Una zoncera demasiado transitada por la derecha mediática y política: el kirchnerismo «niega» la inflación. El gobierno tendría prioridades muy distintas a las de la mayoría de la población. Uno en La Nación afirma que la presidenta libra batallas «intergalácticas», absolutamente alejadas de las urgencias cotidianas. Ingenioso, pero falso. El problema para esa derecha es que el proyecto nacional aborda la agenda urgente de los argentinos de modo integral, complejo, dentro de una secuencia socio-histórica y política mucho más amplia que los titulares del diario Clarín. Sus búsquedas exceden largamente las exiguas y demasiado enfáticas especulaciones propias de la campaña electoral y sus representaciones más superficiales.
Mientras la cadena privada de medios masivos enuncia histérica aunque insistentemente una sumatoria de temas y problemáticas, que despliega a través de su ilegal astillero mediático, independientemente de las relaciones sociales de fuerza realmente existente, el proyecto nacional procura sistematizar ideas, lograr hegemonía cultural y construir fuerza social organizada para llevarlas adelante. Los medios instalan una «agenda»; el kirchnerismo responde con un «proyecto». Cuando la presidenta Cristina Fernández se refiere al «proyecto político» que integra, colectivo e histórico, está poniendo en valor una noción muy avanzada de poder, que remite muy directamente a la posibilidad de su ejercicio.
Hablar de inflación es hablar de la batalla política por la redistribución de la riqueza. Es decir, por la transferencia de recursos hacia los segmentos sociales históricamente violentados por el capital y su hasta ayer socio clave: el Estado. Massa y Redrado no lo dicen ni lo dirán jamás. El kirchnerismo sí se hace cargo de esa verdad, que también es producto de la historia: repartir, democratizar, socializar supone afectar intereses concentrados, hegemonías muy arraigadas, prácticas y conductas antiquísimas. Eso y no otra cosa es lo que viene ocurriendo en el país desde 2003, a veces muy efusivamente, como ocurrió ante el conflicto con las patronales agrosojeras, y también durante el último lustro, en coincidencia con la híper crisis capitalista mundial.
La riqueza, que es privada, se produce socialmente. La lucha política por su prorrateo más equitativo no depende de un manejo más o menos eficaz de determinas variables económicas. No es un concepto técnico. Como dijo Cristina, «el nuestro no es un modelo económico, sino un proyecto político con objetivos económicos, sociales y culturales». A propósito, nunca la tan mentada «burguesía nacional» tuvo un proyecto para desarrollar armónica y organizadamente el país. La «burguesía nacional» fue, inversamente, transnacional tantas veces como le convino. Desde el florecimiento de los Estados modernos, nuestra naciente burguesía vivió siempre sujetada al collar de ahorque imperialista. Le importó nada el destino de la patria.
Su noción de patria terminaba en las costuras de sus bolsillos. Su lujo siempre fue vulgaridad. El Estado, cooptado históricamente por funcionarios afines, fue su aliado estratégico. La única preocupación de la «burguesía nacional» fue acrecentar sus utilidades. Jamás arriesgaron sus ganancias en un plan de crecimiento nacional, endógeno, mucho menos regional. Sus únicas propuestas colectivas no pasan de un capitalismo con la bragueta baja. La «burguesía nacional» es, entonces, burguesía a secas. El kirchnerismo, que es un producto de la historia, una herramienta de sus ciclos y oscilaciones, no elige las condiciones en las que libra sus batallas. Las acepta materialista y dialécticamente. Esa burguesía históricamente parasitaria es una de ellas.
¿Cómo aumentar el empleo, dinamizar el mercado interno, complejizar la estructura productiva, cuidar la industria, transferir ingresos vía salarios, si los dueños del capital nacional piensan únicamente en su tasa de ganancia? Simple (y dificilísimo): disciplinándolos. Y eso «no es sopita». Mucho menos puede ser «posibilismo», como dicen quienes corren por izquierda, sino sentido de la historia.
¿Cuál es el desafío del gobierno K? Recuperar un Estado presente, ágil, con potencia y creatividad en sus políticas, para que pueda imponer reglas precisas a la producción, circulación y consumo de mercancías, logrando que el ciclo económico que ese circuito provoca sea redituable a todos los segmentos de la cadena de valor. No sólo a los dueños del capital, también a los que consumen sus producciones. Que el proceso sea virtuoso y no vicioso. De orientar todos los dispositivos del Estado a trabajar por la reindustrialización del país, se trata. Pero no para aumentar las utilidades de los capitalistas en desmedro de las mayorías populares, sino para alcanzar un desarrollo suficientemente sólido, socialmente parejo y económicamente sustentable. Y esto sí es novedoso, aun bajo el corsé que impone el capitalismo periférico de esta parte sur del mundo, después de la tierra baldía en que se transformó la región tras 30 años de consecuentes políticas neoliberales.
Guillermo Moreno lo sabe especialmente: no tiene ningún destino el país, ni siquiera bajo un halo de capitalismo serio, si el barco lo conducen aquellos que piensan únicamente en sus dividendos. De ahí que la forma que asuma en estos tiempos esa vieja batalla por la sociedad de iguales sea la del Estado (o la democracia), sus leyes más transformadoras, más desafiantes del orden económico y cultural que dejó sembrado como peste el neoliberalismo, contra las corporaciones que siguen clamando por él. Cuando ese progresismo berreta, que siempre tira para atrás, le objeta autoritarismo al proyecto nacional, una intención hegemónica y su tono confrontativo, no hace sino confirmar sus rasgos más progresivos. No sucedía algo igual en el país desde los años del primer peronismo. A pesar de haber entrado en puntas de pie a la Casa Rosada, el kirchnerismo tuvo el mérito histórico de encender las luces todas juntas y en un mismo instante, y comenzar a gritar en plena madrugada. No le quedó otra que enfrentar, pelearse en voz alta, desafiar. Sus rivales fueron los militares, la Iglesia, los grupos económicos, los jerarcas mediáticos, y todos ellos juntos al mismo tiempo: el Poder Judicial. Lo sigue siendo.
claro,valiente y certero.