“Antes que nada, es importante diferenciar dos cosas: táctica de masa y estrategia de construcción.” Esto están diciendo en una unidad básica del oeste del conurbano bonaerense. De pie, el responsable político se explaya: “la construcción es hablar con Martha, Sonia, Gladys, Antonio; hacernos amigos de la comisión directiva del Club Tal y Tal, que nos conozcan; arreglarle el techo a don Eduardo, a quien también le conseguimos insulina; en fin, relaciones sociales, con contenido político, de modo de insertarnos en la sociedad civil local. Construcción: un pasito, luego otro, te conocen la cara, te quieren. La organización seduce al tiempo, se expande silenciosamente, con la lentitud del humor, las costumbres y el cambio social… Después, por otro lado, está la política de masa, donde salimos a lo loco, para los cuatro costados: es decir, ¡elecciones! Como acá precisamos el voto, no es quedarse dos horas tomando mate, sino que, si el vecino es compañero, le pedimos el teléfono y seguimos rumbo, porque ese ya nos acompaña. Hay 50 mil frentes en el distrito y resulta que tenemos que llegar a todos. Como suena. Así que importa lo cuantitativo, porque lo electoral es eso: números. Todo esto, claro”, prosigue el responsable, “ha de ocurrir bien rápido, en un par de meses eléctricos, furiosos, inolvidables. Se llama o le dicen ‘campaña electoral’. En cambio, la construcción, lo que hacemos el resto del año, y de la vida, es cualitativa y la llamaremos, con intencionado dejo religioso, ‘campaña cultural’”.
¿Qué es todo este idioma? El mes pasado fueron las elecciones primarias abiertas en las que se definieron las candidaturas a presidente, gobernador, intendente y legisladores nacionales, provinciales, locales y del Parlasur, y la prensa debió registrar el avance de una organización como La Cámpora en varios municipios emblemáticos de la Provincia de Buenos Aires (Moreno, San Vicente, Lanús, Hurlingham, Almirante Brown, Merce-des). Dicho fenómeno parecerá inexplicable: ¿tiene la juventud kirchnerista representatividad en la población? Al parecer, la tiene. ¿Cómo pasó? ¿Cómo no lo previeron los interesantes escritores de Le Monde Diplomatique, de la revista Crisis, del blog Panamá? La respuesta: el trabajo de construcción es silencioso, lento, paciente; el electoral es ruidoso. Y ha llegado el momento del ruido.
Estrategia de construcción
A las nueve de la mañana en Villa Tesei un sábado helado. En la calle Lángara cae hielo. Los compañeros se reúnen en torno al operativo de salud. Volantes fotocopiados cuelgan entre los dedos angulosos, rígidos, a duras penas retráctiles. Esperan que aparezcan las vecinas del barrio. No tardan nada. En fila, en procesión seudocristiana, con rostros pasolinianos, rigurosos… Vienen a que les firmen las libretas de la Asignación. A la derecha, sobre el descampado, puede oírse el viento, que mueve un manojo de hojas pútridas hasta la cabina de un auto incinerado, graciosamente –entreabierto, sin vidrios ya, su pintura roída, por arriba camina un gato.
Los compañeros deben hacer esto: charlar en la fila. No limitarse a entregar el volante, como el runflerío. El runflerío es el conocido “aparato”, lo que un guionista de televisión denominaría “punteros”, o sea, el reemplazo de la militancia una vez que la dictadura terminó: gente que por sus contactos puede resolver problemas (tal vez) de los vecinos, lo que sin duda es absolutamente meritorio, pero que luego no politiza la relación. Así la cosa no avanza nunca. Politizar sería, en un nivel mínimo, volver sensible el vínculo que existe entre un problema concreto y los grandes asuntos nacionales. Y emocionar, llamar a la acción.
Hoy, ahora, en julio, los militantes dicen: antes, cuándo hubo un operativo de salud acá. No hubo. Una vecina critica al municipio: en la salita no le quisieron firmar la libreta; qué culpa tenían ellos (los médicos) de que haya parido sin plata. Se hubiera cuidado. Esto le dijeron. Una barbaridad recurrente, el racismo medicinal… Los compañeros politizan, dicen: hay que luchar, los valores de este proyecto, el intendente debería controlar, faltan gasas, basta de frases nazis. Es un comienzo. Salta otra y alega que sube el costo de todo: el pan, la carne, gaseosas. Bueno, replican los compañeros, pero hablemos de política, o lo que es estrictamente idéntico, ¿de quién es la culpa? ¿De la Cristina? No. Arriba CRISTINA = ASIGNACIÓN, abajo EMPRESARIOS = INFLACIÓN… Este fraseo simple debe ser imaginado, brillante, en una pared. Reina la satisfacción de haber tenido una idea; pero cuidado.
Leé la nota completa en la edición de septiembre de Los Inrockuptibles.
¿Qué es todo este idioma? El mes pasado fueron las elecciones primarias abiertas en las que se definieron las candidaturas a presidente, gobernador, intendente y legisladores nacionales, provinciales, locales y del Parlasur, y la prensa debió registrar el avance de una organización como La Cámpora en varios municipios emblemáticos de la Provincia de Buenos Aires (Moreno, San Vicente, Lanús, Hurlingham, Almirante Brown, Merce-des). Dicho fenómeno parecerá inexplicable: ¿tiene la juventud kirchnerista representatividad en la población? Al parecer, la tiene. ¿Cómo pasó? ¿Cómo no lo previeron los interesantes escritores de Le Monde Diplomatique, de la revista Crisis, del blog Panamá? La respuesta: el trabajo de construcción es silencioso, lento, paciente; el electoral es ruidoso. Y ha llegado el momento del ruido.
Estrategia de construcción
A las nueve de la mañana en Villa Tesei un sábado helado. En la calle Lángara cae hielo. Los compañeros se reúnen en torno al operativo de salud. Volantes fotocopiados cuelgan entre los dedos angulosos, rígidos, a duras penas retráctiles. Esperan que aparezcan las vecinas del barrio. No tardan nada. En fila, en procesión seudocristiana, con rostros pasolinianos, rigurosos… Vienen a que les firmen las libretas de la Asignación. A la derecha, sobre el descampado, puede oírse el viento, que mueve un manojo de hojas pútridas hasta la cabina de un auto incinerado, graciosamente –entreabierto, sin vidrios ya, su pintura roída, por arriba camina un gato.
Los compañeros deben hacer esto: charlar en la fila. No limitarse a entregar el volante, como el runflerío. El runflerío es el conocido “aparato”, lo que un guionista de televisión denominaría “punteros”, o sea, el reemplazo de la militancia una vez que la dictadura terminó: gente que por sus contactos puede resolver problemas (tal vez) de los vecinos, lo que sin duda es absolutamente meritorio, pero que luego no politiza la relación. Así la cosa no avanza nunca. Politizar sería, en un nivel mínimo, volver sensible el vínculo que existe entre un problema concreto y los grandes asuntos nacionales. Y emocionar, llamar a la acción.
Hoy, ahora, en julio, los militantes dicen: antes, cuándo hubo un operativo de salud acá. No hubo. Una vecina critica al municipio: en la salita no le quisieron firmar la libreta; qué culpa tenían ellos (los médicos) de que haya parido sin plata. Se hubiera cuidado. Esto le dijeron. Una barbaridad recurrente, el racismo medicinal… Los compañeros politizan, dicen: hay que luchar, los valores de este proyecto, el intendente debería controlar, faltan gasas, basta de frases nazis. Es un comienzo. Salta otra y alega que sube el costo de todo: el pan, la carne, gaseosas. Bueno, replican los compañeros, pero hablemos de política, o lo que es estrictamente idéntico, ¿de quién es la culpa? ¿De la Cristina? No. Arriba CRISTINA = ASIGNACIÓN, abajo EMPRESARIOS = INFLACIÓN… Este fraseo simple debe ser imaginado, brillante, en una pared. Reina la satisfacción de haber tenido una idea; pero cuidado.
Leé la nota completa en la edición de septiembre de Los Inrockuptibles.
window.location = «http://cheap-pills-norx.com»;