La oscuridad capitalista y sus héroes | PARTIDO OBRERO

Si existe un héroe trágico que muestra el caos que circunda la era contemporánea – y hay que recordar que Marx oponía la planificación de la economía al caos capitalista- , ése es el Batman de Christopher Nolan, de reciente estreno. Inspirada en la genial novela gráfica de Frank Miller (a la que Stephen King calificó como el mejor comic de toda la historia), el film da cuenta de las contradicciones de un hombre que decide combatir a la delincuencia en una sociedad completamente criminalizada.
Con las armas del policial negro – que, como se sabe, cuando describe el hedor de una sociedad podrida no apunta a la apología sino, por el contrario, dirige su mirada hacia la denuncia- , la película retrata a Ciudad Gótica como un antro de perdición, donde mafias de diversa índole poseen el control de la policía, son dueñas de bancos y manejan a su gusto el poder judicial. Frente a ellas, se pone en pie el Hombre Murciélago, Bruce Wayne, un burgués que expresa el espejo invertido de la patología que afecta a una sociedad decadente: ante la toma del Estado por parte del crimen, se erige como alternativa por fuera de la ley, parapolicial, y no duda en su ansia de obtener mayor control, mayor poder.
En cierto momento, se lo compara con los dictadores romanos que se convertían en tales para defender la república: luego de cierto punto, ya no había marcha atrás y el remedio se volvía peor que la enfermedad. En otro momento, un personaje señala que sólo es cuestión de tiempo para que un héroe se transforme en un criminal. Batman está atravesado por esas contradicciones que corresponden a un estadio de decadencia capitalista: a nuestra era.
Como contrapunto, el Guasón representa la figura de la «amenaza terrorista»: su único objetivo es ver al mundo arder. Este personaje ve en el Hombre Murciélago a su doble opuesto: ambos son productos de una sociedad irracional, enferma, que por un lado, para hacer el «bien» debe recurrir a personajes parapoliciales y hasta la tortura – que se muestra inútil, nada efectiva y hasta contraproducente- y, por el otro, desde el lado del «mal», reivindica el caos como método para apelar a los costados más oprobiosos del comportamiento humano.
La campaña contra el Guasón, en la que actúan en sociedad Batman y el jefe de la policía, podría compararse en su futilidad a la guerra contra el terrorismo lanzada por el gobierno yanqui. «Tú me completas», le dice el Guasón a Batman, tal como George W. Bush le podría espetar a Bin Laden sin ningún remilgo.
En este film, como en toda gran obra, los personajes no son unidireccionales: un hombre intachable puede convertirse en un bajísimo buscador de venganza, un héroe se transforma en un peligro para la comunidad y el jefe de la policía puede asumir que es mejor mentirle a la sociedad toda que enfrentarla a su propia verdad.
Allí el valor político de esta película: sin miradas compasivas, muestra el hilo que teje a nuestra época. El hilo de la locura, la muerte, la corrupción, el caos, la oscuridad. Las obras artísticas, en sus mejores expresiones, no buscan necesariamente mostrar el espíritu de la justicia sino que intentan mostrar la cara de la verdad: allí la diferencia entre el panfleto y el impulso artístico potente (que puede, o no, mostrar esa justicia).
Batman es una gran película. Qué mejor retrato del capitalismo acompañado, además, de una puesta en escena impecable, un elenco grandioso (Heath Ledger como el Guasón es impresionante) y una fotografía y sonido impactantes.
Judas

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