En estos primeros meses de seguimiento mensual de la opinión pública a través de ISPI -un emprendimiento conjunto entre la Universidad de San Andrés e Ipsos Argentina-, los indicadores sugieren que el país que se refleja en estos datos no es el mismo que conocimos. Entre otros aspectos, el nivel de “partidización” de la población, esto es, la proporción de personas que declara estar afiliada o simpatiza con algún partido se sitúa en 25 por ciento, el nivel más bajo desde 1983, comparable al de 2001. En aquel año crítico la pérdida de confianza en los partidos se reflejó sobre todo en la caída abrupta de las simpatías; ahora afecta sobre todo a la proporción de afiliados. El primer registro de este indicador, que data de 1984, era 73 por ciento.
Los partidos eran tradicionalmente los generadores de la “oferta” política: seleccionaban los candidatos, entre los cuales los votantes eligen, generaban las propuestas programáticas, ejercían la representación de los ciudadanos y organizaban la comunicación política entre los dirigentes y la población. Los ciudadanos -la “demanda”, en términos de esta analogía- podían canalizar su eventual participación en la vida política democrática a través de los partidos.
Eso ha cambiado. Los candidatos ahora surgen de otros espacios y se hacen cargo de su propia comunicación; para mucha gente, la participación se concibe más bien en términos de protestar en la calle antes que de formar parte de una organización. Nos fuimos desplazando hacia un mundo de política sin partidos, o donde los partidos son poco relevantes. Aunque el fenómeno no es universal; en Estados Unidos, por ejemplo, vemos que los partidos continúan teniendo vigencia y los candidatos -incluidos los perdedores en las primarias- tienden a sostener sus vínculos de pertenencia con el partido del cual provienen.
La Argentina, en todo caso, sigue la tendencia dominante. Los partidos nominalmente existen pero no se los ve como muy relevantes. Los números hablan con mucha elocuencia: hoy, un 75 por ciento no se siente cerca de ningún partido. Y de ellos, sólo algo menos de un tercio se siente afín a algunos de los dos partidos que hasta hace poco tiempo fueron dominantes en la política nacional, el peronista y el radical. Es realmente un tiempo de política sin partidos.
Manuel Mora y Araujo es consultor de Ipsos
Los partidos eran tradicionalmente los generadores de la “oferta” política: seleccionaban los candidatos, entre los cuales los votantes eligen, generaban las propuestas programáticas, ejercían la representación de los ciudadanos y organizaban la comunicación política entre los dirigentes y la población. Los ciudadanos -la “demanda”, en términos de esta analogía- podían canalizar su eventual participación en la vida política democrática a través de los partidos.
Eso ha cambiado. Los candidatos ahora surgen de otros espacios y se hacen cargo de su propia comunicación; para mucha gente, la participación se concibe más bien en términos de protestar en la calle antes que de formar parte de una organización. Nos fuimos desplazando hacia un mundo de política sin partidos, o donde los partidos son poco relevantes. Aunque el fenómeno no es universal; en Estados Unidos, por ejemplo, vemos que los partidos continúan teniendo vigencia y los candidatos -incluidos los perdedores en las primarias- tienden a sostener sus vínculos de pertenencia con el partido del cual provienen.
La Argentina, en todo caso, sigue la tendencia dominante. Los partidos nominalmente existen pero no se los ve como muy relevantes. Los números hablan con mucha elocuencia: hoy, un 75 por ciento no se siente cerca de ningún partido. Y de ellos, sólo algo menos de un tercio se siente afín a algunos de los dos partidos que hasta hace poco tiempo fueron dominantes en la política nacional, el peronista y el radical. Es realmente un tiempo de política sin partidos.
Manuel Mora y Araujo es consultor de Ipsos