Por Mempo Giardinelli
El fin de semana pasado, tal como otras veces, fuimos a llevar mercaderías diversas junto con libros, mapas y útiles escolares a tres modestas escuelas de El Impenetrable, a 500 kilómetros de Resistencia. Ahí se educan niños de comunidades wichís (Nueva Población y Paraje La Armonía) y qom (Parajes San Agustín y El Toroltay). Y una vez más esta experiencia, que se repite varias veces por año desde hace años, me brindó enseñanzas asombrosas, una de las cuales bien harían en evaluar algunos empresarios argentinos.
Una de ellas refiere al potencial económico de la harina de algarrobo, árbol que está siendo talado de manera brutal, día a día y hora a hora, en todo el Nordeste, para vender la madera en rollizos a 300 pesos la tonelada. Lo que no sólo es un crimen ambiental sino también una soberana estupidez porque cada ejemplar puede producir hasta 50 kilos de harina, sana, nutritiva y exquisita, y el precio de la harina ronda también los 300… dólares por tonelada. Y cada árbol sigue produciendo todos los años.
El potencial del algarrobo es enorme, y su fruto, una vaina azucarada, sirve de alimento a animales y personas porque es rica en sacarosa, glucosa, fructosa, fibra, vitaminas C y E, minerales, potasio, carbohidratos y proteínas. Y da también una exquisita miel vegetal. Por eso los antiguos americanos lo llamaban “árbol de la vida”. Y más o menos lo mismo sucede con el mistol, cuyo fruto es un sucedáneo del café, y se utiliza en dietética por su valor nutritivo. Parecidas virtudes tienen el chañar y otros árboles que abundan en El Impenetrable. Aunque el colmo del absurdo es el palosanto, que desde el siglo XIX es considerado el ébano americano y una de las maderas más lujosas y caras del mundo. ¿Y qué se hace en la Argentina con los palosantos que todavía quedan en Salta y el Chaco? Se los vende a China en rollizos brutos. ¿Y qué hacen en China con nuestros palosantos? Elaboran los más finos pisos de parqué para transatlánticos y yates de lujo. Mientras acá nos estamos quedando sin palosantos, árbol que necesita entre 100 y 150 años para desarrollarse.
Uno no puede dejar de preguntarse por qué son tan limitados los empresarios argentinos. El comportamiento de la gran mayoría de los cuales es, por lo menos, ofensivo para la inteligencia. La cual suele faltar también, está claro, en el estilo patotero de los burócratas sindicales que suelen sentarse del otro lado de las mesas, sí que también en algunas decisiones del Gobierno y prácticamente en todas las de la oposición.
Quizás por eso los muchos y plausibles méritos del kirchnerismo –que no pueden ser negados ni por la oposición más necia– obligan a puntualizar sus yerros en algunas áreas.
Desde ya que muchos lectores pensarán que no ha llegado el tiempo de hacer estos balances, pero habemos muchos ciudadanos convencidos de que ese tiempo en realidad nunca llega, porque es y debe ser una constante. El señalamiento de errores a la par de aciertos, sobre todo cuando se hace de buena leche, es una práctica que bueno sería popularizar en esta república.
Dicho sea todo lo anterior porque no somos pocos los que pensamos que el oficialismo, aun con las mejores intenciones, suele meter la pata cuando se lanza con infantil entusiasmo a acciones poco o mal pensadas, como el pésimo tratamiento del tema Fayt, que sólo está sirviendo para victimizarlo.
Y es que no es constitucional que el Congreso disponga el examen psicofísico de un ministro de la Corte Suprema de Justicia sin promover antes su juicio político. Lo dijo –mejor– Horacio Verbitsky en este diario, pero lo cierto es que todo lo que se intente no dejará de ser un disparate jurídico voluntarista. Que incluso le está sirviendo en bandeja al siempre gracioso, patético y contradictorio circo opositor una nueva oportunidad de inventar un mártir. Es así como ayer glorificaron a un fiscal que hoy es evidente que no hubiera superado un mínimo examen moral, y ahora se excitan con esta especie de “Fayt somos todos” que los lleva a reclamar cautelares para “proteger” al provecto y casi centenario juez.
La locura parece generalizarse en la política nacional, lo que de ninguna manera puede ser motivo de alegría para la democracia.
Sobre todo porque en estos tiempos se están manifestando a la vez cuatro condiciones fuertemente nocivas para esta república: a) el oficialismo mete la pata cada dos por tres y no importa si con las mejores intenciones; b) la oposición es incapaz de sensatez alguna y por eso, de hecho, son los responsables de la parálisis en que está sumida la CSJ; c) las burocracias sindicales continúan su escalada de golpismo (consciente o inconsciente) ahora llamando a un absurdo paro nacional debido a un supuesto, autofogoneado “creciente malestar” gremial; y d) la cada vez más peligrosa agresividad de Clarín y La Nación, ya convertidos, sin eufemismos, en el principal poder acosador del Gobierno, e incluso de la democracia misma.
El fin de semana pasado, tal como otras veces, fuimos a llevar mercaderías diversas junto con libros, mapas y útiles escolares a tres modestas escuelas de El Impenetrable, a 500 kilómetros de Resistencia. Ahí se educan niños de comunidades wichís (Nueva Población y Paraje La Armonía) y qom (Parajes San Agustín y El Toroltay). Y una vez más esta experiencia, que se repite varias veces por año desde hace años, me brindó enseñanzas asombrosas, una de las cuales bien harían en evaluar algunos empresarios argentinos.
Una de ellas refiere al potencial económico de la harina de algarrobo, árbol que está siendo talado de manera brutal, día a día y hora a hora, en todo el Nordeste, para vender la madera en rollizos a 300 pesos la tonelada. Lo que no sólo es un crimen ambiental sino también una soberana estupidez porque cada ejemplar puede producir hasta 50 kilos de harina, sana, nutritiva y exquisita, y el precio de la harina ronda también los 300… dólares por tonelada. Y cada árbol sigue produciendo todos los años.
El potencial del algarrobo es enorme, y su fruto, una vaina azucarada, sirve de alimento a animales y personas porque es rica en sacarosa, glucosa, fructosa, fibra, vitaminas C y E, minerales, potasio, carbohidratos y proteínas. Y da también una exquisita miel vegetal. Por eso los antiguos americanos lo llamaban “árbol de la vida”. Y más o menos lo mismo sucede con el mistol, cuyo fruto es un sucedáneo del café, y se utiliza en dietética por su valor nutritivo. Parecidas virtudes tienen el chañar y otros árboles que abundan en El Impenetrable. Aunque el colmo del absurdo es el palosanto, que desde el siglo XIX es considerado el ébano americano y una de las maderas más lujosas y caras del mundo. ¿Y qué se hace en la Argentina con los palosantos que todavía quedan en Salta y el Chaco? Se los vende a China en rollizos brutos. ¿Y qué hacen en China con nuestros palosantos? Elaboran los más finos pisos de parqué para transatlánticos y yates de lujo. Mientras acá nos estamos quedando sin palosantos, árbol que necesita entre 100 y 150 años para desarrollarse.
Uno no puede dejar de preguntarse por qué son tan limitados los empresarios argentinos. El comportamiento de la gran mayoría de los cuales es, por lo menos, ofensivo para la inteligencia. La cual suele faltar también, está claro, en el estilo patotero de los burócratas sindicales que suelen sentarse del otro lado de las mesas, sí que también en algunas decisiones del Gobierno y prácticamente en todas las de la oposición.
Quizás por eso los muchos y plausibles méritos del kirchnerismo –que no pueden ser negados ni por la oposición más necia– obligan a puntualizar sus yerros en algunas áreas.
Desde ya que muchos lectores pensarán que no ha llegado el tiempo de hacer estos balances, pero habemos muchos ciudadanos convencidos de que ese tiempo en realidad nunca llega, porque es y debe ser una constante. El señalamiento de errores a la par de aciertos, sobre todo cuando se hace de buena leche, es una práctica que bueno sería popularizar en esta república.
Dicho sea todo lo anterior porque no somos pocos los que pensamos que el oficialismo, aun con las mejores intenciones, suele meter la pata cuando se lanza con infantil entusiasmo a acciones poco o mal pensadas, como el pésimo tratamiento del tema Fayt, que sólo está sirviendo para victimizarlo.
Y es que no es constitucional que el Congreso disponga el examen psicofísico de un ministro de la Corte Suprema de Justicia sin promover antes su juicio político. Lo dijo –mejor– Horacio Verbitsky en este diario, pero lo cierto es que todo lo que se intente no dejará de ser un disparate jurídico voluntarista. Que incluso le está sirviendo en bandeja al siempre gracioso, patético y contradictorio circo opositor una nueva oportunidad de inventar un mártir. Es así como ayer glorificaron a un fiscal que hoy es evidente que no hubiera superado un mínimo examen moral, y ahora se excitan con esta especie de “Fayt somos todos” que los lleva a reclamar cautelares para “proteger” al provecto y casi centenario juez.
La locura parece generalizarse en la política nacional, lo que de ninguna manera puede ser motivo de alegría para la democracia.
Sobre todo porque en estos tiempos se están manifestando a la vez cuatro condiciones fuertemente nocivas para esta república: a) el oficialismo mete la pata cada dos por tres y no importa si con las mejores intenciones; b) la oposición es incapaz de sensatez alguna y por eso, de hecho, son los responsables de la parálisis en que está sumida la CSJ; c) las burocracias sindicales continúan su escalada de golpismo (consciente o inconsciente) ahora llamando a un absurdo paro nacional debido a un supuesto, autofogoneado “creciente malestar” gremial; y d) la cada vez más peligrosa agresividad de Clarín y La Nación, ya convertidos, sin eufemismos, en el principal poder acosador del Gobierno, e incluso de la democracia misma.