Desde hace muchos años que se sabe que hay corrupción en la máxima autoridad del fútbol mundial. La trasnacional que rige los destinos de este deporte distribuye innumerables negocios, desde los derechos de trasmisión de torneos hasta licencias para comercializar productos. Tampoco debemos olvidar la complicidad de esa conducción en favorecer ciertas sedes de mundiales a gobiernos afines a las políticas imperiales, caso del Mundial de 1978.
La FIFA y gran parte de las organizaciones que la conforman mancharon la pelota al punto que ya queda poco del maravilloso juego creado por la clase obrera en los talleres británicos del siglo XIX, al calor de la revolución industrial. El gran negocio que de la mano de João Havelange la FIFA enhebró en estos años, le permitió a sus máximas autoridades consolidar un poder ilimitado que parecía gambetear las fronteras del futbol.
El escándalo desatado a partir de la investigación de la fiscal norteamericana Loretta Lynch golpeó de lleno a la conducción de la Conmebol (curiosamente hasta ahora no toca a ningún europeo) y puso un manto de sospecha sobre la máxima autoridad de la FIFA, en el contexto eleccionario del fin de semana pasado. A pesar de ello, Joseph Blatter logró la reelección con menos esfuerzo del esperado y, en un giro inesperado, renunció a la máxima autoridad cuatro días después.
Algunas preguntas quedan flotando en el aire: ¿Cuál es la verdadera intención de la justicia norteamericana? ¿Hacia dónde apunta esta investigación que sólo encuentra corrupción en los dirigentes latinoamericanos y del Caribe? ¿Querrá la justicia y el gobierno norteamericano designar un europeo en la máxima autoridad de la FIFA? ¿Tal vez cambiar los estatutos internos de la Federación para volver a los tiempos de que los votos europeos eran decisivos para ungir al presidente del organismo?
Lo que no deja de ser sospechoso es que el escándalo se desata cuando está en pleno curso una guerra no declarada por parte del gobierno de EE UU y su socio menor, la Unión Europea, contra Rusia, que involucra sanciones económicas y aislamiento internacional. Una guerra fría rediviva. Es decir, debajo de las nobles intenciones de una fiscal, y que la mayoría del mundo futbolero apoya en cuanto oxigenación del deporte, se esconden varios objetivos políticos, como el de evitar que se realice el próximo Mundial en Rusia, sede que fue designada por la conducción anterior de la FIFA. En ese marco, entonces, logra comprenderse la preocupación de Vladimir Putin por la suerte de lo que ocurre en el organismo que rige al fútbol, lo que lógicamente no implica un apoyo incondicional a la figura de Blatter, sino custodiar la designación de su país como sede del próximo Mundial.
En las próximas semanas se podrá ver con mayor nitidez los pliegues de este conflicto que supera con creces el objetivo de la simple depuración del fútbol, y que involucra a la propia geopolítica mundial, a sus actores y a sus grandes intereses económicos y políticos. El fútbol emerge en estos días como un episodio más en la lucha de EE UU por lograr la hegemonía internacional que durante los últimos años viene en picada.
Gran tarea espera a los pueblos en los tiempos que vienen: recuperar el deporte, limpiar la pelota, hacer que se acaben los hegemonismos en el planeta y que todos podamos jugar el juego de la vida sin que nadie se sienta el dueño del balón.
La FIFA y gran parte de las organizaciones que la conforman mancharon la pelota al punto que ya queda poco del maravilloso juego creado por la clase obrera en los talleres británicos del siglo XIX, al calor de la revolución industrial. El gran negocio que de la mano de João Havelange la FIFA enhebró en estos años, le permitió a sus máximas autoridades consolidar un poder ilimitado que parecía gambetear las fronteras del futbol.
El escándalo desatado a partir de la investigación de la fiscal norteamericana Loretta Lynch golpeó de lleno a la conducción de la Conmebol (curiosamente hasta ahora no toca a ningún europeo) y puso un manto de sospecha sobre la máxima autoridad de la FIFA, en el contexto eleccionario del fin de semana pasado. A pesar de ello, Joseph Blatter logró la reelección con menos esfuerzo del esperado y, en un giro inesperado, renunció a la máxima autoridad cuatro días después.
Algunas preguntas quedan flotando en el aire: ¿Cuál es la verdadera intención de la justicia norteamericana? ¿Hacia dónde apunta esta investigación que sólo encuentra corrupción en los dirigentes latinoamericanos y del Caribe? ¿Querrá la justicia y el gobierno norteamericano designar un europeo en la máxima autoridad de la FIFA? ¿Tal vez cambiar los estatutos internos de la Federación para volver a los tiempos de que los votos europeos eran decisivos para ungir al presidente del organismo?
Lo que no deja de ser sospechoso es que el escándalo se desata cuando está en pleno curso una guerra no declarada por parte del gobierno de EE UU y su socio menor, la Unión Europea, contra Rusia, que involucra sanciones económicas y aislamiento internacional. Una guerra fría rediviva. Es decir, debajo de las nobles intenciones de una fiscal, y que la mayoría del mundo futbolero apoya en cuanto oxigenación del deporte, se esconden varios objetivos políticos, como el de evitar que se realice el próximo Mundial en Rusia, sede que fue designada por la conducción anterior de la FIFA. En ese marco, entonces, logra comprenderse la preocupación de Vladimir Putin por la suerte de lo que ocurre en el organismo que rige al fútbol, lo que lógicamente no implica un apoyo incondicional a la figura de Blatter, sino custodiar la designación de su país como sede del próximo Mundial.
En las próximas semanas se podrá ver con mayor nitidez los pliegues de este conflicto que supera con creces el objetivo de la simple depuración del fútbol, y que involucra a la propia geopolítica mundial, a sus actores y a sus grandes intereses económicos y políticos. El fútbol emerge en estos días como un episodio más en la lucha de EE UU por lograr la hegemonía internacional que durante los últimos años viene en picada.
Gran tarea espera a los pueblos en los tiempos que vienen: recuperar el deporte, limpiar la pelota, hacer que se acaben los hegemonismos en el planeta y que todos podamos jugar el juego de la vida sin que nadie se sienta el dueño del balón.