Sería conveniente no confundir las cosas. Daniel Scioli no enfrentó en las últimas horas sólo un autoacuartelamiento de efectivos de Infantería de la Policía bonaerense, fastidiados por una sanción que les aplicó el gobernador. Recibió además la primera señal de los desafíos que está dispuesto a plantearle La Cámpora y el kirchnerismo para aguarle, cuanto antes, el proyecto sucesorio para el 2015 . Scioli asumió el lunes y de inmediato se desató la tormenta.
La excusa fue la represión policial a un grupo de militantes de La Cámpora que pretendió ingresar a un sector colmado de la Legislatura para participar de la asunción de Gabriel Mariotto, el vicegobernador. En este punto hay dos versiones: los infantes aseguran que fueron agredidos – incluso con elementos punzantes– por los camporistas lo cual, de todos modos, no justificaría su severa reacción; los camporistas niegan aquella hostilidad y subrayan que el accionar policial respondió a los patrones clásicos de la Bonaerense que el gobernador no se ocupó de modificar en estos años.
La investigación abierta debería determinar cuál de las partes se aproxima a la verdad. Pero aún cuando logre ser determinada, esa verdad no dará por cerrado ningún capítulo. Lo que está en marcha –con motores que arrancaron apenas triunfó Cristina Fernández– es la objeción del kirchnerismo a la política de seguridad que instrumenta el gobernador.
Hace diez días la ministra de Seguridad, Nilda Garré, objetó a su par bonaerense, Ricardo Casal. Una vez producido el choque en la Legislatura salieron a criticar en coro el senador Aníbal Fernández, el aliado K Martín Sabbatella y el propio Mariotto. El jefe del bloque de diputados, Juan De Jesús, discípulo de Amado Boudou, presentó un pedido de informes para que se investigue lo sucedido y determine quién impartió la orden de represión. El capitán Walter Rebolero, uno de los sancionados, dijo que actuaron, justamente, por órdenes recibidas para proteger al gobernador.
Scioli hizo lo que suele hacer siempre en situaciones embarazosas. Se esforzó por exhibir a través de Alberto Pérez, su jefe de Gabinete, a un gobierno enérgico y decidido. Pero entabló una negociación para que los rebeldes depusieran su actitud. Lo consiguió después de once horas. El tiempo dirá a cambio de qué.
Scioli no estaba en aptitud de resistir mucho tiempo un amotinamiento sin que el kirchnerismo y La Cámpora no aprovecharan para ensayar otro golpe letal sobre su ministro de Seguridad. Tampoco podía echar atrás las sanciones que había aplicado –como pretendían los infantes– sin que sus enemigos internos le hicieran pagar un altísimo costo. Optó por salir, entonces, por arriba de ese laberinto. Pero el kirchnerismo no dejará de vigilar el destino final de aquellos policías castigados.
Scioli tiene en Casal casi a su último estandarte de autonomía política.
La trinchera es débil. Pero llegó a ese punto por no haber querido colocar algún límite al avance que hizo el kichnerismo cristinista en Buenos Aires, fogoneado por la propia Presidenta. El gobernador simula una buena relación con Mariotto, que no tiene. El vicegobernador es, en ese aspecto, mucho más franco. No esconde que desembarcó en La Plata para fiscalizar al gobernador y tenderle un cerco.
Ese cerco se levantó en la Legislatura bonaerense, convertida en la usina de gobernabilidad y de acuerdos con la oposición de Scioli durante su primer mandato. Ahora tiene al camporista José Ottavis en el segundo escalón de Diputados con derecho al manejo presupuestario. Tiene a De Jesús en la jefatura del bloque y a Mariotto y el camporista Sergio Berni con el timón del Senado. El gobernador bonaerense hace como si nada de eso existiera.
Su capacidad de negación parece a veces inconmensurable. En las horas de la rebelión policial, convocó a una reunión de gabinete, hizo difundir fotos y un extenso comunicado en el cual informó que cada secretario y ministro habló de sus tareas específicas. Scioli dio instrucciones para lograr mayor “eficiencia e innovación” en los años venideros. Ni una palabra del autoacuartelamiento policial, el primero en más de dos décadas que registro ayer Buenos Aires.
El sciolismo, antes cada consulta, también desestima que el kirchnerismo cristinista esté al acecho. El gobernador no está dispuesto a plantear la más mínima controversia con la Presidenta, a quien teme. Confía en que su popularidad –obtuvo en la Provincia tantos votos como Cristina– le permita sortear obstáculos y seguir compitiendo por la sucesión. Pero episodios como el de ayer –y otros que vendrán– podrían ir afectando su ahora abundante capital.
Scioli afinca su proyecto, sobre todo, en la parva de votos. Mucho más en eso que en alguna sólida estructura política: nunca terminó de cerrar un sistema con los viejos intendentes peronistas que le reprochan varias cosas. Entre ellas, haber sido en exceso permeable al avance de La Cámpora y del kirchnerismo en el diseño del poder provincial.
El peronismo bramó contra el gobernador cuando en la jura de los diputados los militantes de La Cámpora abuchearon a los hombres del PJ. Scioli tomó precauciones el lunes, al asumir, y copó los palcos con jóvenes de remeras naranja –el color que identificó su campaña– que corearon: “Scioli, querido, los pibes están contigo” .
En este contexto irrumpió La Cámpora y se produjo la respuesta policial. Sólo las primeras postales de una guerra que empieza a despuntar.
La excusa fue la represión policial a un grupo de militantes de La Cámpora que pretendió ingresar a un sector colmado de la Legislatura para participar de la asunción de Gabriel Mariotto, el vicegobernador. En este punto hay dos versiones: los infantes aseguran que fueron agredidos – incluso con elementos punzantes– por los camporistas lo cual, de todos modos, no justificaría su severa reacción; los camporistas niegan aquella hostilidad y subrayan que el accionar policial respondió a los patrones clásicos de la Bonaerense que el gobernador no se ocupó de modificar en estos años.
La investigación abierta debería determinar cuál de las partes se aproxima a la verdad. Pero aún cuando logre ser determinada, esa verdad no dará por cerrado ningún capítulo. Lo que está en marcha –con motores que arrancaron apenas triunfó Cristina Fernández– es la objeción del kirchnerismo a la política de seguridad que instrumenta el gobernador.
Hace diez días la ministra de Seguridad, Nilda Garré, objetó a su par bonaerense, Ricardo Casal. Una vez producido el choque en la Legislatura salieron a criticar en coro el senador Aníbal Fernández, el aliado K Martín Sabbatella y el propio Mariotto. El jefe del bloque de diputados, Juan De Jesús, discípulo de Amado Boudou, presentó un pedido de informes para que se investigue lo sucedido y determine quién impartió la orden de represión. El capitán Walter Rebolero, uno de los sancionados, dijo que actuaron, justamente, por órdenes recibidas para proteger al gobernador.
Scioli hizo lo que suele hacer siempre en situaciones embarazosas. Se esforzó por exhibir a través de Alberto Pérez, su jefe de Gabinete, a un gobierno enérgico y decidido. Pero entabló una negociación para que los rebeldes depusieran su actitud. Lo consiguió después de once horas. El tiempo dirá a cambio de qué.
Scioli no estaba en aptitud de resistir mucho tiempo un amotinamiento sin que el kirchnerismo y La Cámpora no aprovecharan para ensayar otro golpe letal sobre su ministro de Seguridad. Tampoco podía echar atrás las sanciones que había aplicado –como pretendían los infantes– sin que sus enemigos internos le hicieran pagar un altísimo costo. Optó por salir, entonces, por arriba de ese laberinto. Pero el kirchnerismo no dejará de vigilar el destino final de aquellos policías castigados.
Scioli tiene en Casal casi a su último estandarte de autonomía política.
La trinchera es débil. Pero llegó a ese punto por no haber querido colocar algún límite al avance que hizo el kichnerismo cristinista en Buenos Aires, fogoneado por la propia Presidenta. El gobernador simula una buena relación con Mariotto, que no tiene. El vicegobernador es, en ese aspecto, mucho más franco. No esconde que desembarcó en La Plata para fiscalizar al gobernador y tenderle un cerco.
Ese cerco se levantó en la Legislatura bonaerense, convertida en la usina de gobernabilidad y de acuerdos con la oposición de Scioli durante su primer mandato. Ahora tiene al camporista José Ottavis en el segundo escalón de Diputados con derecho al manejo presupuestario. Tiene a De Jesús en la jefatura del bloque y a Mariotto y el camporista Sergio Berni con el timón del Senado. El gobernador bonaerense hace como si nada de eso existiera.
Su capacidad de negación parece a veces inconmensurable. En las horas de la rebelión policial, convocó a una reunión de gabinete, hizo difundir fotos y un extenso comunicado en el cual informó que cada secretario y ministro habló de sus tareas específicas. Scioli dio instrucciones para lograr mayor “eficiencia e innovación” en los años venideros. Ni una palabra del autoacuartelamiento policial, el primero en más de dos décadas que registro ayer Buenos Aires.
El sciolismo, antes cada consulta, también desestima que el kirchnerismo cristinista esté al acecho. El gobernador no está dispuesto a plantear la más mínima controversia con la Presidenta, a quien teme. Confía en que su popularidad –obtuvo en la Provincia tantos votos como Cristina– le permita sortear obstáculos y seguir compitiendo por la sucesión. Pero episodios como el de ayer –y otros que vendrán– podrían ir afectando su ahora abundante capital.
Scioli afinca su proyecto, sobre todo, en la parva de votos. Mucho más en eso que en alguna sólida estructura política: nunca terminó de cerrar un sistema con los viejos intendentes peronistas que le reprochan varias cosas. Entre ellas, haber sido en exceso permeable al avance de La Cámpora y del kirchnerismo en el diseño del poder provincial.
El peronismo bramó contra el gobernador cuando en la jura de los diputados los militantes de La Cámpora abuchearon a los hombres del PJ. Scioli tomó precauciones el lunes, al asumir, y copó los palcos con jóvenes de remeras naranja –el color que identificó su campaña– que corearon: “Scioli, querido, los pibes están contigo” .
En este contexto irrumpió La Cámpora y se produjo la respuesta policial. Sólo las primeras postales de una guerra que empieza a despuntar.
El apriete del peronismo cristinista contra Scioli, me recuerda al que en los años setenta se realizare por los vicegobernadores apoyados por la derecha peronista contra los gobernadores camporistas apoyados por la tendencia revolucionaria peronista. En el caso de la provincia de Buenos Aires también aparece un vice destituyente. Podrán ahora estar invertidos los términos de la ecuación izquierda/derecha, pero están todos dentro de la misma familia.
Para los que quieren recordarlo, muy buen ensayo de Marina Franco:
http://www.ncsu.edu/acontracorriente/spring_11/articles/Franco.pdf