Un latigazo de Emilio Monzó, operador de Mauricio Macri y el hombre que encabezó en estos días las negociaciones con Sergio Massa, oscureció anoche el horizonte de unas cuantas corporaciones empresariales que venían soñando con un acuerdo entre Pro y el Frente Renovador. Monzó eligió el día y el lugar. En Mar del Plata, durante el Consejo Nacional del partido, presentó en público a María Eugenia Vidal como «nuestra única candidata a la gobernación de Buenos Aires». Los 200 macristas que escuchaban tomaron la frase como lo que era, toda una definición política, y la premiaron con una ovación.
Justo la noticia que el establishment se venía negando a asimilar. El martes, mientras la Bolsa subía casi 7% por rumores que muchos atribuyeron a banqueros, la inminencia de un supuesto entendimiento había ganado las conversaciones durante un almuerzo en la embajada de Italia. Fantasías con detalle: hombres de negocios de primera línea dieron allí por cierta incluso la confección de un organigrama que incluía a Massa como candidato a gobernador, a María Eugenia Vidal como vice y a De la Sota como aspirante al Parlasur. El fin del hechizo llegó horas después. «No sé a quién engañaron en la Bolsa», se burló Macri. Y ayer, en conversación con Radio Mitre, contestó a la consulta con una frase mucho más directa: «¡Qué saben de política los fondos de inversión y qué les interesa la Argentina! El círculo rojo no entiende y vive pifiando los pronósticos: la gente quiere un cambio».
Desde hace un tiempo, los empresarios creen que el peronismo no sólo es garante de gobernabilidad, sino de triunfo en elecciones. De ahí tantas perturbaciones. En la noche del jueves, Martín Lousteau se comunicó con José Ignacio de Mendiguren, secretario de la Unión Industrial Argentina y diputado del Frente Renovador. «Vasco, ¿es verdad que vos pensás que Macri no quiere ganar porque cree que no es su turno?» El economista no se refería a las elecciones porteñas que deberá disputar el 5 del mes próximo desde ECO, sino a las de octubre, las nacionales. Y su pregunta consistía, más que en una curiosidad, en la búsqueda de una coincidencia con el empresario textil: a él también le resultaba extraña la férrea decisión de no acordar con Massa.
Mendiguren venía de constatar, horas antes, durante un almuerzo en el restaurante Dashi, las razones por las que gran parte de Pro considera que la mejor estrategia electoral es la que propone el consultor Jaime Durán Barba: nada de alianzas. Era un simple encuentro de rutina de un grupo que suele encontrarse todos los jueves desde hace años, pero alimentó ese día múltiples elucubraciones sobre una negociación que por entonces parecía interrumpida. Estaban Mendiguren, Adrián Kaufmann (Arcor), Luis Betnaza (Techint), Juan Carr (Red Solidaria) y los hermanos macristas Augusto y Horacio Rodríguez Larreta. Allí, en buen tono, el candidato a jefe de gobierno les explicó a todos la estrategia por la cual los anhelos del establishment son de difícil cumplimiento. No hay nada en contra de nadie, nada personal, les explicó, pero la mayoría de Pro cree que la mejor manera de captar votos en octubre es manteniendo la identidad. Rodríguez Larreta reforzó el argumento con números que suele mostrar Durán Barba: el 70% de los votantes todavía no se decidió y más del 60% se muestra partidario de un cambio.
El domingo, ante intendentes que siguen fieles a Massa, Macri expuso conclusiones muy parecidas. El jefe de gobierno viene recibiendo una enorme presión de grandes empresas de todos los rubros, algunas de las cuales han elegido como mensajero al constructor Nicolás Caputo, álter ego del precandidato presidencial en el mundo de los negocios. Es él el que no quiere. Pero por algún motivo ha decidido mostrarse ambivalente: no veta el acuerdo con Massa, pero eleva de manera paulatina la vara de las condiciones. «Avancen, pero la responsabilidad es de ustedes: yo no quiero», les ordenó a colaboradores que, encabezados por Monzó, buscaban un acercamiento. En un principio, la propuesta de Monzó había sido que Massa renunciara a la candidatura presidencial y, una vez dado ese paso, se discutieran los requerimientos para la provincia. Pero Massa desconfió: pidió que los términos del pacto fueran especificados antes. La propuesta volvió a trabarse esta semana. Si aceptaba competir por la gobernación bonaerense, el líder del Frente Renovador pretendía al menos confeccionar sus propias listas. «Tengo intendentes que me son leales», explicó. Pero el macrismo volvió a endurecerse: le propuso que compitiera en las primarias abiertas y simultáneas en la provincia con María Eugenia Vidal y que las listas fueran confeccionadas de acuerdo con esos resultados. «Es muy difícil negociar así», dijo un operador macrista que prefiere el acuerdo.
Las razones de uno y otro lado parten de las encuestas que manejan. Hace algunos meses, cuando intentaba convencer a intendentes dubitativos de no abandonarlo, Massa decía que eso significaría el triunfo del kirchnerismo en las elecciones de octubre, porque el 70% de los votos que él perdiera irían al Frente para la Victoria. Los macristas creen lo contrario: la mayoría de esas adhesiones irá a Macri. Ése es el meollo de este diálogo de sordos.
Según la óptica porteña, que además de Durán Barba encarna Marcos Peña, a Pro le ha ido siempre bien con esa suerte de tercera vía, mostrándose como lo nuevo y lo moderno, y Massa no cuajará jamás en esa concepción. Explican que no es lo mismo competir contra dirigentes como Elisa Carrió o Ernesto Sanz, con quienes creen compartir ciertos valores, que incluir dirigentes que han formado parte del kirchnerismo. Dudan, además, de que el líder del Frente Renovador tenga, como dice, esos votos que aportarían a la victoria. «¿Quién dice que tiene dos millones de votos y que los va a mantener? Hace dos años tenía cinco millones», se explayó un integrante de la Fundación Pensar.
Anoche, en Mar del Plata, momentos después de que Monzó elevara a Vidal al rango de candidata única, Marcos Peña cerró el Consejo Nacional de Pro con las premisas de no desdibujarse en alianzas.
Parece, por lo pronto, una apuesta que busca derribar mitos. Como el de la resignación que sienten los argentinos hacia el kirchnerismo y que consignan las encuestas. Lo que ahora inquieta a los empresarios es cómo interpretar esta jugada a fondo de Macri: la seguridad de que existe un hartazgo creciente, capaz de convencer a todos, incluso a ellos, de que por esta vez el peronismo no será necesario para gobernar..
Justo la noticia que el establishment se venía negando a asimilar. El martes, mientras la Bolsa subía casi 7% por rumores que muchos atribuyeron a banqueros, la inminencia de un supuesto entendimiento había ganado las conversaciones durante un almuerzo en la embajada de Italia. Fantasías con detalle: hombres de negocios de primera línea dieron allí por cierta incluso la confección de un organigrama que incluía a Massa como candidato a gobernador, a María Eugenia Vidal como vice y a De la Sota como aspirante al Parlasur. El fin del hechizo llegó horas después. «No sé a quién engañaron en la Bolsa», se burló Macri. Y ayer, en conversación con Radio Mitre, contestó a la consulta con una frase mucho más directa: «¡Qué saben de política los fondos de inversión y qué les interesa la Argentina! El círculo rojo no entiende y vive pifiando los pronósticos: la gente quiere un cambio».
Desde hace un tiempo, los empresarios creen que el peronismo no sólo es garante de gobernabilidad, sino de triunfo en elecciones. De ahí tantas perturbaciones. En la noche del jueves, Martín Lousteau se comunicó con José Ignacio de Mendiguren, secretario de la Unión Industrial Argentina y diputado del Frente Renovador. «Vasco, ¿es verdad que vos pensás que Macri no quiere ganar porque cree que no es su turno?» El economista no se refería a las elecciones porteñas que deberá disputar el 5 del mes próximo desde ECO, sino a las de octubre, las nacionales. Y su pregunta consistía, más que en una curiosidad, en la búsqueda de una coincidencia con el empresario textil: a él también le resultaba extraña la férrea decisión de no acordar con Massa.
Mendiguren venía de constatar, horas antes, durante un almuerzo en el restaurante Dashi, las razones por las que gran parte de Pro considera que la mejor estrategia electoral es la que propone el consultor Jaime Durán Barba: nada de alianzas. Era un simple encuentro de rutina de un grupo que suele encontrarse todos los jueves desde hace años, pero alimentó ese día múltiples elucubraciones sobre una negociación que por entonces parecía interrumpida. Estaban Mendiguren, Adrián Kaufmann (Arcor), Luis Betnaza (Techint), Juan Carr (Red Solidaria) y los hermanos macristas Augusto y Horacio Rodríguez Larreta. Allí, en buen tono, el candidato a jefe de gobierno les explicó a todos la estrategia por la cual los anhelos del establishment son de difícil cumplimiento. No hay nada en contra de nadie, nada personal, les explicó, pero la mayoría de Pro cree que la mejor manera de captar votos en octubre es manteniendo la identidad. Rodríguez Larreta reforzó el argumento con números que suele mostrar Durán Barba: el 70% de los votantes todavía no se decidió y más del 60% se muestra partidario de un cambio.
El domingo, ante intendentes que siguen fieles a Massa, Macri expuso conclusiones muy parecidas. El jefe de gobierno viene recibiendo una enorme presión de grandes empresas de todos los rubros, algunas de las cuales han elegido como mensajero al constructor Nicolás Caputo, álter ego del precandidato presidencial en el mundo de los negocios. Es él el que no quiere. Pero por algún motivo ha decidido mostrarse ambivalente: no veta el acuerdo con Massa, pero eleva de manera paulatina la vara de las condiciones. «Avancen, pero la responsabilidad es de ustedes: yo no quiero», les ordenó a colaboradores que, encabezados por Monzó, buscaban un acercamiento. En un principio, la propuesta de Monzó había sido que Massa renunciara a la candidatura presidencial y, una vez dado ese paso, se discutieran los requerimientos para la provincia. Pero Massa desconfió: pidió que los términos del pacto fueran especificados antes. La propuesta volvió a trabarse esta semana. Si aceptaba competir por la gobernación bonaerense, el líder del Frente Renovador pretendía al menos confeccionar sus propias listas. «Tengo intendentes que me son leales», explicó. Pero el macrismo volvió a endurecerse: le propuso que compitiera en las primarias abiertas y simultáneas en la provincia con María Eugenia Vidal y que las listas fueran confeccionadas de acuerdo con esos resultados. «Es muy difícil negociar así», dijo un operador macrista que prefiere el acuerdo.
Las razones de uno y otro lado parten de las encuestas que manejan. Hace algunos meses, cuando intentaba convencer a intendentes dubitativos de no abandonarlo, Massa decía que eso significaría el triunfo del kirchnerismo en las elecciones de octubre, porque el 70% de los votos que él perdiera irían al Frente para la Victoria. Los macristas creen lo contrario: la mayoría de esas adhesiones irá a Macri. Ése es el meollo de este diálogo de sordos.
Según la óptica porteña, que además de Durán Barba encarna Marcos Peña, a Pro le ha ido siempre bien con esa suerte de tercera vía, mostrándose como lo nuevo y lo moderno, y Massa no cuajará jamás en esa concepción. Explican que no es lo mismo competir contra dirigentes como Elisa Carrió o Ernesto Sanz, con quienes creen compartir ciertos valores, que incluir dirigentes que han formado parte del kirchnerismo. Dudan, además, de que el líder del Frente Renovador tenga, como dice, esos votos que aportarían a la victoria. «¿Quién dice que tiene dos millones de votos y que los va a mantener? Hace dos años tenía cinco millones», se explayó un integrante de la Fundación Pensar.
Anoche, en Mar del Plata, momentos después de que Monzó elevara a Vidal al rango de candidata única, Marcos Peña cerró el Consejo Nacional de Pro con las premisas de no desdibujarse en alianzas.
Parece, por lo pronto, una apuesta que busca derribar mitos. Como el de la resignación que sienten los argentinos hacia el kirchnerismo y que consignan las encuestas. Lo que ahora inquieta a los empresarios es cómo interpretar esta jugada a fondo de Macri: la seguridad de que existe un hartazgo creciente, capaz de convencer a todos, incluso a ellos, de que por esta vez el peronismo no será necesario para gobernar..