Por Eliseo Veron
04/06/11 – 12:56
Beatriz Sarlo, prestigiosa intelectual argentina y autora de numerosos libros, acaba de publicar La audacia y el cálculo y el martes 23 de mayo participó como invitada en el programa 6, 7, 8 de Canal 7. Esta es la manera más neutra que encontré de hacer referencia a la noticia sobre la que quiero hablar. Seguramente no es una descripción “objetiva”, pero por lo menos es algo distinto a: “Sarlo le ganó la pulseada a 6, 7, 8” (Clarín); “La mujer que desenmascara el relato del kirchnerismo” o “Beatriz Sarlo desnudó a 6, 7, 8” (ambos títulos de La Nación); “Un cruce que conmovió al mundo Nac&Pop” (PERFIL). Trato simplemente de dejar fuera de mi discurso las modalidades usadas en los medios –por ejemplo, ese tono épico de combate– para construir el acontecimiento en cuestión: lo mejor es que de aquí en adelante lo llame ‘X’.
1. ‘X’ resultó de hecho, a mi juicio, una fantástica operación de promoción y autolegitimación de 6, 7, 8. Según parece, consiguió uno de los ratings más altos de su breve historia –siempre bajo, claro–, pero hay que tener en cuenta la repercusión: un programa de pura propaganda oficialista con muy bajo rating aparece súbitamente mencionado en titulares destacados de los principales diarios del país, de múltiples blogs, de numerosos sitios de Internet de información; es decir, mucho más allá de su propia “militancia” que se agita en Facebook. Beneficiario: el Gobierno. Los artífices de ese valor agregado fueron, entre otros, los medios que ese mismo gobierno ha definido como sus principales enemigos. Supongo que éste es un ejemplo del aspecto ‘cálculo’ del kirchnerismo, del que Sarlo habla en su libro, pero en este caso ella, opositora declarada del Gobierno, parece haber sido el instrumento. Los medios opositores aprovecharon la ocasión para reiterar sus puntos de vista, denunciando una vez más el carácter propagandístico de 6, 7, 8. Todo eso es comprensible y redundante. No creo que ‘X’, ni su repercusión, hayan modificado sensiblemente la actual configuración de actitudes de la llamada opinión pública.
2. Por otro lado, ‘X’ fue parte del lanzamiento del nuevo libro de Beatriz Sarlo. En cualquier país del mundo, el plan de medios de un buen editor incluye la lista de programas de TV con los que hay que negociar para que el autor o la autora sea invitado/a. Efectos probables en el caso ‘X’: “¡Qué bien, la autora acepta participar en el programa de televisión que ella misma critica duramente en su libro!” Pero también: “¡Qué bueno, el propio programa que Beatriz Sarlo critica la invita a discutir! ¡Qué madurez que tiene el debate político en la Argentina!” Los beneficios se derraman en este caso sobre ambas partes.
3. Pienso en cambio que ‘X’ fue políticamente discutible. Del principio al fin de su intervención, Beatriz Sarlo desplegó una muy clara línea de razonamiento. Expuso sus puntos de vista con una admirable serenidad pedagógica, dada la hostilidad del contexto en el que se encontraba y sólo interrumpió, por momentos, su movimiento mental, para identificar y frenar, con rotunda eficacia, las observaciones y comentarios descalificadores –algunos francamente groseros– que le eran dirigidos: fueron estos “parates” de Sarlo los que circularon después en la Red y reaparecieron al día siguiente en muchos medios gráficos y electrónicos. En la alternancia de la toma de palabra, los demás integrantes de la mesa (particularmente los otros dos invitados, Mariotto y Forster) se limitaron a repetir –con cara de piedra y una imperturbable mala fe respecto de lo que Sarlo decía– los lugares comunes kirchneristas sobre las elites dominantes, el monopolio de Clarín y La Nación, la producción popular de sentido, la radical novedad del surgimiento, en 2003, del nuevo héroe del pueblo y la importancia de un pluralismo indispensable en la expresión de las ideas y las opiniones, pluralismo del cual 6, 7, 8 es la perfecta contrafigura. Increíble: esos discursos, más allá de las operaciones de cambio de turno de palabra, no tenían ninguna marca de la presencia de la invitada. Es como si Sarlo no hubiera estado allí. Las marcas de presencia las tuvo que poner ella: “Yo no usé ese término”, “no seas insolente”, “conmigo no”, etc. ‘X’ fue un extraño objeto audiovisual: cuarenta minutos de ‘debate’ donde en ningún momento hubo debate.
4. No puedo saber lo que pasó por la cabeza de los que siguieron el programa en directo (en este caso, dada la variación del rating, debe haber habido una proporción mayor de curiosos, ajenos al fundamentalismo kirchnerista) o de los que (como yo) vieron después el programa bajándolo de Internet. Mi impresión fue que era más de lo mismo, pero que la presencia de la invitada ausente les dio a esos discursos una dimensión que hasta ese momento no habían tenido, como resultado de un dispositivo alucinante: Sarlo fue sistemáticamente ignorada como enunciadora, pero forzada (porque estaba físicamente allí) a escuchar los discursos de los demás. ¿Era verosímil suponer que alguno de los animadores o de los invitados habituales de 6, 7, 8, estaría dispuesto a pensar en lo que se iba a decir, sobre todo viniendo de un otro que no es ese otro que es un mismo; es decir, otro militante kirchnerista? Porque sin esa hipótesis, para alguien que se declara opositor/a al Gobierno, la decisión de ir a semejante programa no tenía sentido. ¿O habrá algún implícito compartido más básico, por ejemplo que, de todos modos, en la televisión no se puede pensar?
5. Esta última cuestión me inquieta, y hay síntomas. Cuando Sarlo comenzó a acumular críticas a propósito del largo montaje sobre los “indignados” españoles que abrió el programa de 6, 7, 8, insistiendo en que en ese montaje faltaban muchas cosas que hacen a una cobertura periodística adecuada y que “no se entiende lo que está sucediendo”, Carlos Barragán interrumpió diciendo: “¡Pero la televisión es así!”. En una columna de Página/12 del 29 de mayo sobre el libro de Beatriz Sarlo, Horacio Verbitsky alude al pasar a “un medio tan ubicuo y paupérrimo como la televisión”. Pero lo que más me perturbó fue el discurso negativo de la propia Sarlo, en el primer capítulo de La audacia y el cálculo. Se complace en recordar la ‘definición’ de la televisión propuesta por Bernard Stiegler (una especie de Bernard-Henri Lévy de izquierda): “el reino de la estupidez” y califica a “La” televisión de aire, entre otras metáforas, de “descomunal tubo digestivo”.
6. Llegado a este punto, confieso mi desconcierto. Porque todo esto nos retrotrae (¡una vez más!) a los años sesenta y setenta, y me recuerda aquel discurso despectivo e irónico de los intelectuales de izquierda ante la “televisión de masas”. Aquí estamos en problemas: la mala televisión argentina no es sinónimo de “La” televisión y para encontrar buenos programas de televisión de aire (categoría que de todos modos está condenada a desaparecer) en los que se debaten problemas económicos, políticos y culturales, particularmente en períodos de elección, no es necesario ir muy lejos; basta, por ejemplo, con tomarse un avioncito a Brasil.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.
04/06/11 – 12:56
Beatriz Sarlo, prestigiosa intelectual argentina y autora de numerosos libros, acaba de publicar La audacia y el cálculo y el martes 23 de mayo participó como invitada en el programa 6, 7, 8 de Canal 7. Esta es la manera más neutra que encontré de hacer referencia a la noticia sobre la que quiero hablar. Seguramente no es una descripción “objetiva”, pero por lo menos es algo distinto a: “Sarlo le ganó la pulseada a 6, 7, 8” (Clarín); “La mujer que desenmascara el relato del kirchnerismo” o “Beatriz Sarlo desnudó a 6, 7, 8” (ambos títulos de La Nación); “Un cruce que conmovió al mundo Nac&Pop” (PERFIL). Trato simplemente de dejar fuera de mi discurso las modalidades usadas en los medios –por ejemplo, ese tono épico de combate– para construir el acontecimiento en cuestión: lo mejor es que de aquí en adelante lo llame ‘X’.
1. ‘X’ resultó de hecho, a mi juicio, una fantástica operación de promoción y autolegitimación de 6, 7, 8. Según parece, consiguió uno de los ratings más altos de su breve historia –siempre bajo, claro–, pero hay que tener en cuenta la repercusión: un programa de pura propaganda oficialista con muy bajo rating aparece súbitamente mencionado en titulares destacados de los principales diarios del país, de múltiples blogs, de numerosos sitios de Internet de información; es decir, mucho más allá de su propia “militancia” que se agita en Facebook. Beneficiario: el Gobierno. Los artífices de ese valor agregado fueron, entre otros, los medios que ese mismo gobierno ha definido como sus principales enemigos. Supongo que éste es un ejemplo del aspecto ‘cálculo’ del kirchnerismo, del que Sarlo habla en su libro, pero en este caso ella, opositora declarada del Gobierno, parece haber sido el instrumento. Los medios opositores aprovecharon la ocasión para reiterar sus puntos de vista, denunciando una vez más el carácter propagandístico de 6, 7, 8. Todo eso es comprensible y redundante. No creo que ‘X’, ni su repercusión, hayan modificado sensiblemente la actual configuración de actitudes de la llamada opinión pública.
2. Por otro lado, ‘X’ fue parte del lanzamiento del nuevo libro de Beatriz Sarlo. En cualquier país del mundo, el plan de medios de un buen editor incluye la lista de programas de TV con los que hay que negociar para que el autor o la autora sea invitado/a. Efectos probables en el caso ‘X’: “¡Qué bien, la autora acepta participar en el programa de televisión que ella misma critica duramente en su libro!” Pero también: “¡Qué bueno, el propio programa que Beatriz Sarlo critica la invita a discutir! ¡Qué madurez que tiene el debate político en la Argentina!” Los beneficios se derraman en este caso sobre ambas partes.
3. Pienso en cambio que ‘X’ fue políticamente discutible. Del principio al fin de su intervención, Beatriz Sarlo desplegó una muy clara línea de razonamiento. Expuso sus puntos de vista con una admirable serenidad pedagógica, dada la hostilidad del contexto en el que se encontraba y sólo interrumpió, por momentos, su movimiento mental, para identificar y frenar, con rotunda eficacia, las observaciones y comentarios descalificadores –algunos francamente groseros– que le eran dirigidos: fueron estos “parates” de Sarlo los que circularon después en la Red y reaparecieron al día siguiente en muchos medios gráficos y electrónicos. En la alternancia de la toma de palabra, los demás integrantes de la mesa (particularmente los otros dos invitados, Mariotto y Forster) se limitaron a repetir –con cara de piedra y una imperturbable mala fe respecto de lo que Sarlo decía– los lugares comunes kirchneristas sobre las elites dominantes, el monopolio de Clarín y La Nación, la producción popular de sentido, la radical novedad del surgimiento, en 2003, del nuevo héroe del pueblo y la importancia de un pluralismo indispensable en la expresión de las ideas y las opiniones, pluralismo del cual 6, 7, 8 es la perfecta contrafigura. Increíble: esos discursos, más allá de las operaciones de cambio de turno de palabra, no tenían ninguna marca de la presencia de la invitada. Es como si Sarlo no hubiera estado allí. Las marcas de presencia las tuvo que poner ella: “Yo no usé ese término”, “no seas insolente”, “conmigo no”, etc. ‘X’ fue un extraño objeto audiovisual: cuarenta minutos de ‘debate’ donde en ningún momento hubo debate.
4. No puedo saber lo que pasó por la cabeza de los que siguieron el programa en directo (en este caso, dada la variación del rating, debe haber habido una proporción mayor de curiosos, ajenos al fundamentalismo kirchnerista) o de los que (como yo) vieron después el programa bajándolo de Internet. Mi impresión fue que era más de lo mismo, pero que la presencia de la invitada ausente les dio a esos discursos una dimensión que hasta ese momento no habían tenido, como resultado de un dispositivo alucinante: Sarlo fue sistemáticamente ignorada como enunciadora, pero forzada (porque estaba físicamente allí) a escuchar los discursos de los demás. ¿Era verosímil suponer que alguno de los animadores o de los invitados habituales de 6, 7, 8, estaría dispuesto a pensar en lo que se iba a decir, sobre todo viniendo de un otro que no es ese otro que es un mismo; es decir, otro militante kirchnerista? Porque sin esa hipótesis, para alguien que se declara opositor/a al Gobierno, la decisión de ir a semejante programa no tenía sentido. ¿O habrá algún implícito compartido más básico, por ejemplo que, de todos modos, en la televisión no se puede pensar?
5. Esta última cuestión me inquieta, y hay síntomas. Cuando Sarlo comenzó a acumular críticas a propósito del largo montaje sobre los “indignados” españoles que abrió el programa de 6, 7, 8, insistiendo en que en ese montaje faltaban muchas cosas que hacen a una cobertura periodística adecuada y que “no se entiende lo que está sucediendo”, Carlos Barragán interrumpió diciendo: “¡Pero la televisión es así!”. En una columna de Página/12 del 29 de mayo sobre el libro de Beatriz Sarlo, Horacio Verbitsky alude al pasar a “un medio tan ubicuo y paupérrimo como la televisión”. Pero lo que más me perturbó fue el discurso negativo de la propia Sarlo, en el primer capítulo de La audacia y el cálculo. Se complace en recordar la ‘definición’ de la televisión propuesta por Bernard Stiegler (una especie de Bernard-Henri Lévy de izquierda): “el reino de la estupidez” y califica a “La” televisión de aire, entre otras metáforas, de “descomunal tubo digestivo”.
6. Llegado a este punto, confieso mi desconcierto. Porque todo esto nos retrotrae (¡una vez más!) a los años sesenta y setenta, y me recuerda aquel discurso despectivo e irónico de los intelectuales de izquierda ante la “televisión de masas”. Aquí estamos en problemas: la mala televisión argentina no es sinónimo de “La” televisión y para encontrar buenos programas de televisión de aire (categoría que de todos modos está condenada a desaparecer) en los que se debaten problemas económicos, políticos y culturales, particularmente en períodos de elección, no es necesario ir muy lejos; basta, por ejemplo, con tomarse un avioncito a Brasil.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.