Desde hace algunos años, para el mundo académico el clientelismo dejó de ser exclusivamente una relación “de favores por votos” y, sin embargo, los medios de comunicación, el sentido común y parte del mundo intelectual continúan interpretando el fenómeno como un modo espurio de hacer política. La antropóloga Julieta Quirós acaba de publicar El porqué de los que van, una etnografía desarrollada en el Gran Buenos Aires, donde discute las explicaciones clásicas sobre los modos y las motivaciones del accionar político en los sectores populares: ¿Van “aparateados” o van espontáneamente? ¿Van por compromiso o por necesidad? Con un minucioso relato de los recorridos de piqueteros y punteros en Florencio Varela, el libro muestra los límites de los esquemas que enfrentan al “clientelismo” y a la “resistencia”, como si en cada caso hubiese sólo una una motivación económica o una ideológica-moral.
–El libro propone una teoría sobre el involucramiento político, ¿en qué consiste?
–Las explicaciones sobre la participación política de los sectores populares están teñidas por dos imágenes en disputa que yo denomino moralismo y economicismo. A partir de esa oposición se define cuál demanda es legítima y cuál no, cuál tiene aspiraciones propiamente políticas y cuál es clientelar, mercantilizada, o falsa política. Estas imágenes están en permanente tensión en los medios, en la opinión pública y también en los barrios de Florencio Varela. Creo que para salirse de ese esquema se debe partir de una teoría de la motivación humana en un sentido amplio, y el concepto que me resultó clave fue lo que la gente en Varela llama “ir enganchándose”. Engancharse implica un modo de involucramiento político que contempla muchas dimensiones a la vez, porque nosotros no somos homo-politicus cuando votamos, homo-economicus cuando vamos al supermercado, homo estéticus cuando miramos una obra de teatro y homo-afectivus cuando estamos en casa. Somos todo eso junto.
–¿Este esquema dicotómico es exclusivo de la política de los sectores populares?
–En las explicaciones sobre los sectores populares se reduce cualquier accionar a la necesidad. El gusto o el afecto, no existen. Además, la política popular siempre corre el riesgo de ser acusada de clientelar. La clientelar es clientelar, y la que no lo es, casi por un pase mágico, puede pasar a serlo. Los piqueteros fueron en un principio un ícono de la política de la resistencia y de pronto se pasó al ¿qué quieren estos, vivir del Estado? En ese pasaje opera un esquema dicotómico: si no sos resistencia, sos clientelismo. El libro es también un llamado a ver cómo estos dualismos aparecen en otros contextos, cómo la relación interés-desinterés, economía-política no es privativa de este universo. Estamos acostumbrados a mirar la paja en el ojo ajeno, a ver clientelismo en los pobres, y no en nuestra vida cotidiana.
–¿Cómo repensar entonces el clientelismo desde esta perspectiva?
–El clientelismo es una noción típicamente clase-céntrica que nace para explicar el funcionamiento de una democracia considerada defectuosa, una política juzgada como atrasada, vinculada al caudillismo. En nuestro país, la clase media apela a este concepto para condenar al peronismo como pertenencia, como red, como identidad política de los sectores populares, los invalida. Aunque también es una denuncia a una forma de poder donde los recursos se manejan discrecionalmente y están sujetos a un apoyo político. Yo creo que si bien hay cierto ablandamiento en los marcos interpretativos de las ciencias sociales, e inclusive en las representaciones mediáticas, aún existe un fuerte énfasis en la dimensión economicista y asimétrica del vínculo clientelar, como si se tratara, en última instancia, exclusivamente de un intercambio. Inversamente, en las ciencias sociales, cuando se estudian fenómenos que tienen que ver con la protesta y la movilización social, se presume la primacía de vínculos no economicistas. Otra vez, el desafío es salirse de este dualismo para poder comprender y no simplificar.
–En el libro, una puntera trajina pasillos para vencer a la burocracia. Es una inversión de tiempo y energía que no contemplan las descripciones académicas.
–Y sí, es como una especie de brazo del Estado tercerizado. Los movimientos también cumplen ese rol y por eso muchos se lamentan. Un dirigente social una vez me dijo: “Cuántas cosas le administramos al Estado, jamás debimos haberlo aceptado.” Porque ellos demandan ciertos recursos para su gente, sobre los que tienen derechos, pero se lamentan de entrar en una máquina que te come la vida cotidiana. El Estado funciona también a través de relaciones personales. Y las adhesiones y lealtades también pasan por relaciones de interconocimiento, vínculos de obligaciones y derechos recíprocos, compromisos morales que uno vive todos los días. Lo que quiero mostrar en el libro, en contra de esta idea de que los recursos se tiran como chorizos a la marchanta, es que lo que hay es un laburo invertido en la distribución de recursos, desde el funcionario hasta el puntero del barrio más humilde.
–¿Cómo pensar entonces la ausencia estatal?
–A mí me sorprendió que en 2005, cuando llegué a Varela, había una idea de ausencia del Estado instalada, como un metarelato sociológico. Sin embargo, yo encontré una fuerte presencia del Estado en materia de políticas sanitarias, de asistencia, de puestos de salud en los barrios, con políticas que tienen sus limitaciones, porque son políticas de asistencia social. Algunas generan espacios de trabajo, de relaciones, de pertenencia interesantes y otros no, son puramente asistencialismo, no dan herramientas reales. El desafío es cómo crear opciones reales, pero no es un reto sólo para nuestro país. <
–El libro propone una teoría sobre el involucramiento político, ¿en qué consiste?
–Las explicaciones sobre la participación política de los sectores populares están teñidas por dos imágenes en disputa que yo denomino moralismo y economicismo. A partir de esa oposición se define cuál demanda es legítima y cuál no, cuál tiene aspiraciones propiamente políticas y cuál es clientelar, mercantilizada, o falsa política. Estas imágenes están en permanente tensión en los medios, en la opinión pública y también en los barrios de Florencio Varela. Creo que para salirse de ese esquema se debe partir de una teoría de la motivación humana en un sentido amplio, y el concepto que me resultó clave fue lo que la gente en Varela llama “ir enganchándose”. Engancharse implica un modo de involucramiento político que contempla muchas dimensiones a la vez, porque nosotros no somos homo-politicus cuando votamos, homo-economicus cuando vamos al supermercado, homo estéticus cuando miramos una obra de teatro y homo-afectivus cuando estamos en casa. Somos todo eso junto.
–¿Este esquema dicotómico es exclusivo de la política de los sectores populares?
–En las explicaciones sobre los sectores populares se reduce cualquier accionar a la necesidad. El gusto o el afecto, no existen. Además, la política popular siempre corre el riesgo de ser acusada de clientelar. La clientelar es clientelar, y la que no lo es, casi por un pase mágico, puede pasar a serlo. Los piqueteros fueron en un principio un ícono de la política de la resistencia y de pronto se pasó al ¿qué quieren estos, vivir del Estado? En ese pasaje opera un esquema dicotómico: si no sos resistencia, sos clientelismo. El libro es también un llamado a ver cómo estos dualismos aparecen en otros contextos, cómo la relación interés-desinterés, economía-política no es privativa de este universo. Estamos acostumbrados a mirar la paja en el ojo ajeno, a ver clientelismo en los pobres, y no en nuestra vida cotidiana.
–¿Cómo repensar entonces el clientelismo desde esta perspectiva?
–El clientelismo es una noción típicamente clase-céntrica que nace para explicar el funcionamiento de una democracia considerada defectuosa, una política juzgada como atrasada, vinculada al caudillismo. En nuestro país, la clase media apela a este concepto para condenar al peronismo como pertenencia, como red, como identidad política de los sectores populares, los invalida. Aunque también es una denuncia a una forma de poder donde los recursos se manejan discrecionalmente y están sujetos a un apoyo político. Yo creo que si bien hay cierto ablandamiento en los marcos interpretativos de las ciencias sociales, e inclusive en las representaciones mediáticas, aún existe un fuerte énfasis en la dimensión economicista y asimétrica del vínculo clientelar, como si se tratara, en última instancia, exclusivamente de un intercambio. Inversamente, en las ciencias sociales, cuando se estudian fenómenos que tienen que ver con la protesta y la movilización social, se presume la primacía de vínculos no economicistas. Otra vez, el desafío es salirse de este dualismo para poder comprender y no simplificar.
–En el libro, una puntera trajina pasillos para vencer a la burocracia. Es una inversión de tiempo y energía que no contemplan las descripciones académicas.
–Y sí, es como una especie de brazo del Estado tercerizado. Los movimientos también cumplen ese rol y por eso muchos se lamentan. Un dirigente social una vez me dijo: “Cuántas cosas le administramos al Estado, jamás debimos haberlo aceptado.” Porque ellos demandan ciertos recursos para su gente, sobre los que tienen derechos, pero se lamentan de entrar en una máquina que te come la vida cotidiana. El Estado funciona también a través de relaciones personales. Y las adhesiones y lealtades también pasan por relaciones de interconocimiento, vínculos de obligaciones y derechos recíprocos, compromisos morales que uno vive todos los días. Lo que quiero mostrar en el libro, en contra de esta idea de que los recursos se tiran como chorizos a la marchanta, es que lo que hay es un laburo invertido en la distribución de recursos, desde el funcionario hasta el puntero del barrio más humilde.
–¿Cómo pensar entonces la ausencia estatal?
–A mí me sorprendió que en 2005, cuando llegué a Varela, había una idea de ausencia del Estado instalada, como un metarelato sociológico. Sin embargo, yo encontré una fuerte presencia del Estado en materia de políticas sanitarias, de asistencia, de puestos de salud en los barrios, con políticas que tienen sus limitaciones, porque son políticas de asistencia social. Algunas generan espacios de trabajo, de relaciones, de pertenencia interesantes y otros no, son puramente asistencialismo, no dan herramientas reales. El desafío es cómo crear opciones reales, pero no es un reto sólo para nuestro país. <
Leí el libro, está muy bueno.
aunque pueda desagradar por varios lados (hay cosas que todos sabemos que muchas veces se ocultan para «no romper códigos»)
Oh una vez mas asistimos a intento de demostrar que es lo mismo el clientelismo en formosa, donde llevan en un camión a 50 personas que no saben leer a votar y el clientelismo de la clase media a traves de los emdios de comunicacion. Si chicos es IGUAL…..
Pepe, el libro de Julieta por ahí es muy largo, pero si vas al artículo, más cortito, igual podés observar que está hablando de otra cosa. En particular, discute por un lado el reduccionismo de la «resistencia», expresado por investigadores como Svampa que tienden a ver en términos casi épicos los movimientos sociales, soslayando la existencia de relaciones asimétricas de diverso tipo a su interior, y subrayando la apropiación subjetiva de proyectos políticos «liberadores». Y por otro el reduccionismo «economicista» (sería el de Auyero), que reduce la movilización política al intercambio de bienes y servicios, excluyendo las experiencias subjetivas que exceden lo instrumental. No niega la existencia de intercambios económicos u otros, ni la existencia de compromisos afectivos e ideológicos, sino que propone articularlos para tener una visión más profunda, abarcadora y compleja.
Un tema adicional, mucho más interesante para mi, es la discusión sobre la supuesta ausencia del estado, pensada más bien para la autora como modalidades específicas de acción estatal.
La existencia de relaciones fuertemente asimétricas en la política popular (como lo que señalás), no es de lo que trata el asunto.
Ok Guido mi comentario tirabombas no merecia tal respuesta, :)
no leí el artículo, salté porque van varias veces que veo en AP comnentarios del tipo que critique.
el planteo de la «resistencia» me parece bien
por lo demás, se ofrece un relato sin estridencias ni histerias acerca de cómo es la cotidiana de las organizaciones.
no apto para el que busque una épica del piquetero o algo por el estilo.
se puede hacer política popular sin el estado?
acá en Rosario, ni siquiera los más «autonomistas» pueden prescindir de los dibujos de «proyectos» con los cuales financian sus cosas.
es dificilísimo.
en muchas barrios se está dando una especial disputa (simplificadísima, a los fines del comment)
a) droga
b) iglesia evangélica
c) movimientos populares
d) robo, delincuencia
para ver quien logra sumar las voluntades de los jóvenes.
lo curioso es ver como b) resulta más fuerte que c) como salida a los complicados caminos de la droga y el choreo.
siendo que los MP de hoy no son «milenaristas» como en otras épocas (prometiendo una revolución lejana)
de todos modos, la estructura de planes y punteros, le permite a los MP dar una mejor respuesta a las dificultades humanas que te llevan por la mala junta.
Leí el libro durante el verano. Es excelente.