La bronca es mala consejera, el despecho es peor. El presidente Mauricio Macri rezumó despecho cuando criticó al diputado Sergio Massa tildándolo de “impostor”. “¿Cómo me hacés eso si te llevé a Davos?” clamó, apenas con otras palabras. Trascartón se refugió en el relato básico de Cambiemos: el kirchnerismo es mancha venenosa o por ahí el mal mismo. Y acusó de kirchneristas a todo el espectro opositor no K con énfasis especial en Massa, en todo el Frente Renovador (FR), en la diputada Graciela Camaño. Olvidó que Camaño era la nave insignia del apodado Grupo A en la Cámara Baja cuando la oposición anti K aprobó la implantación del 82 por ciento móvil para las jubilaciones, allá por 2010. La entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner vetó la norma y fue reelecta un año después. El porvenir de Macri es más vidrioso, porque no viene mejorando la vida de los argentinos. El escenario mutó. Nada es eterno en política, menos que nada la buena estrella.
La media sanción de la Reforma al Impuesto a las Ganancias fue consecuencia de una serie de errores oficialistas. El Ejecutivo tiene, por imperio constitucional, “ventaja deportiva” sobre el Legislativo en las sesiones extraordinarias. Propone el temario, lo que presupone que solo impulsa leyes que está en capacidad de aprobar. Las espadas parlamentarias midieron mal, el negociador más hábil del Gabinete, el ministro del Interior Rogelio Frigerio (nieto), estaba en China…
Macri quiso, por enésima vez, maquillar la burla a su “contrato electoral” con un régimen chirle, engañoso, diferido a futuro. Leyó mal la coyuntura, aunque la había sabido reconocer cuando acordó el nuevo texto de la ley de Emergencia Social con las organizaciones sociales y buena parte de las fuerzas opositoras. “Si no puedes vencerlos ni bloquearlos, únete a ellos”, pudo ser su lema.
El real impacto de las concesiones está pendiente de dilucidación, lo cierto es que hubo retroceso y se cedió a demandas ajenas.
El martes 13 desfilarán por el Senado gobernadores y representantes de la Confederación General del Trabajo (CGT). Para que el proyecto llegue al recinto el miércoles, sobre tablas, es necesario el apoyo de dos tercios de los senadores. Vara muy alta que el Frente para la Victoria (FpV) puede saltar si sus senadores van unidos. Si así no fuera, deberán posponer la sesión para el miércoles 20.
El gobierno presiona a los mandatarios provinciales, que han expresado públicamente posiciones disímiles frente al proyecto. El peronismo unido parece dispuesto a aprobar la ley, ese es el desenlace más probable al cierre de esta nota, mientras siguen los tironeos. Un rechazo total, da la impresión, es casi imposible. Una aprobación en general con correcciones en la votación en particular es otra chance, en un escenario abierto. En promedio, el desenlace pinta adverso para el Gobierno aunque todavía hay tiempo para torcer voluntades.
Al final del camino puede estar el veto, herramienta predilecta de Macri. La vicepresidenta Gabriela Michetti, que no tiene superyó ni nadie que le inculque qué decir, lo dio por hecho para luego retractarse.
A esta altura, la oposición viene consiguiendo con las dos medias sanciones mencionadas reformar drásticamente el Presupuesto 2017 que el oficialismo consiguió aprobar días atrás.
El problema principal para el macrismo trasciende a la reforma de Ganancias, que por ahí consigue arrumbar, postergar o vetar. Es que la oposición se recompuso, que el primer año de Macri terminó onda fines de noviembre. Y que el 2017, momento electoral, ya comenzó. Será muuuy difícil regresar a la edad dorada en la que los opositores “responsables” aprobaban el acuerdo penoso con los fondos buitre, el endeudamiento salvaje, el blanqueo. Alguna señal de no alineamiento automático había emitido, cuando frenó el ingreso de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz por la ventana de la Corte. Claro que volvió a ser complaciente al validar sus pliegos sin tomar en cuenta su inconducta previa.
La ley antidespidos supo ser otro desafío a Macri que recorrió un itinerario que puede calcarse en las próximas semanas: Congreso, Casa Rosada, veto, su ruta.
Claro que tocar el bolsillo de los trabajadores es más lesivo y notorio que una tregua breve en los despidos.
– – –
Tácticas y cheques en blanco: El kirchnerismo se sostuvo siempre en su rol opositor, decisión congruente que pagó con disensos internos, deserciones absolutas o intermitentes.
Massa optó por la táctica que aplicó Carlos Menem cuando gobernaba el presidente Raúl Alfonsín. Menem fue el opositor más transigente en el momento de apogeo, a la espera del momentum para saltar el cerco. La estrategia del ex presidente riojano rindió frutos notables, tanto que el radicalismo hasta lo aupó en la interna peronista de 1988 contra Antonio Cafiero. No está escrito que Massa obtenga resultados tan lujosos pero sí se sabía que su afán es buscar posicionarse para ser presidenciable en 2019 lo que implica que en pocos meses debe ser una firme alternativa opositora.
El tiempo del viraje es ahora: al fin y al cabo, se está más cerca del comienzo del itinerario electoral (listas, Primarias, generales) que del día en que el presidente efímero Federico Pinedo le puso la banda a su líder, “Mauricio”.
Cambiemos tiene minoría en las dos Cámaras, sacó menos de un tercio de los votos en la primera vuelta electoral, el 2016 ha sido gravoso para la mayoría de los argentinos.
El macrismo subestima los datos ominosos de la economía real y se aferra a las encuestas de opinión, que han hecho sapo en el Brexit, en Colombia y en las elecciones presidenciales estadounidenses. Hay que ser cauto para darles crédito y, aun haciéndolo, es imperioso saber analizarse. Se supone que muchas personas dicen que la economía (nacional y propia) anda mal pero que conservan optimismo para el porvenir. En ese hipotético y dudoso caso, es insensato contar esa intuición (tan equivocada, piensa este cronista, sin originalidad) como un apoyo en las urnas en la votación de medio término. Los estados de ánimo varían: el optimista despechado es un prospecto nítido de voto en contra si la economía no mejora, particularmente en su “metro cuadrado”.
– – –
El ojímetro y el costo político: En la vastedad del cosmos existen instrumentos de medición todavía menos confiables que los sondeos. El peronómetro, el corruptómetro, tan usados para análisis simplistas. El ojímetro puede aplicarse para medir distintas magnitudes, a menudo de modo impreciso. De cualquier modo, se apela a esa herramienta en las mesas de arena VIP, en los quinchos, en las charlas de café. En las horas que corren, “sirve” para medir el costo político. ¿Lo pagará Macri solo o recaerá sobre la “opo”, los gobernadores, el movimiento obrero? ¿Cuál será su magnitud, para cada quién?
Un error frecuente acecha a los ojimetristas: creer que el susodicho costo se determina instantáneamente. Sin embargo, las relaciones de poder varían constantemente, la opinión pública jamás queda fijada en un punto.
La mayoría de las personas del común no se interesan mucho en las vicisitudes parlamentarias pero todas saben cómo va su vida, si están mejor que un año atrás. Esas percepciones, digámosle calificadas, decantan en el cuarto oscuro, no al atender un sondeo telefónico. Cuando revisen la billetera o la cuenta sueldo (si la tienen) elaborarán un veredicto. La polémica minuciosa sobre la coherencia de la ley es ruido, que unos pocos escuchan mientras cenan haciendo zapping.
Otro costo ya erogado es el deterioro de la imagen del presidente que gobierna para los ricos… medida por esa minoría selecta. La diputada Elisa Carrió y Macri mismo pusieron el grito en el cielo: qué será de nosotros, qué dirán de nosotros los inversores.
Es encantador elogiar los consensos cuando la oposición es seguidista. Muy otro cantar es cuando comparte efectivamente el poder, frena la ofensiva de la derecha gobernante, en un borde hasta cogobierna. Zozobra la “seguridad jurídica”, sinónimo de preservación de intereses concentrados. Esa es la razón que llevaría como por tubo, supone este cronista, al veto de Macri. Para demostrar poder ante el establishment debe asumir un grado de impopularidad.
La gobernabilidad macrista es peliaguda porque depende de la homologación en las urnas. Hasta ahora, el oficialismo ha construido poco o nada en ese sentido. Traicionar la promesa de campaña no lo ayudará aunque los “tributaristas” de mayor reputación (en la City) expliquen que la ley es inconsistente.
Hilando un cachito más fino, ha sido la política económica del Gobierno la que desfinanció al Fisco. La reducción de retenciones a la soja, la supresión a otros productos agropecuarios, la gracia presidencial concedida de yapa a las mineras, la disminución del impuesto al patrimonio, la baja del IVA, correlato de la contracción del consumo.
Macri se enfurruña cuando sus adversarios reducen impuestos tanto cuando los reponen o los incrementan. El núcleo dista de ser el equilibrio fiscal, acentuado y descuajeringado por la política económica macrista. Es un modelo de país que cruje cuando se acerca el momento de pasar por la prueba ácida de la aprobación popular.
– – –
Jaque a la contrarreforma laboral: El nuevo comportamiento del Congreso causa incertidumbre sobre un objetivo central del gobierno: la reforma laboral regresiva en aras de la “competitividad” espuria de la derecha patronal. Las distintas facciones del peronismo son crecientemente refractarias a tamaños retrocesos, máxime en vísperas de elecciones. Los inversores extranjeros (colectivo virtual por ahora) y las grandes corporaciones empresarias se los exigen a “su” presidente.
Los compañeros de la CGT reunificada mostraron a veces las uñas pero han sido transigentes en general. De cualquier modo, como los gobernadores, intendentes o los referentes sociales, defienden-representan intereses que no es posible abandonar del todo. El mínimo no imponible es el piso de sus reclamos. El triunviro cegetista Héctor Daer, manso y tranquilo por antonomasia, le tira malas ondas al gobierno. Andrés Rodríguez, el Secretario General de la Unión de Personal Civil de la Nación (UPCN) se suma a las diatribas. Significativa señal que un oficialista contumaz enfrente al Gobierno: solo lo hace cuando lo percibe débil.
Pablo Moyano, el Secretario General de los Camioneros, habita siempre otro cuadrante: es opositor por perfil y convicción. El viernes envió un mensaje a los senadores peronistas recordándoles la defección en la Reforma laboral impulsada por el ex presidente Fernando de la Rúa, la apodada “Ley Banelco”. Los compañeros parlamentarios deberán poner las barbas en remojo, tironeados entre los gobernadores filo amarillos y los representantes de los trabajadores, guste o no.
– – –
No todo es látigo y chequera: El Gobierno incurrió en dos torpezas manifiestas: el decreto de auto blanqueo familiar y lo sucedido en el Congreso.
Macri conserva poder, el estado fuerte es parte de la “pesada herencia”. La gobernabilidad kirchnerista, que perduró doce años, se sustentó en el apoyo popular, revalidado en dos elecciones presidenciales. Su “modelo” económico es discutible y flaqueó en el último mandato de Cristina pero la sustentabilidad política y económica batió records en la historia argentina.
Muchos gobernadores, hasta algunos de origen radical, se sumaron al FpV, por estricta conveniencia. “Formadores de opinión” amantes de los slogans refieren que se los sometió con el mix entre “el látigo y la chequera”. La imagen tiene tangencia con la realidad pero no la expresa en plenitud: es necio tomarla al pie de la letra. Entre 2003 y 2011 (tres votaciones para ejecutivos nacionales y locales) fueron regla las reelecciones. Los “gobernas” discrepaban con muchos aspectos del kirchnerismo, en especial con sus facetas más progresistas. Pero caminaban juntos por algo muy distinto al temor. Solo quien conoce poco el fenotipo de los líderes provinciales puede suponerlos medrosos, débiles, aquejados por el síndrome de Estocolmo. Son, en promedio, conservadores populares conocedores de su terruño, con poder fáctico y político, duros en la confrontación. De nuevo: se aliaron cuando (porque) los beneficiaba. Ahora deben diferenciarse de Macri no porque buscan la autonomía como Cataluña o Escocia sino para pujar con más fuerza. Son la parte débil de la cinchada pero no dejan de estar en conflicto relativo de intereses.
Macri entró en diciembre con el pie izquierdo. Afronta, con mal humor y modales huraños, una circunstancia que afrenta a cualquier oficialismo: “los Otros” le hacen agenda. Primero fueron ciudadanos movilizados, defendiendo derechos a través de la acción directa. Ahora la protesta entró en el terreno institucional. El gobierno atraviesa algo más serio que un mal momento: el comienzo de una etapa ripiosa, cuesta arriba.
La historia fluye, no ha cesado, continuará.
La media sanción de la Reforma al Impuesto a las Ganancias fue consecuencia de una serie de errores oficialistas. El Ejecutivo tiene, por imperio constitucional, “ventaja deportiva” sobre el Legislativo en las sesiones extraordinarias. Propone el temario, lo que presupone que solo impulsa leyes que está en capacidad de aprobar. Las espadas parlamentarias midieron mal, el negociador más hábil del Gabinete, el ministro del Interior Rogelio Frigerio (nieto), estaba en China…
Macri quiso, por enésima vez, maquillar la burla a su “contrato electoral” con un régimen chirle, engañoso, diferido a futuro. Leyó mal la coyuntura, aunque la había sabido reconocer cuando acordó el nuevo texto de la ley de Emergencia Social con las organizaciones sociales y buena parte de las fuerzas opositoras. “Si no puedes vencerlos ni bloquearlos, únete a ellos”, pudo ser su lema.
El real impacto de las concesiones está pendiente de dilucidación, lo cierto es que hubo retroceso y se cedió a demandas ajenas.
El martes 13 desfilarán por el Senado gobernadores y representantes de la Confederación General del Trabajo (CGT). Para que el proyecto llegue al recinto el miércoles, sobre tablas, es necesario el apoyo de dos tercios de los senadores. Vara muy alta que el Frente para la Victoria (FpV) puede saltar si sus senadores van unidos. Si así no fuera, deberán posponer la sesión para el miércoles 20.
El gobierno presiona a los mandatarios provinciales, que han expresado públicamente posiciones disímiles frente al proyecto. El peronismo unido parece dispuesto a aprobar la ley, ese es el desenlace más probable al cierre de esta nota, mientras siguen los tironeos. Un rechazo total, da la impresión, es casi imposible. Una aprobación en general con correcciones en la votación en particular es otra chance, en un escenario abierto. En promedio, el desenlace pinta adverso para el Gobierno aunque todavía hay tiempo para torcer voluntades.
Al final del camino puede estar el veto, herramienta predilecta de Macri. La vicepresidenta Gabriela Michetti, que no tiene superyó ni nadie que le inculque qué decir, lo dio por hecho para luego retractarse.
A esta altura, la oposición viene consiguiendo con las dos medias sanciones mencionadas reformar drásticamente el Presupuesto 2017 que el oficialismo consiguió aprobar días atrás.
El problema principal para el macrismo trasciende a la reforma de Ganancias, que por ahí consigue arrumbar, postergar o vetar. Es que la oposición se recompuso, que el primer año de Macri terminó onda fines de noviembre. Y que el 2017, momento electoral, ya comenzó. Será muuuy difícil regresar a la edad dorada en la que los opositores “responsables” aprobaban el acuerdo penoso con los fondos buitre, el endeudamiento salvaje, el blanqueo. Alguna señal de no alineamiento automático había emitido, cuando frenó el ingreso de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz por la ventana de la Corte. Claro que volvió a ser complaciente al validar sus pliegos sin tomar en cuenta su inconducta previa.
La ley antidespidos supo ser otro desafío a Macri que recorrió un itinerario que puede calcarse en las próximas semanas: Congreso, Casa Rosada, veto, su ruta.
Claro que tocar el bolsillo de los trabajadores es más lesivo y notorio que una tregua breve en los despidos.
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Tácticas y cheques en blanco: El kirchnerismo se sostuvo siempre en su rol opositor, decisión congruente que pagó con disensos internos, deserciones absolutas o intermitentes.
Massa optó por la táctica que aplicó Carlos Menem cuando gobernaba el presidente Raúl Alfonsín. Menem fue el opositor más transigente en el momento de apogeo, a la espera del momentum para saltar el cerco. La estrategia del ex presidente riojano rindió frutos notables, tanto que el radicalismo hasta lo aupó en la interna peronista de 1988 contra Antonio Cafiero. No está escrito que Massa obtenga resultados tan lujosos pero sí se sabía que su afán es buscar posicionarse para ser presidenciable en 2019 lo que implica que en pocos meses debe ser una firme alternativa opositora.
El tiempo del viraje es ahora: al fin y al cabo, se está más cerca del comienzo del itinerario electoral (listas, Primarias, generales) que del día en que el presidente efímero Federico Pinedo le puso la banda a su líder, “Mauricio”.
Cambiemos tiene minoría en las dos Cámaras, sacó menos de un tercio de los votos en la primera vuelta electoral, el 2016 ha sido gravoso para la mayoría de los argentinos.
El macrismo subestima los datos ominosos de la economía real y se aferra a las encuestas de opinión, que han hecho sapo en el Brexit, en Colombia y en las elecciones presidenciales estadounidenses. Hay que ser cauto para darles crédito y, aun haciéndolo, es imperioso saber analizarse. Se supone que muchas personas dicen que la economía (nacional y propia) anda mal pero que conservan optimismo para el porvenir. En ese hipotético y dudoso caso, es insensato contar esa intuición (tan equivocada, piensa este cronista, sin originalidad) como un apoyo en las urnas en la votación de medio término. Los estados de ánimo varían: el optimista despechado es un prospecto nítido de voto en contra si la economía no mejora, particularmente en su “metro cuadrado”.
– – –
El ojímetro y el costo político: En la vastedad del cosmos existen instrumentos de medición todavía menos confiables que los sondeos. El peronómetro, el corruptómetro, tan usados para análisis simplistas. El ojímetro puede aplicarse para medir distintas magnitudes, a menudo de modo impreciso. De cualquier modo, se apela a esa herramienta en las mesas de arena VIP, en los quinchos, en las charlas de café. En las horas que corren, “sirve” para medir el costo político. ¿Lo pagará Macri solo o recaerá sobre la “opo”, los gobernadores, el movimiento obrero? ¿Cuál será su magnitud, para cada quién?
Un error frecuente acecha a los ojimetristas: creer que el susodicho costo se determina instantáneamente. Sin embargo, las relaciones de poder varían constantemente, la opinión pública jamás queda fijada en un punto.
La mayoría de las personas del común no se interesan mucho en las vicisitudes parlamentarias pero todas saben cómo va su vida, si están mejor que un año atrás. Esas percepciones, digámosle calificadas, decantan en el cuarto oscuro, no al atender un sondeo telefónico. Cuando revisen la billetera o la cuenta sueldo (si la tienen) elaborarán un veredicto. La polémica minuciosa sobre la coherencia de la ley es ruido, que unos pocos escuchan mientras cenan haciendo zapping.
Otro costo ya erogado es el deterioro de la imagen del presidente que gobierna para los ricos… medida por esa minoría selecta. La diputada Elisa Carrió y Macri mismo pusieron el grito en el cielo: qué será de nosotros, qué dirán de nosotros los inversores.
Es encantador elogiar los consensos cuando la oposición es seguidista. Muy otro cantar es cuando comparte efectivamente el poder, frena la ofensiva de la derecha gobernante, en un borde hasta cogobierna. Zozobra la “seguridad jurídica”, sinónimo de preservación de intereses concentrados. Esa es la razón que llevaría como por tubo, supone este cronista, al veto de Macri. Para demostrar poder ante el establishment debe asumir un grado de impopularidad.
La gobernabilidad macrista es peliaguda porque depende de la homologación en las urnas. Hasta ahora, el oficialismo ha construido poco o nada en ese sentido. Traicionar la promesa de campaña no lo ayudará aunque los “tributaristas” de mayor reputación (en la City) expliquen que la ley es inconsistente.
Hilando un cachito más fino, ha sido la política económica del Gobierno la que desfinanció al Fisco. La reducción de retenciones a la soja, la supresión a otros productos agropecuarios, la gracia presidencial concedida de yapa a las mineras, la disminución del impuesto al patrimonio, la baja del IVA, correlato de la contracción del consumo.
Macri se enfurruña cuando sus adversarios reducen impuestos tanto cuando los reponen o los incrementan. El núcleo dista de ser el equilibrio fiscal, acentuado y descuajeringado por la política económica macrista. Es un modelo de país que cruje cuando se acerca el momento de pasar por la prueba ácida de la aprobación popular.
– – –
Jaque a la contrarreforma laboral: El nuevo comportamiento del Congreso causa incertidumbre sobre un objetivo central del gobierno: la reforma laboral regresiva en aras de la “competitividad” espuria de la derecha patronal. Las distintas facciones del peronismo son crecientemente refractarias a tamaños retrocesos, máxime en vísperas de elecciones. Los inversores extranjeros (colectivo virtual por ahora) y las grandes corporaciones empresarias se los exigen a “su” presidente.
Los compañeros de la CGT reunificada mostraron a veces las uñas pero han sido transigentes en general. De cualquier modo, como los gobernadores, intendentes o los referentes sociales, defienden-representan intereses que no es posible abandonar del todo. El mínimo no imponible es el piso de sus reclamos. El triunviro cegetista Héctor Daer, manso y tranquilo por antonomasia, le tira malas ondas al gobierno. Andrés Rodríguez, el Secretario General de la Unión de Personal Civil de la Nación (UPCN) se suma a las diatribas. Significativa señal que un oficialista contumaz enfrente al Gobierno: solo lo hace cuando lo percibe débil.
Pablo Moyano, el Secretario General de los Camioneros, habita siempre otro cuadrante: es opositor por perfil y convicción. El viernes envió un mensaje a los senadores peronistas recordándoles la defección en la Reforma laboral impulsada por el ex presidente Fernando de la Rúa, la apodada “Ley Banelco”. Los compañeros parlamentarios deberán poner las barbas en remojo, tironeados entre los gobernadores filo amarillos y los representantes de los trabajadores, guste o no.
– – –
No todo es látigo y chequera: El Gobierno incurrió en dos torpezas manifiestas: el decreto de auto blanqueo familiar y lo sucedido en el Congreso.
Macri conserva poder, el estado fuerte es parte de la “pesada herencia”. La gobernabilidad kirchnerista, que perduró doce años, se sustentó en el apoyo popular, revalidado en dos elecciones presidenciales. Su “modelo” económico es discutible y flaqueó en el último mandato de Cristina pero la sustentabilidad política y económica batió records en la historia argentina.
Muchos gobernadores, hasta algunos de origen radical, se sumaron al FpV, por estricta conveniencia. “Formadores de opinión” amantes de los slogans refieren que se los sometió con el mix entre “el látigo y la chequera”. La imagen tiene tangencia con la realidad pero no la expresa en plenitud: es necio tomarla al pie de la letra. Entre 2003 y 2011 (tres votaciones para ejecutivos nacionales y locales) fueron regla las reelecciones. Los “gobernas” discrepaban con muchos aspectos del kirchnerismo, en especial con sus facetas más progresistas. Pero caminaban juntos por algo muy distinto al temor. Solo quien conoce poco el fenotipo de los líderes provinciales puede suponerlos medrosos, débiles, aquejados por el síndrome de Estocolmo. Son, en promedio, conservadores populares conocedores de su terruño, con poder fáctico y político, duros en la confrontación. De nuevo: se aliaron cuando (porque) los beneficiaba. Ahora deben diferenciarse de Macri no porque buscan la autonomía como Cataluña o Escocia sino para pujar con más fuerza. Son la parte débil de la cinchada pero no dejan de estar en conflicto relativo de intereses.
Macri entró en diciembre con el pie izquierdo. Afronta, con mal humor y modales huraños, una circunstancia que afrenta a cualquier oficialismo: “los Otros” le hacen agenda. Primero fueron ciudadanos movilizados, defendiendo derechos a través de la acción directa. Ahora la protesta entró en el terreno institucional. El gobierno atraviesa algo más serio que un mal momento: el comienzo de una etapa ripiosa, cuesta arriba.
La historia fluye, no ha cesado, continuará.