Cristina Kirchner durante la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, el 1° de marzo. Foto: LA NACION / Fernando Massobrio
Hace pocos días, un amigo (joven, pero no kirchnerista) me envió el enlace a un fragmento de discurso presidencial. Lo acompañaba sólo con un adjetivo entre irónico y escandalizado: «Dantesco». Quiero compartir ese enlace: http://www.youtube.com/watch?v=&feature=player_embedded.
Son tres minutos sobre los subtes. Tiene razón la Presidenta cuando afirma que el traspaso de los subtes no hubiera debido ser judicializado por Macri. Tiene razón al señalar que otras medidas cautelares se interpusieron ante resoluciones de gobierno y leyes votadas en el Congreso, como si la Argentina tuviera en su horizonte una república de jueces. Es diferente recurrir a la Corte por la inconstitucionalidad de un fallo que atiborrar los tribunales de medidas cautelares.
Además de estas observaciones, la Presidenta no puede evitar las notas de color, que usa cada vez con más desparpajo, con la creencia de que nadie está a su altura para discutirle y que nadie tiene legitimidad para hacerlo. Salvo los medios, pero ya se sabe qué son los medios: una fachada de negocios mal habidos, tan distintos de los empresarios amigos, esos verdaderos capitalistas de riesgo que juegan sus fortunas en las empresas para dinamizar el mercado de trabajo. Y, para peor, ahora han aparecido, según la Presidenta acaba de revelarnos en un sagaz giro hermenéutico, un par de periodistas filonazis.
En el video que comento, la Presidenta recurrió a un hit del federalismo antiporteño: los argentinos no tienen que pagarle a Buenos Aires sus lujos. Lo que dice Cristina Kirchner instala una revulsiva simetría con las afirmaciones de Macri de que a los hospitales porteños viene a tratarse la gente del Gran Buenos Aires, o que el Indoamericano estaba lleno de extranjeros. Por un lado, federalismo trucho; por el otro, bajo tenor social. Que Macri sea espontáneamente poco sensible a los pobres no habilita a la Presidenta para salir a dar patadas.
Después de la doctrina antiporteña, la Presidenta, por teleconferencia, se dirige a una mujer en La Quiaca (a la que tutea sin conocer, como lo hacen las señoras acomodadas con los pobres de provincia): «Decime, Salustriana, ¿subiste alguna vez a algún subte?». «Hasta ahora no», responde Salustriana, entre risas y aplausos de los funcionarios de la platea porteña. La Presidenta sigue: «Yo voy a ir a La Quiaca y después te venís conmigo en el Tango 01 y vamos a dar una vuelta en subte». Salustriana: «A nosotros nos hacen falta otras cosas». A la Presidenta también: por ejemplo, dar una vuelta en subte a las nueve de la mañana, con De Vido de acompañante. No tiene la obligación de hacerlo. Pero, entonces, que no diga bravuconadas.
Si se le preguntara a Salustriana: ¿necesita Aerolíneas Argentinas?, también diría que antes precisa otras cosas, por ejemplo un tren eficiente que permita que sus familiares la visiten pagando un pasaje razonable. ¿Por qué Cristina Kirchner no viaja en tren con Salustriana desde La Quiaca, si tal expedición es posible? Interrogada libremente, Salustriana también diría que no necesita que se gaste plata en ese avión presidencial, ni en las visitas de la Presidenta al G20 ni en armar un museo de efemérides en la Casa de Gobierno ni en Artépolis, que Cristina acaba de anunciar. Usar a Salustriana como argumento de cómo debe diseñarse un sistema de transporte (o un proyecto cultural) es un golpe bajo, de populismo demagógico.
Desde la extrema necesidad, todo es prescindible. Por eso, la política tiene en la asignación de recursos una función principal. Sin embargo, nadie discute la asignación de recursos de la Presidenta. Para ella sólo hay vía libre. Y ha encontrado, en estos días, a un inesperado émulo: el gobernador Bonfatti, de Santa Fe, asignó más de cuatrocientos mil pesos para un recital en su provincia. ¿Qué diría la Salustriana del norte santafecino si algún periodista del oficialismo la interrogara?
Salustriana no es libre cuando le contesta a la Presidenta. Su autonomía está sujeta por la necesidad material y por la inconmensurable distancia que la separa de esa señora emperifollada que la interpela por teleconferencia. Claramente, Salustriana necesita servicios diferentes de los de un subte, que sería un artefacto de otro planeta en La Quiaca o en cualquier otra ciudad del mundo de esas dimensiones.
Pero la autonomía de Salustriana está afectada porque no tiene libertad para contestar a la Presidenta de un modo diferente. Ni aunque quisiera hacerlo, ni aunque quisiera decirle que ella tampoco necesita que el Gobierno invierta millones en decorar el edificio de Obras Públicas con un póster gigantesco de Eva Perón, cuya maqueta está detrás de la Presidenta. Salustriana no podría decirlo. Muy pocas personas están en condiciones de refutarle algo, cara a cara, a un presidente. Por eso, un presidente abusa de su poder cuando disimula el lugar del irrefutable. Como Cristina frente a Salustriana, hace un gesto del más tradicional paternalismo.
La Presidenta tiene dos estrategias discursivas: el silencio y el monopolio. Lo que se llama «el relato» depende de estas estrategias y no al revés.
Los acontecimientos que se consideran desfavorables y sobre los que no se tiene preparada una argumentación merecen el silencio. Cristina Kirchner atribuye al lenguaje el poder de producir los acontecimientos. Lo que se nombra, automáticamente, pasa a existir: abracadabra. La palabra «inflación» hace subir los precios. A la inversa, lo que no se nombra no existe. El lenguaje produce la realidad, que puede ser narrada, descripta, aludida, metaforizada. Es decir que no se trata sólo de «relato», como se insiste habitualmente. Hay algo anterior a cualquier relato, una fuerza que funda o destituye la realidad.
Según la filosofía del lenguaje K, la lengua es mágica. Por lo tanto, tiene que ser sólo propiedad de la Presidenta, ya que los poderes de enunciar o silenciar tendrían siempre efectos materiales. El unicato cristinista es, en primer lugar, un unicato de enunciación. Muchas veces me he preguntado por qué razón, ya que ella no habla con el periodismo, no existen emisores del tipo de Alberto Fernández, que cumplían esa función de amistoso off the record hasta 2008. Mi pregunta es irrelevante porque Cristina trajo una novedad: todos los lugares desde donde se habla han colapsado menos uno, el que ella ocupa todos los días, porque esa realidad fundada en el lenguaje corre riesgos en ausencia de su discurso, que es el único que garantiza la existencia. Hasta sacó del Gabinete al chistoso Aníbal Fernández, que reproducía en carbónico los humores presidenciales, porque, al emitir esas reproducciones, no se respetaba el unicato de la enunciación. ¿Quién le conoce la voz a Abal Medina? ¿Quién escuchó alguna vez al taciturno Máximo?
Estas cuestiones discursivas son directamente políticas. La «filosofía del lenguaje» K arma sistema con una concepción del poder unificado; es antipluralista y discrecional. Se puede acordar con muchas medidas tomadas por la Presidenta. Es posible, incluso, coincidir con muchos de sus motivos o diagnósticos. Pero no es posible disentir: toda contradicción es un ataque y todo ataque se personaliza.
Cada vez que alguien recuerda la forma secreta en que Boudou fue elegido vicepresidente, las consecuencias del unicato podrían convertirse en lección práctica sobre las conveniencias de un juego más abierto. Nadie pide que Cristina Kirchner se convierta en una demócrata a la uruguaya. Eso va contra sus reflejos y probablemente también contra un estilo argentino, dado a atropellar, que los votantes no han rechazado últimamente. El unicato lo ejerce una personalidad política autocentrada, desconfiada de cualquier pluralismo, hipersensible a las críticas, renuente al diálogo salvo con sujetos ausentes o en estado de dependencia. Los diferentes relatos pueden cambiar, lo que se mantiene estable es el lugar desde donde Cristina los enuncia. Ese es el núcleo duro e inabordable del poder. Todo lo que queda por hacer es desear que no se equivoque.
© La Nacion.
Hace pocos días, un amigo (joven, pero no kirchnerista) me envió el enlace a un fragmento de discurso presidencial. Lo acompañaba sólo con un adjetivo entre irónico y escandalizado: «Dantesco». Quiero compartir ese enlace: http://www.youtube.com/watch?v=&feature=player_embedded.
Son tres minutos sobre los subtes. Tiene razón la Presidenta cuando afirma que el traspaso de los subtes no hubiera debido ser judicializado por Macri. Tiene razón al señalar que otras medidas cautelares se interpusieron ante resoluciones de gobierno y leyes votadas en el Congreso, como si la Argentina tuviera en su horizonte una república de jueces. Es diferente recurrir a la Corte por la inconstitucionalidad de un fallo que atiborrar los tribunales de medidas cautelares.
Además de estas observaciones, la Presidenta no puede evitar las notas de color, que usa cada vez con más desparpajo, con la creencia de que nadie está a su altura para discutirle y que nadie tiene legitimidad para hacerlo. Salvo los medios, pero ya se sabe qué son los medios: una fachada de negocios mal habidos, tan distintos de los empresarios amigos, esos verdaderos capitalistas de riesgo que juegan sus fortunas en las empresas para dinamizar el mercado de trabajo. Y, para peor, ahora han aparecido, según la Presidenta acaba de revelarnos en un sagaz giro hermenéutico, un par de periodistas filonazis.
En el video que comento, la Presidenta recurrió a un hit del federalismo antiporteño: los argentinos no tienen que pagarle a Buenos Aires sus lujos. Lo que dice Cristina Kirchner instala una revulsiva simetría con las afirmaciones de Macri de que a los hospitales porteños viene a tratarse la gente del Gran Buenos Aires, o que el Indoamericano estaba lleno de extranjeros. Por un lado, federalismo trucho; por el otro, bajo tenor social. Que Macri sea espontáneamente poco sensible a los pobres no habilita a la Presidenta para salir a dar patadas.
Después de la doctrina antiporteña, la Presidenta, por teleconferencia, se dirige a una mujer en La Quiaca (a la que tutea sin conocer, como lo hacen las señoras acomodadas con los pobres de provincia): «Decime, Salustriana, ¿subiste alguna vez a algún subte?». «Hasta ahora no», responde Salustriana, entre risas y aplausos de los funcionarios de la platea porteña. La Presidenta sigue: «Yo voy a ir a La Quiaca y después te venís conmigo en el Tango 01 y vamos a dar una vuelta en subte». Salustriana: «A nosotros nos hacen falta otras cosas». A la Presidenta también: por ejemplo, dar una vuelta en subte a las nueve de la mañana, con De Vido de acompañante. No tiene la obligación de hacerlo. Pero, entonces, que no diga bravuconadas.
Si se le preguntara a Salustriana: ¿necesita Aerolíneas Argentinas?, también diría que antes precisa otras cosas, por ejemplo un tren eficiente que permita que sus familiares la visiten pagando un pasaje razonable. ¿Por qué Cristina Kirchner no viaja en tren con Salustriana desde La Quiaca, si tal expedición es posible? Interrogada libremente, Salustriana también diría que no necesita que se gaste plata en ese avión presidencial, ni en las visitas de la Presidenta al G20 ni en armar un museo de efemérides en la Casa de Gobierno ni en Artépolis, que Cristina acaba de anunciar. Usar a Salustriana como argumento de cómo debe diseñarse un sistema de transporte (o un proyecto cultural) es un golpe bajo, de populismo demagógico.
Desde la extrema necesidad, todo es prescindible. Por eso, la política tiene en la asignación de recursos una función principal. Sin embargo, nadie discute la asignación de recursos de la Presidenta. Para ella sólo hay vía libre. Y ha encontrado, en estos días, a un inesperado émulo: el gobernador Bonfatti, de Santa Fe, asignó más de cuatrocientos mil pesos para un recital en su provincia. ¿Qué diría la Salustriana del norte santafecino si algún periodista del oficialismo la interrogara?
Salustriana no es libre cuando le contesta a la Presidenta. Su autonomía está sujeta por la necesidad material y por la inconmensurable distancia que la separa de esa señora emperifollada que la interpela por teleconferencia. Claramente, Salustriana necesita servicios diferentes de los de un subte, que sería un artefacto de otro planeta en La Quiaca o en cualquier otra ciudad del mundo de esas dimensiones.
Pero la autonomía de Salustriana está afectada porque no tiene libertad para contestar a la Presidenta de un modo diferente. Ni aunque quisiera hacerlo, ni aunque quisiera decirle que ella tampoco necesita que el Gobierno invierta millones en decorar el edificio de Obras Públicas con un póster gigantesco de Eva Perón, cuya maqueta está detrás de la Presidenta. Salustriana no podría decirlo. Muy pocas personas están en condiciones de refutarle algo, cara a cara, a un presidente. Por eso, un presidente abusa de su poder cuando disimula el lugar del irrefutable. Como Cristina frente a Salustriana, hace un gesto del más tradicional paternalismo.
La Presidenta tiene dos estrategias discursivas: el silencio y el monopolio. Lo que se llama «el relato» depende de estas estrategias y no al revés.
Los acontecimientos que se consideran desfavorables y sobre los que no se tiene preparada una argumentación merecen el silencio. Cristina Kirchner atribuye al lenguaje el poder de producir los acontecimientos. Lo que se nombra, automáticamente, pasa a existir: abracadabra. La palabra «inflación» hace subir los precios. A la inversa, lo que no se nombra no existe. El lenguaje produce la realidad, que puede ser narrada, descripta, aludida, metaforizada. Es decir que no se trata sólo de «relato», como se insiste habitualmente. Hay algo anterior a cualquier relato, una fuerza que funda o destituye la realidad.
Según la filosofía del lenguaje K, la lengua es mágica. Por lo tanto, tiene que ser sólo propiedad de la Presidenta, ya que los poderes de enunciar o silenciar tendrían siempre efectos materiales. El unicato cristinista es, en primer lugar, un unicato de enunciación. Muchas veces me he preguntado por qué razón, ya que ella no habla con el periodismo, no existen emisores del tipo de Alberto Fernández, que cumplían esa función de amistoso off the record hasta 2008. Mi pregunta es irrelevante porque Cristina trajo una novedad: todos los lugares desde donde se habla han colapsado menos uno, el que ella ocupa todos los días, porque esa realidad fundada en el lenguaje corre riesgos en ausencia de su discurso, que es el único que garantiza la existencia. Hasta sacó del Gabinete al chistoso Aníbal Fernández, que reproducía en carbónico los humores presidenciales, porque, al emitir esas reproducciones, no se respetaba el unicato de la enunciación. ¿Quién le conoce la voz a Abal Medina? ¿Quién escuchó alguna vez al taciturno Máximo?
Estas cuestiones discursivas son directamente políticas. La «filosofía del lenguaje» K arma sistema con una concepción del poder unificado; es antipluralista y discrecional. Se puede acordar con muchas medidas tomadas por la Presidenta. Es posible, incluso, coincidir con muchos de sus motivos o diagnósticos. Pero no es posible disentir: toda contradicción es un ataque y todo ataque se personaliza.
Cada vez que alguien recuerda la forma secreta en que Boudou fue elegido vicepresidente, las consecuencias del unicato podrían convertirse en lección práctica sobre las conveniencias de un juego más abierto. Nadie pide que Cristina Kirchner se convierta en una demócrata a la uruguaya. Eso va contra sus reflejos y probablemente también contra un estilo argentino, dado a atropellar, que los votantes no han rechazado últimamente. El unicato lo ejerce una personalidad política autocentrada, desconfiada de cualquier pluralismo, hipersensible a las críticas, renuente al diálogo salvo con sujetos ausentes o en estado de dependencia. Los diferentes relatos pueden cambiar, lo que se mantiene estable es el lugar desde donde Cristina los enuncia. Ese es el núcleo duro e inabordable del poder. Todo lo que queda por hacer es desear que no se equivoque.
© La Nacion.
¿sarlo sigue escribiendo sobre «los K»?
que vuelva a la sarasa de borges y sábato!!!
ahí no parecía tan tan limitada.
una pena para los recalcitrantes a los que se le erosiona el «prestigio» de sus «intelectuales»…
Guarda el parche, que tienen intelectuales de la talla de Jorge Larrata, Fernando Iglesias y del Basquetbolista de ideas Rozitchner.