Fue una noche infrecuente. Javier Solana y Enrique Iglesias, dos personajes singulares de la política internacional, confluyeron hace pocos días en Buenos Aires en el espacio y en el tiempo. Un grupo de argentinos pudo pasear con ellos por la política del mundo, por las personalidades de sus líderes y por las perspectivas de la crisis internacional. Solana fue ministro de Felipe González (ocupó distintas carteras) durante 13 años; secretario general de la OTAN durante cinco y Alto Comisionado para la Política Exterior europea durante diez. Iglesias fue canciller de Uruguay, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo durante 17 años y, desde hace seis, es titular de la Secretaría General Iberoamericana, con sede en Madrid, un cargo creado por los presidentes y jefes de gobierno de las cumbres iberoamericanas.
El primer rasgo que muestran esos dos hombres de poder es la humildad. No es fingida. Hablan tanto como escuchan. Ni las formas ni sus palabras indican que ellos han atravesado, varias veces, todas las cimas de este mundo. Invocan a Bill Clinton, a George W. Bush, a Mitterrand, a Condoleeza Rice o a Angela Merkel con la seguridad de quienes los han frecuentado. Ni una palabra sobre la Argentina y sus contingencias. Diplomáticos hechos y derechos. Sólo alguna pregunta aislada, cierta precisión que faltó en las palabras de algún argentino. Los argentinos eran ex cancilleres, diplomáticos y algunos, pocos, dirigentes políticos, convocados por el anfitrión, Adalberto Rodríguez Giavarini, presidente del CARI (Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales).
Diez años como canciller de Europa han convertido a Solana en uno de los políticos internacionales con más conocimiento del mundo, desde los recodos del poder washingtoniano hasta los palacios enclavados en medio del desierto árabe. ¿Por qué se fue de la cancillería europea justo cuando esa cancillería asumía un papel más protagónico y autónomo?, le pregunta un argentino. «Diez años en la Unión Europea y cinco años en la OTAN son muchos años para cualquiera», responde. Ahora vive en Madrid, pero entre constantes viajes a Nueva York, París, Washington, Londres o Berlín, donde sus opiniones son requeridas siempre, a veces con urgencia. «Voy a Madrid sólo para cambiarme la camisa», ironiza. Fanático de las nuevas tecnologías de la comunicación, pregona como un apóstol la buena nueva de que ahora hay formas más rápidas y más eficientes de llegar a los libros. Solana es autor de una frase que se ha vuelto clásica de tanto ser repetida: «La perfección no existe, y además es fascista».
Ni siquiera un reciente problema en el corazón, que ya superó, ha conseguido detener la vibración intelectual de Iglesias, su curiosidad por la novedad y su predisposición a viajar permanentemente desde México hasta Buenos Aires o desde Tegucigalpa hasta San Pablo. En los años de la gran crisis argentina, él era presidente del BID. La entonces todopoderosa y severa vicepresidenta del Fondo Monetario, Anne Krueger, decidió esquivar la presencia de Iglesias. Era «proargentino», según ella. «Fue la acusación más cierta que recibí en mi vida», recuerda y ríe ahora. Cerrada la puerta de Krueger, Iglesias encontró nuevas formas de abrirles otros postigos a los gobernantes argentinos en el vértice de Washington, donde éstos eran, a veces, rechazados. La Argentina le debe mucho más que lo que le ha reconocido.
«¿Y si convocamos a los latinoamericanos que tuvieron un papel importante durante la gran crisis de principios de siglo para que les den ahora algunas lecciones a los europeos?», se entusiasma Iglesias. Saca un papel y una lapicera. Empieza a tomar apresuradas notas y a escribir algunos nombres: el argentino Roberto Lavagna; el brasileño Arminio Fraga; el chileno Nicolás Eyzaguirre y el ex funcionario del Fondo Monetario Stanley Fischer son algunas de las personas que brotan, inagotables, de su imaginación. «Voy a promover un encuentro con los europeos», anuncia.
La crisis. La médula de la crisis europea es la falta de empleo, dice Solana. España tiene desempleado al 45% de sus jóvenes. La solución es política. «Están cerrando la mano fiscal en el corto plazo y abriéndola en el mediano. Debería ser al revés», le sugiere un argentino. «Europa va camino a una política económica común, pero el camino es largo», señala el ex canciller europeo. Interviene Iglesias: «La solución al desempleo es la inversión. Los Estados Unidos han sido el motor de la economía mundial durante 60 años gracias a la inversión. Pero, ¿cómo conseguir inversión en un mundo donde la gente tiene miedo y no gasta?» No hay respuestas.
¿Qué le espera a Europa entonces? «Si no encontrara un solución nueva, le esperará un largo camino de crecimiento económico muy bajo o nulo, como el que sufrió Japón desde 1990 hasta 2003», señala Solana. «Sí, una crisis japonesa sin japoneses», participa Iglesias. Precisa que los europeos carecen de la vocación de sacrificio y de la voluntad de trabajo del pueblo japonés. «A los europeos les están sacando el bienestar y eso nunca será aceptado con resignación», anticipa el secretario general Iberoamericano.
El problema de los Estados Unidos es político, concluyen los dos. Barack Obama tiene márgenes muy estrechos para tomar decisiones fundamentales desde la derrota en las pasadas elecciones legislativas. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ha hecho lo que tenía que hacer, dice Solana, que consistió en pasarle el problema a la Casa Blanca y al Congreso. «La Reserva ya ha hecho todo lo que podía hacer. Bernanke actuó muy bien», concede Solana.
¿Y Europa? Cierta nostalgia por una Europa con liderazgos fuertes y talentosos se mezcla entre las palabras de los dos. Parecen añorar la Europa que reunió en un mismo momento liderazgos como los del francés Mitterrand, el alemán Helmut Kohl, el italiano Romano Prodi, el español Felipe González y la inglesa Margaret Thatcher. ¿Thatcher? «Sí, Thatcher fue una líder segura y pragmática, que es lo que parece faltar ahora», dice Iglesias. La historia no hace excepciones.
Solana es más cauto con Europa. Después de todo, él fue uno de los padres de la Unión Europea. Iglesias hace la síntesis: «El problema actual es que hay dos Europas. Una es sajona, protestante y austera. La otra es latina, católica y pecadora. La convivencia de esas dos Europas está ahora en conflicto», explica. Los tiempos del alemán Kohl son la melancolía más notable en los dos, ahora que Alemania se ha convertido en el país tutor y mentor de las políticas económicas europeas . «Kohl quería europeizar a Alemania. Merkel parece querer germanizar a Europa. La diferencia entre esas dos políticas es enorme», apunta Iglesias.
Aparece China. Solana se estremece de curiosidad. ¿Cómo harán esa cultura y esa historia tan distintas para complementarse con Occidente? ¿Puede Occidente prescindir de China? ¿Puede China prescindir de Occidente? Formula esas preguntas y sorprende con la respuesta. «Tal vez en América latina está el gozne de esa integración entre Asia y Occidente. Nunca le será fácil a China complementarse directamente con los Estados Unidos y menos con Europa. Hay historias y culturas muy viejas y muy distintas. Ahí radica mi optimismo cuando miro a América latina a largo plazo», explica.
Solana nació en la izquierda del Partido Socialista español y terminó como jefe de la OTAN, la alianza militar del Atlántico Norte, antes de hacerse cargo de la relaciones exteriores europeas. Iglesias salió al mundo como canciller del presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado, organización con una ideología que se mece entre la centroderecha y la socialdemocracia. Sin embargo, Iglesias nunca dejó de frecuentar en los últimos años a Fidel Castro ni a Hugo Chávez ni a Rafael Correa. Iglesias y Solana son viejos amigos, casi cómplices en la mirada común del mundo. La política no es para ellos sólo un fárrago de cordialidades, sino también un oficio perfecto para acortar las inevitables distancias de la política y de la vida.
© La Nacion.
El primer rasgo que muestran esos dos hombres de poder es la humildad. No es fingida. Hablan tanto como escuchan. Ni las formas ni sus palabras indican que ellos han atravesado, varias veces, todas las cimas de este mundo. Invocan a Bill Clinton, a George W. Bush, a Mitterrand, a Condoleeza Rice o a Angela Merkel con la seguridad de quienes los han frecuentado. Ni una palabra sobre la Argentina y sus contingencias. Diplomáticos hechos y derechos. Sólo alguna pregunta aislada, cierta precisión que faltó en las palabras de algún argentino. Los argentinos eran ex cancilleres, diplomáticos y algunos, pocos, dirigentes políticos, convocados por el anfitrión, Adalberto Rodríguez Giavarini, presidente del CARI (Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales).
Diez años como canciller de Europa han convertido a Solana en uno de los políticos internacionales con más conocimiento del mundo, desde los recodos del poder washingtoniano hasta los palacios enclavados en medio del desierto árabe. ¿Por qué se fue de la cancillería europea justo cuando esa cancillería asumía un papel más protagónico y autónomo?, le pregunta un argentino. «Diez años en la Unión Europea y cinco años en la OTAN son muchos años para cualquiera», responde. Ahora vive en Madrid, pero entre constantes viajes a Nueva York, París, Washington, Londres o Berlín, donde sus opiniones son requeridas siempre, a veces con urgencia. «Voy a Madrid sólo para cambiarme la camisa», ironiza. Fanático de las nuevas tecnologías de la comunicación, pregona como un apóstol la buena nueva de que ahora hay formas más rápidas y más eficientes de llegar a los libros. Solana es autor de una frase que se ha vuelto clásica de tanto ser repetida: «La perfección no existe, y además es fascista».
Ni siquiera un reciente problema en el corazón, que ya superó, ha conseguido detener la vibración intelectual de Iglesias, su curiosidad por la novedad y su predisposición a viajar permanentemente desde México hasta Buenos Aires o desde Tegucigalpa hasta San Pablo. En los años de la gran crisis argentina, él era presidente del BID. La entonces todopoderosa y severa vicepresidenta del Fondo Monetario, Anne Krueger, decidió esquivar la presencia de Iglesias. Era «proargentino», según ella. «Fue la acusación más cierta que recibí en mi vida», recuerda y ríe ahora. Cerrada la puerta de Krueger, Iglesias encontró nuevas formas de abrirles otros postigos a los gobernantes argentinos en el vértice de Washington, donde éstos eran, a veces, rechazados. La Argentina le debe mucho más que lo que le ha reconocido.
«¿Y si convocamos a los latinoamericanos que tuvieron un papel importante durante la gran crisis de principios de siglo para que les den ahora algunas lecciones a los europeos?», se entusiasma Iglesias. Saca un papel y una lapicera. Empieza a tomar apresuradas notas y a escribir algunos nombres: el argentino Roberto Lavagna; el brasileño Arminio Fraga; el chileno Nicolás Eyzaguirre y el ex funcionario del Fondo Monetario Stanley Fischer son algunas de las personas que brotan, inagotables, de su imaginación. «Voy a promover un encuentro con los europeos», anuncia.
La crisis. La médula de la crisis europea es la falta de empleo, dice Solana. España tiene desempleado al 45% de sus jóvenes. La solución es política. «Están cerrando la mano fiscal en el corto plazo y abriéndola en el mediano. Debería ser al revés», le sugiere un argentino. «Europa va camino a una política económica común, pero el camino es largo», señala el ex canciller europeo. Interviene Iglesias: «La solución al desempleo es la inversión. Los Estados Unidos han sido el motor de la economía mundial durante 60 años gracias a la inversión. Pero, ¿cómo conseguir inversión en un mundo donde la gente tiene miedo y no gasta?» No hay respuestas.
¿Qué le espera a Europa entonces? «Si no encontrara un solución nueva, le esperará un largo camino de crecimiento económico muy bajo o nulo, como el que sufrió Japón desde 1990 hasta 2003», señala Solana. «Sí, una crisis japonesa sin japoneses», participa Iglesias. Precisa que los europeos carecen de la vocación de sacrificio y de la voluntad de trabajo del pueblo japonés. «A los europeos les están sacando el bienestar y eso nunca será aceptado con resignación», anticipa el secretario general Iberoamericano.
El problema de los Estados Unidos es político, concluyen los dos. Barack Obama tiene márgenes muy estrechos para tomar decisiones fundamentales desde la derrota en las pasadas elecciones legislativas. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ha hecho lo que tenía que hacer, dice Solana, que consistió en pasarle el problema a la Casa Blanca y al Congreso. «La Reserva ya ha hecho todo lo que podía hacer. Bernanke actuó muy bien», concede Solana.
¿Y Europa? Cierta nostalgia por una Europa con liderazgos fuertes y talentosos se mezcla entre las palabras de los dos. Parecen añorar la Europa que reunió en un mismo momento liderazgos como los del francés Mitterrand, el alemán Helmut Kohl, el italiano Romano Prodi, el español Felipe González y la inglesa Margaret Thatcher. ¿Thatcher? «Sí, Thatcher fue una líder segura y pragmática, que es lo que parece faltar ahora», dice Iglesias. La historia no hace excepciones.
Solana es más cauto con Europa. Después de todo, él fue uno de los padres de la Unión Europea. Iglesias hace la síntesis: «El problema actual es que hay dos Europas. Una es sajona, protestante y austera. La otra es latina, católica y pecadora. La convivencia de esas dos Europas está ahora en conflicto», explica. Los tiempos del alemán Kohl son la melancolía más notable en los dos, ahora que Alemania se ha convertido en el país tutor y mentor de las políticas económicas europeas . «Kohl quería europeizar a Alemania. Merkel parece querer germanizar a Europa. La diferencia entre esas dos políticas es enorme», apunta Iglesias.
Aparece China. Solana se estremece de curiosidad. ¿Cómo harán esa cultura y esa historia tan distintas para complementarse con Occidente? ¿Puede Occidente prescindir de China? ¿Puede China prescindir de Occidente? Formula esas preguntas y sorprende con la respuesta. «Tal vez en América latina está el gozne de esa integración entre Asia y Occidente. Nunca le será fácil a China complementarse directamente con los Estados Unidos y menos con Europa. Hay historias y culturas muy viejas y muy distintas. Ahí radica mi optimismo cuando miro a América latina a largo plazo», explica.
Solana nació en la izquierda del Partido Socialista español y terminó como jefe de la OTAN, la alianza militar del Atlántico Norte, antes de hacerse cargo de la relaciones exteriores europeas. Iglesias salió al mundo como canciller del presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado, organización con una ideología que se mece entre la centroderecha y la socialdemocracia. Sin embargo, Iglesias nunca dejó de frecuentar en los últimos años a Fidel Castro ni a Hugo Chávez ni a Rafael Correa. Iglesias y Solana son viejos amigos, casi cómplices en la mirada común del mundo. La política no es para ellos sólo un fárrago de cordialidades, sino también un oficio perfecto para acortar las inevitables distancias de la política y de la vida.
© La Nacion.