Vaciamiento. Ese fue el término más utilizado durante los debates en el Congreso sobre la expropiación de YPF para caracterizar la gestión de Repsol-Eskenazi. Coincidieron en usarlo oficialistas y opositores, y la mayoría de los expertos que en estas semanas se refirió al tema. La única defensa de Repsol-Eskenazi fue la propia.
Dejando de lado hipocresías y falta de autocrítica, la verdad es que hay elementos de sobra como para encuadrar lo que pasó en YPF como un caso de vaciamiento. Se registró una fuerte caída en la producción. Las reservas disminuyeron abruptamente. Aún así, la empresa ganó mucho dinero. Que casi en su totalidad fue repartido entre sus accionistas y sólo una cantidad ínfima fue destinada a inversiones de riesgo en exploración para apuntalar las reservas y el panorama de autoabastecimiento nacional.
Pero hay dos maneras de contar el vaciamiento. Una es limitarse a atribuirlo a un comportamiento perverso de tipo saqueo. Es una lectura moral que puede dar lugar a juicios éticos e incluso legales, pero no sirve para entender la lógica económica de lo que sucedió, que es un punto clave para fundamentar la necesidad de la estatización.
La otra manera de contar el vaciamiento es situarlo en el contexto de la estrategia de una compañía como Repsol, que de un día para el otro, y gracias a la compra de YPF, inició el camino de transformación de una empresa española de refinación y distribución de nula relevancia internacional, a una multinacional integrada desde la exploración hasta la estación de servicio con fuerte presencia en América Latina y Africa.
Y aunque se trata de una verdad de Perogrullo, para entender lo que sucedió hay que tener en cuenta que una empresa global se comporta como tal. Que es, ni más ni menos, intentar maximizar su rentabilidad a nivel global.
Precisamente eso es lo que hizo Repsol. El economista de la Universidad Nacional de Río Negro, Roberto Kozulj, demostró acabadamente la simetría que hubo entre los fondos que generó en la Argentina y la inversión que realizó en otras regiones, fundamentalmente en el norte de Africa. Lo que para YPF fue una descapitalización y para la Argentina la pérdida del autoabastecimiento, a Repsol le significó mejorar sus indicadores de rentabilidad.
Es decir que el vaciamiento respondió a la más estricta lógica económica de una multinacional. No fue perversión moral.
Esa lectura de la historia vuelve a enseñar los riesgos que implica dejar que sectores de la economía estén bajo dominio de firmas globales. Riesgos que cobran importancia esencial cuando se trata de sectores claves como la energía.
Esa lectura también enseña, como señala Kosulj, que la idea de que niveles adecuados de rentabilidad garantizan la inversión es falsa. De hecho, YPF obtuvo ganancias más que apreciables, pero como no eran tan atractivas como en otras regiones no fueron reinvertidas localmente sino en el extranjero. Pura lógica global.
Si a esos dos conceptos básicos la inconveniencia de que un sector estratégico esté controlado por una multinacional, y el descreimiento en que la rentabilidad asegura inversión se le suma considerar al autoabastecimiento como objetivo, queda conformada la batería de fundamentos para la estatización. Algunos agregan como razón la apropiación de la renta, pero eso bien puede lograrse mediante instrumentos tributarios y/o normas contractuales.
Por supuesto que el Gobierno no es inocente en el vaciamiento. Opositores, memoriosos, expertos y periodistas, se han cansado en estos días de enrostrarles no sólo la demora en acabar con el vaciamiento, sino todo lo hecho para favorecerlo, con efusivos elogios a la gestión incluidos. Pero ya se sabe que la autocrítica no forma parte del manual de estilo kirchnerista.
Por supuesto, también, no fue desde la conceptualización, ni siquiera desde la ideología, que Cristina Kirchner decidió la estatización. Como claramente reconoció Julio De Vido en el Senado, el factor clave y detonante de la decisión fue el saldo comercial deficitario en materia de combustibles. Si por alguna casualidad no hubiese habido ese rojo en la balanza energética, o quizás en una situación de mayor holgura en las cuentas externas totales, hoy Eskenazi seguiría siendo Sebastián y Antonio Brufau un buen amigo. Pero si hay algo que sí forma parte del manual de estilo kirchnerista es el pragmatismo y la audacia.
Y hay veces, como ésta, que el pragmatismo conduce a tomar buenas decisiones.
Claro que el control estatal de YPF es ni más ni menos que una condición necesaria, pero no suficiente, para revertir la decadencia en hidrocarburos. Habrá que ver de ahora en más si la administración es eficaz, y si se introducen cambios en la política para todo el sector, que hasta ahora, además de errática, tampoco dio buenos frutos fuera de YPF.
Difícilmente se vean resultados rápidos. Kosulj, un convencido defensor de la estatización, estima poco probable que a corto plazo se pueda recuperar la capacidad de producción. Y agrega que si bien la perspectiva de desarrollo de recursos no convencionales es promisoria, se requerirán esfuerzos de inversión muy grandes y superar barreras tecnológicas y ambientales.
Las encuestas muestran un mayoritario apoyo a la decisión, que el kirchnerismo tal vez podrá capitalizar en las legislativas del año próximo. Pero en el 2015 ya no pesarán anuncios y solo valdrán resultados.
Dejando de lado hipocresías y falta de autocrítica, la verdad es que hay elementos de sobra como para encuadrar lo que pasó en YPF como un caso de vaciamiento. Se registró una fuerte caída en la producción. Las reservas disminuyeron abruptamente. Aún así, la empresa ganó mucho dinero. Que casi en su totalidad fue repartido entre sus accionistas y sólo una cantidad ínfima fue destinada a inversiones de riesgo en exploración para apuntalar las reservas y el panorama de autoabastecimiento nacional.
Pero hay dos maneras de contar el vaciamiento. Una es limitarse a atribuirlo a un comportamiento perverso de tipo saqueo. Es una lectura moral que puede dar lugar a juicios éticos e incluso legales, pero no sirve para entender la lógica económica de lo que sucedió, que es un punto clave para fundamentar la necesidad de la estatización.
La otra manera de contar el vaciamiento es situarlo en el contexto de la estrategia de una compañía como Repsol, que de un día para el otro, y gracias a la compra de YPF, inició el camino de transformación de una empresa española de refinación y distribución de nula relevancia internacional, a una multinacional integrada desde la exploración hasta la estación de servicio con fuerte presencia en América Latina y Africa.
Y aunque se trata de una verdad de Perogrullo, para entender lo que sucedió hay que tener en cuenta que una empresa global se comporta como tal. Que es, ni más ni menos, intentar maximizar su rentabilidad a nivel global.
Precisamente eso es lo que hizo Repsol. El economista de la Universidad Nacional de Río Negro, Roberto Kozulj, demostró acabadamente la simetría que hubo entre los fondos que generó en la Argentina y la inversión que realizó en otras regiones, fundamentalmente en el norte de Africa. Lo que para YPF fue una descapitalización y para la Argentina la pérdida del autoabastecimiento, a Repsol le significó mejorar sus indicadores de rentabilidad.
Es decir que el vaciamiento respondió a la más estricta lógica económica de una multinacional. No fue perversión moral.
Esa lectura de la historia vuelve a enseñar los riesgos que implica dejar que sectores de la economía estén bajo dominio de firmas globales. Riesgos que cobran importancia esencial cuando se trata de sectores claves como la energía.
Esa lectura también enseña, como señala Kosulj, que la idea de que niveles adecuados de rentabilidad garantizan la inversión es falsa. De hecho, YPF obtuvo ganancias más que apreciables, pero como no eran tan atractivas como en otras regiones no fueron reinvertidas localmente sino en el extranjero. Pura lógica global.
Si a esos dos conceptos básicos la inconveniencia de que un sector estratégico esté controlado por una multinacional, y el descreimiento en que la rentabilidad asegura inversión se le suma considerar al autoabastecimiento como objetivo, queda conformada la batería de fundamentos para la estatización. Algunos agregan como razón la apropiación de la renta, pero eso bien puede lograrse mediante instrumentos tributarios y/o normas contractuales.
Por supuesto que el Gobierno no es inocente en el vaciamiento. Opositores, memoriosos, expertos y periodistas, se han cansado en estos días de enrostrarles no sólo la demora en acabar con el vaciamiento, sino todo lo hecho para favorecerlo, con efusivos elogios a la gestión incluidos. Pero ya se sabe que la autocrítica no forma parte del manual de estilo kirchnerista.
Por supuesto, también, no fue desde la conceptualización, ni siquiera desde la ideología, que Cristina Kirchner decidió la estatización. Como claramente reconoció Julio De Vido en el Senado, el factor clave y detonante de la decisión fue el saldo comercial deficitario en materia de combustibles. Si por alguna casualidad no hubiese habido ese rojo en la balanza energética, o quizás en una situación de mayor holgura en las cuentas externas totales, hoy Eskenazi seguiría siendo Sebastián y Antonio Brufau un buen amigo. Pero si hay algo que sí forma parte del manual de estilo kirchnerista es el pragmatismo y la audacia.
Y hay veces, como ésta, que el pragmatismo conduce a tomar buenas decisiones.
Claro que el control estatal de YPF es ni más ni menos que una condición necesaria, pero no suficiente, para revertir la decadencia en hidrocarburos. Habrá que ver de ahora en más si la administración es eficaz, y si se introducen cambios en la política para todo el sector, que hasta ahora, además de errática, tampoco dio buenos frutos fuera de YPF.
Difícilmente se vean resultados rápidos. Kosulj, un convencido defensor de la estatización, estima poco probable que a corto plazo se pueda recuperar la capacidad de producción. Y agrega que si bien la perspectiva de desarrollo de recursos no convencionales es promisoria, se requerirán esfuerzos de inversión muy grandes y superar barreras tecnológicas y ambientales.
Las encuestas muestran un mayoritario apoyo a la decisión, que el kirchnerismo tal vez podrá capitalizar en las legislativas del año próximo. Pero en el 2015 ya no pesarán anuncios y solo valdrán resultados.