¿Qué es ese pequeño escozor casi ritual? ¿Cosquilla del remordimiento que está obligada a pasar inadvertida y sin embargo nunca puede evitarse un resquicio inesperado para advertirnos que allí está? La culpa es un estar ahí silencioso en forma de fisura interior que no existe si pensamos en ella, y nunca se evade apenas dejamos de tomarla en nuestras manos como tema de reflexión. De otro modo, podemos considerar la culpa como la atracción por lo que se conoce tácita u oscuramente. Escapa de los lugares explícitos salvo que haya juez por delante y está siempre como manto interno de algo remoto que nos declara culpables, como en una pesadilla sin escribanos ni fiscales.
Porque en primer lugar hay un rechazo a saber que se sabe, doble movimiento que es el trasfondo profundo del saber. ¿Qué deberíamos criticarle? Cuando cometo un acto vergonzoso pero inmerso en las ambiguas madejas internas de una institución, la culpa parece divisible, es mía y de muchos. Se hace abstracta y por lo tanto ocurren dos cosas; ya no es de nadie y pertenece tan sólo a la Institución que, como toda institución, se funda en una culpa abstracta. Es la misma cosa si la Institución se siente fundada por la gloria. En cualquiera de los dos casos alcanza a sus miembros superficialmente y los exime de responsabilidades. Como en cierto modo toda institución se origina en el doble juego de la culpa y la gloria, la forma de eximirme del peso ruin o insigne de los actos es permanecer en un ritual que se llama obediencia debida. Me eximo pero puedo hablar por la parte infinitesimal de ellos que me corresponde.
Es por eso que toda gloria basada en el cumplimiento de un objetivo fijado por la Institución tiene su origen en una culpa. Culpa convertida en honra. La Institución, toda ella y todas ellas, se alimenta de esa conversión profesional. Y se agrega a ello la compleja relación con la célebre operación de la mala fe, la capacidad de mentirme a mí mismo. Así vista, la culpa es el lejano pasado, una molestia que puede aminorar con una indiferencia calificada, que principalmente provee el paso del tiempo y la certeza en sin dejar de ser los mismos, en el paso de las edades y las distintas experiencias, hemos cambiado lo suficiente como para que los actos que eran nuestros, ya no lo son. Serían del otro que fuimos.
Toda institución, y sobre todo una, la institución de instituciones (la Iglesia), sabe que el saber puede ser distracción, olvido, fingimiento, y hasta no-saber. Esta sabiduría sobre el acto réprobo consiste en que, por una torsión de conciencia, olvidarlo implicaría que no existió, y admitir en otro tiempo posterior o lejano, la vía del perdón. Otros lo llamarán autocrítica. El perdón es un acto de gran majestad. Lo pedimos o lo damos, pero va en él una dosis de costumbrismo muy grande, pues la esencia del perdón es algo de lo que nunca tendremos entera garantía: ¿dejaré de ser el que era cuando fui culpable? ¿Algo me garantiza la imposibilidad de que se reitere el mal? Ante las dudas filosóficas que origina el perdón, que ni da enteras garantías el transe espiritual que implica reclamarlo ni hasta la convulsión corporal que pueda acompañarlo, el perdón suele transformarse en un acto político, en actos consensuales, en amnistías de Estado. La justicia corriente, siempre necesaria, poco tiene que hacer aquí.
Porque hay una estructura de la culpa que no está escrita en ningún lado y también abarca a los que si hubiera un invisible sextante o un teodolito para marcar graduaciones y responsabilidades, son tocados quedamente aun si estaban lejos pero firmaron un mero papel, a los que en un relámpago de lucidez sabían en qué consistía la cosa pero borraron de inmediato el espectro atroz que los rozaba, a los que pensaban que nada de eso podría ser bueno pero igual hicieron su tarea llamándola acatamiento disciplinario, cumplimiento del deber administrativo o amor por la razón burocrática. Incluye en su versión última una pregunta crucial: ¿qué es saber? ¿Alguien estaba dentro de la maquinaria y no sabía? ¿La conciencia tiene tantos planos sigilosos y signos de autoexculpación que logra convertir en no-saber lo que se sospecha saber? ¿En verdad se puede vivir en estado continuo de pretexto? ¿Haciendo excepciones a nuestro favor? No son estos asuntos de Estado, sino del estado de las conciencias, con sus repliegues que pueden ir anulándose en cascada a cada acto que concebimos infausto. A pesar de eso, todo puede comprenderse en medio de la tensión última del conocimiento, la que nos lleva a acercarnos a lo que es una época, sus condiciones políticas, sus urgentes inmediatismos y el llamado siempre silencioso de las grandes arquitecturas que a lo largo de los tiempos adquiere el sujeto culposo, forma interna, a veces complementaria, a veces contradiciente del Estado. Si están bien encaminadas estas reflexiones, nos apoyamos en ellas para manifestar nuestra disconformidad con el nombramiento del nuevo jefe del Ejército.
Porque en primer lugar hay un rechazo a saber que se sabe, doble movimiento que es el trasfondo profundo del saber. ¿Qué deberíamos criticarle? Cuando cometo un acto vergonzoso pero inmerso en las ambiguas madejas internas de una institución, la culpa parece divisible, es mía y de muchos. Se hace abstracta y por lo tanto ocurren dos cosas; ya no es de nadie y pertenece tan sólo a la Institución que, como toda institución, se funda en una culpa abstracta. Es la misma cosa si la Institución se siente fundada por la gloria. En cualquiera de los dos casos alcanza a sus miembros superficialmente y los exime de responsabilidades. Como en cierto modo toda institución se origina en el doble juego de la culpa y la gloria, la forma de eximirme del peso ruin o insigne de los actos es permanecer en un ritual que se llama obediencia debida. Me eximo pero puedo hablar por la parte infinitesimal de ellos que me corresponde.
Es por eso que toda gloria basada en el cumplimiento de un objetivo fijado por la Institución tiene su origen en una culpa. Culpa convertida en honra. La Institución, toda ella y todas ellas, se alimenta de esa conversión profesional. Y se agrega a ello la compleja relación con la célebre operación de la mala fe, la capacidad de mentirme a mí mismo. Así vista, la culpa es el lejano pasado, una molestia que puede aminorar con una indiferencia calificada, que principalmente provee el paso del tiempo y la certeza en sin dejar de ser los mismos, en el paso de las edades y las distintas experiencias, hemos cambiado lo suficiente como para que los actos que eran nuestros, ya no lo son. Serían del otro que fuimos.
Toda institución, y sobre todo una, la institución de instituciones (la Iglesia), sabe que el saber puede ser distracción, olvido, fingimiento, y hasta no-saber. Esta sabiduría sobre el acto réprobo consiste en que, por una torsión de conciencia, olvidarlo implicaría que no existió, y admitir en otro tiempo posterior o lejano, la vía del perdón. Otros lo llamarán autocrítica. El perdón es un acto de gran majestad. Lo pedimos o lo damos, pero va en él una dosis de costumbrismo muy grande, pues la esencia del perdón es algo de lo que nunca tendremos entera garantía: ¿dejaré de ser el que era cuando fui culpable? ¿Algo me garantiza la imposibilidad de que se reitere el mal? Ante las dudas filosóficas que origina el perdón, que ni da enteras garantías el transe espiritual que implica reclamarlo ni hasta la convulsión corporal que pueda acompañarlo, el perdón suele transformarse en un acto político, en actos consensuales, en amnistías de Estado. La justicia corriente, siempre necesaria, poco tiene que hacer aquí.
Porque hay una estructura de la culpa que no está escrita en ningún lado y también abarca a los que si hubiera un invisible sextante o un teodolito para marcar graduaciones y responsabilidades, son tocados quedamente aun si estaban lejos pero firmaron un mero papel, a los que en un relámpago de lucidez sabían en qué consistía la cosa pero borraron de inmediato el espectro atroz que los rozaba, a los que pensaban que nada de eso podría ser bueno pero igual hicieron su tarea llamándola acatamiento disciplinario, cumplimiento del deber administrativo o amor por la razón burocrática. Incluye en su versión última una pregunta crucial: ¿qué es saber? ¿Alguien estaba dentro de la maquinaria y no sabía? ¿La conciencia tiene tantos planos sigilosos y signos de autoexculpación que logra convertir en no-saber lo que se sospecha saber? ¿En verdad se puede vivir en estado continuo de pretexto? ¿Haciendo excepciones a nuestro favor? No son estos asuntos de Estado, sino del estado de las conciencias, con sus repliegues que pueden ir anulándose en cascada a cada acto que concebimos infausto. A pesar de eso, todo puede comprenderse en medio de la tensión última del conocimiento, la que nos lleva a acercarnos a lo que es una época, sus condiciones políticas, sus urgentes inmediatismos y el llamado siempre silencioso de las grandes arquitecturas que a lo largo de los tiempos adquiere el sujeto culposo, forma interna, a veces complementaria, a veces contradiciente del Estado. Si están bien encaminadas estas reflexiones, nos apoyamos en ellas para manifestar nuestra disconformidad con el nombramiento del nuevo jefe del Ejército.
El caso Milani es un singular que a las mentes conceptualizadas las lleva a señalar conclusiones «generales» (con perdon de la palbra)o tal vez universales.Si existen suficientes pruebas me adhiero al parecer de H.Gonzalez,y si no las hay debemos preguntarnos cual es el motivo que llevo al gobierno a elegir a este personaje.(¿Habra un pacto oculto..?,hasta cabe preguntarse).
Por otro lado el tema de la culpa es muy dificil,y culposo…Sabemos que el converso M.Aguinis señala con algo de razon que en tiempos de perdida del superego se pierde tambien el sentido o conciencia de la culpa y que ello rebaja y anula las responsabilidades.Lo que no se es que solucion propone porque la represion es sospechosa.Lo que si se es que los inocentes nunca sienten culpa.Entonces hay que preguntarse quienes son realmente los inocentes:¿los inmaduros,los ignorantes,los amnesicos,los perdonados?…
la inocencia es la ilusoria identificación
de los esclavos con el amo
poder de policía
http://rib-moregeometrico.blogspot.com.ar/2013/12/poder-de-policia.html
sacerdotes, matarifes o verdugos
no olvidemos el fenomeno de la identificacion con el represor.Al Espiritu de Hegel le faltaba Freud.
al Espiritu hegeliano le faltaba Freud.El psicoanalisis estudia la identificacion del reprimido con el represor.
tambien podemos decir que los inocentes no existen.Todos somos efecto de causas historicas,sociales y psicologicas.Las frustraciones generan odio y rencor,y por ende violencia.¿Se puede vivir sin frustracion o es inevitable?¿Podemos manejarla mediante la conciencia y la comprension?esto en un enfoque «racional»de la inocencia…
Inocente es el que muere. Desde Abel…
hay que contemplar tambien las condiciones que impulsaron a Cain. Los condicionantes sociales tambien se dan y pueden ser extremadamente fuertes, muy determinantes, en sociedades de 4 personas.
entonces David,todos somos inocentes,Se acabo la culpa.Lo que pasa es que lamuerte es lo mas injusto que nos pasa.
Permítame hacer una precisión, Isabel. Somos todos inocentes mientras no se pruebe lo contrario.
Las sociedades determinan inocentes a todos aquellos que mueren. Sería la redención. Aunque hay tiempos históricos con muertes de prime y de segunda
Cómo los muertitos provincianos durante la festichola K del otro dia…
Que ya no serían inocentes, sino directamente sospechados, como expresó claramante nuestra Abuela Suprema.
Hebe no hizo otra cosa que repetir lo que las Abuelas y Madres vienen diciendo hace años acerca de sus propios hijos y nietos: Que las circunstancias de su muerte o desaparición deben ser investigadas.
Haga el favor de dejar de propalar infamias.
Falso, querido Politico,
Hebe no solo jamás dudó de la inocencia de los desaparecidos sino que los elevó a mártires de la justicia social.
Por eso pedía investigar a los asesinos, no a las víctimas
Plis, deshonestidad intelectual, a otro.
No el deshonesto intelectual so’ vo’ supersticioso
El juicio a los milicos es por haberse comportado como guerrilleros en representación y con el uso del poder que les confiere el haberse tomado la adminstración del Estado.
Pero bueno, se puede reciclar el juicio cadavérico a esta altura las máximas de los liberales de izquierda (aka neo liberalotes no conscientes con fascismo poco reprimido) no sorprenden a nadie
Yo estaba hablando de los muertitos provincianos sospechosos que «quisieron» mas no pudieron, empañar el banquete de la Rosada, al son de «que la muerte no me sea indiferente».
Muy bueno Sile, lo del juicio cadavérico. Lo desconocía.
Muy apto para nuestra necrofilia nac & pop.
muertitos de los cuales no conoces un solo nombre, te sirven asi, a bulto nomas
Es cierto, son provincianitos anónimos, pero sospechosos.
De todos modos los diarios dieron sus nombres, pueblos, circunstancias.
De modo tal de no tener que discutir dentro de 30 años si fueron 10, o 10.000. Eso ya está mejor que el otro asunto, el de hace 30 años…
Politico:desgraciadamente hoy hay que probar la inocencia…Mas vale no encarar el tema judicialmente porque la cuestion es mas moral y psicologica.De otro modo caemos en la telaraña burocratica de las leyes artificiales y atrasadas o malcumplidas o insuficientes.David:hay muertos culpables,empezando quizas por los suicidas.Es preferible ser victima que matar,como es preferible ser abuela que amargado.
Por suerte soy abuelo. Me tocó el lado lindo.
el lado feo les toco a los nietos
Las sonrisas de mis nietos te desmienten (aunque claro, pueden ser falsas).
cuando te lean tus nietitos se acaban las risitas David
Cierto, mono:
Descubrir que el abuelo gagá tenía razón, mientras traten de sobrellevar la re-elección de Florencia Kirchner, seguramente les borrará la sonrisa…
barbaro,old.
sobre todo si alguien se considera el abuelo supremo…
Te referís a alguien en particular, Isabel?
Culpable, o no culpable, ya ha jurado Milani,como tantos otros juraron, entre ellos el dr Zaffaroni: “Juré por el Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional, juré por el Estatuto de Onganía, juré por la Constitución reformada por Lanusse en 1973, juré por la Constitución Nacional de 1853 y juré por la Constitución reformada en 1994″, y una larga lista de juramentados, a la que cada uno puede incorporar al que mas «quiere». Y antes que lo señale PA, incluyo en ella a Lilita.
Por supuesto siempre existe el riesgo que señala el maestro:
http://www.youtube.com/watch?v=ycEWrJ0bd_8