Los actos políticos, hoy en día, están diseñados por profesionales y responden a un esquema, como las fiestas de casamiento. Un video al principio, con escenas de la vida de los protagonistas, música en vivo, espectaculares bandas de sonido, equipos con graves dignos de la mejor disco, máquinas lanzadoras de humo y papelitos. El de la Juventud Sindical, el jueves pasado en el Luna Park , agregó un final a la moda con gente colgada de poleas, y una versión tecno-pop de la marcha peronista. Sobre el escenario, todos llevaban una remera negra impresa con la cara de Felipe Vallese. Todos, menos Hugo Moyano.
El sindicalismo interesa a poca gente, en general de izquierda o especialistas académicos. Pido, entonces, un poco de paciencia a los lectores. Los sindicalistas tienen la fuerza de sus organizaciones, mientras las conserven; y de los gobiernos, cuando han sabido pactar. Constituyen un fuerte sector empresarial público, donde es corriente que se impongan intereses privados. Pero hoy el simbolismo sindical es débil. La corrupción de los dirigentes gremiales (empatada por la de políticos que están en lo más alto) no contribuye a iluminar ese espacio. El acto del Luna Park quiso marcar, estilísticamente, un nuevo comienzo.
Dos cuestiones políticas fueron enfatizadas por los oradores: primero, que la CGT Azopardo, de la que es secretario general Hugo Moyano, es la única legítima; y, segundo, que «profundizar el modelo» quiere decir que vuelva a ser popular, porque ha dejado de serlo. Esto lo repitieron los dirigentes que hablaron antes que Facundo Moyano, el hijo menor y el heredero.
Porque, en efecto, el acto de la Juventud Sindical fue la presentación de Facundo Moyano . Tiene 28 años, es dirigente del gremio de peajes y diputado por el Frente para la Victoria (el único diputado que le concedió Cristina Kirchner al secretario de la CGT en las últimas elecciones). Pero en el Luna Park fue orador de fondo, aunque su padre, Hugo, hablara en último término. Si se permite una hipótesis, presenciamos la primera escena de un acto de pasaje, que no se hará efectivo hoy, pero que anuncia los proyectos de una familia política.
Interpretado de ese modo, toman mucho más sentido las palabras que enojaron a Cristina Kirchner en aquel acto de River hace dos años, cuando Moyano dijo que llegaría el momento en que un dirigente obrero ocupara la Casa de Gobierno. Moyano no estaba hablando de él mismo, aunque se considere una pieza decisiva, el Conductor de ese proyecto. Reclamaba un justicialismo donde se reconociera el peso que él atribuye a los sindicatos, un partido «laborista» como ya no existe ni siquiera en Gran Bretaña. La imagen se sobreimprimía con la del PT de Lula, que comenzó su larga marcha con un obrero a la cabeza. En la década del sesenta, el deseo de convertir al peronismo en un partido laborista tuvo destacados soñadores intelectuales, como Torcuato Di Tella.
La otra dimensión del acto del Luna Park, central en todos los discursos, fue la construcción de una historia. Para que la Presidenta no se olvide, Hugo Moyano volvió a evocar su lucha contra el neoliberalismo privatizador de los años noventa. Todos, una y otra vez, mencionaron esa batalla de la que los Kirchner estuvieron ausentes. Una y otra vez se les endosó esa pasividad culpable, que, por supuesto, Moyano había pasado por alto, en una conveniente amnesia, cuando fue amigo y aliado de Kirchner.
Pero lo ocultado siempre vuelve: «La historia existía antes de 2003». Y, en ese regreso al Luna Park, la historia se extendió cinco décadas. Hace cincuenta años desapareció Felipe Vallese, militante sindical de base, obrero metalúrgico, el primer desaparecido peronista. Elegirlo como emblema del acto fue decirles a los metalúrgicos que ellos hoy no estaban honrando una tradición de lucha y de mártires. Un mensaje para Caló, el posible secretario general de la CGT cristinista. También significó reactivar una memoria. Todavía hay quien recuerda que, en el árbol al que se aferró Vallese para que no se lo llevaran, quedaron las marcas de sus manos desesperadas.
Facundo Moyano citó otros hombres del movimiento sindical peronista: Dardo Cabo, Amado Olmos, Jorge Di Pasquale. Salvo los historiadores del movimiento obrero, pocos saben que Amado Olmos fue un dirigente combativo del gremio de Sanidad. Murió joven y los fundadores de la CGT de los Argentinos (cuyo periódico dirigió Rodolfo Walsh) le dieron el nombre de Amado Olmos al congreso donde se constituyó esa central obrera, cuyo secretario fue Raimundo Ongaro y funcionó en la calle Paseo Colón, en la sede de la Federación Gráfica.
Lo dicho: hay que reponer cincuenta años de historia para llegar a Amado Olmos. Todo parece más lejano todavía porque la dictadura militar introdujo una cesura, no sólo por la acción del terrorismo de Estado, sino porque sus hechos fueron tan terribles que hicieron retroceder hacia la oscuridad del fondo a otros capítulos de lucha y represión obrera.
En su discurso, por supuesto, Facundo Moyano armó una tradición peronista. No mencionó a Agustín Tosco ni a Renée Salamanca, nombres que probablemente hoy también tendrían que ser explicados. El uso político de la historia acostumbra a estas elipsis. Pero es significativo que se trace una línea que comienza con el sindicalismo combativo de base (por eso Felipe Vallese) y el peronismo «que no traiciona». En esa línea está Saúl Ubaldini. Y culmina (para los oradores del Luna Park) en el MTA de Moyano en los años noventa.
Facundo Moyano fue más lejos en términos doctrinarios. Dijo: «El componente popular de cualquier proyecto nacional se lo ponen los trabajadores». Dijo: «Somos la reserva moral del Movimiento Nacional». Sorprendentemente, dijo: «Si nos dicen que le hacemos el juego a la derecha, que me expliquen qué es la izquierda. A mi izquierda está la pared». La frase desafiante no es usual en el peronismo. Pero lo que nunca creí posible es que se la pronunciara bajo las banderas de la Juventud Sindical. Los Moyano saben que la Juventud Sindical fue el ariete antiizquierdista de los años setenta, que llegaba a los actos empujando y pechando las columnas de la Juventud Trabajadora Peronista (montonera) y otros sectores radicalizados. Sólo el movimiento peronista nos ofrece estas transformaciones y sorpresas.
Hugo Moyano fue presentado como «aquel que todos queremos escuchar». El también recurrió a la historia, pero a la que lo tiene como protagonista: «Yo estuve meses detenido mientras otros eran alcahuetes de los milicos». Se siente autorizado y legítimo, a diferencia de muchos de los que van a la CGT Balcarce. Por eso dijo: «En este gobierno o sos esclavo o sos enemigo y nosotros no tenemos vocación de esclavos».
Los Moyano han puesto una historia en función política, lo cual es perfectamente legítimo y se hace en todas partes, a la izquierda y a la derecha. En un país donde las efemérides, los luchadores y los muertos se han convertido en argumento permanente, ellos traen episodios menos conocidos. En el público, sólo algunos podían construir sentido con muchos de los nombres que se mencionaban, comenzando por el de Felipe Vallese.
La historia es siempre una intermitencia: los focos siguen a algunos personajes o se detienen en algunos hechos, dejan en sombra a otros. Es imposible recordar todo y, cuando se ordena el pasado en función del presente, se dibuja una genealogía donde el que recuerda se ubica como pieza final: soy lo que soy porque reconozco en mí este pasado.
Quien escuchó bien lo que se dijo en el Luna Park pudo percibir una nueva versión de la historia, que compite con la del kirchnerismo y se diferencia de ella. Hugo Moyano imagina un peronismo poskirchnerista (hoy tenemos un kirchnerismo posmenemista). Como el peronismo es generoso con los tránsfugas, allí puede confluir cualquiera que acepte el orden del día. Pero, pensando un poco más allá, el acto del Luna Park dio señales de que los Moyano adivinan que la identidad y la identificación necesitan ciertos anclajes, ciertos símbolos, algunos héroes y algunas gestas.
© La Nacion.
El sindicalismo interesa a poca gente, en general de izquierda o especialistas académicos. Pido, entonces, un poco de paciencia a los lectores. Los sindicalistas tienen la fuerza de sus organizaciones, mientras las conserven; y de los gobiernos, cuando han sabido pactar. Constituyen un fuerte sector empresarial público, donde es corriente que se impongan intereses privados. Pero hoy el simbolismo sindical es débil. La corrupción de los dirigentes gremiales (empatada por la de políticos que están en lo más alto) no contribuye a iluminar ese espacio. El acto del Luna Park quiso marcar, estilísticamente, un nuevo comienzo.
Dos cuestiones políticas fueron enfatizadas por los oradores: primero, que la CGT Azopardo, de la que es secretario general Hugo Moyano, es la única legítima; y, segundo, que «profundizar el modelo» quiere decir que vuelva a ser popular, porque ha dejado de serlo. Esto lo repitieron los dirigentes que hablaron antes que Facundo Moyano, el hijo menor y el heredero.
Porque, en efecto, el acto de la Juventud Sindical fue la presentación de Facundo Moyano . Tiene 28 años, es dirigente del gremio de peajes y diputado por el Frente para la Victoria (el único diputado que le concedió Cristina Kirchner al secretario de la CGT en las últimas elecciones). Pero en el Luna Park fue orador de fondo, aunque su padre, Hugo, hablara en último término. Si se permite una hipótesis, presenciamos la primera escena de un acto de pasaje, que no se hará efectivo hoy, pero que anuncia los proyectos de una familia política.
Interpretado de ese modo, toman mucho más sentido las palabras que enojaron a Cristina Kirchner en aquel acto de River hace dos años, cuando Moyano dijo que llegaría el momento en que un dirigente obrero ocupara la Casa de Gobierno. Moyano no estaba hablando de él mismo, aunque se considere una pieza decisiva, el Conductor de ese proyecto. Reclamaba un justicialismo donde se reconociera el peso que él atribuye a los sindicatos, un partido «laborista» como ya no existe ni siquiera en Gran Bretaña. La imagen se sobreimprimía con la del PT de Lula, que comenzó su larga marcha con un obrero a la cabeza. En la década del sesenta, el deseo de convertir al peronismo en un partido laborista tuvo destacados soñadores intelectuales, como Torcuato Di Tella.
La otra dimensión del acto del Luna Park, central en todos los discursos, fue la construcción de una historia. Para que la Presidenta no se olvide, Hugo Moyano volvió a evocar su lucha contra el neoliberalismo privatizador de los años noventa. Todos, una y otra vez, mencionaron esa batalla de la que los Kirchner estuvieron ausentes. Una y otra vez se les endosó esa pasividad culpable, que, por supuesto, Moyano había pasado por alto, en una conveniente amnesia, cuando fue amigo y aliado de Kirchner.
Pero lo ocultado siempre vuelve: «La historia existía antes de 2003». Y, en ese regreso al Luna Park, la historia se extendió cinco décadas. Hace cincuenta años desapareció Felipe Vallese, militante sindical de base, obrero metalúrgico, el primer desaparecido peronista. Elegirlo como emblema del acto fue decirles a los metalúrgicos que ellos hoy no estaban honrando una tradición de lucha y de mártires. Un mensaje para Caló, el posible secretario general de la CGT cristinista. También significó reactivar una memoria. Todavía hay quien recuerda que, en el árbol al que se aferró Vallese para que no se lo llevaran, quedaron las marcas de sus manos desesperadas.
Facundo Moyano citó otros hombres del movimiento sindical peronista: Dardo Cabo, Amado Olmos, Jorge Di Pasquale. Salvo los historiadores del movimiento obrero, pocos saben que Amado Olmos fue un dirigente combativo del gremio de Sanidad. Murió joven y los fundadores de la CGT de los Argentinos (cuyo periódico dirigió Rodolfo Walsh) le dieron el nombre de Amado Olmos al congreso donde se constituyó esa central obrera, cuyo secretario fue Raimundo Ongaro y funcionó en la calle Paseo Colón, en la sede de la Federación Gráfica.
Lo dicho: hay que reponer cincuenta años de historia para llegar a Amado Olmos. Todo parece más lejano todavía porque la dictadura militar introdujo una cesura, no sólo por la acción del terrorismo de Estado, sino porque sus hechos fueron tan terribles que hicieron retroceder hacia la oscuridad del fondo a otros capítulos de lucha y represión obrera.
En su discurso, por supuesto, Facundo Moyano armó una tradición peronista. No mencionó a Agustín Tosco ni a Renée Salamanca, nombres que probablemente hoy también tendrían que ser explicados. El uso político de la historia acostumbra a estas elipsis. Pero es significativo que se trace una línea que comienza con el sindicalismo combativo de base (por eso Felipe Vallese) y el peronismo «que no traiciona». En esa línea está Saúl Ubaldini. Y culmina (para los oradores del Luna Park) en el MTA de Moyano en los años noventa.
Facundo Moyano fue más lejos en términos doctrinarios. Dijo: «El componente popular de cualquier proyecto nacional se lo ponen los trabajadores». Dijo: «Somos la reserva moral del Movimiento Nacional». Sorprendentemente, dijo: «Si nos dicen que le hacemos el juego a la derecha, que me expliquen qué es la izquierda. A mi izquierda está la pared». La frase desafiante no es usual en el peronismo. Pero lo que nunca creí posible es que se la pronunciara bajo las banderas de la Juventud Sindical. Los Moyano saben que la Juventud Sindical fue el ariete antiizquierdista de los años setenta, que llegaba a los actos empujando y pechando las columnas de la Juventud Trabajadora Peronista (montonera) y otros sectores radicalizados. Sólo el movimiento peronista nos ofrece estas transformaciones y sorpresas.
Hugo Moyano fue presentado como «aquel que todos queremos escuchar». El también recurrió a la historia, pero a la que lo tiene como protagonista: «Yo estuve meses detenido mientras otros eran alcahuetes de los milicos». Se siente autorizado y legítimo, a diferencia de muchos de los que van a la CGT Balcarce. Por eso dijo: «En este gobierno o sos esclavo o sos enemigo y nosotros no tenemos vocación de esclavos».
Los Moyano han puesto una historia en función política, lo cual es perfectamente legítimo y se hace en todas partes, a la izquierda y a la derecha. En un país donde las efemérides, los luchadores y los muertos se han convertido en argumento permanente, ellos traen episodios menos conocidos. En el público, sólo algunos podían construir sentido con muchos de los nombres que se mencionaban, comenzando por el de Felipe Vallese.
La historia es siempre una intermitencia: los focos siguen a algunos personajes o se detienen en algunos hechos, dejan en sombra a otros. Es imposible recordar todo y, cuando se ordena el pasado en función del presente, se dibuja una genealogía donde el que recuerda se ubica como pieza final: soy lo que soy porque reconozco en mí este pasado.
Quien escuchó bien lo que se dijo en el Luna Park pudo percibir una nueva versión de la historia, que compite con la del kirchnerismo y se diferencia de ella. Hugo Moyano imagina un peronismo poskirchnerista (hoy tenemos un kirchnerismo posmenemista). Como el peronismo es generoso con los tránsfugas, allí puede confluir cualquiera que acepte el orden del día. Pero, pensando un poco más allá, el acto del Luna Park dio señales de que los Moyano adivinan que la identidad y la identificación necesitan ciertos anclajes, ciertos símbolos, algunos héroes y algunas gestas.
© La Nacion.
«el peronismo en generoso con los transfugas».
«La Nación» también. sus publicaciones lo confirman.
Y, sí, es generoso con el «tránsfuga», que lo diga Manzano y lo confirme Abal Medina.
o que lo diga sirvén y lo confirme aguinis.
O el gran abrazo que se dieron en la reunión del Consejo de las Américas, celebrado recientemente en el hotel Alvear, donde Abal Medina dijo, y provocó risas: «Tenemos una Presidente que está gestionando y administrando todos los días, una Presidente a la que jamás van a escuchar echarle las culpas a otros, desconocer pactos, dejar de hacer lo que corresponde o desconocer los problemas, al contrario”.