El reconocimiento de la Unasur a Maduro estuvo muy lejos de haber sido pleno o incondicional. La delicada cuestión de la necesaria auditoría electoral fue, por cierto, un componente esencial de la decisión del organismo regional de saludar a Maduro. Casi una condición.
Claro que la Unasur partió del supuesto de que esa auditoría integral y completa de los comicios se iba a implementar. Pero se trató de un craso error, porque los ardides de Maduro sumados al paso del tiempo permitieron que la visión y la buena fe de gran parte de los 12 miembros de la organización sudamericana fueran burdamente burladas por el presidente venezolano.
Lo cierto es que la auditoría total referida por la Unasur nunca se llevó a cabo y que ella fue, en cambio, reemplazada por una mañosa serie de auditorías menores, cuidadosamente seleccionadas, que resultaron tan incompletas como parciales.
De ese modo, no fueron escuchados los reclamos y pedidos de la oposición venezolana. Tampoco se pudo comprobar la verdad de lo sucedido, como cándidamente pareció suponer la Unasur que iba a suceder.
Por todo ello, la legitimidad de origen de Maduro como presidente de Venezuela quedó, desde el vamos, fuertemente objetada y seriamente lastimada, al margen de la escasa legitimidad de muchos de sus actos de gobierno, claramente autoritarios y propios de un régimen dictatorial. Nada de esto puede disimularse ni ignorarse sin falsear la verdad de lo históricamente sucedido. Particularmente cuando gran parte del pueblo de Venezuela, que está protestando insistentemente desde hace semanas en las calles de las principales ciudades de su país, pese a la violenta represión desplegada en su contra, sabe bien de la burla de la que, en definitiva, terminó siendo inocente objeto.
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