Tecnologías que históricamente estaban en poder de la industria militar bajan radicalmente de precio y se convierten en accesibles. La cultura del software libre llega a la industria robótica voladora (drones) y apuesta con ser el futuro del periodismo.
Por Mariano Blejman
Desde Zanzíbar
La industria militar se pone al alcance de la mano. Los drones (robots voladores) ya no serán un artefacto exclusivo de las grandes corporaciones de la guerra o de imperios televisivos, sino también de personas comunes y corrientes, reporteros urbanos de la cotidanidad desde las alturas. Esa es la primera reflexión que se desprende de la presentación de africanDrone, uno de los 40 proyectos seleccionados en el Africa News Innovation Challenge, un programa de innovación en medios en todo el continente africano al que asiste Página/12. AfricanDrone propone crear tres equipos de dronejournalism (periodismo con robots voladores) para cubrir casos de violencia, desastres naturales y acceso a lugares prohibidos. La iniciativa de africanDrone es liderada por la Radio Africa Group de Kenya, el canal eNews de Sudáfrica y el canal nigeriano Channels TV, pero detrás de ellos hay una incipiente pero poderosa nueva industria que piensa que el futuro está en los drones de uso doméstico. Pero bien vendría tener a mano un drone para saber dónde fue a parar este cronista, en el corazón de Zanzíbar, la isla que funcionó como centro de distribución de esclavos hacia el Asia, y que acunó a Freddie Mercury en su nacimiento.
En fin, tiempo atrás, Chris Anderson, editor de la Wired y fanático de los drones escribía que compañías y amateurs alrededor del mundo competían con precios increíblemente bajos en la creación de artefactos totalmente al alcance de la mano (menos de mil dólares). Anderson aseguraba que los drones eran la primera tecnología en la historia en la que la industria de los juguetes y de los hobbistas estaba batiendo el complejo militar industrial en su propio escenario. La industria del cine, el mundo de la televisión, el periodismo digital, el cada vez más tecnológico mundo del campo, está empezando a usar las pequeñas naves voladoras para armar mapas aéreos de siembra y cosecha. Matt Waite, del Drone Journalism Lab, está convencido de que el periodismo de drones estará directamenate relacionado con el futuro del rubro. Tan es así, que el congreso de los Estados Unidos advirtió que en 2015 estaría dispuesto a liberar el espacio aéreo para que los drones puedan volar libremente.
Así estamos: además de la hiperpérdida de privacidad, el hípergeorreferenciamiento y la Internet de las cosas (esta loca idea de que todo estará conectado entre sí) también tendremos que lidiar con los drones, con un espacio aéreo lleno de naves que antes sólo estaban en poder de secretísimas agencias de espionaje intercontinental y que ahora se pueden comprar por 500 dólares y llegan volando por correo a casa. El veterano fotoperiodista Mickey Osterreicher (quien trabajó en The New York Times, Time, Newsweek, entre otros medios) cree firmemente que los drones serán cada vez más usables y más pagables en la medida en que las cámaras de alta definición se conviertan en más pequeñas. Las nuevas preguntas que surgirán son: ¿Están los drones cometiendo un acto legal? ¿Lo hacen por violación a la privacidad o por violación del espacio aéreo? ¿O por ambas? ¿Están las cortes judiciales preparadas para esto? Aparentemente no.
Empresas de transporte, de petróleo, policías. Todos los sectores encuentran usos útiles e inesperados a los drones que se pueden manejar desde los mismos celulares o desde un iPad. Increíblemente, la flamante cultura drone ha encontrado en la cultura abierta de Internet una forma de compartir planos, planes y usabilidades: ah, sí, uno puede hacer drones por su cuenta. Anderson fundó en 2007 una plataforma DIY Drones (hazlos tú mismo) que se convirtió en comunidad on line. La comunidad tiene 26 mil miembros que crean sus propios drones o compran partes pre hechas de una docena de compañías (algunas empresas entregan cerca de 100 por semana). Hace algunos meses, una de sus cámaras logró visitar un inmenso centro de datos que Apple está construyendo en Estados Unidos.
¿Cómo va a afectar el abaratamiento de los costos de producción de herramientas antes consideradas militares a la vida cotidiana de millones de personas que chocarán contra mosquitas voladoras? Nadie lo sabe realmente, pero por el momento se están comenzando a preparar. En julio de este año, la Association for Unmanned Vehicle Systems International (asociación de robots voladores, para simplificar) publicó un código de conducta para drones entre los que incluía las recomendaciones de vuela tranquilo, sigue las reglas, respeta a los otros. También sugería que los pilotos deberían estar oportunamente entrenados, y que debían repetir estándares de privacidad. La crítica de Waitte a las sugerencias era que éstas colisionaban con la primera enmienda norteamericana de la libertad de expresión: Lo mejor del periodismo es generalmente en contra del gobierno, en contra del interés de los poderosos. ¿Qué pasa cuando el interés público entra en conflicto? ¿Cuando un poderoso quiere ocultar algo, y un periodista tiene acceso a un drone? En su defensa, el fotógrafo Mickey Osterreicher asegura que los drones causarán el mismo efecto que causó en 1884 Kodak Brownie cuando empezó a sacar fotos en lugares públicos, en vez de hacerlo en estudios privados.
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