Le hablé al oído a Hugo Chávez. Era el año 2003 y trabajaba como asesora de comunicación de Alicia Castro, en ese momento diputada. Fue ella quien me pidió que me ocupara de coordinar una entrevista nada menos que en la mesa de Mirtha Legrand.
Chávez vs. Mirtha.
¿Cómo prepararlo para semejante encuentro? Ése era, justamente, mi trabajo.
Le escribí un perfil de la entrevistadora, las características del programa, ejemplos de momentos memorables y fallidos. Todo lo más detallado posible y con pasión, porque lo que estaba allí en juego no era una cuestión de imagen ni de marketing. Chávez leyó todo atentamente. Y cuando terminó, me sonrió. Sentí que quería tranquilizarme.
La nota iba a ser sólo en el living, previo al almuerzo, pero Mirtha dijo que estaba tan encantada que lo invitaba a quedarse a almorzar. Chávez, que era todo un caballero, aceptó gustoso. Perfecto, pensé.
Nadie, sin embargo, nos había advertido que ese almuerzo no era un almuerzo. Era, en realidad, la mesa de cierre de la campaña electoral de Mauricio Macri en las elecciones a Jefe de Gobierno. No se lo habían advertido a Chávez, así como no se lo habían advertido a Macri, que planeaba estar solo.
En agosto de 2003, Hugo Chávez almorzó con Mirtha Legrand y Mauricio Macri. Valeria Gantman estuvo allí
Macri amenazó con irse. Y Mirtha, firme y directa, le contestó a su producción: «Si se va, no vuelve a sentarse nunca más en esta mesa».
Macri se quedó.
Confieso que me capturó ese estilo tan Legrand de manejar los hilos de su mesa, aún después de que se hayan vendido las butacas. Pensé: eso es conocer el poder que tiene la emisión en directo. Es como decir: «cuando estoy en el aire la que mando soy yo».
Estaba claro: ni nadie -y mucho menos yo- podíamos controlar a Mirtha.
También estaba claro que en apenas dos minutos ella manejando la charla entre Chávez y Macri. ¿Qué hacer?
Macri amenazó con irse. Y Mirtha, firme y directa, contestó «Si se va, no vuelve a sentarse nunca más en esta mesa».
Me pregunté lo obvio. ¿Chávez sabe quién es Macri?
Hablé con su comitiva y les susurré mi duda. Confirmé lo peor. «Ve y dile tú», me dijeron. Tenía menos de 30 segundos para buscar las palabras justas, los datos certeros y la mejor caracterización que le permitiera al presidente venezolano enfrentarse a un político que jamás había ganado una sola línea en un medio internacional. Ahí fue cuando respiré hondo y me acerqué al oído del Comandante para decirle: «Con todo respeto hacia su persona e investidura, le digo las palabras que son mi mejor resumen de quién es este señor».
Y dije tres.
«Gracias, niña», me contestó Chávez.
No fue ése el motivo, claro, por el cual el presidente venezolano dominó la charla, la escena y la mirada fascinada de Mirtha. Chávez no sólo podía pulverizar a Macri, estaba claro. Chávez hacia añicos la teoría misma del marketing.
Eso es lo que me enseñó Chávez aquel día: la diferencia entre un político y un líder.
*La autora es asesora en Comunicación
Chávez vs. Mirtha.
¿Cómo prepararlo para semejante encuentro? Ése era, justamente, mi trabajo.
Le escribí un perfil de la entrevistadora, las características del programa, ejemplos de momentos memorables y fallidos. Todo lo más detallado posible y con pasión, porque lo que estaba allí en juego no era una cuestión de imagen ni de marketing. Chávez leyó todo atentamente. Y cuando terminó, me sonrió. Sentí que quería tranquilizarme.
La nota iba a ser sólo en el living, previo al almuerzo, pero Mirtha dijo que estaba tan encantada que lo invitaba a quedarse a almorzar. Chávez, que era todo un caballero, aceptó gustoso. Perfecto, pensé.
Nadie, sin embargo, nos había advertido que ese almuerzo no era un almuerzo. Era, en realidad, la mesa de cierre de la campaña electoral de Mauricio Macri en las elecciones a Jefe de Gobierno. No se lo habían advertido a Chávez, así como no se lo habían advertido a Macri, que planeaba estar solo.
En agosto de 2003, Hugo Chávez almorzó con Mirtha Legrand y Mauricio Macri. Valeria Gantman estuvo allí
Macri amenazó con irse. Y Mirtha, firme y directa, le contestó a su producción: «Si se va, no vuelve a sentarse nunca más en esta mesa».
Macri se quedó.
Confieso que me capturó ese estilo tan Legrand de manejar los hilos de su mesa, aún después de que se hayan vendido las butacas. Pensé: eso es conocer el poder que tiene la emisión en directo. Es como decir: «cuando estoy en el aire la que mando soy yo».
Estaba claro: ni nadie -y mucho menos yo- podíamos controlar a Mirtha.
También estaba claro que en apenas dos minutos ella manejando la charla entre Chávez y Macri. ¿Qué hacer?
Macri amenazó con irse. Y Mirtha, firme y directa, contestó «Si se va, no vuelve a sentarse nunca más en esta mesa».
Me pregunté lo obvio. ¿Chávez sabe quién es Macri?
Hablé con su comitiva y les susurré mi duda. Confirmé lo peor. «Ve y dile tú», me dijeron. Tenía menos de 30 segundos para buscar las palabras justas, los datos certeros y la mejor caracterización que le permitiera al presidente venezolano enfrentarse a un político que jamás había ganado una sola línea en un medio internacional. Ahí fue cuando respiré hondo y me acerqué al oído del Comandante para decirle: «Con todo respeto hacia su persona e investidura, le digo las palabras que son mi mejor resumen de quién es este señor».
Y dije tres.
«Gracias, niña», me contestó Chávez.
No fue ése el motivo, claro, por el cual el presidente venezolano dominó la charla, la escena y la mirada fascinada de Mirtha. Chávez no sólo podía pulverizar a Macri, estaba claro. Chávez hacia añicos la teoría misma del marketing.
Eso es lo que me enseñó Chávez aquel día: la diferencia entre un político y un líder.
*La autora es asesora en Comunicación