La Patria es el Otro

En el editorial político del domingo 26 de mayo (al día siguiente de la multitudinaria, pacífica, policlasista y celebratoria manifestación popular) dice Julio Blanck: «Ya empezó la cuenta regresiva para la elección (…) Cristina jugó fuerte: casi 20 mil millones de pesos al año inyectará el Estado sólo a través de la asignación por hijo, que aumentó 35%. Salario familiar, diversos subsidios (…) y hasta un eventual anticipo del aumento a jubilados, completan ese menú con el que el gobierno enfoca su acción sobre quienes conforman su clientela política más fiel. Para los sectores medios lo que puso en marcha es un gran dispositivo de propaganda: el anunciado control de precios con grupos de militantes (…) La incógnita es si esta nueva inyección de ayuda social y la pantomima del control de precios les va a mejorar el talante a sectores muy amplios de la población…»
No es una simple burrada del periodista de Clarín llamar «inyección de ayuda social» a lo que son políticas universales permanentes. Ni es casual que denomine a unos –los más humildes– «clientela política» y a los otros simplemente «sectores medios». A los primeros el gobierno les «compra la fidelidad» con plata, a los segundos los intenta engañar con propaganda, sería el corolario de tan sesudo planteo. En realidad, y siempre con esta orientación y sesgos, el «gran dispositivo de propaganda» es el que se despliega cada semana comenzando con la insalubre experiencia (para la cultura política argentina) de comenzar cada domingo desayunando con los editoriales de La Nación o Clarín y terminarlo cenando con el show de Lanata. Una combinación de pseudo análisis político y marketing del escándalo que luego repica toda la semana en los medios hegemónicos, repitiendo una estrategia político-comunicacional que no es nueva ni en el mundo ni en nuestro país, y que se reitera hoy casi calcada en varios pueblos hermanos de América del Sur, buscando dividir a los sectores populares, separar a los trabajadores más humildes de las capas medias procurando debilitar la base social y electoral del gobierno transformador para detener o licuar los cambios y favorecer la restauración conservadora de sus privilegios. Es una estrategia conocida pero no siempre tan evidente para toda la ciudadanía. Vale la pena no subestimarla en este año electoral y bisagra entre la década ganada y la que necesitamos para realizar lo que falta. Especialmente, teniendo en cuenta que aquella «colonización pedagógica» que describiera Jauretche, que produjo en sectores de la sociedad aquella mentalidad de «mediopelo» educada conceptualmente con el manual de zonceras argentinas (para decirlo con las palabras del gran Don Arturo, batallador cultural de cuatro décadas) –y que fue el caldo de cultivo tanto de los golpes militares como de las impotencias, frustraciones y claudicaciones de 20 años de democracia– hoy se repite, de modo más vulgar y ramplón, pero acrecentado por el poder de penetración (en la mente de las personas) de los multimedios. Y se repite, desde los «fierros mediáticos» hegemónicos al servicio de los políticos opositores (¿o es al revés?) con el objetivo expreso de ocultar e impedir el debate real y la toma de posición respecto de una intensa confrontación de modelos de país y políticas públicas sustantivas en curso en los últimos diez años, cuya continuidad y profundización dependerá en gran medida del resultado de instancias electorales por venir. En ese sentido, satanizar al demonio o estigmatizar a los sectores de la población (no son tantos) que tienen una consetudinaria tendencia a pactar con el «diablo» oligárquico-corporativo, es gastar pólvora en chimangos. En cambio, es un deber para quienes compartimos el proyecto nacional y popular que encabeza la presidenta –a la par que eludimos la banalización, la ambigüedad y el mero marketing que proponen enemigos y adversarios– trabajar persistente y respetuosamente con los argumentos que la experiencia histórica, las realizaciones de gobierno y la conciencia de lo que falta nos otorgan, para solidificar y expandir la alianza social necesaria de los más humildes, los trabajadores y las capas medias. Esquemáticamente, podemos decir que hay tres dimensiones u órdenes de razones que fundamentan la construcción de esta mayoría social y política:
1) Razones estrictamente económicas o «de bolsillo». Resulta evidente que así como el modelo neoliberal sólo derramaba sobre algunos pequeños excedentes de lo que se concentraba en pocas manos y particularmente en la especulación financiera, al tiempo que creaba «nuevos pobres» entre los sectores medios, el rumbo actual de crecimiento con inclusión al incorporar al consumo a los antes excluidos mejora los ingresos de pequeños empresarios del campo y la ciudad y dinamiza la actividad de todos los profesionales. Cada obra de infraestructura, cada nueva vivienda, hospital, escuela, establecimiento industrial o agropecuario supone empleo e ingresos no sólo para obreros sino también para administrativos, técnicos, ingenieros, contadores, arquitectos y así sucesivamente. No es la copa que rebalsa, es la pirámide social cuya base se ensancha y levanta, y al hacerlo beneficia a quienes están en la franja media de ella. Un ejemplo, tal vez el más claro: el impacto económico de la incorporación de millones de adultos mayores a la percepción de un haber jubilatorio y de millones de niños a la Asignación Universal por Hijo.
2) Razones de accesibilidad y calidad de servicios básicos o «de vida cotidiana». La salud, la educación, la seguridad, el transporte, la justicia, la recreación y la cultura son actividades de servicio cuya calidad no puede garantizarse desde los individuos o los grupos familiares cualquiera sea su nivel de ingresos o patrimonio (a excepción de algunas «vidas en una burbuja» cuya calidad real es verdaderamente discutible). No dependen del bolsillo individual en primera instancia sino de políticas públicas que una vez más encuentran a los sectores medios en objetiva comunión de intereses con los más pobres. Es que a mayor calidad de lo universal y públicamente garantizado, mejor prestación o menor precio puede exigir quien puede y quiere acceder a lo privado, comunitario o de obra social en alguna de estas áreas. Dos ejemplos: la distribución masiva de netbooks a los chicos de la escuela pública secundaria y la reciente ley que garantiza el acceso gratuito la práctica médica de fertilización asistida.
3) Razones para una buena vida en lo personal, íntimo, existencial o espiritual. Una sociedad injusta y desigual es una sociedad que margina, discrimina, aísla y aliena. Que genera violencia física y psíquica en la comunidad, en las familias y al interior de cada persona. Que promueve y reproduce en todos los ámbitos competencia despiadada, insensibilidad social, desprecio al diferente, inconformidad con uno mismo, vacíos interiores que ningún consumo de sustancias u objetos satisface, en síntesis, carencias o dificultades de proyecto personal y falta de pertenencia a un proyecto colectivo. Por eso, mientras se avanza en garantizar derechos sociales básicos, se impulsa la ampliación hacia nuevos derechos, se potencia la participación, la información, el conocimiento y la cultura. Ejemplos: emigrados de tres décadas retornando a vivir en su país, centenares de miles de jóvenes participando en algún tipo de organización colectiva, sanción y vigencia del matrimonio igualitario
Todas las políticas implementadas desde el 25 de mayo de 2003 se fundamentan y se orientan por las razones arriba esbozadas. Algunas avanzaron más en su concreción, otras menos o tienen aspectos por corregir y surgirán nuevas porque también crecen las demandas y las expectativas. Pero no cualquier conducción del gobierno y el Estado nos hubieran traído hasta acá. Tampoco cualquier proyecto da lo mismo para alcanzar la victoria en el siglo de la batalla por la igualdad. ¿Cuántas veces nos dijeron: «Tu libertad termina dónde empieza la del otro»? Pero ya aprendimos. Soy libre de verdad si el otro, a mi lado, también lo es. La Patria es el Otro. – <dl

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