Para una lectura superficial, las próximas elecciones consolidarán el poder de Cristina Kirchner frente a rivales incapaces de constituirse en una alternativa de gobierno. Pero el domingo tal vez salgan a la luz mutaciones más sustanciales, que exceden las relaciones de fuerza. La identidad de los sujetos en conflicto se habrá, en buena medida, modificado. El oficialismo será otro oficialismo. La oposición, otra oposición. Sólo si se advierten estos cambios se podrá comprender la dinámica del juego.
Hace un mes se produjo un nuevo salto biográfico de Felipe Solá. El diputado abandonó el PJ disidente, cuyo bloque presidía. Sin embargo, como tantas otras veces, Solá fue de nuevo un precursor. Abrió el camino que ahora exploran, entre otros, Carlos Reutemann, José Manuel de la Sota o Jorge Busti. Es el rumbo que, no bien se liquide el expediente electoral, tomará Francisco de Narváez, cuya relación con la UCR está terminando de la peor manera, con una sórdida disputa por el uso de los fondos de campaña. El PJ antikirchnerista sólo puede aspirar hoy a que Hilda «Chiche» Duhalde retenga su senaduría. Es demasiado poco.
El peronismo se reagrupa. Ese es el dato relevante. El ciclo que se abrió con la guerra entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde en la segunda mitad de los 90, y que se formalizó en el congreso de Lanús de enero de 2003, está bajando la persiana. De ello no se deduce que la Presidenta dispondrá de una obediencia unánime. Muchos de los que vuelven al redil harán oficialismo por la negativa. Serán oposición de la oposición. Aun así, ella liderará una fuerza unificada, imagen imposible de obtener desde los tiempos del alto menemato. Su esposo no pudo o no supo darse ese lujo. En adelante habrá que ver si la agrupación encuentra una receta para resolver el conflicto sucesorio. Porque la división, que tantos servicios prestó a Duhalde para enfrentar a Menem y sobrevivir bajo los Kirchner, es un método agotado.
El reseteo del PJ tiene una víctima principal: Mauricio Macri. El alcalde confió siempre en que una fracción del peronismo se le sometería llave en mano, relevándolo de la tarea de armar un partido nacional. Esa fantasía acaba de morir, por lo que Macri deberá revisar su modo de intervención en la política.
La oposición también se habrá transfigurado a partir del próximo domingo. Su franja principal será no peronista, y tendrá una nueva estrella en Hermes Binner. La gravitación de Binner depende, en alguna medida, de que supere la barrera del 15% de los votos y de que gane Santa Fe, su provincia, que hoy parece inclinarse por la Presidenta, como ya sucedió en las primarias. Sin embargo, cualquiera que sea el caudal del Frente Amplio Progresista (FAP), su visibilidad no guardará proporción con los recursos institucionales que tendrá bajo control. La UCR contará con más legisladores e intendentes que la coalición de Binner, aun cuando ésta la desplace del segundo puesto. Cristina Kirchner quedará, entonces, frente a un cuadro similar al que enfrentó Menem en 1995. También el capital de «Chacho» Alvarez y José Octavio Bordón era más visual y discursivo que parlamentario o territorial, comparado con el de la UCR, que había salido tercera. Todo gobierno se beneficia con esa disociación de sus contrarios.
Otra variación es que el radicalismo será desafiado, con Binner, en su propia sociología. Es una amenaza que no planteaba el peronismo disidente. Es decir: desde el punto de su base electoral, el FAP es, como fue el Frepaso, un fenómeno antirradical. Ambos han nacido del espacio vacante que deja la UCR cuando pacta con la centroderecha. Quien repase la lista de intelectuales que adhirieron a la fórmula Binner-Morandini descubrirá a anteriores consejeros de Alfonsín que ya habían sido mentores de Alvarez -en rigor, hasta que Alfonsín conoció a De Narváez, el apostolado de Binner se limitaba al filósofo Tomás Abraham-.
Sobre Binner operan, sin embargo, algunas determinaciones que lo descolocan del rol de Alvarez y sus aliados en los 90. La más importante es que él y muchos de sus aliados cultivan una visión de la sociedad y del Estado muy cercana a la del gobierno al que deben enfrentar. El socialismo aprobó las estatizaciones de Aerolíneas y AFJP, votó a favor de la ley de medios y promueve la intervención oficial en el mercado del papel de diarios. En 2003, cuando Reutemann lo rechazaba en Santa Fe, Kirchner era recibido por Binner en Rosario. Y un minuto antes de que Menem renunciara al ballottage, el intendente socialista visitó la casa de Santa Cruz para adherir a la candidatura del gobernador de esa provincia. El idilio terminó con las retenciones móviles: obligado por su componente agropecuario, el socialismo respaldó a la Comisión de Enlace. Otros miembros del partido (Jorge Rivas, Oscar González, Susana Rinaldi, Ariel Basteiro, Raúl Puy) quedaron del lado del Gobierno.
Binner está forzado, por lo tanto, a una contorsión: confrontar con el kirchnerismo, al que muchos identifican con la centroizquierda, desde la propia centroizquierda. Es el principal problema del FAP para ampliar la representación del voto opositor. Y es el mayor temor de los empresarios frente a lo que está por venir: que los aliados de Binner se sumen a los diputados del Gobierno para agudizar el intervencionismo oficial.
Los intereses de Santa Fe imponen a Binner otra limitación frente a Cristina Kirchner. La Legislatura de esa provincia está en manos del PJ, liderado por Luis Rubeo (h.), un hombre de Agustín Rossi, el jefe de los diputados nacionales kirchneristas. El candidato del FAP deberá resolver si alinea a su fuerza en el Congreso con las urgencias de su sucesor, Antonio Bonfatti. Aunque nada garantiza que los aliados nacionales del socialismo (Stolbizer, Lozano, Donda) colaboren con esa táctica.
El debate constitucional que se ha iniciado no se puede desvincular de esta nueva composición de fuerzas que surgirá de los comicios. Por ahora, nadie sabe qué lugar ocupará la Presidenta en la polémica. Quien estaría en condiciones de conocerlo, el juez Raúl Zaffaroni, también lo ignora. Entre amigos confiesa que, cuando le comentó que estaba elaborando un proyecto parlamentarista, Cristina Kirchner contestó con un lacónico «está bien, seguí adelante». No le dijo «no es la hora», pero tampoco «andá hablando con (Carlos) Zannini o con Valeria (Loira)».
La lógica con que Zaffaroni piensa esa reforma está en las antípodas de la que suponen sus adversarios. Su argumento principal es el siguiente: «Para evitar una hegemonía que gobierne por decreto durante los próximos quince años, el centro de las decisiones debería radicarse en el Congreso». Esta vieja convicción de Zaffaroni tiene hoy el valor agregado de ser un señuelo para la oposición: al que no quiera pasar su vida en el desierto le ofrece incidir en la política a través de alianzas parlamentarias. Zaffaroni lo habló con Ricardo Gil Lavedra, en una aproximación informal, no operativa.
Hay bastante realismo en Zaffaroni. Dado el nuevo mapa de poder, es probable que la resistencia a una reforma nazca dentro del PJ más que afuera. Es decir: el establecimiento de un legislador-primer ministro, que implica la reelección indefinida, sería un arma en la lucha sucesoria de un oficialismo unificado. Por esta razón, quienes con mayor énfasis desmienten que la Presidenta tenga ese proyecto en la cabeza son quienes aspiran a reemplazarla, empezando por Daniel Scioli. Ese grupo, que incluye al ambicioso Amado Boudou, sostiene que ella pretende generar un heredero, sobre el ejemplo brasileño Lula-Dilma (experimento cuyo éxito, conviene aclarar, todavía está en veremos). «Cristina hoy quiere ir por el bronce», sintetiza esa tesis.
El acertijo tal vez no esté bien formulado. La opción entre reforma constitucional o «ir por el bronce» suprime una alternativa: que la señora de Kirchner quiera ir por el bronce a través de una reforma constitucional. Muy simple. Ella puede estar pensando en excluirse de la reelección, pero a fin de liderar una enmienda que establezca «para siempre» algunos rasgos de su «modelo»: la política de derechos humanos y seguridad, la extensión de ciertos beneficios sociales, la relativización de la propiedad privada en actividades definidas como «servicios» (periodísticos, financieros, energéticos, etc.). Distraída por las martingalas instrumentales del parlamentarismo, la opinión pública acaso no prevé que Cristina Kirchner puede abrir una discusión más inquietante: la que pone en tela de juicio los derechos y garantías que se consagraron en 1853. Para una parte de la oposición puede ser un debate irresistible. Para ella, una forma de ingresar en la historia..
Hace un mes se produjo un nuevo salto biográfico de Felipe Solá. El diputado abandonó el PJ disidente, cuyo bloque presidía. Sin embargo, como tantas otras veces, Solá fue de nuevo un precursor. Abrió el camino que ahora exploran, entre otros, Carlos Reutemann, José Manuel de la Sota o Jorge Busti. Es el rumbo que, no bien se liquide el expediente electoral, tomará Francisco de Narváez, cuya relación con la UCR está terminando de la peor manera, con una sórdida disputa por el uso de los fondos de campaña. El PJ antikirchnerista sólo puede aspirar hoy a que Hilda «Chiche» Duhalde retenga su senaduría. Es demasiado poco.
El peronismo se reagrupa. Ese es el dato relevante. El ciclo que se abrió con la guerra entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde en la segunda mitad de los 90, y que se formalizó en el congreso de Lanús de enero de 2003, está bajando la persiana. De ello no se deduce que la Presidenta dispondrá de una obediencia unánime. Muchos de los que vuelven al redil harán oficialismo por la negativa. Serán oposición de la oposición. Aun así, ella liderará una fuerza unificada, imagen imposible de obtener desde los tiempos del alto menemato. Su esposo no pudo o no supo darse ese lujo. En adelante habrá que ver si la agrupación encuentra una receta para resolver el conflicto sucesorio. Porque la división, que tantos servicios prestó a Duhalde para enfrentar a Menem y sobrevivir bajo los Kirchner, es un método agotado.
El reseteo del PJ tiene una víctima principal: Mauricio Macri. El alcalde confió siempre en que una fracción del peronismo se le sometería llave en mano, relevándolo de la tarea de armar un partido nacional. Esa fantasía acaba de morir, por lo que Macri deberá revisar su modo de intervención en la política.
La oposición también se habrá transfigurado a partir del próximo domingo. Su franja principal será no peronista, y tendrá una nueva estrella en Hermes Binner. La gravitación de Binner depende, en alguna medida, de que supere la barrera del 15% de los votos y de que gane Santa Fe, su provincia, que hoy parece inclinarse por la Presidenta, como ya sucedió en las primarias. Sin embargo, cualquiera que sea el caudal del Frente Amplio Progresista (FAP), su visibilidad no guardará proporción con los recursos institucionales que tendrá bajo control. La UCR contará con más legisladores e intendentes que la coalición de Binner, aun cuando ésta la desplace del segundo puesto. Cristina Kirchner quedará, entonces, frente a un cuadro similar al que enfrentó Menem en 1995. También el capital de «Chacho» Alvarez y José Octavio Bordón era más visual y discursivo que parlamentario o territorial, comparado con el de la UCR, que había salido tercera. Todo gobierno se beneficia con esa disociación de sus contrarios.
Otra variación es que el radicalismo será desafiado, con Binner, en su propia sociología. Es una amenaza que no planteaba el peronismo disidente. Es decir: desde el punto de su base electoral, el FAP es, como fue el Frepaso, un fenómeno antirradical. Ambos han nacido del espacio vacante que deja la UCR cuando pacta con la centroderecha. Quien repase la lista de intelectuales que adhirieron a la fórmula Binner-Morandini descubrirá a anteriores consejeros de Alfonsín que ya habían sido mentores de Alvarez -en rigor, hasta que Alfonsín conoció a De Narváez, el apostolado de Binner se limitaba al filósofo Tomás Abraham-.
Sobre Binner operan, sin embargo, algunas determinaciones que lo descolocan del rol de Alvarez y sus aliados en los 90. La más importante es que él y muchos de sus aliados cultivan una visión de la sociedad y del Estado muy cercana a la del gobierno al que deben enfrentar. El socialismo aprobó las estatizaciones de Aerolíneas y AFJP, votó a favor de la ley de medios y promueve la intervención oficial en el mercado del papel de diarios. En 2003, cuando Reutemann lo rechazaba en Santa Fe, Kirchner era recibido por Binner en Rosario. Y un minuto antes de que Menem renunciara al ballottage, el intendente socialista visitó la casa de Santa Cruz para adherir a la candidatura del gobernador de esa provincia. El idilio terminó con las retenciones móviles: obligado por su componente agropecuario, el socialismo respaldó a la Comisión de Enlace. Otros miembros del partido (Jorge Rivas, Oscar González, Susana Rinaldi, Ariel Basteiro, Raúl Puy) quedaron del lado del Gobierno.
Binner está forzado, por lo tanto, a una contorsión: confrontar con el kirchnerismo, al que muchos identifican con la centroizquierda, desde la propia centroizquierda. Es el principal problema del FAP para ampliar la representación del voto opositor. Y es el mayor temor de los empresarios frente a lo que está por venir: que los aliados de Binner se sumen a los diputados del Gobierno para agudizar el intervencionismo oficial.
Los intereses de Santa Fe imponen a Binner otra limitación frente a Cristina Kirchner. La Legislatura de esa provincia está en manos del PJ, liderado por Luis Rubeo (h.), un hombre de Agustín Rossi, el jefe de los diputados nacionales kirchneristas. El candidato del FAP deberá resolver si alinea a su fuerza en el Congreso con las urgencias de su sucesor, Antonio Bonfatti. Aunque nada garantiza que los aliados nacionales del socialismo (Stolbizer, Lozano, Donda) colaboren con esa táctica.
El debate constitucional que se ha iniciado no se puede desvincular de esta nueva composición de fuerzas que surgirá de los comicios. Por ahora, nadie sabe qué lugar ocupará la Presidenta en la polémica. Quien estaría en condiciones de conocerlo, el juez Raúl Zaffaroni, también lo ignora. Entre amigos confiesa que, cuando le comentó que estaba elaborando un proyecto parlamentarista, Cristina Kirchner contestó con un lacónico «está bien, seguí adelante». No le dijo «no es la hora», pero tampoco «andá hablando con (Carlos) Zannini o con Valeria (Loira)».
La lógica con que Zaffaroni piensa esa reforma está en las antípodas de la que suponen sus adversarios. Su argumento principal es el siguiente: «Para evitar una hegemonía que gobierne por decreto durante los próximos quince años, el centro de las decisiones debería radicarse en el Congreso». Esta vieja convicción de Zaffaroni tiene hoy el valor agregado de ser un señuelo para la oposición: al que no quiera pasar su vida en el desierto le ofrece incidir en la política a través de alianzas parlamentarias. Zaffaroni lo habló con Ricardo Gil Lavedra, en una aproximación informal, no operativa.
Hay bastante realismo en Zaffaroni. Dado el nuevo mapa de poder, es probable que la resistencia a una reforma nazca dentro del PJ más que afuera. Es decir: el establecimiento de un legislador-primer ministro, que implica la reelección indefinida, sería un arma en la lucha sucesoria de un oficialismo unificado. Por esta razón, quienes con mayor énfasis desmienten que la Presidenta tenga ese proyecto en la cabeza son quienes aspiran a reemplazarla, empezando por Daniel Scioli. Ese grupo, que incluye al ambicioso Amado Boudou, sostiene que ella pretende generar un heredero, sobre el ejemplo brasileño Lula-Dilma (experimento cuyo éxito, conviene aclarar, todavía está en veremos). «Cristina hoy quiere ir por el bronce», sintetiza esa tesis.
El acertijo tal vez no esté bien formulado. La opción entre reforma constitucional o «ir por el bronce» suprime una alternativa: que la señora de Kirchner quiera ir por el bronce a través de una reforma constitucional. Muy simple. Ella puede estar pensando en excluirse de la reelección, pero a fin de liderar una enmienda que establezca «para siempre» algunos rasgos de su «modelo»: la política de derechos humanos y seguridad, la extensión de ciertos beneficios sociales, la relativización de la propiedad privada en actividades definidas como «servicios» (periodísticos, financieros, energéticos, etc.). Distraída por las martingalas instrumentales del parlamentarismo, la opinión pública acaso no prevé que Cristina Kirchner puede abrir una discusión más inquietante: la que pone en tela de juicio los derechos y garantías que se consagraron en 1853. Para una parte de la oposición puede ser un debate irresistible. Para ella, una forma de ingresar en la historia..