La obsesión de intentar sacar a Lula de la vida política brasileña configurando una verdadera persecución política confirma que Brasil abandonó la democracia y avanza peligrosamente hacia una dictadura, bien por medio de un golpe, bien por la acción o inacción del sistema judicial y de las campañas sistemáticas de difamación llevadas a cabo por los medios.
Eso es lo que Lula denuncia al afirmar que entramos en un Estado de excepción y lo que expresa en su documento a las Naciones Unidas, siguiendo el mismo camino de Julien Assange, amparado por el mismo abogado.
El escándalo político y jurídico de acusar a Lula sin ninguna prueba, sólo con las declaraciones sin fundamento hechas por un político corrupto confeso alegando que Lula habría intentado interrumpir investigaciones sobre corrupción, y el intento de detenerlo sin nada que lo justifique configuran una persecución política que supera cualquier límite de los espacios democráticos. Cuando el poder judicial es cómplice de esa persecución, cuando los medios son el principal agente que intentan culpabilizar de cara a la opinión pública sin ninguna prueba, los marcos del Estado democrático de derecho son rebasados y sustituidos por la persecución pura y simple.
Intentar excluir de la vida política brasileña al único líder que tiene prestigio frente al pueblo es intentar dar un último golpe a la legitimación de la política brasileña para abrir el camino a posibles golpistas y ‘salvadores’ fascistas de la patria. Para ello, es indispensable intentar invalidar el liderazgo político que ha rescatado la dignidad de Brasil y la autoestima de los brasileños. Es indispensable intentar colocar en el mismo bando a los golpistas y corruptos que asaltan el Estado brasileño, al margen del líder popular que más ha contribuido para democratizar el país.
En caso de que siga existiendo un liderazgo como el de Lula, esos aventureros no podrán dar continuidad a la destrucción sistemática de la democracia que promueven, a la liquidación del patrimonio público, de los derechos de los trabajadores, de los recursos públicos que han servido para democratizar el acceso del pueblo a los derechos elementales garantizados por las políticas públicas.
Lula es la última piedra en el zapato de esos vándalos que atacan a la democracia y asaltan el Estado brasileño. Están mancomunados los más corruptos y los que dicen combatir la corrupción. La existencia de un liderazgo popular incuestionable como el de Lula desmiente la tesis de que todos los políticos son malos, de que la vida política brasileña está manchada, de que no hay esperanza de rescate para Brasil y de que debemos entregarnos, arrodillados, al Imperio que ellos tanto adulan.
La obsesión de destruir la imagen pública de Lula sólo puede concretarse a través de actos dictatoriales de violación de los derechos del expresidente y candidato favorito a la reelección. Si ellos confían en las encuestas que ellos mismos fabrican, que dejen a Lila ser derrotado por el pueblo en una batalla democrática. No habría condena más grande para Lula que la impuesta por el pueblo democráticamente.
Lo que pasa es que ellos saben que sus encuestas están manipuladas. Que pongan a Lula frente a otros candidatos, a ver qué ocurre. Los demás no van a ser capaces siquiera de organizar los comicios, no se van a exponer públicamente a los ‘escarches’ de la población. Cada vez que Lula se encuentra con el pueblo en las urnas, en reuniones, en la calle… los golpistas tiemblan y se dan cuenta de que sólo mediante un golpe, mediante la persecución jurídica y política, pueden sacarlo de la cancha. Pero al hacerlo confirman que Brasil ya vive en una dictadura.
Si les incomoda que Lula haya apelado a la ONU, que demuestren que Brasil vive aún en una democracia dejando que el pueblo se pronuncie libremente sobre quién quiere que dirija el país. Que abandonen definitivamente la persecución a Lula, que renuncien a un gobierno golpista.
No habrá más democracia en Brasil si el más grande líder popular de la historia del país es perseguido sistemáticamente, sin ninguna prueba en su contra y si no puede somerterse a la decisión democrática del pueblo. De nada sirven las protestas al mundo por la denuncia de Lula. Hasta hace poco la opinión pública internacional se dejaba llevar por lo que decían los medios golpistas brasileños. Pero cuando los medios internacionales vinieron a Brasil se dieron cuenta de las mentiras que los medios locales propagaban. Ahora estos últimos han perdido toda credibilidad, al tiempo que los internacionales han constatado que los corruptos están del lado de Michel Temer y Eduardo Cunha -los golpistas-, y no de Dilma y de Lula.
Ahora los medios internacionales propagan las denuncias de Lula y la evaluación de que el criterio fundamental para juzgar si hay todavía democracia o no en Brasil es terminar de una vez por todas con las persecuciones a Lula y dejar en manos de los brasileños y no de los golpistas y corruptos, el destino de Brasil.
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El escándalo político y jurídico de acusar a Lula sin ninguna prueba, sólo con las declaraciones sin fundamento hechas por un político corrupto confeso alegando que Lula habría intentado interrumpir investigaciones sobre corrupción, y el intento de detenerlo sin nada que lo justifique configuran una persecución política que supera cualquier límite de los espacios democráticos. Cuando el poder judicial es cómplice de esa persecución, cuando los medios son el principal agente que intentan culpabilizar de cara a la opinión pública sin ninguna prueba, los marcos del Estado democrático de derecho son rebasados y sustituidos por la persecución pura y simple.
Intentar excluir de la vida política brasileña al único líder que tiene prestigio frente al pueblo es intentar dar un último golpe a la legitimación de la política brasileña para abrir el camino a posibles golpistas y ‘salvadores’ fascistas de la patria. Para ello, es indispensable intentar invalidar el liderazgo político que ha rescatado la dignidad de Brasil y la autoestima de los brasileños. Es indispensable intentar colocar en el mismo bando a los golpistas y corruptos que asaltan el Estado brasileño, al margen del líder popular que más ha contribuido para democratizar el país.
En caso de que siga existiendo un liderazgo como el de Lula, esos aventureros no podrán dar continuidad a la destrucción sistemática de la democracia que promueven, a la liquidación del patrimonio público, de los derechos de los trabajadores, de los recursos públicos que han servido para democratizar el acceso del pueblo a los derechos elementales garantizados por las políticas públicas.
Lula es la última piedra en el zapato de esos vándalos que atacan a la democracia y asaltan el Estado brasileño. Están mancomunados los más corruptos y los que dicen combatir la corrupción. La existencia de un liderazgo popular incuestionable como el de Lula desmiente la tesis de que todos los políticos son malos, de que la vida política brasileña está manchada, de que no hay esperanza de rescate para Brasil y de que debemos entregarnos, arrodillados, al Imperio que ellos tanto adulan.
La obsesión de destruir la imagen pública de Lula sólo puede concretarse a través de actos dictatoriales de violación de los derechos del expresidente y candidato favorito a la reelección. Si ellos confían en las encuestas que ellos mismos fabrican, que dejen a Lila ser derrotado por el pueblo en una batalla democrática. No habría condena más grande para Lula que la impuesta por el pueblo democráticamente.
Lo que pasa es que ellos saben que sus encuestas están manipuladas. Que pongan a Lula frente a otros candidatos, a ver qué ocurre. Los demás no van a ser capaces siquiera de organizar los comicios, no se van a exponer públicamente a los ‘escarches’ de la población. Cada vez que Lula se encuentra con el pueblo en las urnas, en reuniones, en la calle… los golpistas tiemblan y se dan cuenta de que sólo mediante un golpe, mediante la persecución jurídica y política, pueden sacarlo de la cancha. Pero al hacerlo confirman que Brasil ya vive en una dictadura.
Si les incomoda que Lula haya apelado a la ONU, que demuestren que Brasil vive aún en una democracia dejando que el pueblo se pronuncie libremente sobre quién quiere que dirija el país. Que abandonen definitivamente la persecución a Lula, que renuncien a un gobierno golpista.
No habrá más democracia en Brasil si el más grande líder popular de la historia del país es perseguido sistemáticamente, sin ninguna prueba en su contra y si no puede somerterse a la decisión democrática del pueblo. De nada sirven las protestas al mundo por la denuncia de Lula. Hasta hace poco la opinión pública internacional se dejaba llevar por lo que decían los medios golpistas brasileños. Pero cuando los medios internacionales vinieron a Brasil se dieron cuenta de las mentiras que los medios locales propagaban. Ahora estos últimos han perdido toda credibilidad, al tiempo que los internacionales han constatado que los corruptos están del lado de Michel Temer y Eduardo Cunha -los golpistas-, y no de Dilma y de Lula.
Ahora los medios internacionales propagan las denuncias de Lula y la evaluación de que el criterio fundamental para juzgar si hay todavía democracia o no en Brasil es terminar de una vez por todas con las persecuciones a Lula y dejar en manos de los brasileños y no de los golpistas y corruptos, el destino de Brasil.
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