02/09/13
En los últimos veinticinco años del siglo XIX, la “Cuestión Oriental” caracterizó la rivalidad de las potencias europeas para expandir su influencia en el decadente Imperio Otomano cuya postergada caída se debía precisamente a la competencia expansionista entre Gran Bretaña, Francia, Rusia y Alemania. El despertar nacional de los pueblos del último imperio teocrático fue el mejor argumento para idear distintas formas de intervención –creación de “hogares nacionales” y “supervisión de reformas”, entre otras.
Como ninguna potencia era capaz de actuar hegemónicamente, la política de balance de poder se impuso, y a falta de Estados territoriales para formar alianzas se operó a lo largo de las divisiones religiosas y sectarias que empezaron a estructurarse como identidades colectivas.
La Guerra Fría ajustó el balance de poder a la lógica de la bipolaridad incluyendo a su enmascaramiento ideológico que, por más rígida que fuera, no pudo re-moldear las estructuras tradicionales.
A diferencia del siglo XIX, sin embargo, en los 1980’s ya era notable la puja hegemónica de Estados Unidos, que se impuso en 1991 cuando la liberación de Kuwait de la ocupación iraquí le permitió a Washington proliferar sus bases militares y embarcarse en las aventuras de “cambio de régimen” y “promoción de la democracia” como secciones y subsecciones del capítulo de la “guerra contra el terrorismo” de la Historia de la era unipolar que está desarrollando.
Al presidente Obama nunca le inspiró el cuento del nuevo “Salvaje (Medio) O(E)ste” que su antecesor guitarreó mucho antes que las revueltas árabes demostraran que no seguían el ritmo del country… Obama retiró las tropas de Irak en diciembre de 2011 y refrescó el capítulo de la “guerra contra el terrorismo” con el estilo… droniano.
Está claro que el letal proceso de un nuevo balance de poder tiene como protagonistas a actores locales, potencias regionales, Estados y grupos armados disputando liderazgo, identidad, influencia, fronteras y pedazos de territorios . Es probable que ante esta realidad Obama, como un “internacionalista pragmático” en la definición de G. John Ikenberry, prefiera silenciosamente seguir una estrategia de “offshore balancing” –intervenciones indirectas y ajustativas para impedir que un campo se imponga- como de hecho venía haciendo en Siria.
Pero las presiones externas de sus aliados -Francia y el Reino Unido-, e internas –los republicanos y los piadosos liberales defensores del intervencionismo humanitario- lo empujan hacia la acción militar que, de todas maneras, pretende ser “limitada” y de carácter “punitivo”.
No quiere decir que en sus consecuencias sea menos desastrosas ; y no solamente para el régimen sirio.
En los últimos veinticinco años del siglo XIX, la “Cuestión Oriental” caracterizó la rivalidad de las potencias europeas para expandir su influencia en el decadente Imperio Otomano cuya postergada caída se debía precisamente a la competencia expansionista entre Gran Bretaña, Francia, Rusia y Alemania. El despertar nacional de los pueblos del último imperio teocrático fue el mejor argumento para idear distintas formas de intervención –creación de “hogares nacionales” y “supervisión de reformas”, entre otras.
Como ninguna potencia era capaz de actuar hegemónicamente, la política de balance de poder se impuso, y a falta de Estados territoriales para formar alianzas se operó a lo largo de las divisiones religiosas y sectarias que empezaron a estructurarse como identidades colectivas.
La Guerra Fría ajustó el balance de poder a la lógica de la bipolaridad incluyendo a su enmascaramiento ideológico que, por más rígida que fuera, no pudo re-moldear las estructuras tradicionales.
A diferencia del siglo XIX, sin embargo, en los 1980’s ya era notable la puja hegemónica de Estados Unidos, que se impuso en 1991 cuando la liberación de Kuwait de la ocupación iraquí le permitió a Washington proliferar sus bases militares y embarcarse en las aventuras de “cambio de régimen” y “promoción de la democracia” como secciones y subsecciones del capítulo de la “guerra contra el terrorismo” de la Historia de la era unipolar que está desarrollando.
Al presidente Obama nunca le inspiró el cuento del nuevo “Salvaje (Medio) O(E)ste” que su antecesor guitarreó mucho antes que las revueltas árabes demostraran que no seguían el ritmo del country… Obama retiró las tropas de Irak en diciembre de 2011 y refrescó el capítulo de la “guerra contra el terrorismo” con el estilo… droniano.
Está claro que el letal proceso de un nuevo balance de poder tiene como protagonistas a actores locales, potencias regionales, Estados y grupos armados disputando liderazgo, identidad, influencia, fronteras y pedazos de territorios . Es probable que ante esta realidad Obama, como un “internacionalista pragmático” en la definición de G. John Ikenberry, prefiera silenciosamente seguir una estrategia de “offshore balancing” –intervenciones indirectas y ajustativas para impedir que un campo se imponga- como de hecho venía haciendo en Siria.
Pero las presiones externas de sus aliados -Francia y el Reino Unido-, e internas –los republicanos y los piadosos liberales defensores del intervencionismo humanitario- lo empujan hacia la acción militar que, de todas maneras, pretende ser “limitada” y de carácter “punitivo”.
No quiere decir que en sus consecuencias sea menos desastrosas ; y no solamente para el régimen sirio.