pero, por mi historia personal y por las posibles consecuencias en el exterior, creo que debo hacer público mi Sí”.
Pase lo que pase, el propio Partido Democrático (PD) saldrá mal parado de la apuesta de su líder, de alma democristiana. La oposición interna a Matteo Renzi se ha dejado arrollar por el proceso reformista. La facción cercana al ex secretario general del PD, Pier Luigi Bersani, se ha alineado con el No; la del expresidente de la formación, Gianni Cuperlo, con el Sí. Comparten la opinión sobre el texto y sobre Renzi, pero el itinerario ha sido destructivo. Parece probable que un PD tan desgarrado acabe totalmente absorbido por el renzismo en el próximo congreso, arrinconando a la corriente izquierdista del PD.
Pase lo que pase, el propio Partido Democrático saldrá mal parado de la apuesta de su líder, de alma democristiana
Los daños afectan también a la izquierda. Las últimas elecciones municipales probaron que esta pierde allá donde no se alía con el PD. La izquierda está desorientada, incapaz de tener voz en el país, sin aliento fuera de los despachos de las concejalías. Importantes exponentes se han alineado con el Sí, como el exalcalde de Milán, Giuliano Pisapia, por su temor a las consecuencias de la derrota de Renzi.
Termina así un trayecto inaugurado por la política italiana hace más de veinte años, tras el megaproceso Mani Pulite (Manos Limpias). Una política sin proyecto de gobierno, con cada vez menos poder, que, por un lado, se encierra en el mal gobierno y el clientelismo, y, por otro, se viste el traje de constitucionalista para demostrar (a sí misma y a nosotros) que tiene una función. Desde 1989, la Constitución italiana se ha modificado doce veces, con dos referendos confirmatorios, y esta sería la decimotercera vez.
Si Italia es un laboratorio, la lectura es que vemos en acción al establishment que combate al ‘populismo’ con su misma moneda. Simplificar, reducir a dos las soluciones. Para eso está dispuesto a pagar un alto coste y, entre convicción y miedo, lanzar la Constitución al ruedo político y desgarrar las relaciones políticas de siempre. Mientras tanto, las personas, una vez que la política ha roto el vínculo que mantenía con sus vidas, están, en Italia y en tantos otros sitios, cada vez más atraídas por las derechas.

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