Lunes 01 de agosto de 2011 | Publicado en edición impresa
Mauricio Macri retuvo ayer el gobierno de la ciudad de Buenos Aires con una victoria aplastante sobre Daniel Filmus. Macri celebró que su triunfo por más del 64% de los votos superara al de cuatro años atrás, cuando obtuvo el 60,9%. Celebró algo más importante, y es que, con el timón municipal, conserva el recurso más valioso, si no el único, para volver a intentar en 2015 la conquista de la Casa Rosada.
Alejado de la jefatura de Boca y carente de un partido, es posible que Macri se tentara con abandonar la política si también la ciudad se le escapaba de las manos. Porque no hay que engañarse: la algarabía de anoche fue también la espléndida fachada de sus limitaciones para construir un proyecto de poder nacional. En otras palabras, Macri atraviesa un momento estelar de una carrera que parece detenida.
El alcalde y sus acólitos advierten esta deficiencia y repiten como un mantra que ahora crearán un partido. Con algo de candor, planifican asignar el cometido a un ministerio conducido por el perspicaz Emilio Monzó. Lo mismo se habían prometido en 2007.
El producto más logrado de esa empresa fue la alianza con Francisco de Narváez, Felipe Solá y Eduardo Duhalde, que derrotó a Néstor Kirchner hace dos años. Pero el experimento saltó por los aires unos meses más tarde.
A esa altura ya era imposible usar a la ciudad como plataforma de lanzamiento presidencial, porque la jugada hubiera requerido que las elecciones de ayer se realizaran en abril. Advertido de que tampoco había alimentado una candidatura alternativa a escala porteña, y convencido por su gurú, Jaime Durán Barba, de que Cristina Kirchner era invencible, Macri se replegó sobre su feudo.
La peripecia del macrismo es una desmentida al optimismo de quienes suponen que las miserias de la política pueden ser redimidas renunciando a la política. Es decir, sustituyendo su racionalidad por otra; la de la empresa, por ejemplo. De tanto ensayarla, es posible que Macri advierta los límites de esa receta cuando se la quiera aplicar a una escala más ambiciosa que la municipal. No es seguro que logre superar el cómodo umbral en el que se haya detenido. Para hacerlo, tendría que explicitar una concepción del país y diseñar una estrategia para su realización colectiva. Una meta inalcanzable si no edifica un partido; para eso no alcanza con volver más numeroso el cardumen que lo sigue. Construir un partido significa democratizar la toma de decisiones. Es un paso muy audaz para la escuela de poder en que se formó Macri. Pero sólo después de darlo podría transformar su proyecto biográfico en un proyecto político.
La conducta de Macri frente a la disputa por la presidencia será una señal de cuán potente es su vocación por influir en la escena nacional. Durán Barba y Nicolás Caputo le aconsejan que enmascare una pasable prescindencia detrás de un apoyo retórico a la oposición.
Para Durán y Caputo, la reelección de Cristina Kirchner es lo mejor que puede suceder: de lo contrario, deberían justificar ante el dócil Macri el error de hacerlo desistir de la puja por la Casa Rosada. Julio De Vido es el encargado de que la discreta pasividad macrista sea valorada en Olivos como un intento de volver amigables los próximos años de eventual convivencia.
Otro sector pretende que Macri gestione una síntesis opositora capaz de provocar un ballottage. De resultar exitosa, esa estrategia lo convertiría en el padrino de un gobierno de coalición. Ramón Puerta, puente entre Pro y el PJ, apuesta a que Macri trabaje para Duhalde. Hay un factor poderoso a favor de Puerta: el deseo de Macri de asistir a la derrota de De Narváez en la provincia de Buenos Aires.Scioli, el beneficiario
Daniel Scioli es el beneficiario objetivo de la rivalidad Macri-De Narváez. En la Casa Rosada han detectado las negociaciones que abrió Scioli con representantes macristas para repetir en octubre lo que pasó en 2007: sacar más votos que Cristina Kirchner. Si Macri consigue que sus simpatizantes bonaerenses apoyen a Duhalde, pero se muestra indiferente en la disputa por la gobernación, Scioli se acercaría a ese sueño. La identificación del gobernador con Miguel Del Sel, su apoyo a José de la Sota y el reclamo por la liberación de las exportaciones de trigo son disidencias inscriptas en esta operación.
La disonancia de Scioli es otra señal de que la estrategia de Cristina Kirchner está fisurada. La derrota de Filmus confirma que las opciones por las que se inclina el electorado se parecen más a Scioli que a las que propone la Presidenta.
Esta evidencia precipita la interna sucesoria del PJ. En esa fuerza prosperarán las opciones centristas, se llamen Scioli o Juan Urtubey. Que el poskirchnerismo amanezca en ese clima es inconveniente para Macri, que se benefició en estos años con la división del PJ y la izquierdización de la fracción oficialista.
La creencia en nombre de la cual se postergó a peronistas clásicos en favor de jóvenes de La Cámpora se ha vuelto problemática: no está claro que la muerte de Kirchner, ayudada por la ola de consumo inducida por el Gobierno, haya superado el conflicto entre el kirchnerismo y las capas medias. Con el triunfo de Macri vuelve a insinuarse la existencia de un mercado electoral disponible para un cambio de administración nacional. Pero sigue abierta una incógnita que las primarias comenzarán a despejar: ¿habrá un producto capaz de capturar ese mercado?
Si eso no ocurre, ganará Cristina Kirchner. Pero la fuente del triunfo será defectuosa. Su poder no devendría tanto del consenso que reúne su figura como de esa dificultad para reconstruir el tejido político que se manifiesta también en la municipalización de Macri. Así, la inagotable excentricidad argentina podría estar inventando para octubre un nuevo tipo de voto castigo. Uno que, más que sancionar al Gobierno, penalice a la oposición.
Mauricio Macri retuvo ayer el gobierno de la ciudad de Buenos Aires con una victoria aplastante sobre Daniel Filmus. Macri celebró que su triunfo por más del 64% de los votos superara al de cuatro años atrás, cuando obtuvo el 60,9%. Celebró algo más importante, y es que, con el timón municipal, conserva el recurso más valioso, si no el único, para volver a intentar en 2015 la conquista de la Casa Rosada.
Alejado de la jefatura de Boca y carente de un partido, es posible que Macri se tentara con abandonar la política si también la ciudad se le escapaba de las manos. Porque no hay que engañarse: la algarabía de anoche fue también la espléndida fachada de sus limitaciones para construir un proyecto de poder nacional. En otras palabras, Macri atraviesa un momento estelar de una carrera que parece detenida.
El alcalde y sus acólitos advierten esta deficiencia y repiten como un mantra que ahora crearán un partido. Con algo de candor, planifican asignar el cometido a un ministerio conducido por el perspicaz Emilio Monzó. Lo mismo se habían prometido en 2007.
El producto más logrado de esa empresa fue la alianza con Francisco de Narváez, Felipe Solá y Eduardo Duhalde, que derrotó a Néstor Kirchner hace dos años. Pero el experimento saltó por los aires unos meses más tarde.
A esa altura ya era imposible usar a la ciudad como plataforma de lanzamiento presidencial, porque la jugada hubiera requerido que las elecciones de ayer se realizaran en abril. Advertido de que tampoco había alimentado una candidatura alternativa a escala porteña, y convencido por su gurú, Jaime Durán Barba, de que Cristina Kirchner era invencible, Macri se replegó sobre su feudo.
La peripecia del macrismo es una desmentida al optimismo de quienes suponen que las miserias de la política pueden ser redimidas renunciando a la política. Es decir, sustituyendo su racionalidad por otra; la de la empresa, por ejemplo. De tanto ensayarla, es posible que Macri advierta los límites de esa receta cuando se la quiera aplicar a una escala más ambiciosa que la municipal. No es seguro que logre superar el cómodo umbral en el que se haya detenido. Para hacerlo, tendría que explicitar una concepción del país y diseñar una estrategia para su realización colectiva. Una meta inalcanzable si no edifica un partido; para eso no alcanza con volver más numeroso el cardumen que lo sigue. Construir un partido significa democratizar la toma de decisiones. Es un paso muy audaz para la escuela de poder en que se formó Macri. Pero sólo después de darlo podría transformar su proyecto biográfico en un proyecto político.
La conducta de Macri frente a la disputa por la presidencia será una señal de cuán potente es su vocación por influir en la escena nacional. Durán Barba y Nicolás Caputo le aconsejan que enmascare una pasable prescindencia detrás de un apoyo retórico a la oposición.
Para Durán y Caputo, la reelección de Cristina Kirchner es lo mejor que puede suceder: de lo contrario, deberían justificar ante el dócil Macri el error de hacerlo desistir de la puja por la Casa Rosada. Julio De Vido es el encargado de que la discreta pasividad macrista sea valorada en Olivos como un intento de volver amigables los próximos años de eventual convivencia.
Otro sector pretende que Macri gestione una síntesis opositora capaz de provocar un ballottage. De resultar exitosa, esa estrategia lo convertiría en el padrino de un gobierno de coalición. Ramón Puerta, puente entre Pro y el PJ, apuesta a que Macri trabaje para Duhalde. Hay un factor poderoso a favor de Puerta: el deseo de Macri de asistir a la derrota de De Narváez en la provincia de Buenos Aires.Scioli, el beneficiario
Daniel Scioli es el beneficiario objetivo de la rivalidad Macri-De Narváez. En la Casa Rosada han detectado las negociaciones que abrió Scioli con representantes macristas para repetir en octubre lo que pasó en 2007: sacar más votos que Cristina Kirchner. Si Macri consigue que sus simpatizantes bonaerenses apoyen a Duhalde, pero se muestra indiferente en la disputa por la gobernación, Scioli se acercaría a ese sueño. La identificación del gobernador con Miguel Del Sel, su apoyo a José de la Sota y el reclamo por la liberación de las exportaciones de trigo son disidencias inscriptas en esta operación.
La disonancia de Scioli es otra señal de que la estrategia de Cristina Kirchner está fisurada. La derrota de Filmus confirma que las opciones por las que se inclina el electorado se parecen más a Scioli que a las que propone la Presidenta.
Esta evidencia precipita la interna sucesoria del PJ. En esa fuerza prosperarán las opciones centristas, se llamen Scioli o Juan Urtubey. Que el poskirchnerismo amanezca en ese clima es inconveniente para Macri, que se benefició en estos años con la división del PJ y la izquierdización de la fracción oficialista.
La creencia en nombre de la cual se postergó a peronistas clásicos en favor de jóvenes de La Cámpora se ha vuelto problemática: no está claro que la muerte de Kirchner, ayudada por la ola de consumo inducida por el Gobierno, haya superado el conflicto entre el kirchnerismo y las capas medias. Con el triunfo de Macri vuelve a insinuarse la existencia de un mercado electoral disponible para un cambio de administración nacional. Pero sigue abierta una incógnita que las primarias comenzarán a despejar: ¿habrá un producto capaz de capturar ese mercado?
Si eso no ocurre, ganará Cristina Kirchner. Pero la fuente del triunfo será defectuosa. Su poder no devendría tanto del consenso que reúne su figura como de esa dificultad para reconstruir el tejido político que se manifiesta también en la municipalización de Macri. Así, la inagotable excentricidad argentina podría estar inventando para octubre un nuevo tipo de voto castigo. Uno que, más que sancionar al Gobierno, penalice a la oposición.