Llegando a su fin la temporada de vacaciones, que también fue aprovechada por muchos políticos, corresponde poner manos a la obra. Esta vez la temporada de descanso no fue tranquila. Se encadenaron sucesos de alto voltaje, que ahora anuncian borrascas. La ciudadanía quiere que estas borrascas sean lo menos inclementes que se pueda. Pero que vienen, vienen.
Algo parecía muy sólido, como el poder de la Presidenta, con su 54 % de sufragios. Pero empieza a exteriorizar grietas. Las llamaría «prodrómicas», como se dice en medicina respecto de los pequeños indicios de un síntoma que aún no se ha manifestado en plenitud. Es redundante mencionarlos, porque todo el mundo los conoce, con excepción de los autistas y los negadores. Por eso corresponde proceder cuanto antes.
En este panorama existe, por otro lado, un 46% de votos que no adhieren al hipócrita «modelo». Casi la mitad de la Nación. Desde hace rato, esa mitad exige una representación creíble y eficiente. Los líderes de todo el arco político reciben pocas adhesiones y variadas condenas, excepto la de sus partidarios íntimos. Hace mucho se les implora desde el llano y desde niveles con especialización política y económica que se articulen en torno de unos pocos objetivos cardinales. Los matices ideológicos deben ser postergados para más adelante. El país está sufriendo una peligrosa regresión. Ya se usan palabras que hubieran parecido delirantes al resucitar la democracia, como monarquía, poder absolutista, culto de la personalidad, presidencia «eterna».
El riesgo no es sólo político, sino económico. La Argentina ha perdido una década de crecimiento sin apuntalar su infraestructura ni poner en marcha un revolucionario programa educativo-tecnológico. Se ha limitado a ejercer un arcaico bonapartismo, en el que la asistencia social sirve para recaudar los votos de los pobres sin terminar con la pobreza. Cada vez estamos más abajo que Brasil, Chile, Colombia, Perú y hasta Uruguay. Claro, si nos comparamos con Venezuela, Cuba y la mayoría de los países africanos, no estamos tan mal. Es lo que se suele decir y a muchos les alcanza. Especialmente a aquellos que aún escuchan el tintineo de las monedas en sus bolsillos. Pero cuando el tintineo cese, buscarán a quiénes echarles la culpa, porque su alienación irracional y cómplice jamás reconocerá que han contribuido al deterioro. Hasta llegarían a decir que perdimos las Malvinas por culpa de Clarín.
Es probable que el personalista y vertical monopolio del poder oficialista no pueda controlar todos los frentes. Es probable que haya rebeliones en su propia tropa. Es probable que muchos enemigos reales o paranoicamente considerados como tales se cansen de los agravios. Y, también, que manifiesten enojo muchos leales manoseados de forma pública. Ante semejante escenario, los representantes de casi la mitad de la Nación tienen un deber inexcusable. Son la oposición y no pueden quedarse inactivos, impotentes y divididos. El oficialismo no podrá contener graves protestas. Y las protestas desbordadas, anárquicas, desembocan casi siempre en la violencia. Los argentinos las hemos sufrido bastante y no queremos ni siquiera su reproducción en miniatura. Por lo tanto, será patriótico contribuir a la gobernabilidad.
Insisto: contribuir a la gobernabilidad. Lo cual no significa someterse a los disparates del Gobierno y de sus acólitos, sino a darle volumen a una voz renovada, potente. Y estar en condiciones de poner frenos eficaces a la corrupción, los delitos encubiertos por el Ejecutivo, el acoso a la prensa independiente, reorientar a la opinión pública y reforzar una Constitución desangrada.
Ya es un dato irrefutable que el temperamento de la Presidenta impide el diálogo, porque lo siente como una capitulación. Pero, además, ¿con quién va a dialogar?, ¿cuáles son la propuestas consensuadas de la oposición?, ¿dónde se acumulan los yacimientos de su sabiduría? La sociedad percibe a los dirigentes opositores -con escasas excepciones- como encerrados en el narcisismo, semiciegos, obstinados, desprovistos de grandeza, con virtudes disímiles e incompletas, ocupados a tiempo completo en tareas liliputienses.
Para superar esto propongo mirar a Venezuela. Un país ahogado por los desatinos personalistas de Hugo Chávez, que sobrevive gracias a los torrentes de dólares que le provee el petróleo. Ah, también a sus maratónicos discursos cargados de tantas referencias personales que hasta dedicó una hora -¡desopilante!- a describir una de sus diarreas, elocuentemente comentada por Jaime Bayly.
Las restricciones a la prensa, a la libertad de expresión, sucesivas extorsiones, altísima corrupción de funcionarios y capitalistas amigos, purgas en las fuerzas armadas, intervencionismo en otros Estados, alianza con dictaduras medievales como Irán o soviéticas como Bielorrusia y Corea del Norte son algunas de las lacras que degradan la cuna de Bolívar, lo cual no impide llamar «bolivariano» a ese desbarro sin límites.
Bien, en este clima asfixiante que ya lleva doce años, la oposición venezolana se arranca los dedos del estrangulamiento, inspira hondo y se yergue desafiante. Con una lucidez que le llevó demasiado tiempo adquirir. El artículo que Emilio Cárdenas publicó en esta sección el sábado 28 de enero traza un sobrio y preciso detalle sobre lo que está por ocurrir en esa nación hermana. Con objetividad concluye que podría transformarse en la madre de todas las batallas de América latina. Aconsejo leerlo.
En Venezuela, el arco político opositor completo mostró la grandeza de unirse en torno a un programa consensuado. Dentro de pocos días -el 12 de febrero-, la oposición tendrá sus elecciones primarias abiertas para elegir candidatos en todos los niveles. El 7 de octubre -elecciones presidenciales-tratará de ganarle a Chávez.
En la Argentina no estamos frente a elecciones presidenciales. Y nuestra apaleada democracia necesita la estabilidad del actual gobierno, aunque disguste. Pero el Gobierno tendrá problemas. La oposición no debe perder tiempo en minucias. El ejemplo venezolano es útil, porque muestra el camino que se debe transitar de inmediato.
Allí, la oposición unificada logró confeccionar un sólido documento de 177 páginas que fundamenta un urgente programa de unidad nacional. Fue elaborado por 31 grupos de trabajo y en él que participaron más de 400 especialistas. En otros términos, la mejor materia gris del país, impulsada por una firme decisión política, logró dar a luz un serio, claro y exhaustivo proyecto.
Los capítulos del magnífico material abordan asuntos que parecieran dedicados a la Argentina: recuperación de la institucionalidad, estructuración de la productividad sobre la base de una limpia relación entre los sectores público y privado, propuestas concretas para mejorar la deteriorada calidad de vida, detallada estrategia de gobierno a corto y mediano plazo, mejor inserción en la comunidad internacional.
Este ejemplo debería sacar de la modorra o el enclaustramiento a nuestra oposición. Urge conformar equipos eficaces en todos los campos de la vida nacional, porque entre los argentinos sobra la materia gris. Trazar medidas a corto y mediano plazo. Avanzar hacia internas de una oposición articulada, que construyan el nuevo liderazgo. Convertirse en una voz con respaldo a la que pueda acudir el oficialismo cuando dé manotazos de ahogado y reclame salvavidas. Una oposición qué, además -como ya señalé-, consiga poner límites a muchos de los abusos que se cometen ahora. Y que, por fin, tenga chances de relanzar la Argentina hacia un desarrollo verdadero.
© La Nacion.
Algo parecía muy sólido, como el poder de la Presidenta, con su 54 % de sufragios. Pero empieza a exteriorizar grietas. Las llamaría «prodrómicas», como se dice en medicina respecto de los pequeños indicios de un síntoma que aún no se ha manifestado en plenitud. Es redundante mencionarlos, porque todo el mundo los conoce, con excepción de los autistas y los negadores. Por eso corresponde proceder cuanto antes.
En este panorama existe, por otro lado, un 46% de votos que no adhieren al hipócrita «modelo». Casi la mitad de la Nación. Desde hace rato, esa mitad exige una representación creíble y eficiente. Los líderes de todo el arco político reciben pocas adhesiones y variadas condenas, excepto la de sus partidarios íntimos. Hace mucho se les implora desde el llano y desde niveles con especialización política y económica que se articulen en torno de unos pocos objetivos cardinales. Los matices ideológicos deben ser postergados para más adelante. El país está sufriendo una peligrosa regresión. Ya se usan palabras que hubieran parecido delirantes al resucitar la democracia, como monarquía, poder absolutista, culto de la personalidad, presidencia «eterna».
El riesgo no es sólo político, sino económico. La Argentina ha perdido una década de crecimiento sin apuntalar su infraestructura ni poner en marcha un revolucionario programa educativo-tecnológico. Se ha limitado a ejercer un arcaico bonapartismo, en el que la asistencia social sirve para recaudar los votos de los pobres sin terminar con la pobreza. Cada vez estamos más abajo que Brasil, Chile, Colombia, Perú y hasta Uruguay. Claro, si nos comparamos con Venezuela, Cuba y la mayoría de los países africanos, no estamos tan mal. Es lo que se suele decir y a muchos les alcanza. Especialmente a aquellos que aún escuchan el tintineo de las monedas en sus bolsillos. Pero cuando el tintineo cese, buscarán a quiénes echarles la culpa, porque su alienación irracional y cómplice jamás reconocerá que han contribuido al deterioro. Hasta llegarían a decir que perdimos las Malvinas por culpa de Clarín.
Es probable que el personalista y vertical monopolio del poder oficialista no pueda controlar todos los frentes. Es probable que haya rebeliones en su propia tropa. Es probable que muchos enemigos reales o paranoicamente considerados como tales se cansen de los agravios. Y, también, que manifiesten enojo muchos leales manoseados de forma pública. Ante semejante escenario, los representantes de casi la mitad de la Nación tienen un deber inexcusable. Son la oposición y no pueden quedarse inactivos, impotentes y divididos. El oficialismo no podrá contener graves protestas. Y las protestas desbordadas, anárquicas, desembocan casi siempre en la violencia. Los argentinos las hemos sufrido bastante y no queremos ni siquiera su reproducción en miniatura. Por lo tanto, será patriótico contribuir a la gobernabilidad.
Insisto: contribuir a la gobernabilidad. Lo cual no significa someterse a los disparates del Gobierno y de sus acólitos, sino a darle volumen a una voz renovada, potente. Y estar en condiciones de poner frenos eficaces a la corrupción, los delitos encubiertos por el Ejecutivo, el acoso a la prensa independiente, reorientar a la opinión pública y reforzar una Constitución desangrada.
Ya es un dato irrefutable que el temperamento de la Presidenta impide el diálogo, porque lo siente como una capitulación. Pero, además, ¿con quién va a dialogar?, ¿cuáles son la propuestas consensuadas de la oposición?, ¿dónde se acumulan los yacimientos de su sabiduría? La sociedad percibe a los dirigentes opositores -con escasas excepciones- como encerrados en el narcisismo, semiciegos, obstinados, desprovistos de grandeza, con virtudes disímiles e incompletas, ocupados a tiempo completo en tareas liliputienses.
Para superar esto propongo mirar a Venezuela. Un país ahogado por los desatinos personalistas de Hugo Chávez, que sobrevive gracias a los torrentes de dólares que le provee el petróleo. Ah, también a sus maratónicos discursos cargados de tantas referencias personales que hasta dedicó una hora -¡desopilante!- a describir una de sus diarreas, elocuentemente comentada por Jaime Bayly.
Las restricciones a la prensa, a la libertad de expresión, sucesivas extorsiones, altísima corrupción de funcionarios y capitalistas amigos, purgas en las fuerzas armadas, intervencionismo en otros Estados, alianza con dictaduras medievales como Irán o soviéticas como Bielorrusia y Corea del Norte son algunas de las lacras que degradan la cuna de Bolívar, lo cual no impide llamar «bolivariano» a ese desbarro sin límites.
Bien, en este clima asfixiante que ya lleva doce años, la oposición venezolana se arranca los dedos del estrangulamiento, inspira hondo y se yergue desafiante. Con una lucidez que le llevó demasiado tiempo adquirir. El artículo que Emilio Cárdenas publicó en esta sección el sábado 28 de enero traza un sobrio y preciso detalle sobre lo que está por ocurrir en esa nación hermana. Con objetividad concluye que podría transformarse en la madre de todas las batallas de América latina. Aconsejo leerlo.
En Venezuela, el arco político opositor completo mostró la grandeza de unirse en torno a un programa consensuado. Dentro de pocos días -el 12 de febrero-, la oposición tendrá sus elecciones primarias abiertas para elegir candidatos en todos los niveles. El 7 de octubre -elecciones presidenciales-tratará de ganarle a Chávez.
En la Argentina no estamos frente a elecciones presidenciales. Y nuestra apaleada democracia necesita la estabilidad del actual gobierno, aunque disguste. Pero el Gobierno tendrá problemas. La oposición no debe perder tiempo en minucias. El ejemplo venezolano es útil, porque muestra el camino que se debe transitar de inmediato.
Allí, la oposición unificada logró confeccionar un sólido documento de 177 páginas que fundamenta un urgente programa de unidad nacional. Fue elaborado por 31 grupos de trabajo y en él que participaron más de 400 especialistas. En otros términos, la mejor materia gris del país, impulsada por una firme decisión política, logró dar a luz un serio, claro y exhaustivo proyecto.
Los capítulos del magnífico material abordan asuntos que parecieran dedicados a la Argentina: recuperación de la institucionalidad, estructuración de la productividad sobre la base de una limpia relación entre los sectores público y privado, propuestas concretas para mejorar la deteriorada calidad de vida, detallada estrategia de gobierno a corto y mediano plazo, mejor inserción en la comunidad internacional.
Este ejemplo debería sacar de la modorra o el enclaustramiento a nuestra oposición. Urge conformar equipos eficaces en todos los campos de la vida nacional, porque entre los argentinos sobra la materia gris. Trazar medidas a corto y mediano plazo. Avanzar hacia internas de una oposición articulada, que construyan el nuevo liderazgo. Convertirse en una voz con respaldo a la que pueda acudir el oficialismo cuando dé manotazos de ahogado y reclame salvavidas. Una oposición qué, además -como ya señalé-, consiga poner límites a muchos de los abusos que se cometen ahora. Y que, por fin, tenga chances de relanzar la Argentina hacia un desarrollo verdadero.
© La Nacion.