Son los trabajadores millonarios, certificaron intelectuales oficialistas sobre los manifestantes convocados ayer por la familia Moyano, una frase que recordó a la de los «piquetes de la abundancia», que la Presidenta hizo famosa, durante el conflicto por la 125.
«Está lejos de ser millonario un trabajador, con dos hijos, que gana 5 mil o 6 mil pesos», retrucó Facundo Moyano, poco antes de empezar el multitudinario acto en la Plaza de Mayo.
«No es el peronismo, es la oligarquía», reforzaba, en eco redoblado, el jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina, siempre dispuesto a quedar bien con su jefa.
Esta semana, el empaste discursivo se lo llevó el paro del camionero
Esta semana, el empaste discursivo se lo llevó el paro del camionero, pero cualquier tema puede ser objeto de un contraste similar entre lo que el Gobierno dice que pasa, y lo que pasa realmente.
Sucedió el lunes 25 de junio en la Legislatura porteña, durante un encuentro de periodistas en el marco de la reciente sanción de la ley 4141, que pone en línea a la ciudad con la conmemoración mundial del Día de la Libertad de Prensa.
«Pero si cualquiera dice cualquier cosa – repite la Presidenta – En este país, nunca hubo tanta libertad». Pese a ello, la conclusión del panel, compuesto por Robert Cox, Pepe Eliaschev, Paulino Rodríguez y Norma Morandini, entre otros, sobrevolaron otros conceptos: surcada por aprietes y múltiples formas de censura indirecta (como la ausencia de conferencias de prensa, por ejemplo), la libertad de prensa está deteriorada en la Argentina.
La realidad cotidiana revela que, lejos de democratizar, lo que el kirchenrismo busca es controlar la palabra
Mientras el oficialismo se enorgullece de haber impulsado la Ley de Medios para multiplicar las voces, la realidad cotidiana revela que, lejos de democratizar, lo que el kirchenrismo busca es controlar la palabra.
Prueba de ello es lo que sucede en los mal llamados medios estatales, donde a sus directivos no les tiembla el pulso a la hora de aplicar la censura directa sobre aquellos temas políticamente inconvenientes para el Gobierno.
La realidad es que, todo aquel que se arriesgue a ejercitar la «libre circulación de la palabra», que había sido «secuestrada», tal como argumentó el Gobierno en el debate por la Ley de Medios, y disienta con lo que piensa la Presidenta, se expondrá a ser fusilado en la web, a través del bullyng cibernético. O bien, a ser «operado» a través de los medios oficiales o paraoficiales, financiados con la pauta pública. El procedimiento de estas «operaciones mediáticas» es, más o menos, siempre el mismo: conectar a los díscolos – y si fueron aliados o son potenciales competidores, peor aún- con una trama de oscuros e inconfesables intereses.
Todo aquel disienta con lo que piensa la Presidenta, se expondrá a ser fusilado en la web, a través del bullyng cibernético
El bullyng puede centrarse en el aspecto físico del crítico o crítica: gordo/a, flaco/a, viejo/a, feo/a. O en sus supuestas inclinaciones ideológicas: gorila, liberal, macrista, simpatizante de la dictadura. En el caso de los periodistas, sembrando dudas sobre su capacidad: «fulano es estúpido», o «hace preguntas idiotas», «es descerebrado». Y sobre todo sembrando sospechas sobre su independencia, y por lo tanto, sobre su credibilidad. En una palabra, envenenando su voz.
Un concepto que describe muy bien el clima que vive la Argentina en la esfera del debate público, y muy especialmente al clima bajo el que trabajamos los periodistas profesionales, es el de acoso moral.
El término fue acuñado por la psiquiatra francesa Marie France Hirigoyen, quien logró en su país, Francia, la sanción de leyes preventivas de esta forma de violencia social. El acoso moral va de la mano con un tipo de discurso, que Hirigoyen llama «comunicación perversa».
Es posible destruir a otro través de la palabra, la humillación y la mentira, con el fin de paralizarlo primero y destruirlo después, afirma la psiquiatra francesa en su maravilloso libro El Acoso Moral. El objeto final es, siempre, desembarazase de un «otro» que molesta, que cuestiona o que, aplicado a la realidad argentina, desmiente el relato oficial.
Es por esa razón que muchos de mis colegas deciden cerrar sus artículos a los comentarios de los lectores. Algunos de los que toman esa decisión temen quedar expuestos al bullyng. Y es lógico: porque una cosa es la libertad de expresión, que habilita la crítica honesta, y otra muy distinta es ofrecerse como blanco para la humillación.
«No tiene sentido tratar de dialogar porque toda palabra será usada en contra», concluye la experta, producto de sus investigaciones sobre los efectos del acoso. Y esto es especialmente cierto en las redes sociales, donde interactúan los tuiteros K, pagos o convencidos: el territorio virtual es el ejemplo más acabado de la comunicación perversa practicada por la cultura K. Tanto que, si existiera un máster para estudiarla, el intercambio que se da en twitter, facebook y los blogs del oficialismo, debería ser de lectura obligatoria.
El territorio virtual es el ejemplo más acabado de la comunicación perversa practicada por la cultura K
La comunicación perversa no nombra nada pero lo insinúa todo, dice Hirigoyen.
Así, el martes pasado, en su discurso de más de una hora por cadena nacional, y sin mencionar un solo nombre, Cristina Kirchner vinculó el paro y la marcha del jefe sindical con la maniobra política con la que se destituyó a Fernando Lugo en Paraguay. Y, de paso, los tildó de incapaces a Daniel Scioli y a Martín Buzzi. Uno por el manejo de las finanzas; otro, por su falta de pericia para garantizar la seguridad.
Otra técnica del discurso perverso es «nombrar las intenciones del otro o adivinar sus pensamientos ocultos». El Gobierno utiliza mucho esta «técnica» cuando, por ejemplo, concluye, sin evidencias que «detrás de todo lo que se escribe, siempre hay un interés».
Otra técnica del discurso perverso es nombrar las intenciones del otro o adivinar sus pensamientos ocultos
O cuando la Presidenta lanzó esta semana, a propósito del accidente vial en el que fallecieron los gendarmes en Chubut: «Si estaban buscando un muerto, ya lo encontraron». Con esta operación discursiva da a entender que conoce mejor a sus enemigos coyunturales, de lo que éstos piensan.
Lejos del juego democrático, se trata de un discurso que busca «hundir» al otro. Porque está claro que, en ningún caso, intenta negociar. Tampoco parece existir la intención de conocer la versión de los hechos que tiene el que reclama o cuestiona, ya sea un político de la oposición, un ex socio como Moyano, o un periodista que simplemente hace su tarea.
«Una manera hábil de agravar el conflicto es haciendo recaer la responsabilidad totalmente en el otro, y eso se logra rechazando la comunicación directa. Le echa la culpa de todos sus males, descargando en su interlocutor las contradicciones propias que se niega a sentir, o más bien, a admitir», afirma la autora, y es imposible dejar de conectar esa dinámica, vieja y conocida, con casi todas las confrontaciones de la era K.
Me niego a naturalizar la comunicación violenta como una forma «normal» de convivencia
El Gobierno actúa siempre igual, descargando la responsabilidad del conflicto en algún otro, sin hacerse cargo jamás de ningún error: de ningún error . Esa línea argumental siguió la pelea del Gobierno con Mauricio Macri por el traspaso de los subtes; la arenga contra la clase media por comprar dólares (esa que hizo famoso al abuelito amarrete) y la última puja, la del reclamo por la modificación de ganancias.
«Es lo que nos toca vivir», le escuché decir a hace poco a una colega que respeto, cuando alguien le preguntó en un programa político por el acoso cotidiano que vive el periodismo. Me aterrorizó escuchar eso. Me recordó a la mujer golpeada que, de tanto naturalizar la violencia de género en la que vive inmersa, cree que lo «que le tocó en suerte» es una mala relación, cuando en realidad lo que padece a diario es un asesinato lento.
Me niego a naturalizar la comunicación violenta como una forma «normal» de convivencia. O, peor aún, como la forma que asume la «libre circulación» de la palabra..