La línea que separa la verdad de la mentira se hace con las redes sociales cada vez más líquida, y eso está creando un ecosistema en el que el ciudadano no es capaz de distinguir la realidad de la ficción. El gran reto, según Juan Luis Cebrián, presidente de EL PAÍS, pasa por entender qué van a hacer los medios de comunicación en una sociedad que ya no los necesita y cómo se configura la opinión pública en un país democrático. “La verdad racional no vende”, lamentó.
“Si el presidente Thomas Jefferson levantara la cabeza vería que dentro de poco no tendría ni periódicos ni gobierno”, ironizó Cebrián en un coloquio organizado por el Instituto Cervantes en Nueva York. Pero lo de menos, advirtió, es si el periódico de papel sobrevivirá o no. “La cuestión está en saber en qué consiste la revolución digital”, indicó, “porque estamos ante un cambio de civilización como no ha tenido la humanidad desde la invención de la imprenta”.
El caos provocado por la irrupción de Internet, señaló Cebrián, era previsible. Es un fenómeno positivo que, sin embargo, genera problemas “que no sabemos controlar”. Eso está provocando que el sistema emanado de la Ilustración esté en crisis por movimientos populistas que están logrando una capacidad de expresarse en las redes sociales como nunca imaginaron. “La democracia está en peligro si no sabemos integrar a la opinión pública de manera más ordenada”, advirtió.
Ignacio Olmos, director del Instituto Cervantes de Nueva York, recordó durante el coloquio que el interés por controlar información no es nuevo. “La cultura de la sospecha”, añadió profesor Julio Ortega, “forma parte de nuestra tradición cultural”. “Somos muy permeables a las noticias falsas”, admitió. «La manipulación de los hechos», explicó, «se asienta sobre los prejuicios culturales del público y los refuerza”.
Las nuevas tecnologías, según Olmos, están permitiendo que “en esta ciénaga digital” la información se propague con rapidez sin que el ciudadano “pueda distinguir entre la información veraz de aquella que no lo es y la intoxicación”. Cebrián indicó en este sentido que periódicos tan respetables como The New York Times o The Guardian se ven a veces contagiados por las emociones de las redes sociales, citando la cobertura de la crisis soberanista en Cataluña.
La revolución de Internet, añadió Olmos, permite que se acceda directamente a la información sin necesidad de que los medios hagan de intermediarios. “Pero como efecto colateral”, advirtió, “facilita la proliferación de las noticias falsas”. Por eso considera que el ciudadano debe hacer autocrítica y preguntarse “por qué compra la realidad que mejor satisface sus deseos y sus valores”.
“Se habla mucho de los mineros de datos”, señaló Juan Luis Cebrián, “pero esos mineros somos nosotros, cada vez que encendemos el móvil o compramos un libro por Internet o viajamos”. Esa información, explicó, se va acumulando y permite crear perfiles de usuarios que compañías de análisis como Cambridge Analytica explotan. “¿Quién define qué es verdad o mentira? ¿Google? ¿Facebook?”.
El antídoto, coincidieron los intervinientes, es trabajar por una sociedad más culta. El conocimiento, insistieron, permite ahuyentar la parcialidad y la intolerancia. El profesor Julio Ortega destacó así el papel que juegan los periódicos. “El infierno no es infierno porque haga mucho calor”, señaló, “es porque no se puede leer, es lo incoherente, es la brutalidad extraordinaria de lo que no se puede verbalizar”.
La independencia de la información, destacó el hispanista, es clave para la construcción de un espacio de diálogo en la sociedad, “porque cuando la información está mediada por intereses el infierno se multiplica”. Los medios de comunicación, concluyó Cebrián, tienen por eso la responsabilidad social de, primero, informar de los hechos y, segundo, dar visiones plurales en las opiniones.
En definitiva, el empresario, periodista y autor abogó porque se recupere «la información fiable» que permita a los ciudadanos formarse una opinión y poder elegir así «libremente a sus representantes”, para que pueda “considerar lo que le rodea respecto a sus propios intereses, a su seguridad, a la de su familia, a su bienestar económico”. “No soy catastrofista», aseguró, «pero vamos a pasar una mala temporada todavía hasta que encontremos el sistema”.
“Si el presidente Thomas Jefferson levantara la cabeza vería que dentro de poco no tendría ni periódicos ni gobierno”, ironizó Cebrián en un coloquio organizado por el Instituto Cervantes en Nueva York. Pero lo de menos, advirtió, es si el periódico de papel sobrevivirá o no. “La cuestión está en saber en qué consiste la revolución digital”, indicó, “porque estamos ante un cambio de civilización como no ha tenido la humanidad desde la invención de la imprenta”.
El caos provocado por la irrupción de Internet, señaló Cebrián, era previsible. Es un fenómeno positivo que, sin embargo, genera problemas “que no sabemos controlar”. Eso está provocando que el sistema emanado de la Ilustración esté en crisis por movimientos populistas que están logrando una capacidad de expresarse en las redes sociales como nunca imaginaron. “La democracia está en peligro si no sabemos integrar a la opinión pública de manera más ordenada”, advirtió.
Ignacio Olmos, director del Instituto Cervantes de Nueva York, recordó durante el coloquio que el interés por controlar información no es nuevo. “La cultura de la sospecha”, añadió profesor Julio Ortega, “forma parte de nuestra tradición cultural”. “Somos muy permeables a las noticias falsas”, admitió. «La manipulación de los hechos», explicó, «se asienta sobre los prejuicios culturales del público y los refuerza”.
Las nuevas tecnologías, según Olmos, están permitiendo que “en esta ciénaga digital” la información se propague con rapidez sin que el ciudadano “pueda distinguir entre la información veraz de aquella que no lo es y la intoxicación”. Cebrián indicó en este sentido que periódicos tan respetables como The New York Times o The Guardian se ven a veces contagiados por las emociones de las redes sociales, citando la cobertura de la crisis soberanista en Cataluña.
La revolución de Internet, añadió Olmos, permite que se acceda directamente a la información sin necesidad de que los medios hagan de intermediarios. “Pero como efecto colateral”, advirtió, “facilita la proliferación de las noticias falsas”. Por eso considera que el ciudadano debe hacer autocrítica y preguntarse “por qué compra la realidad que mejor satisface sus deseos y sus valores”.
“Se habla mucho de los mineros de datos”, señaló Juan Luis Cebrián, “pero esos mineros somos nosotros, cada vez que encendemos el móvil o compramos un libro por Internet o viajamos”. Esa información, explicó, se va acumulando y permite crear perfiles de usuarios que compañías de análisis como Cambridge Analytica explotan. “¿Quién define qué es verdad o mentira? ¿Google? ¿Facebook?”.
El antídoto, coincidieron los intervinientes, es trabajar por una sociedad más culta. El conocimiento, insistieron, permite ahuyentar la parcialidad y la intolerancia. El profesor Julio Ortega destacó así el papel que juegan los periódicos. “El infierno no es infierno porque haga mucho calor”, señaló, “es porque no se puede leer, es lo incoherente, es la brutalidad extraordinaria de lo que no se puede verbalizar”.
La independencia de la información, destacó el hispanista, es clave para la construcción de un espacio de diálogo en la sociedad, “porque cuando la información está mediada por intereses el infierno se multiplica”. Los medios de comunicación, concluyó Cebrián, tienen por eso la responsabilidad social de, primero, informar de los hechos y, segundo, dar visiones plurales en las opiniones.
En definitiva, el empresario, periodista y autor abogó porque se recupere «la información fiable» que permita a los ciudadanos formarse una opinión y poder elegir así «libremente a sus representantes”, para que pueda “considerar lo que le rodea respecto a sus propios intereses, a su seguridad, a la de su familia, a su bienestar económico”. “No soy catastrofista», aseguró, «pero vamos a pasar una mala temporada todavía hasta que encontremos el sistema”.