Foto: Archivo
Son jóvenes políticos. Son agrupaciones emblemáticas de la política argentina. Tienen una relación estratégica con el poder. Sus líderes se apoyaron en su energía para gobernar la Argentina, pero una buena parte de la sociedad les dio la espalda.
La Cámpora y la Coordinadora. En distintos contextos históricos, estas agrupaciones juveniles todavía dejan su huella en la política nacional. Bajo el mando de Cristina Kirchner y de Raúl Alfonsín, se adueñaron del protagonismo mediático, desplazaron a dirigentes de larga trayectoria y ocuparon lugares clave.
Algunos de sus referentes, intelectuales e historiadores consultados por LA NACION revelaron que existen más diferencias que similitudes entre las experiencias alfonsinistas y kirchneristas. Pero coincidieron en marcar dos elementos en común: la cercanía del poder y un creciente proceso de «demonización».
La Coordinadora radical nació en 1968, cuando el país estaba bajo el régimen militar de Juan Carlos Onganía. Con la intención de recuperar la mística partidaria perdida tras el derrocamiento de Arturo Illia, Luis «Changui» Cáceres y Leopoldo Moreau fueron los convocantes de los primeros encuentros. Con el paso del tiempo se sumaron dirigentes que hicieron historia en la UCR, como Federico Storani, Enrique Nosiglia, Ramón Mestre, Jesús Rodríguez, Mario Losada, Marcelo Stubrin y Facundo Suárez Lastra, entre otros.
Foto 1 de 7
«Una revolución democrática» era la consiga en los 70, cuando la mayoría de los jóvenes elegían las armas para enfrentar al poder. La vía para conseguir ese objetivo tenía nombre y apellido: Raúl Alfonsín. Junto al ex presidente, superaron a los herederos de Balbín en la interna y sorprendieron al peronismo en las primeras elecciones de la democracia.
Treinta años después, Néstor Kirchner fue electo presidente. En ese 2003, Máximo Kirchner decidió dar el primer paso para conformar La Cámpora. Enseguida, en pleno avance sobre la reivindicación de los derechos humanos, nació su primer liderazgo público: el hijo de desaparecidos Juan Cabandié.
Pero el crecimiento de La Cámpora se aceleró durante la gestión de Cristina Kirchner. En esa etapa se multiplicaron los lazos con el poder. Dirigentes como Mariano Recalde, Andrés Larroque, Eduardo de Pedro, José Ottavis, Iván Heyn y Axel Kicillof accedieron a cargos públicos de importancia estratégica. Con la muerte de Kirchner su fuerza se terminó de consolidar: canalizó los deseos militantes de miles de jóvenes simpatizantes del kirchnerismo.
¿Opositores u oficialistas?
«No hay similitudes posibles. La Coordinadora nació proscripta. Desafiaron a la ley porque los partidos políticos habían sido disueltos por Onganía. No eran oficialistas, eran bien opositores», sostuvo Oscar Muiño, autor del libro La otra juventud, la historia completa de la agrupación.
Según Muiño, la financiación económica también los diferencia: «La Coordinadora no tenía recursos, porque ni los militantes mayores podían ayudarlos, porque los comités radicales estaban tomados por los militares».
LA NACION intentó hablar con varios referentes de La Cámpora, pero se negaron a participar de esta nota.
«Sobre el final de la gestión de Alfonsín, terminaron siendo un aparato estratégico, que no tiene mucho que ver con la práctica militante», dijo Forster.
Ricardo Forster, académico y miembro de la agrupación Carta Abierta, relativizó las facilidades que se le endilgan a la agrupación kirchnerista: «La Cámpora nace al calor de un proyecto político que llegó al poder con una minoría y comienza a desplegarse con fuerza desde la crisis por la [resolución] 125. Surge en un momento de conflicto y de debilidad del Gobierno».
Forster, intelectual afín al oficialismo, destacó la militancia juvenil y su consecuente desembarco en cargos de gobierno, pero atacó a la Coordinadora: «Sobre el final de la gestión de Alfonsín, terminaron siendo un aparato estratégico, que no tiene mucho que ver con la práctica militante sino con la manipulación de las aristas. Iniciaron un proceso de decadencia y culmina convirtiéndolos en operadores políticos, de negocios y estrategas de otro calibre».
Consultado por LA NACION, Moreau fue más diplomático: «Ellos son hijos de la democracia; nosotros tuvimos que desarrollar la militancia con regímenes autoritarios. Eso no los hace ni mejores ni peores».
«Monjes negros»
Más allá de las diferencias, las agrupaciones comparten un fenómeno social: la demonización. Un halo de misterio en su accionar y sus consecuentes repercusiones mediáticas fueron clave para generar la imagen negativa. Cuando la Coordinadora sumó cargos apareció su demonización. «Los Montoneros de Alfonsín», tituló la revista Somos en referencia a la Coordinadora, antes de que «El Coti» Nosiglia ocupara el Ministerio del Interior y Jesús Rodríguez fuera titular de Economía.
«Lo que funcionaba mal del gobierno de Alfonsín era culpa de la Coordinadora. Todos los males del gobierno de Alfonsín era responsabilidad de este grupo de desconocidos», señaló Muiño. Y apuntó al desconocimiento público como el motivo de sospecha. «La gente se imaginaba monjes negros que operan en la sombra para perjudicar a un líder [Alfonsín] con gran aceptación. Pero era exactamente al revés: eran la guardia napoleónica de Alfonsín», explicó el escritor.
Con el impulso electoral de Cristina Kirchner, La Cámpora aspira a formar un minibloque en el Congreso de unos 10 diputados
Más de 30 años después, Moreau no cree que la Coordinadora haya superado su «demonización». «No sé si la superamos. Nosotros corporificábamos la transformación y eso le molestaba a distintos sectores. Nos acusaron de cualquier cosa, hasta dijeron que teníamos contacto con el terrorismo», recuerda el histórico dirigente de la UCR.
Forster repudió «la lógica del prejuicio» por la que se enjuicia a los jóvenes militantes que están cerca del poder y consideró «saludable» que sean tenidos en cuenta para ocupar cargos estratégicos en el Gobierno. «Sospechan de La Cámpora como si fuera una organización masónica, por eso la terminan demonizando. No parece muy distinto a lo que sucedió con la Coordinadora», argumentó.
El futuro de La Cámpora también podría verse reflejado en lo que sucedió a mediados de los 80. Ubicados en comisiones estratégicas y con fuerte poder en el bloque de la UCR, La Coordinadora era la voz del alfonsinismo en el Congreso.
A eso aspiran los jóvenes K, que gracias al impulso electoral de Cristina Kirchner pretenden colocar unos 10 diputados. Sueñan con ser la espada de la Presidenta en el Congreso y hasta se imaginan un minibloque propio dentro del Frente para la Victoria..
Son jóvenes políticos. Son agrupaciones emblemáticas de la política argentina. Tienen una relación estratégica con el poder. Sus líderes se apoyaron en su energía para gobernar la Argentina, pero una buena parte de la sociedad les dio la espalda.
La Cámpora y la Coordinadora. En distintos contextos históricos, estas agrupaciones juveniles todavía dejan su huella en la política nacional. Bajo el mando de Cristina Kirchner y de Raúl Alfonsín, se adueñaron del protagonismo mediático, desplazaron a dirigentes de larga trayectoria y ocuparon lugares clave.
Algunos de sus referentes, intelectuales e historiadores consultados por LA NACION revelaron que existen más diferencias que similitudes entre las experiencias alfonsinistas y kirchneristas. Pero coincidieron en marcar dos elementos en común: la cercanía del poder y un creciente proceso de «demonización».
La Coordinadora radical nació en 1968, cuando el país estaba bajo el régimen militar de Juan Carlos Onganía. Con la intención de recuperar la mística partidaria perdida tras el derrocamiento de Arturo Illia, Luis «Changui» Cáceres y Leopoldo Moreau fueron los convocantes de los primeros encuentros. Con el paso del tiempo se sumaron dirigentes que hicieron historia en la UCR, como Federico Storani, Enrique Nosiglia, Ramón Mestre, Jesús Rodríguez, Mario Losada, Marcelo Stubrin y Facundo Suárez Lastra, entre otros.
Foto 1 de 7
«Una revolución democrática» era la consiga en los 70, cuando la mayoría de los jóvenes elegían las armas para enfrentar al poder. La vía para conseguir ese objetivo tenía nombre y apellido: Raúl Alfonsín. Junto al ex presidente, superaron a los herederos de Balbín en la interna y sorprendieron al peronismo en las primeras elecciones de la democracia.
Treinta años después, Néstor Kirchner fue electo presidente. En ese 2003, Máximo Kirchner decidió dar el primer paso para conformar La Cámpora. Enseguida, en pleno avance sobre la reivindicación de los derechos humanos, nació su primer liderazgo público: el hijo de desaparecidos Juan Cabandié.
Pero el crecimiento de La Cámpora se aceleró durante la gestión de Cristina Kirchner. En esa etapa se multiplicaron los lazos con el poder. Dirigentes como Mariano Recalde, Andrés Larroque, Eduardo de Pedro, José Ottavis, Iván Heyn y Axel Kicillof accedieron a cargos públicos de importancia estratégica. Con la muerte de Kirchner su fuerza se terminó de consolidar: canalizó los deseos militantes de miles de jóvenes simpatizantes del kirchnerismo.
¿Opositores u oficialistas?
«No hay similitudes posibles. La Coordinadora nació proscripta. Desafiaron a la ley porque los partidos políticos habían sido disueltos por Onganía. No eran oficialistas, eran bien opositores», sostuvo Oscar Muiño, autor del libro La otra juventud, la historia completa de la agrupación.
Según Muiño, la financiación económica también los diferencia: «La Coordinadora no tenía recursos, porque ni los militantes mayores podían ayudarlos, porque los comités radicales estaban tomados por los militares».
LA NACION intentó hablar con varios referentes de La Cámpora, pero se negaron a participar de esta nota.
«Sobre el final de la gestión de Alfonsín, terminaron siendo un aparato estratégico, que no tiene mucho que ver con la práctica militante», dijo Forster.
Ricardo Forster, académico y miembro de la agrupación Carta Abierta, relativizó las facilidades que se le endilgan a la agrupación kirchnerista: «La Cámpora nace al calor de un proyecto político que llegó al poder con una minoría y comienza a desplegarse con fuerza desde la crisis por la [resolución] 125. Surge en un momento de conflicto y de debilidad del Gobierno».
Forster, intelectual afín al oficialismo, destacó la militancia juvenil y su consecuente desembarco en cargos de gobierno, pero atacó a la Coordinadora: «Sobre el final de la gestión de Alfonsín, terminaron siendo un aparato estratégico, que no tiene mucho que ver con la práctica militante sino con la manipulación de las aristas. Iniciaron un proceso de decadencia y culmina convirtiéndolos en operadores políticos, de negocios y estrategas de otro calibre».
Consultado por LA NACION, Moreau fue más diplomático: «Ellos son hijos de la democracia; nosotros tuvimos que desarrollar la militancia con regímenes autoritarios. Eso no los hace ni mejores ni peores».
«Monjes negros»
Más allá de las diferencias, las agrupaciones comparten un fenómeno social: la demonización. Un halo de misterio en su accionar y sus consecuentes repercusiones mediáticas fueron clave para generar la imagen negativa. Cuando la Coordinadora sumó cargos apareció su demonización. «Los Montoneros de Alfonsín», tituló la revista Somos en referencia a la Coordinadora, antes de que «El Coti» Nosiglia ocupara el Ministerio del Interior y Jesús Rodríguez fuera titular de Economía.
«Lo que funcionaba mal del gobierno de Alfonsín era culpa de la Coordinadora. Todos los males del gobierno de Alfonsín era responsabilidad de este grupo de desconocidos», señaló Muiño. Y apuntó al desconocimiento público como el motivo de sospecha. «La gente se imaginaba monjes negros que operan en la sombra para perjudicar a un líder [Alfonsín] con gran aceptación. Pero era exactamente al revés: eran la guardia napoleónica de Alfonsín», explicó el escritor.
Con el impulso electoral de Cristina Kirchner, La Cámpora aspira a formar un minibloque en el Congreso de unos 10 diputados
Más de 30 años después, Moreau no cree que la Coordinadora haya superado su «demonización». «No sé si la superamos. Nosotros corporificábamos la transformación y eso le molestaba a distintos sectores. Nos acusaron de cualquier cosa, hasta dijeron que teníamos contacto con el terrorismo», recuerda el histórico dirigente de la UCR.
Forster repudió «la lógica del prejuicio» por la que se enjuicia a los jóvenes militantes que están cerca del poder y consideró «saludable» que sean tenidos en cuenta para ocupar cargos estratégicos en el Gobierno. «Sospechan de La Cámpora como si fuera una organización masónica, por eso la terminan demonizando. No parece muy distinto a lo que sucedió con la Coordinadora», argumentó.
El futuro de La Cámpora también podría verse reflejado en lo que sucedió a mediados de los 80. Ubicados en comisiones estratégicas y con fuerte poder en el bloque de la UCR, La Coordinadora era la voz del alfonsinismo en el Congreso.
A eso aspiran los jóvenes K, que gracias al impulso electoral de Cristina Kirchner pretenden colocar unos 10 diputados. Sueñan con ser la espada de la Presidenta en el Congreso y hasta se imaginan un minibloque propio dentro del Frente para la Victoria..