EN SU CLASICO libro Capitalismo, socialismo y democracia, el economista austríaco Joseph Schumpeter sostenía que el método democrático es aquel sistema institucional en el que los caudillos adquieren el poder de decidir sobre los grandes temas políticos por medio de la competencia electoral. Ello, pues “la masa electoral es incapaz de otra acción que la estampida”.
La campaña presidencial nos invita a pensar que la perspectiva de Schumpeter no es elitista, sino una visión realista del sistema democrático. Si en las anteriores elecciones se había asistido a la degradación del rol del programa de gobierno, en la actual ello llega al paroxismo cuando se exige del electorado que renuncie a conocer cómo las distintas candidaturas pretenden resolver los problemas que afectan al país.
Con algunas excepciones, la campaña se ha caracterizado por el continuo anuncio de medidas aisladas, oportunistas (como la candidata que criticó a su subsecretario por haberse manifestado a favor de un salario mínimo de 250 mil pesos y ahora ella ofrece una remuneración de 300 mil) y que parecen dictadas no por los equipos de programa, sino por los encargados comunicacionales. Como diría Schumpeter, la psicotecnia, la propaganda, las consignas y la música no son simples accesorios; son los elementos esenciales de la política y también lo es el cacique político.
Los 50 compromisos anunciados por Bachelet son aún ambiguos. Hay proposiciones importantes, como la creación de 132 Servicios de Atención Primaria de Urgencia de alta Resolución, la construcción de 20 hospitales, la creación de dos nuevas universidades públicas, entre otras. No obstante, falta explicitar cómo se encararán problemas cruciales. Frente al problema energético y a las ya dificultades congénitas para abordar la agenda medioambiental y de cambio climático, se indica que en los primeros 100 días se entregará una “Agenda de energía que compatibilizará las necesidades de la producción y el respeto al medioambiente”. Por otra parte, considerando que en la base de la desigualdad, objetivo político prioritario de la ex presidenta, están las graves asimetrías que caracterizan la relación laboral, se echa de menos una propuesta que nutra la decisión de los electores.
El presupuesto público en salud se canaliza sin razón a comprar servicios caros al sistema privado, mientras que los usuarios del sistema público están condenados a larguísimas listas de espera y sufren la falta de especialistas, pero a un mes de la elección se carece de un concepto programático claro al respecto. En relación con las isapres, se debate la reforma del sistema privado de salud sin llegar a puerto por falta de un liderazgo que enfrente las dificultades políticas asociadas; no obstante, al respecto sólo se menciona la convocatoria de un equipo de expertos en los primeros 100 días.
Esta falta de propuestas no ayuda al protagonismo ciudadano que todos dicen querer. Resulta difícil pensar que de esta forma se está reuniendo la fuerza política para impulsar los grandes cambios que requiere el país.
La campaña presidencial nos invita a pensar que la perspectiva de Schumpeter no es elitista, sino una visión realista del sistema democrático. Si en las anteriores elecciones se había asistido a la degradación del rol del programa de gobierno, en la actual ello llega al paroxismo cuando se exige del electorado que renuncie a conocer cómo las distintas candidaturas pretenden resolver los problemas que afectan al país.
Con algunas excepciones, la campaña se ha caracterizado por el continuo anuncio de medidas aisladas, oportunistas (como la candidata que criticó a su subsecretario por haberse manifestado a favor de un salario mínimo de 250 mil pesos y ahora ella ofrece una remuneración de 300 mil) y que parecen dictadas no por los equipos de programa, sino por los encargados comunicacionales. Como diría Schumpeter, la psicotecnia, la propaganda, las consignas y la música no son simples accesorios; son los elementos esenciales de la política y también lo es el cacique político.
Los 50 compromisos anunciados por Bachelet son aún ambiguos. Hay proposiciones importantes, como la creación de 132 Servicios de Atención Primaria de Urgencia de alta Resolución, la construcción de 20 hospitales, la creación de dos nuevas universidades públicas, entre otras. No obstante, falta explicitar cómo se encararán problemas cruciales. Frente al problema energético y a las ya dificultades congénitas para abordar la agenda medioambiental y de cambio climático, se indica que en los primeros 100 días se entregará una “Agenda de energía que compatibilizará las necesidades de la producción y el respeto al medioambiente”. Por otra parte, considerando que en la base de la desigualdad, objetivo político prioritario de la ex presidenta, están las graves asimetrías que caracterizan la relación laboral, se echa de menos una propuesta que nutra la decisión de los electores.
El presupuesto público en salud se canaliza sin razón a comprar servicios caros al sistema privado, mientras que los usuarios del sistema público están condenados a larguísimas listas de espera y sufren la falta de especialistas, pero a un mes de la elección se carece de un concepto programático claro al respecto. En relación con las isapres, se debate la reforma del sistema privado de salud sin llegar a puerto por falta de un liderazgo que enfrente las dificultades políticas asociadas; no obstante, al respecto sólo se menciona la convocatoria de un equipo de expertos en los primeros 100 días.
Esta falta de propuestas no ayuda al protagonismo ciudadano que todos dicen querer. Resulta difícil pensar que de esta forma se está reuniendo la fuerza política para impulsar los grandes cambios que requiere el país.