Sábado, 20 de octubre de 2012
CONTRATAPA
Por Sandra Russo
Entre el fuerte y el débil, la ley es la que protege y la libertad es la que oprime. La frase acompañó la campaña del líder del Frente de Izquierda francés, Jean-Luc Mélenchon, en las últimas elecciones. La mirada de Mélenchon sobre la realidad latinoamericana en general, y argentina en particular, permite alejar un poco el foco y ver algo más que un dirigente europeo de izquierda que reivindica a esta región como el escenario en el que se desarrollan hoy alternativas políticas potentes: esa mirada expresa también la necesidad europea del cambio de timón, de paradigma, de escala de valores, de noción de lo público y sobre todo del Estado.
Sin embargo, la frase que eligió Mélenchon no proviene de ningún líder populista latinoamericano sino de Henri de Lacordaire, un cura célebre del siglo XIX que, además de refundar la Orden de los Predicadores, daba conferencias multitudinarias en la iglesia de Nôtre Dame ante un público compuesto no sólo por feligreses: hacia 1835 se daban cita ante las prédicas de Lacordaire personalidades como Balzac, Tocqueville, Alejandro Dumas, Chateaubriand, Lamartine, Victor Hugo.
Tampoco es Mélenchon el primero en retomar esa frase que se refiere a nociones de la ley y de la libertad que no son las que han prevalecido en el pensamiento dominante en las últimas décadas. Aunque el discurso liberal de la libertad nos suena como si fuera lluvia, de natural no tiene nada. Hace apenas cuatro décadas, en 1969, hubo un papa, Pablo VI, que fue invitado especial en la celebración de los 50 años de la OIT (Organización Internacional del Trabajo). En ese discurso papal, Pablo VI recomendó a la OIT: Formular en normas de derecho la solidaridad que cada día se afirma más en la conciencia de los hombres. Aquel Papa saludaba la organización gremial y la legislación laboral y, para hacer explícito ese saludo, citó al cura Lacordaire en un párrafo que vale la pena releer: Así como en el pasado habéis garantizado con vuestra legislación la protección y supervivencia del débil contra el poder del fuerte ya lo dijo Lacordaire: Entre el fuerte y el débil está la libertad que oprime y la ley que libera, en adelante tienen que dominar los derechos de los pueblos fuertes y favorecer el desarrollo de los pueblos débiles, creando las convicciones no sólo teóricas sino también prácticas para un verdadero Derecho Internacional del Trabajo, en la escala de los pueblos. También citó la frase del cura Lacordaire el filólogo español de la Universidad Complutense Juan Luis Conde, en un trabajo notable titulado Cómo llenar palabras vacías: el caso de Libertad. En él, Conde hace un paralelismo entre dos grandes textos de análisis de lenguaje político. El primero, del alemán Victor Klemperer (autor de La lengua del Tercer Reich), que analiza el lenguaje propiciado por Goebbels; el segundo, el del británico George Orwell, La política y el idioma inglés, que es una crítica al lenguaje político usado en una democracia representativa de la posguerra.
Conde destaca que Klemperer, para describir las tácticas de comunicación del nazismo, usa la palabra toxicidad. Orwell recurre, por su parte, a engaño. Klemperer describe cómo el nazismo se introducía en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. El dístico de Schiller sobre la lengua culta que crea y piensa por ti se vuelve a interpretar de manera puramente estética y, por decirlo así, inofensiva. Pero el lenguaje no sólo crea y piensa por mí sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica.
Orwell, a su turno su texto fue analizado en otro artículo en este mismo espacio, denuncia el declive de la lengua inglesa en el habla política, describe una retórica corrupta que no se condice con los actos. La prosa consiste cada vez menos en palabras elegidas por la propiedad de su significado y cada vez más en frases ensambladas como secciones de un gallinero prefabricado. Critica también la escucha pasiva de esa lengua muerta, porque en general los públicos reaccionan abriendo la mente de par en par y dejando que entren a mansalva todas las frases hechas. Ellas serán las que construyan las frases por ti, incluso pensarán los pensamientos por ti.
En su exquisito trabajo, Conde hace un recorrido histórico por la palabra libertad, a la que apelan todos los discursos cualesquiera sean sus fines, incluso los contrarios a la libertad. Hace un rastreo desde el origen latino, muestra cómo se arraigó su significado de no esclavo durante siglos en los que, no obstante, la mayor parte de la humanidad siguió viviendo en condiciones infrahumanas. La detecta como bandera en las Guerras Púnicas del siglo III, y la encuentra como el gran consenso de la República de Roma. Y va observando, en ese recorrido, que libertad es una de esas palabras que se resisten a una definición: conviene que cada uno que la escucha le ponga la suya. Eso viene arrastrando la palabra, precisamente, desde la noción romana, cuando el ejército imperial iba anexando territorios, venciendo a una sucesión de déspotas exóticos, y en cada victoria declaraba la libertad de los conquistados. Ser libre ahí era ser súbdito o, en otros términos, gozar de la protección de Roma.
El filólogo Conde llega al presente y después de repasar que fue también en nombre de la libertad que se diseñaron las Estrategias de Seguridad Interior de los 70, afirma: Podríamos decir que a fecha de hoy, en el siglo XXI, a diferencia de lo que sucedía en la primera mitad del siglo pasado y hasta bien avanzado aquél, cuando se oye exigir libertad podemos estar seguros de que está gritando la derecha, por no decir la extrema derecha. Significativamente, durante el golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende, la canción elegida por los golpistas fue Libre, de Nino Bravo. Se trata, dice, de una usurpación del lenguaje ilustrado y de izquierdas por parte de la derecha. Adaptaciones a la doctrina que Milton Friedman introdujo en su best-seller Free to Choose: A Personal Statement: la libertad es el derecho del dinero a gozar de sus privilegios, y el derecho a que ningún Estado los regule.
Es analizando esta voltereta en el aire de la palabra libertad que el filólogo Conde cita, precisamente y volviendo al principio, al cura Lacordaire. Ese uso contemporáneo del concepto de libertad forma parte de una ofensiva sin precedentes contra cualquier proyecto de igualdad entre los hombres. Pretende devolvernos a una etapa anterior a la existencia de la ley y el derecho, atravesando profundas capas de conocimiento adquirido y consolidado cuyo sumario haría un ilustrado francés, el religioso Henri Dominique Lacordaire, en un discurso pronunciado en la memorable fecha de 1848 en una Conferencia en Nôtre Dame: Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el siervo, es la libertad la que oprime y la ley la que redime. En otras palabras, como cualquiera entendería para el caso de un combate entre un peso pesado y un peso pluma, en una situación de flagrante desigualdad, no hay nada más injusto y peligroso que la libertad. Sin equidad, sin árbitro, sin reglas, la libertad es pura barbarie.
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Entre el fuerte y el débil, la ley es la que protege y la libertad es la que oprime. La frase acompañó la campaña del líder del Frente de Izquierda francés, Jean-Luc Mélenchon, en las últimas elecciones. La mirada de Mélenchon sobre la realidad latinoamericana en general, y argentina en particular, permite alejar un poco el foco y ver algo más que un dirigente europeo de izquierda que reivindica a esta región como el escenario en el que se desarrollan hoy alternativas políticas potentes: esa mirada expresa también la necesidad europea del cambio de timón, de paradigma, de escala de valores, de noción de lo público y sobre todo del Estado.
Sin embargo, la frase que eligió Mélenchon no proviene de ningún líder populista latinoamericano sino de Henri de Lacordaire, un cura célebre del siglo XIX que, además de refundar la Orden de los Predicadores, daba conferencias multitudinarias en la iglesia de Nôtre Dame ante un público compuesto no sólo por feligreses: hacia 1835 se daban cita ante las prédicas de Lacordaire personalidades como Balzac, Tocqueville, Alejandro Dumas, Chateaubriand, Lamartine, Victor Hugo.
Tampoco es Mélenchon el primero en retomar esa frase que se refiere a nociones de la ley y de la libertad que no son las que han prevalecido en el pensamiento dominante en las últimas décadas. Aunque el discurso liberal de la libertad nos suena como si fuera lluvia, de natural no tiene nada. Hace apenas cuatro décadas, en 1969, hubo un papa, Pablo VI, que fue invitado especial en la celebración de los 50 años de la OIT (Organización Internacional del Trabajo). En ese discurso papal, Pablo VI recomendó a la OIT: Formular en normas de derecho la solidaridad que cada día se afirma más en la conciencia de los hombres. Aquel Papa saludaba la organización gremial y la legislación laboral y, para hacer explícito ese saludo, citó al cura Lacordaire en un párrafo que vale la pena releer: Así como en el pasado habéis garantizado con vuestra legislación la protección y supervivencia del débil contra el poder del fuerte ya lo dijo Lacordaire: Entre el fuerte y el débil está la libertad que oprime y la ley que libera, en adelante tienen que dominar los derechos de los pueblos fuertes y favorecer el desarrollo de los pueblos débiles, creando las convicciones no sólo teóricas sino también prácticas para un verdadero Derecho Internacional del Trabajo, en la escala de los pueblos. También citó la frase del cura Lacordaire el filólogo español de la Universidad Complutense Juan Luis Conde, en un trabajo notable titulado Cómo llenar palabras vacías: el caso de Libertad. En él, Conde hace un paralelismo entre dos grandes textos de análisis de lenguaje político. El primero, del alemán Victor Klemperer (autor de La lengua del Tercer Reich), que analiza el lenguaje propiciado por Goebbels; el segundo, el del británico George Orwell, La política y el idioma inglés, que es una crítica al lenguaje político usado en una democracia representativa de la posguerra.
Conde destaca que Klemperer, para describir las tácticas de comunicación del nazismo, usa la palabra toxicidad. Orwell recurre, por su parte, a engaño. Klemperer describe cómo el nazismo se introducía en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. El dístico de Schiller sobre la lengua culta que crea y piensa por ti se vuelve a interpretar de manera puramente estética y, por decirlo así, inofensiva. Pero el lenguaje no sólo crea y piensa por mí sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica.
Orwell, a su turno su texto fue analizado en otro artículo en este mismo espacio, denuncia el declive de la lengua inglesa en el habla política, describe una retórica corrupta que no se condice con los actos. La prosa consiste cada vez menos en palabras elegidas por la propiedad de su significado y cada vez más en frases ensambladas como secciones de un gallinero prefabricado. Critica también la escucha pasiva de esa lengua muerta, porque en general los públicos reaccionan abriendo la mente de par en par y dejando que entren a mansalva todas las frases hechas. Ellas serán las que construyan las frases por ti, incluso pensarán los pensamientos por ti.
En su exquisito trabajo, Conde hace un recorrido histórico por la palabra libertad, a la que apelan todos los discursos cualesquiera sean sus fines, incluso los contrarios a la libertad. Hace un rastreo desde el origen latino, muestra cómo se arraigó su significado de no esclavo durante siglos en los que, no obstante, la mayor parte de la humanidad siguió viviendo en condiciones infrahumanas. La detecta como bandera en las Guerras Púnicas del siglo III, y la encuentra como el gran consenso de la República de Roma. Y va observando, en ese recorrido, que libertad es una de esas palabras que se resisten a una definición: conviene que cada uno que la escucha le ponga la suya. Eso viene arrastrando la palabra, precisamente, desde la noción romana, cuando el ejército imperial iba anexando territorios, venciendo a una sucesión de déspotas exóticos, y en cada victoria declaraba la libertad de los conquistados. Ser libre ahí era ser súbdito o, en otros términos, gozar de la protección de Roma.
El filólogo Conde llega al presente y después de repasar que fue también en nombre de la libertad que se diseñaron las Estrategias de Seguridad Interior de los 70, afirma: Podríamos decir que a fecha de hoy, en el siglo XXI, a diferencia de lo que sucedía en la primera mitad del siglo pasado y hasta bien avanzado aquél, cuando se oye exigir libertad podemos estar seguros de que está gritando la derecha, por no decir la extrema derecha. Significativamente, durante el golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende, la canción elegida por los golpistas fue Libre, de Nino Bravo. Se trata, dice, de una usurpación del lenguaje ilustrado y de izquierdas por parte de la derecha. Adaptaciones a la doctrina que Milton Friedman introdujo en su best-seller Free to Choose: A Personal Statement: la libertad es el derecho del dinero a gozar de sus privilegios, y el derecho a que ningún Estado los regule.
Es analizando esta voltereta en el aire de la palabra libertad que el filólogo Conde cita, precisamente y volviendo al principio, al cura Lacordaire. Ese uso contemporáneo del concepto de libertad forma parte de una ofensiva sin precedentes contra cualquier proyecto de igualdad entre los hombres. Pretende devolvernos a una etapa anterior a la existencia de la ley y el derecho, atravesando profundas capas de conocimiento adquirido y consolidado cuyo sumario haría un ilustrado francés, el religioso Henri Dominique Lacordaire, en un discurso pronunciado en la memorable fecha de 1848 en una Conferencia en Nôtre Dame: Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el siervo, es la libertad la que oprime y la ley la que redime. En otras palabras, como cualquiera entendería para el caso de un combate entre un peso pesado y un peso pluma, en una situación de flagrante desigualdad, no hay nada más injusto y peligroso que la libertad. Sin equidad, sin árbitro, sin reglas, la libertad es pura barbarie.