Ojalá el presidente se restablezca y pueda cumplir con la voluntad popular expresada en las urnas.
Por:
Eduardo Anguita
Desde hace un año y medio, Hugo Chávez sufre un cáncer agresivo. Arribó a La Habana para someterse a la cuarta intervención quirúrgica, que viene con una carga extra: detectaron células malignas en la misma zona en que le fueron curadas meses atrás. El 11 de mayo pasado, el presidente bolivariano anunciaba que el exitoso tratamiento de radioterapia recibido en Cuba le permitía retomar sus actividades y por eso, el 1 de julio, se ponía al frente de la campaña electoral para renovar su mandato presidencial, contemplado en la Constitución Bolivariana. El 7 de octubre pasado, con el 55% de votos a favor y con 10% encima de Henrique Capriles, el candidato opositor, Chávez ganaba una vez más en las urnas. Este militar revolucionario que ejerce el Ejecutivo de Venezuela desde febrero de 1999, dijo el pasado sábado que, en caso de incapacidad o muerte, tal como lo mandaba la Carta Magna del país, los venezolanos debían ir a las urnas y elegir un sucesor.
El hombre que lleva 13 años en el Palacio de Mirasoles acusado por la gran prensa nativa e internacional de ser la bestia negra del continente, no dudó en esgrimir un ejemplar de la Constitución que él mismo diseñó y que el pueblo aprobó durante el primer año de mandato para justificar que, más allá del resultado, si él sale de escena, es imprescindible que los venezolanos no se aparten de las leyes. Muchos analistas se lanzaron, de inmediato, a señalar que Nicolás Maduro, canciller desde hace años, vicepresidente electo para el mandato 2013-2017 y señalado por Chávez como su candidato, era chofer de subterráneo. Los sesudos analistas señalan, por si fuera poco, que nada podrá hacer Maduro contra el abogado Capriles. El desprecio a un dirigente político por su origen obrero en la actual América Latina revela no sólo un elitismo vibrante sino el desconocimiento feroz de cómo orientan sus simpatías los pueblos. La gran prensa se permite naturalizar la discriminación sin reparar que el mismo Capriles tiene abuelos de parte materna (Radonski) sobrevivientes del Holocausto y que su propio apellido paterno es de origen judío sefardí. Tanto habló, por años, la gran prensa de la persecución de los judíos en Venezuela y, sin embargo, durante la campaña jamás pudieron consignar una sola frase que surgiera del chavismo en contra de Capriles por su pertenencia a la comunidad judía venezolana.
Es completamente incierto el panorama respecto de cómo puede evolucionar el tratamiento de Chávez, pero fue él mismo quien le dio toda la información al pueblo. Usó la cadena nacional para evitar las especulaciones sobre su salud. Y eso viene muy al caso porque el próximo domingo hay comicios para elegir quiénes quedarán al frente de las 23 gobernaciones en las que está dividido el país. Una junta médica de especialistas provenientes de Cuba, Venezuela y Brasil estudiará la conveniencia de la operación y, de paso, evitan que en esta semana alguien pretenda decir que Chávez utiliza su enfermedad para seducir electores el próximo domingo.
LA LETRA DE LA LEY. Más allá de las pasiones y tratando de no caer en el juego maniqueo de la derecha, es difícil prever resultados de elecciones presidenciales en Venezuela sin Chávez. Ojalá el presidente se restablezca y pueda cumplir con la voluntad popular expresada en las urnas el pasado 7 de octubre. Sin embargo, lo dramático de sus palabras revela que los venezolanos deben digerir desde ahora cómo se comportarían electoralmente ante su ausencia. Días pasados, Telesur emitía un documental de un realizador español sobre los planes de vivienda popular en el Gran Caracas de un valor didáctico y sociológico extraordinarios. No sólo mostraba los avances de la Gran Misión Vivienda Venezuela para urbanizar las barriadas de las laderas de la ciudad sino también muestra los matices y contradicciones propios de la relocalización de barrios humildes o la construcción de barrios al lado de urbanizaciones de clase media. Se muestra la gran paradoja de que muchos habitantes de clase media se quejan: señalan el miedo que les producen sus nuevos vecinos, muchos de los cuales –según ellos– provienen de actividades marginales, y temen que entren a robar a sus casas. Amén, por supuesto, de la desgracia de la desvalorización de sus propiedades. Es muy necesario pensar que 13 años de crecimiento ininterrumpido, con diez del petróleo en manos del Estado como fuente de reasignación de recursos a favor del pueblo, no sólo mejoraron la calidad de vida de los más humildes sino que permitieron la elevación del consumo de sectores que ahora nadie duda en calificar como de clase media. Las tensiones respecto de la reasignación de riquezas y recursos no son sólo las peleas simbólicas por identidad política sino que en muchos casos son económicas, son de intereses. Muchos empresarios venezolanos se quejan por el poder que tienen los sindicatos y, en consecuencia, por «el costo laboral». Y se quejan por los impuestos que pagan. No sólo los grandes. Muchas veces pequeños propietarios inmobiliarios, por poner un ejemplo, ven como una intromisión del Estado el mero hecho de regular el precio de los alquileres. Venezuela, a través del Ministerio de Vivienda y Hábitat, tiene un registro de viviendas en alquiler y cuenta con un organismo –la Superintendencia Nacional de Arrendamientos de Vivienda– que actualiza el valor del inmueble que se alquila y establece el precio del alquiler por un coeficiente de ese valor. Es más, el propietario tiene una carga impositiva mucho mayor cuando tiene varias casas o departamentos que ofrece en alquiler al mercado. Es decir, desde la óptica mercantilista liberal, ciertos sectores ven esto como una intromisión, mientras que desde el punto de vista de quienes no son propietarios de una casa y deben alquilar, si el Estado no regula, sienten una indefensión ante la falta de un derecho elemental como es el de la vivienda.
Entonces, ante este anuncio de Chávez, se plantea una serie de cuestiones que ponen una prueba dura a quienes fueron parte de la Revolución Bolivariana pero que quizá no sientan la misma convicción si no está el líder natural de esta transformación.
¿Cuál será el imaginario colectivo de estos sectores que accedieron a más consumo? ¿Será un ascenso social individualista que trata de borrar sus orígenes y copiar los anuncios publicitarios que les dan dinero a esos grandes medios? ¿O, por el contrario, esos sectores sociales beneficiados por la Revolución Bolivariana podrán poner en valor el proceso colectivo que vive esa nación?
Parece necesario detenerse en el dramatismo de la hora de Chávez para buscar respuestas. Si el líder bolivariano, tras un triunfo holgado como el del 7 de octubre, quisiera privilegiar la construcción de su propio proyecto político, no sólo designaría a su eventual sucesor como candidato sino que, directamente, promovería alguna enmienda legal o forzaría al Congreso para plebiscitar el triunfo y conjurar una eventual elección con resultados inciertos. Chávez no dudó: ejemplar de la Constitución en mano, le dijo al país, a propios y ajenos, que la ley obliga, «en caso de renuncia, muerte o destitución por el Tribunal Supremo de Justicia», a llamar a elecciones en los 30 días siguientes. Es más, la Constitución establece que «no podrá ser elegido presidente quien esté en el cargo de vicepresidente ejecutivo». O sea, Maduro debería renunciar a su cargo de vicepresidente en ese caso para poder hacer campaña desde el llano.
Desde ya que es muy doloroso pensar en escenarios donde Chávez esté inhabilitado para continuar. Sin embargo, dado que fue él mismo quien planteó esa posibilidad, es conveniente avanzar un poco más en el análisis, desde la perspectiva argentina y también latinoamericana.
Quienes despotrican contra Chávez tienen como uno de sus argumentos favoritos que con petróleo cualquiera habla de socialismo. Error grave. Venezuela tenía riqueza petrolera antes y quedaba en pocas manos. No tan pocas, porque hasta la dirigencia sindical petrolera se subió al lock out del cual se cumplen ahora diez años y que pretendieron derribar al gobierno de Chávez a sólo tres años de mandato y cuando nueve meses atrás (golpe de abril de 2002) habían llegado hasta a secuestrar al presidente y usurpar por unas horas el poder. Petróleos de Venezuela (PDVSA) es una empresa estatal y su renta es usada en beneficio de los sectores populares. Educación, salud, vivienda, transporte. Además, tiene relación estrecha con otras petroleras públicas o mixtas del continente. Por caso, Ecuador recuperó soberanía petrolera y el año próximo empezará la construcción de una destilería, vital para Ecuador, que exporta crudo e importa combustibles. La planta la hará PDVSA. Ahora viene lo delicado y conviene no equivocarse: el odio de la gran prensa a Chávez por su relación con Irán está hecho a medida de los intereses de las petroleras privadas internacionales norteamericanas y británicas que aspiran a contar con un gobierno títere que remplace al gobierno de Mahmud Admadinejad. Por pena, una parte significativa de sectores medios, en Venezuela, en Argentina y en el resto del mundo, están tan identificados con valores neoliberales que no se paran ni un segundo a pensar lo mal que la están pasando muchas clases medias precisamente por los ajustes del poder concentrado.
Correr el velo del desprecio y el odio con el que los medios hegemónicos trataron a Chávez no tiene el sentido de pretender que todo el mundo lo aplauda. Habrá quienes no se identifiquen con su estilo, incluso con sus medidas, y hasta quienes sostengan que la democracia está hecha para la alternancia de gobernantes. A esos sectores les convendría reparar en que el estilo es este, el de hacer cumplir una Constitución que obliga a llamar a unas elecciones peligrosas para el chavismo. Las medidas son las que ayudaron a que, como símbolo, un chofer de subterráneo sea quien podría aspirar a sucederlo. Y la alternancia se da si la voluntad popular, expresada en las urnas y en respeto de las normas constitucionales, elige a otro candidato. Si no, la alternancia no procede. Cualquiera puede ir a preguntar por qué no cambia un presidente de una multinacional. La respuesta será que los accionistas deciden quién dirige y los estatutos de las empresas poderosas tienen la precaución de no impedir nuevos mandatos si los presidentes de esas compañías les hacen ganar plata. Claro, son puntos de vista. En un caso, para mejorar la vida de un pueblo; en el otro, para continuar con privilegios.
COMENTARIOS0Escribir un comentario:
Ingresá el código
Compacto internacional
La Unión Europea recibió el premio Nobel de la Paz y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, viajó una vez más a Cuba a tratarse por el cáncer que padece hace más de un año, entre otras noticias destacadas.
Por:
Eduardo Anguita
Desde hace un año y medio, Hugo Chávez sufre un cáncer agresivo. Arribó a La Habana para someterse a la cuarta intervención quirúrgica, que viene con una carga extra: detectaron células malignas en la misma zona en que le fueron curadas meses atrás. El 11 de mayo pasado, el presidente bolivariano anunciaba que el exitoso tratamiento de radioterapia recibido en Cuba le permitía retomar sus actividades y por eso, el 1 de julio, se ponía al frente de la campaña electoral para renovar su mandato presidencial, contemplado en la Constitución Bolivariana. El 7 de octubre pasado, con el 55% de votos a favor y con 10% encima de Henrique Capriles, el candidato opositor, Chávez ganaba una vez más en las urnas. Este militar revolucionario que ejerce el Ejecutivo de Venezuela desde febrero de 1999, dijo el pasado sábado que, en caso de incapacidad o muerte, tal como lo mandaba la Carta Magna del país, los venezolanos debían ir a las urnas y elegir un sucesor.
El hombre que lleva 13 años en el Palacio de Mirasoles acusado por la gran prensa nativa e internacional de ser la bestia negra del continente, no dudó en esgrimir un ejemplar de la Constitución que él mismo diseñó y que el pueblo aprobó durante el primer año de mandato para justificar que, más allá del resultado, si él sale de escena, es imprescindible que los venezolanos no se aparten de las leyes. Muchos analistas se lanzaron, de inmediato, a señalar que Nicolás Maduro, canciller desde hace años, vicepresidente electo para el mandato 2013-2017 y señalado por Chávez como su candidato, era chofer de subterráneo. Los sesudos analistas señalan, por si fuera poco, que nada podrá hacer Maduro contra el abogado Capriles. El desprecio a un dirigente político por su origen obrero en la actual América Latina revela no sólo un elitismo vibrante sino el desconocimiento feroz de cómo orientan sus simpatías los pueblos. La gran prensa se permite naturalizar la discriminación sin reparar que el mismo Capriles tiene abuelos de parte materna (Radonski) sobrevivientes del Holocausto y que su propio apellido paterno es de origen judío sefardí. Tanto habló, por años, la gran prensa de la persecución de los judíos en Venezuela y, sin embargo, durante la campaña jamás pudieron consignar una sola frase que surgiera del chavismo en contra de Capriles por su pertenencia a la comunidad judía venezolana.
Es completamente incierto el panorama respecto de cómo puede evolucionar el tratamiento de Chávez, pero fue él mismo quien le dio toda la información al pueblo. Usó la cadena nacional para evitar las especulaciones sobre su salud. Y eso viene muy al caso porque el próximo domingo hay comicios para elegir quiénes quedarán al frente de las 23 gobernaciones en las que está dividido el país. Una junta médica de especialistas provenientes de Cuba, Venezuela y Brasil estudiará la conveniencia de la operación y, de paso, evitan que en esta semana alguien pretenda decir que Chávez utiliza su enfermedad para seducir electores el próximo domingo.
LA LETRA DE LA LEY. Más allá de las pasiones y tratando de no caer en el juego maniqueo de la derecha, es difícil prever resultados de elecciones presidenciales en Venezuela sin Chávez. Ojalá el presidente se restablezca y pueda cumplir con la voluntad popular expresada en las urnas el pasado 7 de octubre. Sin embargo, lo dramático de sus palabras revela que los venezolanos deben digerir desde ahora cómo se comportarían electoralmente ante su ausencia. Días pasados, Telesur emitía un documental de un realizador español sobre los planes de vivienda popular en el Gran Caracas de un valor didáctico y sociológico extraordinarios. No sólo mostraba los avances de la Gran Misión Vivienda Venezuela para urbanizar las barriadas de las laderas de la ciudad sino también muestra los matices y contradicciones propios de la relocalización de barrios humildes o la construcción de barrios al lado de urbanizaciones de clase media. Se muestra la gran paradoja de que muchos habitantes de clase media se quejan: señalan el miedo que les producen sus nuevos vecinos, muchos de los cuales –según ellos– provienen de actividades marginales, y temen que entren a robar a sus casas. Amén, por supuesto, de la desgracia de la desvalorización de sus propiedades. Es muy necesario pensar que 13 años de crecimiento ininterrumpido, con diez del petróleo en manos del Estado como fuente de reasignación de recursos a favor del pueblo, no sólo mejoraron la calidad de vida de los más humildes sino que permitieron la elevación del consumo de sectores que ahora nadie duda en calificar como de clase media. Las tensiones respecto de la reasignación de riquezas y recursos no son sólo las peleas simbólicas por identidad política sino que en muchos casos son económicas, son de intereses. Muchos empresarios venezolanos se quejan por el poder que tienen los sindicatos y, en consecuencia, por «el costo laboral». Y se quejan por los impuestos que pagan. No sólo los grandes. Muchas veces pequeños propietarios inmobiliarios, por poner un ejemplo, ven como una intromisión del Estado el mero hecho de regular el precio de los alquileres. Venezuela, a través del Ministerio de Vivienda y Hábitat, tiene un registro de viviendas en alquiler y cuenta con un organismo –la Superintendencia Nacional de Arrendamientos de Vivienda– que actualiza el valor del inmueble que se alquila y establece el precio del alquiler por un coeficiente de ese valor. Es más, el propietario tiene una carga impositiva mucho mayor cuando tiene varias casas o departamentos que ofrece en alquiler al mercado. Es decir, desde la óptica mercantilista liberal, ciertos sectores ven esto como una intromisión, mientras que desde el punto de vista de quienes no son propietarios de una casa y deben alquilar, si el Estado no regula, sienten una indefensión ante la falta de un derecho elemental como es el de la vivienda.
Entonces, ante este anuncio de Chávez, se plantea una serie de cuestiones que ponen una prueba dura a quienes fueron parte de la Revolución Bolivariana pero que quizá no sientan la misma convicción si no está el líder natural de esta transformación.
¿Cuál será el imaginario colectivo de estos sectores que accedieron a más consumo? ¿Será un ascenso social individualista que trata de borrar sus orígenes y copiar los anuncios publicitarios que les dan dinero a esos grandes medios? ¿O, por el contrario, esos sectores sociales beneficiados por la Revolución Bolivariana podrán poner en valor el proceso colectivo que vive esa nación?
Parece necesario detenerse en el dramatismo de la hora de Chávez para buscar respuestas. Si el líder bolivariano, tras un triunfo holgado como el del 7 de octubre, quisiera privilegiar la construcción de su propio proyecto político, no sólo designaría a su eventual sucesor como candidato sino que, directamente, promovería alguna enmienda legal o forzaría al Congreso para plebiscitar el triunfo y conjurar una eventual elección con resultados inciertos. Chávez no dudó: ejemplar de la Constitución en mano, le dijo al país, a propios y ajenos, que la ley obliga, «en caso de renuncia, muerte o destitución por el Tribunal Supremo de Justicia», a llamar a elecciones en los 30 días siguientes. Es más, la Constitución establece que «no podrá ser elegido presidente quien esté en el cargo de vicepresidente ejecutivo». O sea, Maduro debería renunciar a su cargo de vicepresidente en ese caso para poder hacer campaña desde el llano.
Desde ya que es muy doloroso pensar en escenarios donde Chávez esté inhabilitado para continuar. Sin embargo, dado que fue él mismo quien planteó esa posibilidad, es conveniente avanzar un poco más en el análisis, desde la perspectiva argentina y también latinoamericana.
Quienes despotrican contra Chávez tienen como uno de sus argumentos favoritos que con petróleo cualquiera habla de socialismo. Error grave. Venezuela tenía riqueza petrolera antes y quedaba en pocas manos. No tan pocas, porque hasta la dirigencia sindical petrolera se subió al lock out del cual se cumplen ahora diez años y que pretendieron derribar al gobierno de Chávez a sólo tres años de mandato y cuando nueve meses atrás (golpe de abril de 2002) habían llegado hasta a secuestrar al presidente y usurpar por unas horas el poder. Petróleos de Venezuela (PDVSA) es una empresa estatal y su renta es usada en beneficio de los sectores populares. Educación, salud, vivienda, transporte. Además, tiene relación estrecha con otras petroleras públicas o mixtas del continente. Por caso, Ecuador recuperó soberanía petrolera y el año próximo empezará la construcción de una destilería, vital para Ecuador, que exporta crudo e importa combustibles. La planta la hará PDVSA. Ahora viene lo delicado y conviene no equivocarse: el odio de la gran prensa a Chávez por su relación con Irán está hecho a medida de los intereses de las petroleras privadas internacionales norteamericanas y británicas que aspiran a contar con un gobierno títere que remplace al gobierno de Mahmud Admadinejad. Por pena, una parte significativa de sectores medios, en Venezuela, en Argentina y en el resto del mundo, están tan identificados con valores neoliberales que no se paran ni un segundo a pensar lo mal que la están pasando muchas clases medias precisamente por los ajustes del poder concentrado.
Correr el velo del desprecio y el odio con el que los medios hegemónicos trataron a Chávez no tiene el sentido de pretender que todo el mundo lo aplauda. Habrá quienes no se identifiquen con su estilo, incluso con sus medidas, y hasta quienes sostengan que la democracia está hecha para la alternancia de gobernantes. A esos sectores les convendría reparar en que el estilo es este, el de hacer cumplir una Constitución que obliga a llamar a unas elecciones peligrosas para el chavismo. Las medidas son las que ayudaron a que, como símbolo, un chofer de subterráneo sea quien podría aspirar a sucederlo. Y la alternancia se da si la voluntad popular, expresada en las urnas y en respeto de las normas constitucionales, elige a otro candidato. Si no, la alternancia no procede. Cualquiera puede ir a preguntar por qué no cambia un presidente de una multinacional. La respuesta será que los accionistas deciden quién dirige y los estatutos de las empresas poderosas tienen la precaución de no impedir nuevos mandatos si los presidentes de esas compañías les hacen ganar plata. Claro, son puntos de vista. En un caso, para mejorar la vida de un pueblo; en el otro, para continuar con privilegios.
COMENTARIOS0Escribir un comentario:
Ingresá el código
Compacto internacional
La Unión Europea recibió el premio Nobel de la Paz y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, viajó una vez más a Cuba a tratarse por el cáncer que padece hace más de un año, entre otras noticias destacadas.