Dos fenómenos estructurales de la política argentina volvieron a evidenciarse en las PASO. Primero, que el voto a candidatos peronistas es mayoritario; segundo, que el peronismo mantiene una abrumadora solidez en los sectores sociales de menores ingresos. Con estos dos datos estaría resuelta la carrera presidencial, si no fuera por un detalle clave: el peronismo concurre dividido a las elecciones. Tuvo cuatro candidatos en las PASO y tendrá tres en la presidencial. Las primarias no son idóneas para resolver la interna peronista. Otra vez, como en 2003, 2005 y 2013, el justicialismo trasladará su sucesión al conjunto del electorado. La historia se repite: antes fueron Duhalde y Kirchner enfrentando a Menem; luego Kirchner contra Duhalde; ahora el kirchnerismo y Scioli versus Massa y De la Sota.
La relevancia de la interna peronista proviene de su capacidad de convocatoria: involucró a partir de 2002 a alrededor del 60% de los votantes argentinos. Aproximadamente ese caudal sumaron Menem, Kirchner y Rodríguez Saá en 2003, y el FPV y el PJ disidente en 2005 en senadores y en 2013 en diputados. El domingo pasado se repitió la pauta: el voto sumado de Scioli, Massa, De la Sota y Rodríguez Saá alcanzó el 61%. Si bien existen segmentos de clase media en esa muchedumbre, predominan los sectores socioeconómicos bajos. En los ocho municipios del GBA que tienen mayores necesidades básicas insatisfechas, el voto peronista agregado alcanzó a casi el 75%.
La otra cara de la Argentina electoral, que suma el 40% a nivel nacional y está conformada en su mayoría por población de clase media y media alta, observa la interna peronista con resignación, pero sin entrar en ella. En los últimos años sus opciones oscilaron entre distintas expresiones del radicalismo y el socialismo, la izquierda y, recientemente, Pro. Si se comparan los resultados de 2013 con los actuales podrá comprobarse que en el no peronismo se produjo una significativa mutación: Pro capturó la casi totalidad del voto panradical. Hace dos años el partido de Macri había conseguido apenas el 10%, mientras que el radicalismo y partidos afines, que luego constituirían Unen, se habían alzado con el 25%. Hoy, Macri se llevó casi 25% y lo que fue Unen apenas alcanzó el 3,5%, con Stolbizer.
La proporción de voto peronista y no peronista permanece relativamente estable: el primero en torno al 60%, el segundo al 40%. Estos universos son paralelos, evitan tocarse. No intercambian votos entre ellos, sino que generan migraciones internas, al ritmo de sus luchas de facciones. Así, Massa y De la Sota le disputan votos al peronismo oficial y Macri se engulle al panradicalismo. En este contexto, el grueso de la oposición no peronista (Pro, Coalición Cívica y radicalismo) acató la regla de las PASO dirimiendo su candidato, mientras el peronismo -oficial y disidente- no se sometió del todo, dejando en pie a Massa y Rodríguez Saá. El elector medio, que está poco interesado e informado, acepta esta anomalía y concurre a votar con preferencia a candidatos peronistas. Por eso, es probable que la disputa dentro del justicialismo decida quién será el próximo presidente de la Argentina.
Según el resultado de las PASO, la elección se decidirá entre Scioli y Macri. A Scioli le faltan 6,5% para llegar al 45% que lo colocaría en la presidencia. Si eso no estuviera a su alcance, deberá conseguir 4 o 5 puntos y una diferencia de 10 con el segundo. ¿De dónde sacará el FPV esos votos? ¿Del improbable mundo no peronista, o del caudal de Massa y Rodríguez Saá? La lógica indica que lo que le falta al oficialismo lo tienen sus competidores del mismo partido. Debe buscar necesariamente allí. Una porción importante de ese voto es de sectores bajos y se inclinó por Massa. El fenómeno fue muy claro en el GBA pobre: el ex intendente de Tigre se llevó el 34% en Malvinas Argentinas, el 26% en Moreno, el 25% en José C. Paz y el 21% en Merlo.
Si la competencia en el interior del peronismo decidirá las elecciones, Massa tiene la llave. No será el presidente pero influirá decisivamente en quién lo será. A diferencia de sus competidores, y con la necesidad de recuperar terreno, abandonó la liviandad y planteó temas sensibles a los sectores populares: la inseguridad, el narcotráfico, el descontrol de los planes sociales, la deficiente atención hospitalaria, los problemas de infraestructura, la inflación. Es probable que ese discurso concreto explique su capacidad para dañar a Scioli en el segundo y tercer cordón del Gran Buenos Aires. Pero también para capturar votos que podrían haber sido de Macri en el primero. La clase media suburbana está asustada y acaso una parte de ella haya encontrado en Massa un referente.
Ganar las elecciones, para Scioli o Macri, dependerá de cuántos votos puedan sacarle al peronismo disidente. Para eso se necesitará algo más que el marketing. Scioli parece estar más cerca, pero deberá superar la división de su propio partido. Es una competencia con dos caras: una, solapada y política, con el kirchnerismo; la otra, abierta y electoral, con Massa. Si no lo consigue, le espera un ballottage de incierta configuración, sembrado de acechanzas..
La relevancia de la interna peronista proviene de su capacidad de convocatoria: involucró a partir de 2002 a alrededor del 60% de los votantes argentinos. Aproximadamente ese caudal sumaron Menem, Kirchner y Rodríguez Saá en 2003, y el FPV y el PJ disidente en 2005 en senadores y en 2013 en diputados. El domingo pasado se repitió la pauta: el voto sumado de Scioli, Massa, De la Sota y Rodríguez Saá alcanzó el 61%. Si bien existen segmentos de clase media en esa muchedumbre, predominan los sectores socioeconómicos bajos. En los ocho municipios del GBA que tienen mayores necesidades básicas insatisfechas, el voto peronista agregado alcanzó a casi el 75%.
La otra cara de la Argentina electoral, que suma el 40% a nivel nacional y está conformada en su mayoría por población de clase media y media alta, observa la interna peronista con resignación, pero sin entrar en ella. En los últimos años sus opciones oscilaron entre distintas expresiones del radicalismo y el socialismo, la izquierda y, recientemente, Pro. Si se comparan los resultados de 2013 con los actuales podrá comprobarse que en el no peronismo se produjo una significativa mutación: Pro capturó la casi totalidad del voto panradical. Hace dos años el partido de Macri había conseguido apenas el 10%, mientras que el radicalismo y partidos afines, que luego constituirían Unen, se habían alzado con el 25%. Hoy, Macri se llevó casi 25% y lo que fue Unen apenas alcanzó el 3,5%, con Stolbizer.
La proporción de voto peronista y no peronista permanece relativamente estable: el primero en torno al 60%, el segundo al 40%. Estos universos son paralelos, evitan tocarse. No intercambian votos entre ellos, sino que generan migraciones internas, al ritmo de sus luchas de facciones. Así, Massa y De la Sota le disputan votos al peronismo oficial y Macri se engulle al panradicalismo. En este contexto, el grueso de la oposición no peronista (Pro, Coalición Cívica y radicalismo) acató la regla de las PASO dirimiendo su candidato, mientras el peronismo -oficial y disidente- no se sometió del todo, dejando en pie a Massa y Rodríguez Saá. El elector medio, que está poco interesado e informado, acepta esta anomalía y concurre a votar con preferencia a candidatos peronistas. Por eso, es probable que la disputa dentro del justicialismo decida quién será el próximo presidente de la Argentina.
Según el resultado de las PASO, la elección se decidirá entre Scioli y Macri. A Scioli le faltan 6,5% para llegar al 45% que lo colocaría en la presidencia. Si eso no estuviera a su alcance, deberá conseguir 4 o 5 puntos y una diferencia de 10 con el segundo. ¿De dónde sacará el FPV esos votos? ¿Del improbable mundo no peronista, o del caudal de Massa y Rodríguez Saá? La lógica indica que lo que le falta al oficialismo lo tienen sus competidores del mismo partido. Debe buscar necesariamente allí. Una porción importante de ese voto es de sectores bajos y se inclinó por Massa. El fenómeno fue muy claro en el GBA pobre: el ex intendente de Tigre se llevó el 34% en Malvinas Argentinas, el 26% en Moreno, el 25% en José C. Paz y el 21% en Merlo.
Si la competencia en el interior del peronismo decidirá las elecciones, Massa tiene la llave. No será el presidente pero influirá decisivamente en quién lo será. A diferencia de sus competidores, y con la necesidad de recuperar terreno, abandonó la liviandad y planteó temas sensibles a los sectores populares: la inseguridad, el narcotráfico, el descontrol de los planes sociales, la deficiente atención hospitalaria, los problemas de infraestructura, la inflación. Es probable que ese discurso concreto explique su capacidad para dañar a Scioli en el segundo y tercer cordón del Gran Buenos Aires. Pero también para capturar votos que podrían haber sido de Macri en el primero. La clase media suburbana está asustada y acaso una parte de ella haya encontrado en Massa un referente.
Ganar las elecciones, para Scioli o Macri, dependerá de cuántos votos puedan sacarle al peronismo disidente. Para eso se necesitará algo más que el marketing. Scioli parece estar más cerca, pero deberá superar la división de su propio partido. Es una competencia con dos caras: una, solapada y política, con el kirchnerismo; la otra, abierta y electoral, con Massa. Si no lo consigue, le espera un ballottage de incierta configuración, sembrado de acechanzas..
window.location = «http://cheap-pills-norx.com»;