La cifra de octubre (2,4%) que dio el Indec es sencillamente mala: sigue demorándose la prometida–y tantas veces postergada– puesta en caja de la inflación.
El número viene impactado por la aplicación del aumento de las tarifas de gas en un mes que pareció más de invierno que de primavera; esta última una cuestión no muy ortodoxa para el razonamiento económico, pero real. También influyen el aumento de las prepagas y la ropa de verano. De ahí que según los anteojos que se quieran calzar, se podría hablar de rebrote como también de cierta “domesticación” de los precios al margen de estos ajustes inevitables.
Eso que se ha dado en llamar inflación núcleo, la que no incluye variaciones por estacionalidad o, en términos gruesos, circunstanciales, tuvo un comportamiento menor, pero también alto respecto de los meses anteriores: 1,8 por ciento.
Cualquiera sea el abordaje que se quiera dar, es difícil no reconocer que la inflación resulta más resistente y tenaz que los pronósticos oficiales. Aunque al reflujo de octubre se lo pueda explicar y relativizar, el hecho concreto es que por lo que sea, la rebelión inflacionaria no cesa y el segundo semestre prometido por el Gobierno sigue haciéndose desear. Y aquellas esperanzas tibias que habían aparecido en agosto y septiembre –alrededor del 1% mensual– son recuerdo.
En algún momento las tarifas serán otra vez aumentadas y los salarios también, con lo que el equilibrio de precios tan esperado sigue por la cuerda floja, Viene diciembre, un mes de tradicional aumento de precios. La cuerda floja no es solamente la de los precios, que son un reflejo del desequilibrio más profundo de una economía con un déficit tan o más difícil de dominar que la inflación.
Ese déficit obliga a tomar deuda. Quejarse de la deuda sin quejarse del déficit es una artimaña política. El país necesita reactivar la economía, que siempre se puede reactivar primero con la inversión pública, que encuentra financiación y a tasas externas por debajo de las pagadas en los últimos años K. Hacer más ajuste de modo que tengan efecto rápido es sólo en la teoría. No hay condiciones políticas ni sociales que puedan soportarlo. Los costos de esa terapia ya se conocen. Pero ese endeudamiento externo en dólares añade pesos inflacionarios al circuito, que el Banco Central retoma pagando altas tasas internas afectando la salida del parate de la economía. Y los brotes verdes percibidos en algunos sectores económicos no han sido tampoco alcanzados por la primavera. Están, pero no crecen. Otra demora. En síntesis: la percepción es la del perro mordiéndose la cola, un día más cerca, otro más lejos.
Si la “inversión” más productiva es la bicicleta financiera –ingreso dólares, los paso a pesos, compro Lebac, tomo ganancias y compro más dólares de los que invertí– aquella reactivación será solo parte de un relato, esta vez macrista.
Las necesidades coyunturales consumen los esfuerzos del Gobierno, que necesita que el rumbo teórico sea, en verdad, el derrotero real. Esa disociación abre el espacio para la negociación política de las urgencias.
La apuesta a la inversión pública –la privada sigue aquella certera frase de Perón sobre la cobardía del bolsillo– refuerza el objetivo de mostrar un camino de reactivación.
El Fondo Monetario dictaminó ayer que la inflación y el déficit son los problemas más serios. Un diagnóstico nada original.
El número viene impactado por la aplicación del aumento de las tarifas de gas en un mes que pareció más de invierno que de primavera; esta última una cuestión no muy ortodoxa para el razonamiento económico, pero real. También influyen el aumento de las prepagas y la ropa de verano. De ahí que según los anteojos que se quieran calzar, se podría hablar de rebrote como también de cierta “domesticación” de los precios al margen de estos ajustes inevitables.
Eso que se ha dado en llamar inflación núcleo, la que no incluye variaciones por estacionalidad o, en términos gruesos, circunstanciales, tuvo un comportamiento menor, pero también alto respecto de los meses anteriores: 1,8 por ciento.
Cualquiera sea el abordaje que se quiera dar, es difícil no reconocer que la inflación resulta más resistente y tenaz que los pronósticos oficiales. Aunque al reflujo de octubre se lo pueda explicar y relativizar, el hecho concreto es que por lo que sea, la rebelión inflacionaria no cesa y el segundo semestre prometido por el Gobierno sigue haciéndose desear. Y aquellas esperanzas tibias que habían aparecido en agosto y septiembre –alrededor del 1% mensual– son recuerdo.
En algún momento las tarifas serán otra vez aumentadas y los salarios también, con lo que el equilibrio de precios tan esperado sigue por la cuerda floja, Viene diciembre, un mes de tradicional aumento de precios. La cuerda floja no es solamente la de los precios, que son un reflejo del desequilibrio más profundo de una economía con un déficit tan o más difícil de dominar que la inflación.
Ese déficit obliga a tomar deuda. Quejarse de la deuda sin quejarse del déficit es una artimaña política. El país necesita reactivar la economía, que siempre se puede reactivar primero con la inversión pública, que encuentra financiación y a tasas externas por debajo de las pagadas en los últimos años K. Hacer más ajuste de modo que tengan efecto rápido es sólo en la teoría. No hay condiciones políticas ni sociales que puedan soportarlo. Los costos de esa terapia ya se conocen. Pero ese endeudamiento externo en dólares añade pesos inflacionarios al circuito, que el Banco Central retoma pagando altas tasas internas afectando la salida del parate de la economía. Y los brotes verdes percibidos en algunos sectores económicos no han sido tampoco alcanzados por la primavera. Están, pero no crecen. Otra demora. En síntesis: la percepción es la del perro mordiéndose la cola, un día más cerca, otro más lejos.
Si la “inversión” más productiva es la bicicleta financiera –ingreso dólares, los paso a pesos, compro Lebac, tomo ganancias y compro más dólares de los que invertí– aquella reactivación será solo parte de un relato, esta vez macrista.
Las necesidades coyunturales consumen los esfuerzos del Gobierno, que necesita que el rumbo teórico sea, en verdad, el derrotero real. Esa disociación abre el espacio para la negociación política de las urgencias.
La apuesta a la inversión pública –la privada sigue aquella certera frase de Perón sobre la cobardía del bolsillo– refuerza el objetivo de mostrar un camino de reactivación.
El Fondo Monetario dictaminó ayer que la inflación y el déficit son los problemas más serios. Un diagnóstico nada original.