Puede la luna de miel que viene disfrutando la Presidenta en su relación con la opinión pública sufrir el golpe de la tragedia de Once e iniciarse a partir de ahora un más o menos rápido pero ineluctable declive ? Es lo que están esperando desde hace tiempo muchos opositores, a falta de otras armas o de ideas a su alcance: que de una vez por todas le empiecen a “entrar las balas” que disparan los propios errores de la gestión de gobierno.
Las analogías con Cromagnon están a la orden del día.
No sólo por lo mal que le fue a Aníbal Ibarra tras aquella tragedia, que igual que está sucediendo con ésta, al poder político le resultó imposible explicar como mero “accidente”. Sino también porque, como ahora, el liderazgo kirchnerista se refugió en un injustificable silencio. Silencio que esta vez será, de seguro, aun más inconveniente e insuficiente para zafar de la situación: no es lo mismo haber fallado en los controles y la entrega de concesiones o habilitaciones a empresarios involucrados en un desastre, que encima de eso haberlos financiado con cientos de millones durante más de ocho años y haber recibido de ellos favores reiteradamente denunciados en la justicia.
Con todo, hay otras diferencias entre ambas situaciones que pueden favorecer a Cristina, y que no habría que pasar por alto. La primera es precisamente su luna de miel con la opinión , que ha sido tan prolongada como intensa, así que conviene ser prudentes con los pronósticos. El reencuentro afectivo , por llamarlo de alguna manera, entre una porción considerable de la sociedad y la Presidenta que tuvo lugar al morir su marido ha estado signado doblemente y desde un comienzo por el “espíritu acrítico” : él disolvió fuertes desconfianzas previas y, al hacerlo, diseminó sentimientos de culpa por haberla criticado tanto y (hasta ahora parece) tan injustificadamente en el pasado.
Ello ayuda a entender que hayan rebotado ya unas cuántas las balas en la imagen de Cristina sin dejar mayor mella .
Ni siquiera cuando hubo víctimas fatales, como en el manejo de la crisis del Parque Indoamericano, o el relato y sus voceros más emblemáticos quedaron enchastrados en casos de corrupción y abuso de poder, como sucedió en el escándalo Schoklender-Bonafini, o cuando se volvieron evidentes los altos costos que impone el irracional y arbitrario manejo de la economía, como se ha visto recientemente con los cambios en el mercado cambiario y los subsidios a los servicios.
Puede que esta vez sea diferente, por la dimensión de la tragedia y porque casi todos sufrimos cotidiana y directamente el maltrato de viajar como ganado . Pero pueden intervenir al menos otros dos factores para que la Presidenta salve las papas.
Por un lado, a diferencia del Ibarra de 2004, ella no tiene enfrente una oposición ni dispositivo institucional alguno capaz de hacerle pagar el costo , no digamos en el grado extremo y hasta injustificado que padeció aquel, siquiera en la versión más modesta que se quiera de la “rendición de cuentas”. Por otro, Cristina y sus más fieles colaboradores ya tienen a la mano y puestos a punto la estrategia y los instrumentos adecuados para descargar las responsabilidades en otros , y convertir esta o cualquier otra crisis en una oportunidad: desde hace tiempo que, ante cada dificultad que aparece, sea la escasez de dólares, la falta de combustible o los problemas de inseguridad, el Gobierno reacciona extrayendo un culpable de sus propias filas, en lo posible de entre aquellos socios de conveniencia, tal vez de antigua data pero no pertenecientes al riñón del modelo, que se pueden purgar y culpabilizar sin mayor problema, de modo de decir que “está limpiando el país”, que no cambia de rumbo sino que lo profundiza, sin necesidad de hacer autocrítica alguna, porque retiene el papel de factor de cambio a la vez que el de garantía de gobernabilidad y continuidad .
Puede que esta vez sea demasiado voluminoso, ramificado y reciente el negocio que hay que denunciar como herencia del pasado. Puede también que sean demasiadas las víctimas como para que la hiperconcentración de las decisiones en el vértice no juegue en contra de la operación de diluir toda responsabilidad política. Y puede incluso que el férreo control de la agenda por parte del oficialismo se resienta un poco, pese a la poca legitimidad de los opositores y los medios críticos para plantear objeciones a la idea de que vamos bien y de lo que se trata es de apretar más a fondo el acelerador para que vayamos mejor.
Pero también hay que considerar la posibilidad de que siga su curso el proceso de naturalización de tragedias como la de Once y el gobierno retenga el monopolio de la representación del optimismo social, para seguir condenando las voces críticas, de la oposición, de los técnicos especializados o del periodismo, al penoso rol de aguafiestas y agoreros “que quieren sacar provecho de la desgracia”.
Si eso es lo que termina sucediendo, no habrá mayor presión social para que el Estado se comporte responsablemente y la Presidenta logrará zafar. Y sea estatizada, renegociada o sindicalizada, la línea Sarmiento seguirá siendo otro lugar más de nuestro país en donde un día tras otro se tiran los dados a ver si los demás argentinos zafamos o no.
Las analogías con Cromagnon están a la orden del día.
No sólo por lo mal que le fue a Aníbal Ibarra tras aquella tragedia, que igual que está sucediendo con ésta, al poder político le resultó imposible explicar como mero “accidente”. Sino también porque, como ahora, el liderazgo kirchnerista se refugió en un injustificable silencio. Silencio que esta vez será, de seguro, aun más inconveniente e insuficiente para zafar de la situación: no es lo mismo haber fallado en los controles y la entrega de concesiones o habilitaciones a empresarios involucrados en un desastre, que encima de eso haberlos financiado con cientos de millones durante más de ocho años y haber recibido de ellos favores reiteradamente denunciados en la justicia.
Con todo, hay otras diferencias entre ambas situaciones que pueden favorecer a Cristina, y que no habría que pasar por alto. La primera es precisamente su luna de miel con la opinión , que ha sido tan prolongada como intensa, así que conviene ser prudentes con los pronósticos. El reencuentro afectivo , por llamarlo de alguna manera, entre una porción considerable de la sociedad y la Presidenta que tuvo lugar al morir su marido ha estado signado doblemente y desde un comienzo por el “espíritu acrítico” : él disolvió fuertes desconfianzas previas y, al hacerlo, diseminó sentimientos de culpa por haberla criticado tanto y (hasta ahora parece) tan injustificadamente en el pasado.
Ello ayuda a entender que hayan rebotado ya unas cuántas las balas en la imagen de Cristina sin dejar mayor mella .
Ni siquiera cuando hubo víctimas fatales, como en el manejo de la crisis del Parque Indoamericano, o el relato y sus voceros más emblemáticos quedaron enchastrados en casos de corrupción y abuso de poder, como sucedió en el escándalo Schoklender-Bonafini, o cuando se volvieron evidentes los altos costos que impone el irracional y arbitrario manejo de la economía, como se ha visto recientemente con los cambios en el mercado cambiario y los subsidios a los servicios.
Puede que esta vez sea diferente, por la dimensión de la tragedia y porque casi todos sufrimos cotidiana y directamente el maltrato de viajar como ganado . Pero pueden intervenir al menos otros dos factores para que la Presidenta salve las papas.
Por un lado, a diferencia del Ibarra de 2004, ella no tiene enfrente una oposición ni dispositivo institucional alguno capaz de hacerle pagar el costo , no digamos en el grado extremo y hasta injustificado que padeció aquel, siquiera en la versión más modesta que se quiera de la “rendición de cuentas”. Por otro, Cristina y sus más fieles colaboradores ya tienen a la mano y puestos a punto la estrategia y los instrumentos adecuados para descargar las responsabilidades en otros , y convertir esta o cualquier otra crisis en una oportunidad: desde hace tiempo que, ante cada dificultad que aparece, sea la escasez de dólares, la falta de combustible o los problemas de inseguridad, el Gobierno reacciona extrayendo un culpable de sus propias filas, en lo posible de entre aquellos socios de conveniencia, tal vez de antigua data pero no pertenecientes al riñón del modelo, que se pueden purgar y culpabilizar sin mayor problema, de modo de decir que “está limpiando el país”, que no cambia de rumbo sino que lo profundiza, sin necesidad de hacer autocrítica alguna, porque retiene el papel de factor de cambio a la vez que el de garantía de gobernabilidad y continuidad .
Puede que esta vez sea demasiado voluminoso, ramificado y reciente el negocio que hay que denunciar como herencia del pasado. Puede también que sean demasiadas las víctimas como para que la hiperconcentración de las decisiones en el vértice no juegue en contra de la operación de diluir toda responsabilidad política. Y puede incluso que el férreo control de la agenda por parte del oficialismo se resienta un poco, pese a la poca legitimidad de los opositores y los medios críticos para plantear objeciones a la idea de que vamos bien y de lo que se trata es de apretar más a fondo el acelerador para que vayamos mejor.
Pero también hay que considerar la posibilidad de que siga su curso el proceso de naturalización de tragedias como la de Once y el gobierno retenga el monopolio de la representación del optimismo social, para seguir condenando las voces críticas, de la oposición, de los técnicos especializados o del periodismo, al penoso rol de aguafiestas y agoreros “que quieren sacar provecho de la desgracia”.
Si eso es lo que termina sucediendo, no habrá mayor presión social para que el Estado se comporte responsablemente y la Presidenta logrará zafar. Y sea estatizada, renegociada o sindicalizada, la línea Sarmiento seguirá siendo otro lugar más de nuestro país en donde un día tras otro se tiran los dados a ver si los demás argentinos zafamos o no.