¿Quién estaría dispuesto a decir, en una reunión, “A mí la educación no me importa en lo más mínimo”? Como la igualdad o la inclusión, la educación genera adhesiones inmediatas y unánimes, al menos de la boca para afuera. Pero muchos maestros en Argentina dicen sentirse solos en su tarea, y las encuestas parecen darles la razón: la educación no figura entre las principales preocupaciones de los argentinos, y apenas el 15% considera que es uno de los problemas más importantes del país.
De acuerdo con los últimos datos de la consultora Hugo Haime & Asoc., la educación ocupa el puesto 8 en el ranking de los 10 problemas más importantes del país, mencionada por un 14% de encuestados, solo por encima de la pobreza (12%) y las jubilaciones (3%). Los temas que más preocupan: inseguridad (47%), corrupción (25%), inflación y desocupación (22%).
Un panorama similar surge de los sondeos de Management & Fit. Allí la educación aparece en el puesto 6 entre los principales problemas nacionales, mencionada por un 16,9% de los encuestados, pero muy por detrás de los más mencionados: inseguridad (80,9%), inflación (62,9%) y desempleo (52,0%). Según los últimos datos de Latinobarómetro, Chile, Brasil y Uruguay son los países de la región más “preocupados” por la educación.
Guillermina Tiramonti, docente e investigadora de Flacso y la Universidad de La Plata, sostiene que el desinterés por la educación tiene que ver con el crecimiento de las escuelas privadas y la fragmentación del sistema educativo. “A medida que las matriculas escolares se ampliaron mediante la inclusión de nuevos sectores sociales, las diferentes capas medias abandonaron la escuela pública y se incorporaron al amplio mercado de la educación privada. Así el sistema educativo se fue fragmentando. Cada sector tiene un nicho privado de escuelas al que manda sus hijos y es a él al que dirige sus demandas”, plantea Tiramonti.
“Los sectores medios que han alimentado históricamente la demanda por educación hoy han hecho una opción que desplaza su reclamo a la esfera privada. Los sectores populares, que en gran medida van hoy a la escuela pública, no están presentes en la hora de reclamar por sus hijos –agrega Tiramonti–. Ya sea porque para quienes luchan con la mira puesta en la supervivencia diaria es poco lo que la educación puede aportarles y los convocan otras urgencias, o porque creen que con el acceso del que hoy gozan es suficiente, o porque nada esperan de esta escuela”.
Para Guillermo Jaim Etcheverry, miembro de la Academia Nacional de Educación y ex rector de la UBA, “es evidente que la educación no constituye un problema central de la sociedad argentina. Numerosos estudios de opinión muestran que, si bien los padres tienden a percibir que la educación en el país atraviesa una crisis, esos mismos padres están satisfechos con la educación de sus hijos. Por eso no hay un reclamo generalizado de calidad de la educación: todos están satisfechos con su situación personal”.
Con la educación se produce una suerte de “efecto tercera persona”: los problemas educativos son percibidos como algo que afecta siempre a otros, y no a los hijos propios. Mariano Narodowski, profesor de la Universidad Di Tella y ex ministro de Educación de la Ciudad, interpreta: “Este autoengaño justifica el desinterés por la educación. Las familias de clase media –que en todos los países son el motor del reclamo por educación– han decidido que ellas pueden salvarse mientras el resto se hunde. El relato y el esfuerzo económico para pagar educación tranquilizan a una población que tiene motivos de sobra para intranquilizarse”.
La indiferencia social explicaría, entre otras cosas, la ausencia del tema en la agenda de los candidatos políticos. “Las clases dirigentes tampoco parecen interesarse en la educación. Salvo excepciones, no hay propuestas más allá de los slogans; los encargados del área tienen cada vez menos preparación y capacidad técnica. Pero, como es educación, nadie reacciona frente a la chatura y la improvisación”, describe Narodowski.
Axel Rivas, investigador de Cippec, coincide con el diagnóstico y propone crear ámbitos de participación descentralizados: “Creo que es necesario crear espacios de debate local y más amplios de participación constante, con instancias de discusión de nuevas propuestas y reflexiones educativas. Tenemos una tradición muy estatista que se transforma en demasiado estática. Hasta Uruguay, muy parecido en su historia educativa, tiene instancias locales constantes de discusión educativa”. Rivas admite que estos espacios “pueden ser cooptados por la queja y la demanda”, pero valora: “Si son bien planteados, también pueden traer propuestas, compromisos y nuevas miradas”.
De acuerdo con los últimos datos de la consultora Hugo Haime & Asoc., la educación ocupa el puesto 8 en el ranking de los 10 problemas más importantes del país, mencionada por un 14% de encuestados, solo por encima de la pobreza (12%) y las jubilaciones (3%). Los temas que más preocupan: inseguridad (47%), corrupción (25%), inflación y desocupación (22%).
Un panorama similar surge de los sondeos de Management & Fit. Allí la educación aparece en el puesto 6 entre los principales problemas nacionales, mencionada por un 16,9% de los encuestados, pero muy por detrás de los más mencionados: inseguridad (80,9%), inflación (62,9%) y desempleo (52,0%). Según los últimos datos de Latinobarómetro, Chile, Brasil y Uruguay son los países de la región más “preocupados” por la educación.
Guillermina Tiramonti, docente e investigadora de Flacso y la Universidad de La Plata, sostiene que el desinterés por la educación tiene que ver con el crecimiento de las escuelas privadas y la fragmentación del sistema educativo. “A medida que las matriculas escolares se ampliaron mediante la inclusión de nuevos sectores sociales, las diferentes capas medias abandonaron la escuela pública y se incorporaron al amplio mercado de la educación privada. Así el sistema educativo se fue fragmentando. Cada sector tiene un nicho privado de escuelas al que manda sus hijos y es a él al que dirige sus demandas”, plantea Tiramonti.
“Los sectores medios que han alimentado históricamente la demanda por educación hoy han hecho una opción que desplaza su reclamo a la esfera privada. Los sectores populares, que en gran medida van hoy a la escuela pública, no están presentes en la hora de reclamar por sus hijos –agrega Tiramonti–. Ya sea porque para quienes luchan con la mira puesta en la supervivencia diaria es poco lo que la educación puede aportarles y los convocan otras urgencias, o porque creen que con el acceso del que hoy gozan es suficiente, o porque nada esperan de esta escuela”.
Para Guillermo Jaim Etcheverry, miembro de la Academia Nacional de Educación y ex rector de la UBA, “es evidente que la educación no constituye un problema central de la sociedad argentina. Numerosos estudios de opinión muestran que, si bien los padres tienden a percibir que la educación en el país atraviesa una crisis, esos mismos padres están satisfechos con la educación de sus hijos. Por eso no hay un reclamo generalizado de calidad de la educación: todos están satisfechos con su situación personal”.
Con la educación se produce una suerte de “efecto tercera persona”: los problemas educativos son percibidos como algo que afecta siempre a otros, y no a los hijos propios. Mariano Narodowski, profesor de la Universidad Di Tella y ex ministro de Educación de la Ciudad, interpreta: “Este autoengaño justifica el desinterés por la educación. Las familias de clase media –que en todos los países son el motor del reclamo por educación– han decidido que ellas pueden salvarse mientras el resto se hunde. El relato y el esfuerzo económico para pagar educación tranquilizan a una población que tiene motivos de sobra para intranquilizarse”.
La indiferencia social explicaría, entre otras cosas, la ausencia del tema en la agenda de los candidatos políticos. “Las clases dirigentes tampoco parecen interesarse en la educación. Salvo excepciones, no hay propuestas más allá de los slogans; los encargados del área tienen cada vez menos preparación y capacidad técnica. Pero, como es educación, nadie reacciona frente a la chatura y la improvisación”, describe Narodowski.
Axel Rivas, investigador de Cippec, coincide con el diagnóstico y propone crear ámbitos de participación descentralizados: “Creo que es necesario crear espacios de debate local y más amplios de participación constante, con instancias de discusión de nuevas propuestas y reflexiones educativas. Tenemos una tradición muy estatista que se transforma en demasiado estática. Hasta Uruguay, muy parecido en su historia educativa, tiene instancias locales constantes de discusión educativa”. Rivas admite que estos espacios “pueden ser cooptados por la queja y la demanda”, pero valora: “Si son bien planteados, también pueden traer propuestas, compromisos y nuevas miradas”.