Daniel Scioli pasa su peor momento político desde el 2003, cuando fue elegido por Néstor Kirchner para integrar la fórmula presidencial. El ex presidente valoró su popularidad para ayudarlo en su pelea electoral contra Carlos Menem que, al final, ganó por abandono. El ex presidente también obvió que aquella popularidad de Scioli se había forjado en la política durante la década menemista.
Con Kirchner tuvo prontos desencuentros. Como vicepresidente ocupó el despacho presidencial durante un viaje al exterior del primer mandatario. Ese desliz le valió una reconvención. Fue vapuleado por Cristina Fernández en el 2005, mientras presidía una sesión del Senado, a raíz de un proyecto sobre el Consejo de la Magistratura. Su vínculo con Kirchner se recompuso siempre de las periódicas caídas. Con Cristina, está visto ahora que no.
Quienes frecuentan al gobernador de Buenos Aires lo observan abatido en la intimidad. En público se exhibe distinto, con un optimismo que en su interior escasea. Pero que constituye un ingrediente central de su receta política. Nunca supuso que a sólo ocho meses de haber arrancado su segundo mandato sufriría un cerco como el que le han tendido la Presidenta y las fuerzas que comanda.
Hoy comienzan los paros de estatales en Buenos Aires que se extenderán, en diferentes ramas, hasta el viernes. Ocurren porque Scioli debió partir en cuatro cuotas el pago del aguinaldo. El Gobierno no le giró nunca toda la plata que le había prometido ($ 2.800 millones) cuando aprobó la reforma tributaria que le costó un reclamo extendido del campo. Le llegaron $ 1.000 millones con los cuales capeó el pago de los sueldos.
El gobernador afronta tres problemas simultáneos. El elevado déficit en Buenos Aires; la imposibilidad de endeudamiento por las altas tasas de interés que impone la desconfianza con la Argentina en el mundo; la ausencia de un rumbo político definido.
Scioli se estremece cuando piensa en una batalla con Cristina, aunque haya sido empujado a esa batalla por el kirchnerismo. Pero detesta, a la vez, que se pretenda instalar la imagen pública –como lo subrayó Cristina la semana pasada– de un deficiente administrador. Su primer reflejo, frente a la impotencia, fue común al de cualquier político: avanzó en el armado de una agencia de noticias bonaerense y reflotó también la idea del canal de TV provincial.
Cualquiera de los dos proyectos lo volverá a enfrentar a Gabriel Mariotto, vicegobernador y gendarme de la Presidenta. El ex duhaldista y banfileño ya revisa los gastos de la Gobernación en publicidad.
Forzó además a su funcionario más kirchnerista, el jefe de Gabinete, Alberto Pérez, a explicar de modo técnico las razones de las penurias provinciales. Mencionó el fondo del conurbano, los puntos de coparticipación perdidos por Buenos Aires y añadió el efecto de la desaceleración económica. Una imprudencia para los oídos K, donde todo suena en el país a las mil maravillas.
Su mensaje tímido pero claro se enredó, sin embargo, con otras palabras del mismo poder provincial. El sciolista Eduardo Camaño cuestionó al Gobierno y a Mariotto durante un acto de “La Juan Domingo” en Miramar. Esas declaraciones fueron borradas de la faz de la tierra por el propio gobernador. Como compensación, el ministro de Infraestructura, Alejandro Arlía, sostuvo que el proyecto de Scioli estuvo siempre dentro del kirchnerismo. La ministra de Gobierno, Cristina Alvarez Rodríguez, aseguró que el supuesto pleito entre el gobernador y la Presidenta “ es una construcción de los medios dominantes”. El mes pasado la misma funcionaria había acusado a Mariotto de “poner palos en la rueda”, por un pedido de informe de la Legislatura sobre gastos en publicidad de Scioli.
¿Cuál sería, entonces, el verdadero mensaje político del sciolismo? ¿El de Peréz, el de Arlía o alguno de los de Alvarez Rodríguez? Las palabras oscilantes reflejan, tal vez, la misma oscilación de la conducción política.
El kirchnerismo, en cambio, no anda con ninguna vuelta. Al latigazo de Cristina sobre Scioli se sumaron las críticas de Amado Boudou, Florencio Randazzo, Aníbal Fernández y Carlos Kunkel. El objetivo de todos es amputar, bien temprano, cualquier pretensión sucesoria de Scioli.
El mayor problema para la Presidenta y los suyos podrían ser las consecuencias de esa ofensiva. Las consecuencias no deseadas. El aguinaldo cuotificado levantó las primeras quejas sindicales. El anticipo de Scioli sobre una menor intensidad de la obra pública en Buenos Aires podría ampliar aquellas quejas a otros sectores. El campo ya dijo lo suyo.
La dinámica del conflicto, en medio de una realidad económica general que se deteriora rápido, podría provocar también una escalada que, a lo mejor, no toma a Scioli como único responsable político. La onda expansiva podría envolver también a Cristina y al kirchnerismo. El Gobierno nacional no estaría mensurando una cosa: al deterioro económico social se podría agregar en cualquier momento, como un detonante fatal, la inseguridad.
La pueblada de Cañuelas, por el asesinato de dos trabajadores, podría servir de alerta. La bronca fue descargada esta vez sobre la Policía y autoridades bonaerenses. Pero, ¿dónde están los 6 mil gendarmes que la ministra de Seguridad, Nilda Garre, prometió enviar alguna vez para combatir el delito? En las fronteras, han dejado de estar. Tampoco, por orden presidencial, participan en los pleitos provinciales.
La guerra K con Scioli es por el 2015. Esa obsesión les impediría ver los acechantes peligros de hoy.
Con Kirchner tuvo prontos desencuentros. Como vicepresidente ocupó el despacho presidencial durante un viaje al exterior del primer mandatario. Ese desliz le valió una reconvención. Fue vapuleado por Cristina Fernández en el 2005, mientras presidía una sesión del Senado, a raíz de un proyecto sobre el Consejo de la Magistratura. Su vínculo con Kirchner se recompuso siempre de las periódicas caídas. Con Cristina, está visto ahora que no.
Quienes frecuentan al gobernador de Buenos Aires lo observan abatido en la intimidad. En público se exhibe distinto, con un optimismo que en su interior escasea. Pero que constituye un ingrediente central de su receta política. Nunca supuso que a sólo ocho meses de haber arrancado su segundo mandato sufriría un cerco como el que le han tendido la Presidenta y las fuerzas que comanda.
Hoy comienzan los paros de estatales en Buenos Aires que se extenderán, en diferentes ramas, hasta el viernes. Ocurren porque Scioli debió partir en cuatro cuotas el pago del aguinaldo. El Gobierno no le giró nunca toda la plata que le había prometido ($ 2.800 millones) cuando aprobó la reforma tributaria que le costó un reclamo extendido del campo. Le llegaron $ 1.000 millones con los cuales capeó el pago de los sueldos.
El gobernador afronta tres problemas simultáneos. El elevado déficit en Buenos Aires; la imposibilidad de endeudamiento por las altas tasas de interés que impone la desconfianza con la Argentina en el mundo; la ausencia de un rumbo político definido.
Scioli se estremece cuando piensa en una batalla con Cristina, aunque haya sido empujado a esa batalla por el kirchnerismo. Pero detesta, a la vez, que se pretenda instalar la imagen pública –como lo subrayó Cristina la semana pasada– de un deficiente administrador. Su primer reflejo, frente a la impotencia, fue común al de cualquier político: avanzó en el armado de una agencia de noticias bonaerense y reflotó también la idea del canal de TV provincial.
Cualquiera de los dos proyectos lo volverá a enfrentar a Gabriel Mariotto, vicegobernador y gendarme de la Presidenta. El ex duhaldista y banfileño ya revisa los gastos de la Gobernación en publicidad.
Forzó además a su funcionario más kirchnerista, el jefe de Gabinete, Alberto Pérez, a explicar de modo técnico las razones de las penurias provinciales. Mencionó el fondo del conurbano, los puntos de coparticipación perdidos por Buenos Aires y añadió el efecto de la desaceleración económica. Una imprudencia para los oídos K, donde todo suena en el país a las mil maravillas.
Su mensaje tímido pero claro se enredó, sin embargo, con otras palabras del mismo poder provincial. El sciolista Eduardo Camaño cuestionó al Gobierno y a Mariotto durante un acto de “La Juan Domingo” en Miramar. Esas declaraciones fueron borradas de la faz de la tierra por el propio gobernador. Como compensación, el ministro de Infraestructura, Alejandro Arlía, sostuvo que el proyecto de Scioli estuvo siempre dentro del kirchnerismo. La ministra de Gobierno, Cristina Alvarez Rodríguez, aseguró que el supuesto pleito entre el gobernador y la Presidenta “ es una construcción de los medios dominantes”. El mes pasado la misma funcionaria había acusado a Mariotto de “poner palos en la rueda”, por un pedido de informe de la Legislatura sobre gastos en publicidad de Scioli.
¿Cuál sería, entonces, el verdadero mensaje político del sciolismo? ¿El de Peréz, el de Arlía o alguno de los de Alvarez Rodríguez? Las palabras oscilantes reflejan, tal vez, la misma oscilación de la conducción política.
El kirchnerismo, en cambio, no anda con ninguna vuelta. Al latigazo de Cristina sobre Scioli se sumaron las críticas de Amado Boudou, Florencio Randazzo, Aníbal Fernández y Carlos Kunkel. El objetivo de todos es amputar, bien temprano, cualquier pretensión sucesoria de Scioli.
El mayor problema para la Presidenta y los suyos podrían ser las consecuencias de esa ofensiva. Las consecuencias no deseadas. El aguinaldo cuotificado levantó las primeras quejas sindicales. El anticipo de Scioli sobre una menor intensidad de la obra pública en Buenos Aires podría ampliar aquellas quejas a otros sectores. El campo ya dijo lo suyo.
La dinámica del conflicto, en medio de una realidad económica general que se deteriora rápido, podría provocar también una escalada que, a lo mejor, no toma a Scioli como único responsable político. La onda expansiva podría envolver también a Cristina y al kirchnerismo. El Gobierno nacional no estaría mensurando una cosa: al deterioro económico social se podría agregar en cualquier momento, como un detonante fatal, la inseguridad.
La pueblada de Cañuelas, por el asesinato de dos trabajadores, podría servir de alerta. La bronca fue descargada esta vez sobre la Policía y autoridades bonaerenses. Pero, ¿dónde están los 6 mil gendarmes que la ministra de Seguridad, Nilda Garre, prometió enviar alguna vez para combatir el delito? En las fronteras, han dejado de estar. Tampoco, por orden presidencial, participan en los pleitos provinciales.
La guerra K con Scioli es por el 2015. Esa obsesión les impediría ver los acechantes peligros de hoy.