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El Gobierno evalúa comprar un 33% de las acciones de YPF
La famosa Declaración de Avellaneda del 4 de abril de 1945 había dispuesto que la nacionalización absoluta del petróleo y su explotación, industrialización, importación y comercialización estarían exclusivamente a cargo de YPF, y Arturo Frondizi, en el debate de 1949 en la Cámara de Diputados de la Nación, se hizo cargo de esa programática partidaria en su totalidad. En 1954 publicó Petróleo y política , libro clásico y emblemático sobre la riqueza petrolera del país, destacando que los países que soportaban la acción de los monopolios imperialistas sobre determinadas riquezas naturales -como por ejemplo el petróleo- debían nacionalizar esas riquezas convirtiéndolas en propiedad del pueblo. Pero cuando asumió el gobierno, en mayo de 1958, se habían producido no sólo importantes cambios tecnológicos a nivel mundial, sino también los graves errores en materia económica de los seis años del primer gobierno de Juan Domingo Perón y de los tres de su segundo gobierno, interrumpido por el golpe de Estado de la llamada Revolución Libertadora de 1955, que en lugar de corregirlos los agravó.
Así las cosas, YPF no podía cumplir con la misión asignada por el programa de Avellaneda sin el aporte de capitales privados, porque el país no contaba con los medios financieros que sí habían existido en el Banco Central cuando Frondizi ratificó aquella misión en el debate ya aludido de 1949. Claro que frente a la clásica línea librecambista que consideraba que importar el petróleo era más barato y por lo tanto más económico, lo cual era falso, la línea nacionalista sostenía la necesidad de extraerlo a través de YPF o dejarlo en el subsuelo como posibilidad latente, si no se podía. Es decir que desde un punto de vista teórico-práctico, estábamos frente a un nacionalismo de medios y no de fines, tema que había abordado con su habitual lucidez el pensador y economista brasileño Helio Yaguaribe, que señalaba que el nacionalismo sólo se realizaba en la medida en que reconocía su fin, que es el desarrollo, y para eso debía valerse de todos los medios apropiados. En el caso argentino, esos agentes eficaces de un nacionalismo de fines y no de medios habían sido los contratos suscriptos por el gobierno de Frondizi a mediados de 1958 con varias empresas norteamericanas.
La estrategia de Frondizi y de Rogelio Frigerio estableció como pilar básico del programa de desarrollo económico y social a aplicar -cuando la UCRI pudiera acceder al gobierno- la inmediata y acelerada explotación de nuestros recursos petroleros para lograr el autoabastecimiento en el menor tiempo posible y así poder asegurar el desarrollo de la industria pesada. Esta decisión pudo ser anunciada por Frondizi en su mensaje inaugural el 1º de mayo, al asumir la presidencia, cuando dijo: «Debemos alcanzar el autoabastecimiento energético, basado en la explotación de los yacimientos de petróleo y carbón y la utilización de la potencia hidroeléctrica. Ello nos permitirá ir sustituyendo gradualmente las importaciones de combustibles, que en 1957 han insumido la cantidad de 318 millones de dólares».
Para comprender el significado de todo esto conviene repasar en qué condiciones se encontraba la Argentina aquel 1° de mayo de 1958, al asumir el gobierno Frondizi: el país estaba al borde de la cesación de pagos, y su deuda externa superaba a las reservas en 1100 millones de dólares. Desde enero de 1955, el país había acumulado déficit en su balanza comercial por más de 1500 millones de dólares. Las importaciones autorizadas duplicaban las reservas de libre disponibilidad del Banco Central, y las empresas del Estado registraban pérdidas anuales de casi 200 millones de dólares.
Frente a estas restricciones, el proyecto del autoabastecimiento petrolero podía parecer una meta demasiado ambiciosa y casi imposible de alcanzar.
Pero los problemas más graves se presentaron desde el anuncio del plan, por la obstinada oposición lanzada desde diversos sectores por razones de intereses económicos, ideológicos o políticos.
Los poderosos grupos económicos tradicionalmente relacionados con la importación petrolera y el establishment luchaban por mantener sus privilegios y denunciaban la supuesta orientación «marxista leninista» del gobierno.
Los grupos «nacionalistas» y la izquierda más radicalizada denunciaban la «claudicación y entrega» al imperialismo y el resto de la oposición política azuzaba el «pacto» con Perón y la «traición» de Frondizi a las teorías desarrolladas en su libro.
La fracción «quedantista» de las FF.AA., opuesta a la asunción de las nuevas autoridades, utilizaba cualquier pretexto para desestabilizar al gobierno.
La posición intransigente y combativa de los dirigentes sindicales petroleros, que habiendo sufrido un largo período de proscripciones y persecuciones no supieron percibir las enormes perspectivas que se les abrían a la empresa estatal y a su personal. Enrolados en la lucha por recuperar el poder sindical e influenciados por los argumentos interesados de numerosos sectores opuestos a la política desarrollista, produjeron protestas, huelgas y ocupaciones de instalaciones.
Ahora bien, la opción para Frondizi era muy simple: o se aferraba a su postulación teórica de años anteriores y el petróleo seguía durmiendo bajo tierra o se lo extraía con el auxilio de capital externo para aliviar nuestra balanza de pagos y alimentar a nuestra industria. En una palabra: o se salvaba el prestigio intelectual del autor de Petróleo y política o se salvaba el país. El presidente no vaciló y puso al país por encima del amor propio del escritor. Así mantuvo el objetivo fundamental, que era el autoabastecimiento, pero con los medios adecuados para llegar a él, es decir, recurriendo al capital extranjero para concertar contratos de extracción de petróleo, que los contratistas entregaban a YPF. Sin embargo, el petróleo seguía siendo nuestro, y además no lo teníamos escondido a centenares de metros debajo del suelo, sino en las destilerías y en los oleoductos que alimentaban a nuestro campo y a nuestra industria. Extraer este petróleo argentino con capitales nacionales y extranjeros nos costaba menos que el que importábamos del exterior y menos que el que sacaba YPF con sus propios recursos.
Además, extraer nuestro propio petróleo significaba que ahorrábamos más de 300 millones de dólares anuales, que antes girábamos al exterior para pagar el que importábamos, y podíamos entonces dedicar esos millones de dólares a comprar bienes que el país no producía.
Esto significaba trabajo para obreros y técnicos argentinos. Significaba el ingreso al país de capitales y maquinarias que no teníamos. Que en caso de guerra mundial, no dependeríamos de la importación, que solía interrumpirse o encarecerse en una conflagración internacional. Significaba, en suma, que consumíamos nuestro petróleo y que empezábamos a exportarlo.
Es decir, teníamos más riqueza, más trabajo para nuestros trabajadores y, sobre todo, más soberanía efectiva.
Los que acusaban al gobierno de Frondizi de «entreguista» decían que no había mérito alguno en pagar a los contratistas extranjeros por un petróleo que era nuestro. No comprendían que sólo era nuestro cuando salía a la superficie. Del mismo modo, decía Frondizi, que los peces del mar no eran nuestros hasta que los pescábamos. Porque el pez comenzaba a ser riqueza cuando se convertía en pescado.
Al contrario, el presidente Frondizi podía decir que fortalecíamos nuestra soberanía cuando dejábamos de estar librados a la provisión de petróleo extranjero y no corríamos el riesgo de paralizar nuestro agro, la industria y el transporte si sobrevenía una crisis bélica internacional, como la crisis del Canal de Suez, que había elevado enormemente el precio del petróleo. ¡Qué tal!, podríamos decir nosotros si pensamos en nuestro marzo de 2012.
A pesar de todas las dificultades, de todas las contras, de los más de 30 conatos de golpes de Estado, la rápida puesta en marcha de los contratos petroleros con las empresas privadas nacionales y extranjeras permitió ejecutar el programa en los plazos previstos. La batalla del petróleo, planeada y dirigida por Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio y Arturo Sábato, fue ganada: el total extraído durante la gestión desarrollista alcanzó a 52 millones de metros cúbicos de petróleo (la mitad de los 104,6 producidos por el país en los 47 años anteriores). YPF logró el récord histórico de duplicar su producción en sólo cuatro años y en 1962 se triplicó lo producido en 1957, alcanzándose el autoabastecimiento petrolero prometido por Arturo Frondizi. Y lo más importante: comenzábamos a estar en condiciones de poder exportar.
Por ello pudo decirse con toda razón que la Argentina había superado la limitación más fuerte para apuntalar un proceso genuino de expansión económica y de desarrollo en democracia. Pero la respuesta a semejante triunfo fue el arbitrario y dramático derrocamiento del presidente Arturo Frondizi el 29 de marzo de 1962. Dos años más tarde, los contratos petroleros fueron, además, groseramente anulados. Ahora, en lugar de exportar petróleo, exportamos soja, que no es lo mismo, y ya hemos vuelto a importar petróleo..
El Gobierno evalúa comprar un 33% de las acciones de YPF
La famosa Declaración de Avellaneda del 4 de abril de 1945 había dispuesto que la nacionalización absoluta del petróleo y su explotación, industrialización, importación y comercialización estarían exclusivamente a cargo de YPF, y Arturo Frondizi, en el debate de 1949 en la Cámara de Diputados de la Nación, se hizo cargo de esa programática partidaria en su totalidad. En 1954 publicó Petróleo y política , libro clásico y emblemático sobre la riqueza petrolera del país, destacando que los países que soportaban la acción de los monopolios imperialistas sobre determinadas riquezas naturales -como por ejemplo el petróleo- debían nacionalizar esas riquezas convirtiéndolas en propiedad del pueblo. Pero cuando asumió el gobierno, en mayo de 1958, se habían producido no sólo importantes cambios tecnológicos a nivel mundial, sino también los graves errores en materia económica de los seis años del primer gobierno de Juan Domingo Perón y de los tres de su segundo gobierno, interrumpido por el golpe de Estado de la llamada Revolución Libertadora de 1955, que en lugar de corregirlos los agravó.
Así las cosas, YPF no podía cumplir con la misión asignada por el programa de Avellaneda sin el aporte de capitales privados, porque el país no contaba con los medios financieros que sí habían existido en el Banco Central cuando Frondizi ratificó aquella misión en el debate ya aludido de 1949. Claro que frente a la clásica línea librecambista que consideraba que importar el petróleo era más barato y por lo tanto más económico, lo cual era falso, la línea nacionalista sostenía la necesidad de extraerlo a través de YPF o dejarlo en el subsuelo como posibilidad latente, si no se podía. Es decir que desde un punto de vista teórico-práctico, estábamos frente a un nacionalismo de medios y no de fines, tema que había abordado con su habitual lucidez el pensador y economista brasileño Helio Yaguaribe, que señalaba que el nacionalismo sólo se realizaba en la medida en que reconocía su fin, que es el desarrollo, y para eso debía valerse de todos los medios apropiados. En el caso argentino, esos agentes eficaces de un nacionalismo de fines y no de medios habían sido los contratos suscriptos por el gobierno de Frondizi a mediados de 1958 con varias empresas norteamericanas.
La estrategia de Frondizi y de Rogelio Frigerio estableció como pilar básico del programa de desarrollo económico y social a aplicar -cuando la UCRI pudiera acceder al gobierno- la inmediata y acelerada explotación de nuestros recursos petroleros para lograr el autoabastecimiento en el menor tiempo posible y así poder asegurar el desarrollo de la industria pesada. Esta decisión pudo ser anunciada por Frondizi en su mensaje inaugural el 1º de mayo, al asumir la presidencia, cuando dijo: «Debemos alcanzar el autoabastecimiento energético, basado en la explotación de los yacimientos de petróleo y carbón y la utilización de la potencia hidroeléctrica. Ello nos permitirá ir sustituyendo gradualmente las importaciones de combustibles, que en 1957 han insumido la cantidad de 318 millones de dólares».
Para comprender el significado de todo esto conviene repasar en qué condiciones se encontraba la Argentina aquel 1° de mayo de 1958, al asumir el gobierno Frondizi: el país estaba al borde de la cesación de pagos, y su deuda externa superaba a las reservas en 1100 millones de dólares. Desde enero de 1955, el país había acumulado déficit en su balanza comercial por más de 1500 millones de dólares. Las importaciones autorizadas duplicaban las reservas de libre disponibilidad del Banco Central, y las empresas del Estado registraban pérdidas anuales de casi 200 millones de dólares.
Frente a estas restricciones, el proyecto del autoabastecimiento petrolero podía parecer una meta demasiado ambiciosa y casi imposible de alcanzar.
Pero los problemas más graves se presentaron desde el anuncio del plan, por la obstinada oposición lanzada desde diversos sectores por razones de intereses económicos, ideológicos o políticos.
Los poderosos grupos económicos tradicionalmente relacionados con la importación petrolera y el establishment luchaban por mantener sus privilegios y denunciaban la supuesta orientación «marxista leninista» del gobierno.
Los grupos «nacionalistas» y la izquierda más radicalizada denunciaban la «claudicación y entrega» al imperialismo y el resto de la oposición política azuzaba el «pacto» con Perón y la «traición» de Frondizi a las teorías desarrolladas en su libro.
La fracción «quedantista» de las FF.AA., opuesta a la asunción de las nuevas autoridades, utilizaba cualquier pretexto para desestabilizar al gobierno.
La posición intransigente y combativa de los dirigentes sindicales petroleros, que habiendo sufrido un largo período de proscripciones y persecuciones no supieron percibir las enormes perspectivas que se les abrían a la empresa estatal y a su personal. Enrolados en la lucha por recuperar el poder sindical e influenciados por los argumentos interesados de numerosos sectores opuestos a la política desarrollista, produjeron protestas, huelgas y ocupaciones de instalaciones.
Ahora bien, la opción para Frondizi era muy simple: o se aferraba a su postulación teórica de años anteriores y el petróleo seguía durmiendo bajo tierra o se lo extraía con el auxilio de capital externo para aliviar nuestra balanza de pagos y alimentar a nuestra industria. En una palabra: o se salvaba el prestigio intelectual del autor de Petróleo y política o se salvaba el país. El presidente no vaciló y puso al país por encima del amor propio del escritor. Así mantuvo el objetivo fundamental, que era el autoabastecimiento, pero con los medios adecuados para llegar a él, es decir, recurriendo al capital extranjero para concertar contratos de extracción de petróleo, que los contratistas entregaban a YPF. Sin embargo, el petróleo seguía siendo nuestro, y además no lo teníamos escondido a centenares de metros debajo del suelo, sino en las destilerías y en los oleoductos que alimentaban a nuestro campo y a nuestra industria. Extraer este petróleo argentino con capitales nacionales y extranjeros nos costaba menos que el que importábamos del exterior y menos que el que sacaba YPF con sus propios recursos.
Además, extraer nuestro propio petróleo significaba que ahorrábamos más de 300 millones de dólares anuales, que antes girábamos al exterior para pagar el que importábamos, y podíamos entonces dedicar esos millones de dólares a comprar bienes que el país no producía.
Esto significaba trabajo para obreros y técnicos argentinos. Significaba el ingreso al país de capitales y maquinarias que no teníamos. Que en caso de guerra mundial, no dependeríamos de la importación, que solía interrumpirse o encarecerse en una conflagración internacional. Significaba, en suma, que consumíamos nuestro petróleo y que empezábamos a exportarlo.
Es decir, teníamos más riqueza, más trabajo para nuestros trabajadores y, sobre todo, más soberanía efectiva.
Los que acusaban al gobierno de Frondizi de «entreguista» decían que no había mérito alguno en pagar a los contratistas extranjeros por un petróleo que era nuestro. No comprendían que sólo era nuestro cuando salía a la superficie. Del mismo modo, decía Frondizi, que los peces del mar no eran nuestros hasta que los pescábamos. Porque el pez comenzaba a ser riqueza cuando se convertía en pescado.
Al contrario, el presidente Frondizi podía decir que fortalecíamos nuestra soberanía cuando dejábamos de estar librados a la provisión de petróleo extranjero y no corríamos el riesgo de paralizar nuestro agro, la industria y el transporte si sobrevenía una crisis bélica internacional, como la crisis del Canal de Suez, que había elevado enormemente el precio del petróleo. ¡Qué tal!, podríamos decir nosotros si pensamos en nuestro marzo de 2012.
A pesar de todas las dificultades, de todas las contras, de los más de 30 conatos de golpes de Estado, la rápida puesta en marcha de los contratos petroleros con las empresas privadas nacionales y extranjeras permitió ejecutar el programa en los plazos previstos. La batalla del petróleo, planeada y dirigida por Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio y Arturo Sábato, fue ganada: el total extraído durante la gestión desarrollista alcanzó a 52 millones de metros cúbicos de petróleo (la mitad de los 104,6 producidos por el país en los 47 años anteriores). YPF logró el récord histórico de duplicar su producción en sólo cuatro años y en 1962 se triplicó lo producido en 1957, alcanzándose el autoabastecimiento petrolero prometido por Arturo Frondizi. Y lo más importante: comenzábamos a estar en condiciones de poder exportar.
Por ello pudo decirse con toda razón que la Argentina había superado la limitación más fuerte para apuntalar un proceso genuino de expansión económica y de desarrollo en democracia. Pero la respuesta a semejante triunfo fue el arbitrario y dramático derrocamiento del presidente Arturo Frondizi el 29 de marzo de 1962. Dos años más tarde, los contratos petroleros fueron, además, groseramente anulados. Ahora, en lugar de exportar petróleo, exportamos soja, que no es lo mismo, y ya hemos vuelto a importar petróleo..