La manifiesta ilegitimidad de Nicolás Maduro

El pretendido triunfo electoral de Nicolás Maduro en los reñidos comicios presidenciales venezolanos de 2013 fue en su momento dura y seriamente cuestionado por la oposición venezolana y por gobiernos como el de los Estados Unidos. El resultado electoral arrojó menos de 300.000 votos de diferencia y fundadas sospechas de fraude.Como fruto de aquellos cuestionamientos y de las fuertes fricciones políticas que la situación generó, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) convocó de urgencia a una reunión de la organización, que tuvo lugar en la ciudad de Lima. En ella, tras una intensa deliberación, se decidió saludar a Maduro por los resultados de la elección. En la misma declaración, se tomó expresamente nota de la decisión de las autoridades electorales venezolanas, a la que se calificó de positiva, de «implementar una metodología que permita la auditoría total de las mesas electorales». La palabra «total» incluida en la declaración no fue casual. No pudo ignorarse, ni mucho menos minimizarse. Es obvio que tal expresión fue fruto de un laborioso compromiso político entre los distintos miembros de la Unasur y sus respectivas visiones de lo acontecido, que no puede interpretarse como apenas una suerte de componente menor de la anterior decisión.

El reconocimiento de la Unasur a Maduro estuvo muy lejos de haber sido pleno o incondicional. La delicada cuestión de la necesaria auditoría electoral fue, por cierto, un componente esencial de la decisión del organismo regional de saludar a Maduro. Casi una condición.

Claro que la Unasur partió del supuesto de que esa auditoría integral y completa de los comicios se iba a implementar. Pero se trató de un craso error, porque los ardides de Maduro sumados al paso del tiempo permitieron que la visión y la buena fe de gran parte de los 12 miembros de la organización sudamericana fueran burdamente burladas por el presidente venezolano.

Lo cierto es que la auditoría total referida por la Unasur nunca se llevó a cabo y que ella fue, en cambio, reemplazada por una mañosa serie de auditorías menores, cuidadosamente seleccionadas, que resultaron tan incompletas como parciales.

De ese modo, no fueron escuchados los reclamos y pedidos de la oposición venezolana. Tampoco se pudo comprobar la verdad de lo sucedido, como cándidamente pareció suponer la Unasur que iba a suceder.

Por todo ello, la legitimidad de origen de Maduro como presidente de Venezuela quedó, desde el vamos, fuertemente objetada y seriamente lastimada, al margen de la escasa legitimidad de muchos de sus actos de gobierno, claramente autoritarios y propios de un régimen dictatorial. Nada de esto puede disimularse ni ignorarse sin falsear la verdad de lo históricamente sucedido. Particularmente cuando gran parte del pueblo de Venezuela, que está protestando insistentemente desde hace semanas en las calles de las principales ciudades de su país, pese a la violenta represión desplegada en su contra, sabe bien de la burla de la que, en definitiva, terminó siendo inocente objeto.

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