Resistencia 1983, Clorinda 1992, Goya en 1998, las ciudades del noroeste de Buenos Aires en 2001, Santa Fe 2003 y 2007 … Catástrofes urbanas que no nos han enseñado nada.
¿Será que ha llovido más de lo previsible? Posiblemente sea así.
Pero el problema no es el agua. El problema es la sociedad y qué hace para prevenir los efectos negativos de las crecientes.
La situación actual tiene un origen histórico y no climático.
Es el resultado de todas las decisiones políticas tomadas y las acciones económicas realizadas sobre el territorio.
A su vez, las inundaciones de hoy condicionan fuertemente el futuro de muchísimas familias, productores y empresas, poniendo de manifiesto la alta vulnerabilidad social preexistente y generando nuevos factores de incertidumbre sobre el porvenir.
La catástrofe actual ha sido construida socialmente.
No es producto de un sistema natural inmanejable, es el resultado de decisiones políticas, tanto para hacer como para no hacer. Enfocar el problema poniendo el énfasis en lluvias extraordinarias o como efecto del cambio climático es plantear mal el problema y hacer imposible su resolución. Sin embargo, tomando en cuenta el saber acumulado, los cuadros científico-técnicos que tiene el país y el alto compromiso que la gente asume cuando se la convoca, encontramos que los efectos sociales desastrosos de estas inundaciones podrían haberse evitado o, por lo menos, mitigado en gran medida.
Para resolver los problemas que traen las inundaciones no existen soluciones mágicas. Es una cuestión que debe encararse en tiempos largos, y no cuando la catástrofe ya está desencadenada.
Las soluciones ingenieriles son insuficientes. Lo central es la acción social a largo plazo: coordinación, concertación entre distintos niveles territoriales de gestión, entre disciplinas, entre sectores, entre todas aquellas personas que asumen el riesgo.
En definitiva, se trata de prevenir.
El de los desastres es un tema que requiere constancia en el tiempo, políticas de larga duración que permitan ir manejando socialmente el riesgo. Esto es: anticipar los peligros, evaluar la exposición de personas y bienes, tomar en cuenta la vulnerabilidad social y reconocer las incertidumbres emergentes.
El riesgo -pensado en estos términos- no está siendo considerado por las agendas públicas. ¿Hacen falta más muertes para que esto ocurra?
¿Será que ha llovido más de lo previsible? Posiblemente sea así.
Pero el problema no es el agua. El problema es la sociedad y qué hace para prevenir los efectos negativos de las crecientes.
La situación actual tiene un origen histórico y no climático.
Es el resultado de todas las decisiones políticas tomadas y las acciones económicas realizadas sobre el territorio.
A su vez, las inundaciones de hoy condicionan fuertemente el futuro de muchísimas familias, productores y empresas, poniendo de manifiesto la alta vulnerabilidad social preexistente y generando nuevos factores de incertidumbre sobre el porvenir.
La catástrofe actual ha sido construida socialmente.
No es producto de un sistema natural inmanejable, es el resultado de decisiones políticas, tanto para hacer como para no hacer. Enfocar el problema poniendo el énfasis en lluvias extraordinarias o como efecto del cambio climático es plantear mal el problema y hacer imposible su resolución. Sin embargo, tomando en cuenta el saber acumulado, los cuadros científico-técnicos que tiene el país y el alto compromiso que la gente asume cuando se la convoca, encontramos que los efectos sociales desastrosos de estas inundaciones podrían haberse evitado o, por lo menos, mitigado en gran medida.
Para resolver los problemas que traen las inundaciones no existen soluciones mágicas. Es una cuestión que debe encararse en tiempos largos, y no cuando la catástrofe ya está desencadenada.
Las soluciones ingenieriles son insuficientes. Lo central es la acción social a largo plazo: coordinación, concertación entre distintos niveles territoriales de gestión, entre disciplinas, entre sectores, entre todas aquellas personas que asumen el riesgo.
En definitiva, se trata de prevenir.
El de los desastres es un tema que requiere constancia en el tiempo, políticas de larga duración que permitan ir manejando socialmente el riesgo. Esto es: anticipar los peligros, evaluar la exposición de personas y bienes, tomar en cuenta la vulnerabilidad social y reconocer las incertidumbres emergentes.
El riesgo -pensado en estos términos- no está siendo considerado por las agendas públicas. ¿Hacen falta más muertes para que esto ocurra?