Preguntas de la vida cotidiana: ¿de qué habla la gente cuando protesta por los cortes de luz o la falta de gas? O hace lo mismo con trenes que si existen funcionan mal, con el estado de los hospitales y los caminos, cuando pena por no tener cloacas ni agua potable o debe convivir con el enorme, crónico déficit de viviendas.
Habla de algo intangible para la mayoría, que define como pocas cosas el atraso argentino: de la ausencia de inversiones reales, productivas, sean públicas o privadas. No de la siempre presente inversión financiera, de capitales especulativos que así como entran se van.
Versión local del que todos los años reúne en Suiza a los líderes de las grandes corporaciones, a jefes de Estado y a intelectuales más o menos representativos, el mini-Davos fue una apuesta del Gobierno a las inversiones extranjeras.
Algo semejante asoma en el intento de que EE.UU. empuje para que la Argentina ingrese como socia plena a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, en origen un “club de países ricos” del que ya forman parte Chile y México. También lo es el afán por crecer en el G-20 y la regularización de las relaciones con el FMI.
Dice alguien que frecuenta estos ámbitos: “Macri quiere dejar definitivamente claro que la Argentina va a abrirse al mundo, que ha enterrado el modelo y los modales del kirchnerismo y ha elegido otro rumbo. El mini-Davos fue una impecable operación de marketing, solo que falta llenar unos cuantos casilleros, los que importan de verdad y valen para los de afuera y los de adentro”.
Su lista luce tan larga como su parrafada. Empezando por normalizar las variables económicas.
Aquí incluye desde el crecimiento, la clausura del proceso inflacionario y la baja de los costos internos, hasta el tipo de cambio y la seguridad jurídica. Al fin, negocios son negocios.
Dice un ex ministro de Economía: “Seguro que querrán más, aunque no es el caso dárselas todas, ni mucho menos. Pero habrá quienes por un tiempo pretenderán recuperar el capital invertido acá en cuatro o cinco años, cuando en países previsibles se estiran a doce”.
Según sus cálculos, la inversión debe escalar del 15,6% del PBI registrado en 2015 al 20-22% para asegurar un crecimiento sustentable de entre el 3,5 y el 4% anual. Esto es, salir de los altibajos permanentes, si no de la recurrente amenaza de crisis.
La consultora Abeceb ha puesto semejante esfuerzo en dinero. Para llegar a un 19% del PBI firme, las inversiones tendrían que sumar US$ 131.479 millones anuales promedio a lo largo de cinco años.
Los números son una muestra de lo que falta o del capital que se consumió sin ser repuesto durante una década. Y los últimos del INDEC revelan dónde estamos.
Cuentan que en el segundo trimestre la inversión fue el rubro que más cayó entre todos los del PBI: un 4,9% contra el mismo período de 2015, peor que el consumo, la oferta de bienes y las exportaciones. Ahora, un efecto directo del ajuste.
Con la mira apuntada a la reactivación y a las elecciones de 2017, el Gobierno ha resuelto ir a fondo con la inversión pública directa. Las cuentas del Presupuesto Nacional anotan una partida de $ 65.425 millones y un aumento del 38,7% que más que duplica la pauta inflacionaria.
Allí aparece nítido, también, que el grueso estará destinado a construir, recuperar y mantener rutas, caminos y redes de autopistas. Unos 40.000 millones de pesos administrados por Vialidad Nacional; finalmente, por el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich.
Para que se entienda mejor, ese paquete equivale a cerca de la mitad de los presupuestos enteros de los ministerios de Defensa y de Seguridad y al 70% del asignado a Interior y Obras Públicas.
Y para que se entienda por sus objetivos, se trata de obras de ejecución rápida y visible, volcadas sobre la construcción, un sector que expande actividad a otros y tracciona empleo aceleradamente.
El blanqueo es otra apuesta, aunque puede rendir bastante o poco según se la mida.
“Habrá una regularización fuerte de dólares y bienes que los argentinos tienen ocultos afuera, pero mi impresión es que la mayor parte del capital que se declare no ingresará al país ni entrará al canal productivo”, afirma un ex jefe del Banco Central.
En cualquier caso, además de insuficiente la inversión que hubo deja al descubierto varias patas flojas que son, a la vez, déficits de la estructura económica. Del total, alrededor del 46% es construcción y 42%, máquinas y equipos de producción.
Esto ya dice poco en aquello que los industrialistas llaman “fierros”, y encima más de la mitad de las máquinas y equipos son importados. Dice más que un tercio de la inversión global haya sido construcción residencial, o sea, capital no reproductivo que se agota apenas es consumido.
Es conocido de sobra que la Argentina está llena de cuellos de botella que traban o encarecen su producción y descoloca la exportable. Entre varios más, el imprevisible abastecimiento de energía, el estado de las vías que deben transportarla, de los puertos y los pazos fronterizos y todo sin considerar la grieta en lo social.
Nuevamente, del ex ministro de Economía: “El mundo ofrece un buen momento. Las economías crecen menos de lo que hace un par de años se esperaba, las tasas de interés son muy bajas o incluso negativas y escasean oportunidades de negocios. Pero eso solo está lejos de garantizar la tan famosa como apresurada lluvia de inversiones”.
Aún así, un dato de la avidez salió a la superficie en la licitación para producir energías renovables: sobre un cupo calculado entre 1.500 y 2.000 millones de dólares, las ofertas llegaron a 6.000 millones. Casi todo en energía eólica y solar.
Se trata de recursos que el país posee en abundancia y de un horizonte bien previsible. Por el resto, la mayoría de los inversores prefiere aguardar a ver ciertas cosas más claras.
Entre ellas, el resultado de las elecciones de octubre de 2017. Que es parecido a hablar sobre la continuidad del proyecto macrista o a entrever cómo y cuál podría ser la variante peronista.
Habla de algo intangible para la mayoría, que define como pocas cosas el atraso argentino: de la ausencia de inversiones reales, productivas, sean públicas o privadas. No de la siempre presente inversión financiera, de capitales especulativos que así como entran se van.
Versión local del que todos los años reúne en Suiza a los líderes de las grandes corporaciones, a jefes de Estado y a intelectuales más o menos representativos, el mini-Davos fue una apuesta del Gobierno a las inversiones extranjeras.
Algo semejante asoma en el intento de que EE.UU. empuje para que la Argentina ingrese como socia plena a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, en origen un “club de países ricos” del que ya forman parte Chile y México. También lo es el afán por crecer en el G-20 y la regularización de las relaciones con el FMI.
Dice alguien que frecuenta estos ámbitos: “Macri quiere dejar definitivamente claro que la Argentina va a abrirse al mundo, que ha enterrado el modelo y los modales del kirchnerismo y ha elegido otro rumbo. El mini-Davos fue una impecable operación de marketing, solo que falta llenar unos cuantos casilleros, los que importan de verdad y valen para los de afuera y los de adentro”.
Su lista luce tan larga como su parrafada. Empezando por normalizar las variables económicas.
Aquí incluye desde el crecimiento, la clausura del proceso inflacionario y la baja de los costos internos, hasta el tipo de cambio y la seguridad jurídica. Al fin, negocios son negocios.
Dice un ex ministro de Economía: “Seguro que querrán más, aunque no es el caso dárselas todas, ni mucho menos. Pero habrá quienes por un tiempo pretenderán recuperar el capital invertido acá en cuatro o cinco años, cuando en países previsibles se estiran a doce”.
Según sus cálculos, la inversión debe escalar del 15,6% del PBI registrado en 2015 al 20-22% para asegurar un crecimiento sustentable de entre el 3,5 y el 4% anual. Esto es, salir de los altibajos permanentes, si no de la recurrente amenaza de crisis.
La consultora Abeceb ha puesto semejante esfuerzo en dinero. Para llegar a un 19% del PBI firme, las inversiones tendrían que sumar US$ 131.479 millones anuales promedio a lo largo de cinco años.
Los números son una muestra de lo que falta o del capital que se consumió sin ser repuesto durante una década. Y los últimos del INDEC revelan dónde estamos.
Cuentan que en el segundo trimestre la inversión fue el rubro que más cayó entre todos los del PBI: un 4,9% contra el mismo período de 2015, peor que el consumo, la oferta de bienes y las exportaciones. Ahora, un efecto directo del ajuste.
Con la mira apuntada a la reactivación y a las elecciones de 2017, el Gobierno ha resuelto ir a fondo con la inversión pública directa. Las cuentas del Presupuesto Nacional anotan una partida de $ 65.425 millones y un aumento del 38,7% que más que duplica la pauta inflacionaria.
Allí aparece nítido, también, que el grueso estará destinado a construir, recuperar y mantener rutas, caminos y redes de autopistas. Unos 40.000 millones de pesos administrados por Vialidad Nacional; finalmente, por el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich.
Para que se entienda mejor, ese paquete equivale a cerca de la mitad de los presupuestos enteros de los ministerios de Defensa y de Seguridad y al 70% del asignado a Interior y Obras Públicas.
Y para que se entienda por sus objetivos, se trata de obras de ejecución rápida y visible, volcadas sobre la construcción, un sector que expande actividad a otros y tracciona empleo aceleradamente.
El blanqueo es otra apuesta, aunque puede rendir bastante o poco según se la mida.
“Habrá una regularización fuerte de dólares y bienes que los argentinos tienen ocultos afuera, pero mi impresión es que la mayor parte del capital que se declare no ingresará al país ni entrará al canal productivo”, afirma un ex jefe del Banco Central.
En cualquier caso, además de insuficiente la inversión que hubo deja al descubierto varias patas flojas que son, a la vez, déficits de la estructura económica. Del total, alrededor del 46% es construcción y 42%, máquinas y equipos de producción.
Esto ya dice poco en aquello que los industrialistas llaman “fierros”, y encima más de la mitad de las máquinas y equipos son importados. Dice más que un tercio de la inversión global haya sido construcción residencial, o sea, capital no reproductivo que se agota apenas es consumido.
Es conocido de sobra que la Argentina está llena de cuellos de botella que traban o encarecen su producción y descoloca la exportable. Entre varios más, el imprevisible abastecimiento de energía, el estado de las vías que deben transportarla, de los puertos y los pazos fronterizos y todo sin considerar la grieta en lo social.
Nuevamente, del ex ministro de Economía: “El mundo ofrece un buen momento. Las economías crecen menos de lo que hace un par de años se esperaba, las tasas de interés son muy bajas o incluso negativas y escasean oportunidades de negocios. Pero eso solo está lejos de garantizar la tan famosa como apresurada lluvia de inversiones”.
Aún así, un dato de la avidez salió a la superficie en la licitación para producir energías renovables: sobre un cupo calculado entre 1.500 y 2.000 millones de dólares, las ofertas llegaron a 6.000 millones. Casi todo en energía eólica y solar.
Se trata de recursos que el país posee en abundancia y de un horizonte bien previsible. Por el resto, la mayoría de los inversores prefiere aguardar a ver ciertas cosas más claras.
Entre ellas, el resultado de las elecciones de octubre de 2017. Que es parecido a hablar sobre la continuidad del proyecto macrista o a entrever cómo y cuál podría ser la variante peronista.