La única llamada que atendió Elisa Carrió el martes, cuando la operaron del corazón, fue la de Anita, histórica secretaria de Mauricio Macri. Recibió los saludos afectuosos del Presidente y su deseo de pronta recuperación. Carrió le pidió que transmitiera su agradecimiento a Macri por haber suspendido el lanzamiento de la mesa nacional de Cambiemos hasta que ella estuviese en condiciones de ocupar su lugar.
Cuando en el verano de 2015 establecieron su alianza estratégica –al final victoriosa– Lilita le avisó a Mauricio: “Yo te voy a ayudar diciéndote la verdad”. Se la dijo unas cuantas veces, en privado. Y algunas de esas también las dijo en público, sólo que avisando antes. Ella se comporta como una dama, Macri es un caballero y entre los dos han sabido hasta acá timonear las tormentas.
“Lilita se siente parte del gobierno”, dicen quienes más la conocen. Es una definición clave, que va más allá de una relación ciclotímica. Ella agita los temas de corrupción e independencia judicial. Va a fondo contra las prácticas turbias en la Aduana y la vieja SIDE. Tiene diferencias con el Presidente, pero hablan seguido y se mantiene el compromiso. Macri piensa que siempre es mejor tener a Carrió de su lado que enfrente, aunque la dama pueda ser impredecible.
La Casa Rosada cuida las formas institucionales. Marcos Peña y el ministro Rogelio Frigerio siguen el día a día con el diputado Fernando Sánchez, jefe del bloque de la Coalición Cívica. Y para el armado político de la mesa de Cambiemos hablaron con Maricel Etchecoin, la presidenta del partido.
Otra definición de un allegado a Carrió, que apuntala su libertad de opinión: “Ella no pide un cargo cada vez que habla con el Gobierno, pero hay otros que piden desde embajadores hasta ascensoristas”. Dedo en la llaga con destino inequívoco: el radicalismo.
La convivencia de Carrió con sus antiguos correligionarios resulta bastante complicada. Ya se cruzó fuerte con Ernesto Sanz, el referente radical que completa el triángulo fundamental de Cambiemos. Pero sus desacuerdos no son personalizados, sino que apuntan a la forma de hacer política del radicalismo. En este punto, premeditada o no, tiene una coincidencia de mirada con el PRO.
Macri habla de “estilos y velocidades diferentes” con los radicales que están en el Gobierno. Pero algunos funcionarios importantes, manteniendo su nombre en reserva, son bastante más cáusticos.
Sostienen que los ministros y secretarios radicales piensan a veces más en la situación política de sus provincias que en la gestión. Que eso no les facilita seguir el ritmo duro de trabajo cotidiano. Y que no sería de extrañar que algunos el año próximo dejen el puesto para ser candidatos en su territorio, como Ricardo Buryaile (Agricultura) en Formosa o Julio Martínez (Defensa) en La Rioja. Igual, juran que es decisión del Presidente mantener el cupo de radicales en el Gabinete, sea en esos u otros ministerios.
Justo es decirlo: al resquemor que transpiran los funcionarios macristas le corresponde con creces una calentura radical de aquellas, apoyada en su escasa participación en las decisiones y en el modelo macrista de relación con la sociedad.
La bronca mayor es con Jaime Durán Barba y su discurso de desvaloración de la política. El propio Sanz había declarado que “el Gobierno se equivocó por seguir a Durán Barba”. Y sostuvo, entrevistado por María Laura Santillán, que “la política no es seguidismo de encuestas”.
Es más fácil enojarse con el consultor ecuatoriano que con Peña o el propio Macri. Siempre es buena una guerra de baja intensidad para evitar la conflagración mayor. Pero eso no disminuye los ardores.
“Los radicales no estamos dispuestos a pasar del populismo en la Plaza o los balcones interiores de la Casa Rosada a un populismo 2.0 en las redes sociales”, se enfervoriza un correligionario con funciones de gobierno y firme defensor de Cambiemos.
Esta situación, aún mantenida en sordina, inquieta al Gobierno y lo lleva a hacer repetidos gestos de concordia para evitar desbordes imprudentes.
Funcionarios de la Casa Rosada viajaron por el interior para aceitar la relación con radicalismos provinciales como el de Córdoba, que sospecha –con bastante razón– que la alianza que más cuida Macri allí es la que estableció con el gobernador peronista Juan Schiaretti.
El macrismo busca calmar a los radicales en un punto neurálgico: les asegura que el coqueteo actual con gobernadores e intendentes peronistas podría derivar en algunas formas de acuerdo electoral el año que viene, pero que la composición de Cambiemos no se modificará para incluir componentes orgánicos del peronismo.
José Corral, el presidente del Comité Nacional de la UCR, es intendente de Santa Fe. En ese doble carácter encabeza el reclamo para que las provincias giren los fondos de coparticipación a los municipios. Dentro del radicalismo suelen cuestionarle que sus mayores esfuerzos están puestos en la gestión municipal, relegando lo partidario. Algo parecido piensan en el Gobierno, y dicen que es por experiencia propia. Cada semana Corral es recibido en la Casa Rosada como titular del radicalismo junto a los jefes de los bloques de diputados y senadores, Mario Negri y Angel Rozas.
Los radicales en el Congreso reivindican su defensa de la gestión de Macri. “Si hubiéramos tenido otro comportamiento el Gobierno hubiese pasado momentos muy complicados”, asegura Negri. “Las felicitaciones por Twitter no alcanzan”, rezonga, refiriéndose a los mensajes que les ha mandado Macri cuando consiguieron aprobar las leyes más sensibles.
Protestan los radicales porque “falta política” para abordar los problemas a través del Congreso o los partidos. Saben que Macri descree de todo eso. Y se quejan porque “cuando pedimos más participación Peña nos contesta que tenemos tres ministerios”.
Ellos quieren estar en la mesa chica de las decisiones. Y aunque lo aprecian y respetan, dicen que Sanz no representa a la UCR sino que está allí por su relación personal con el Presidente.
Si ese es el tono de la queja hacia afuera, fácil es deducir que en la interna –su hábitat favorito– los radicales amagan con módicas carnicerías. Uno de los que saca a la luz pública esas discusiones es Juan Manuel Casella, histórico referente bonaerense.
En el tradicional almuerzo que organiza el Grupo Progreso de José Bielicki, Casella había dicho que en la relación con Macri “el radicalismo no corrige, sólo consiente”. Esta semana difundió una carta a sus correligionarios, preguntándose si alguien sabía “cómo defienden los dirigentes radicales la identidad y autonomía partidaria frente a la cofradía dirigencial del PRO”.
Estas expresiones recogen adhesión entre muchos radicales. Pero la corriente mayoritaria se inclina a conservar la alianza con el macrismo, planteando sus debates. Están de por medio, entre otros asuntos, aquellas efectividades conducentes de las que hablaba Hipólito Yrigoyen. Cuando se lo alcanza, el poder suele ser un imán irresistible.
En el Gobierno sostienen que la relación con los tres gobernadores y los más de 450 intendentes del radicalismo es buena. Pero apuntan como un problema la falta de un liderazgo neto en la UCR, lo que fortalece el espíritu deliberativo que está en la mejor tradición partidaria.
En la Casa Rosada perciben como único jefe respetado por todos los radicales al gobernador de Jujuy, Gerardo Morales. Pero bastante tiene con su provincia y no interviene por ahora en el juego nacional. Así, cierta forma de ordenamiento termina bajando desde el Gobierno.
En la provincia de Buenos Aires, por presión de María Eugenia Vidal se llegó a un acuerdo para que el vicegobernador Daniel Salvador sea presidente de la UCR. La secretaría general, el otro puesto clave partidario, fue para Maxi Abad, joven dirigente marplatense. Salvador y Abad responden a Sanz. Quedó desplazado del manejo partidario el sector de Ricardo Alfonsín, enviado al Comité Nacional, y el mencionado Casella.
Otra incógnita de la relación radicales-PRO está en la Capital. En 2015, la UCR y Carrió se aliaron para apoyar a Martín Lousteau como jefe de Gobierno. Al final le ganó por un suspiro Horacio Rodríguez Larreta. Después, Macri nombró a Lousteau embajador en los Estados Unidos. El ahora diplomático tiene varias cartas en su mazo para cuando termine su misión en Washington: volver a competir en 2019 por el gobierno de la Ciudad o, antes, tener un lugar destacado en el gabinete de Macri.
Por de pronto el martes próximo Emiliano Yacobitti, presidente de la UCR porteña, será orador junto a Lousteau en el acto de homenaje a los 100 años del día en que Yrigoyen asumió su primera presidencia.
Para los radicales, siempre una inmersión en su historia estimula y sienta bien.
Cuando en el verano de 2015 establecieron su alianza estratégica –al final victoriosa– Lilita le avisó a Mauricio: “Yo te voy a ayudar diciéndote la verdad”. Se la dijo unas cuantas veces, en privado. Y algunas de esas también las dijo en público, sólo que avisando antes. Ella se comporta como una dama, Macri es un caballero y entre los dos han sabido hasta acá timonear las tormentas.
“Lilita se siente parte del gobierno”, dicen quienes más la conocen. Es una definición clave, que va más allá de una relación ciclotímica. Ella agita los temas de corrupción e independencia judicial. Va a fondo contra las prácticas turbias en la Aduana y la vieja SIDE. Tiene diferencias con el Presidente, pero hablan seguido y se mantiene el compromiso. Macri piensa que siempre es mejor tener a Carrió de su lado que enfrente, aunque la dama pueda ser impredecible.
La Casa Rosada cuida las formas institucionales. Marcos Peña y el ministro Rogelio Frigerio siguen el día a día con el diputado Fernando Sánchez, jefe del bloque de la Coalición Cívica. Y para el armado político de la mesa de Cambiemos hablaron con Maricel Etchecoin, la presidenta del partido.
Otra definición de un allegado a Carrió, que apuntala su libertad de opinión: “Ella no pide un cargo cada vez que habla con el Gobierno, pero hay otros que piden desde embajadores hasta ascensoristas”. Dedo en la llaga con destino inequívoco: el radicalismo.
La convivencia de Carrió con sus antiguos correligionarios resulta bastante complicada. Ya se cruzó fuerte con Ernesto Sanz, el referente radical que completa el triángulo fundamental de Cambiemos. Pero sus desacuerdos no son personalizados, sino que apuntan a la forma de hacer política del radicalismo. En este punto, premeditada o no, tiene una coincidencia de mirada con el PRO.
Macri habla de “estilos y velocidades diferentes” con los radicales que están en el Gobierno. Pero algunos funcionarios importantes, manteniendo su nombre en reserva, son bastante más cáusticos.
Sostienen que los ministros y secretarios radicales piensan a veces más en la situación política de sus provincias que en la gestión. Que eso no les facilita seguir el ritmo duro de trabajo cotidiano. Y que no sería de extrañar que algunos el año próximo dejen el puesto para ser candidatos en su territorio, como Ricardo Buryaile (Agricultura) en Formosa o Julio Martínez (Defensa) en La Rioja. Igual, juran que es decisión del Presidente mantener el cupo de radicales en el Gabinete, sea en esos u otros ministerios.
Justo es decirlo: al resquemor que transpiran los funcionarios macristas le corresponde con creces una calentura radical de aquellas, apoyada en su escasa participación en las decisiones y en el modelo macrista de relación con la sociedad.
La bronca mayor es con Jaime Durán Barba y su discurso de desvaloración de la política. El propio Sanz había declarado que “el Gobierno se equivocó por seguir a Durán Barba”. Y sostuvo, entrevistado por María Laura Santillán, que “la política no es seguidismo de encuestas”.
Es más fácil enojarse con el consultor ecuatoriano que con Peña o el propio Macri. Siempre es buena una guerra de baja intensidad para evitar la conflagración mayor. Pero eso no disminuye los ardores.
“Los radicales no estamos dispuestos a pasar del populismo en la Plaza o los balcones interiores de la Casa Rosada a un populismo 2.0 en las redes sociales”, se enfervoriza un correligionario con funciones de gobierno y firme defensor de Cambiemos.
Esta situación, aún mantenida en sordina, inquieta al Gobierno y lo lleva a hacer repetidos gestos de concordia para evitar desbordes imprudentes.
Funcionarios de la Casa Rosada viajaron por el interior para aceitar la relación con radicalismos provinciales como el de Córdoba, que sospecha –con bastante razón– que la alianza que más cuida Macri allí es la que estableció con el gobernador peronista Juan Schiaretti.
El macrismo busca calmar a los radicales en un punto neurálgico: les asegura que el coqueteo actual con gobernadores e intendentes peronistas podría derivar en algunas formas de acuerdo electoral el año que viene, pero que la composición de Cambiemos no se modificará para incluir componentes orgánicos del peronismo.
José Corral, el presidente del Comité Nacional de la UCR, es intendente de Santa Fe. En ese doble carácter encabeza el reclamo para que las provincias giren los fondos de coparticipación a los municipios. Dentro del radicalismo suelen cuestionarle que sus mayores esfuerzos están puestos en la gestión municipal, relegando lo partidario. Algo parecido piensan en el Gobierno, y dicen que es por experiencia propia. Cada semana Corral es recibido en la Casa Rosada como titular del radicalismo junto a los jefes de los bloques de diputados y senadores, Mario Negri y Angel Rozas.
Los radicales en el Congreso reivindican su defensa de la gestión de Macri. “Si hubiéramos tenido otro comportamiento el Gobierno hubiese pasado momentos muy complicados”, asegura Negri. “Las felicitaciones por Twitter no alcanzan”, rezonga, refiriéndose a los mensajes que les ha mandado Macri cuando consiguieron aprobar las leyes más sensibles.
Protestan los radicales porque “falta política” para abordar los problemas a través del Congreso o los partidos. Saben que Macri descree de todo eso. Y se quejan porque “cuando pedimos más participación Peña nos contesta que tenemos tres ministerios”.
Ellos quieren estar en la mesa chica de las decisiones. Y aunque lo aprecian y respetan, dicen que Sanz no representa a la UCR sino que está allí por su relación personal con el Presidente.
Si ese es el tono de la queja hacia afuera, fácil es deducir que en la interna –su hábitat favorito– los radicales amagan con módicas carnicerías. Uno de los que saca a la luz pública esas discusiones es Juan Manuel Casella, histórico referente bonaerense.
En el tradicional almuerzo que organiza el Grupo Progreso de José Bielicki, Casella había dicho que en la relación con Macri “el radicalismo no corrige, sólo consiente”. Esta semana difundió una carta a sus correligionarios, preguntándose si alguien sabía “cómo defienden los dirigentes radicales la identidad y autonomía partidaria frente a la cofradía dirigencial del PRO”.
Estas expresiones recogen adhesión entre muchos radicales. Pero la corriente mayoritaria se inclina a conservar la alianza con el macrismo, planteando sus debates. Están de por medio, entre otros asuntos, aquellas efectividades conducentes de las que hablaba Hipólito Yrigoyen. Cuando se lo alcanza, el poder suele ser un imán irresistible.
En el Gobierno sostienen que la relación con los tres gobernadores y los más de 450 intendentes del radicalismo es buena. Pero apuntan como un problema la falta de un liderazgo neto en la UCR, lo que fortalece el espíritu deliberativo que está en la mejor tradición partidaria.
En la Casa Rosada perciben como único jefe respetado por todos los radicales al gobernador de Jujuy, Gerardo Morales. Pero bastante tiene con su provincia y no interviene por ahora en el juego nacional. Así, cierta forma de ordenamiento termina bajando desde el Gobierno.
En la provincia de Buenos Aires, por presión de María Eugenia Vidal se llegó a un acuerdo para que el vicegobernador Daniel Salvador sea presidente de la UCR. La secretaría general, el otro puesto clave partidario, fue para Maxi Abad, joven dirigente marplatense. Salvador y Abad responden a Sanz. Quedó desplazado del manejo partidario el sector de Ricardo Alfonsín, enviado al Comité Nacional, y el mencionado Casella.
Otra incógnita de la relación radicales-PRO está en la Capital. En 2015, la UCR y Carrió se aliaron para apoyar a Martín Lousteau como jefe de Gobierno. Al final le ganó por un suspiro Horacio Rodríguez Larreta. Después, Macri nombró a Lousteau embajador en los Estados Unidos. El ahora diplomático tiene varias cartas en su mazo para cuando termine su misión en Washington: volver a competir en 2019 por el gobierno de la Ciudad o, antes, tener un lugar destacado en el gabinete de Macri.
Por de pronto el martes próximo Emiliano Yacobitti, presidente de la UCR porteña, será orador junto a Lousteau en el acto de homenaje a los 100 años del día en que Yrigoyen asumió su primera presidencia.
Para los radicales, siempre una inmersión en su historia estimula y sienta bien.