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La Casa Rosada evalúa investigar a los jueces para «democratizar»
Advirtió la Corte que hará cumplir la Constitución
El kirchnerismo en pleno le hizo el vacío a Lorenzetti
La relación estaba rota desde fines del año pasado. Una tensa reunión entre Cristina Kirchner y Ricardo Lorenzetti, en diciembre, sirvió para que cada uno pusiera sus cosas sobre la mesa. La Presidenta fue frontal y directa. Había perdido la epopeya del 7-D por la ley de medios. Lorenzetti fue más respetuoso, pero no menos claro. Se despidieron sin acuerdo. Nunca más volvieron a hablar. Para la Corte, la relación institucional quedó quebrada. Esa relación la lleva, de parte del cuerpo, sólo su presidente, Lorenzetti. Salvo Eugenio Zaffaroni, el resto de los jueces de la Corte no habla directamente con Cristina.
Zaffaroni se expresa sólo a él mismo, aunque los otros jueces lo arropan con el buen trato y el respeto.
Desde entonces, en la Corte se fue instalando una certeza: esa institución, la cabeza de uno de los tres poderes del Estado, sería el próximo enemigo del Gobierno. «Vienen por nosotros. Después de la guerra contra los medios periodísticos, la próxima guerra será con nosotros», repetían. No se equivocaron, aunque es prematuro dar por finalizada la contienda contra el periodismo independiente. La guerra es, en todo caso, contra jueces y periodistas.
Esas posiciones diferentes quedaron expuestas ayer en el discurso de Lorenzetti en una de las ceremonias más importantes de su cargo: la inauguración del año judicial. Más expuestas quedaron si, encima, se las contrasta con las declaraciones periodísticas que hizo el mismo día la jefa de los fiscales, Alejandra Gils Carbó, ésta en representación del pensamiento cristinista. Aunque los dos propiciaron reformas judiciales, Lorenzetti las pidió para «beneficio de la gente» y Gils Carbó las inscribió en las disputas por los espacios de poder, tan típicas del kirchnerismo.
Si un extranjero hubiera leído ayer las manifestaciones de Gils Carbó, seguramente habría creído que se trataba de una funcionaria que acaba de acceder a un puesto en la Justicia. La fiscal se quejó de una Justicia «ilegítima, corporativa, oscurantista y de aceitados lobbies». Sin embargo, Gils Carbó tiene décadas de trabajo como fiscal en la Justicia y hasta integra desde hace varios años la mesa directiva de la Asociación de Fiscales. Es raro, además, que no haya dicho nada sobre los jueces más sospechados de prácticas inmorales (Norberto Oyarbide, por caso) ni de la defenestración exprés de tres funcionarios judiciales para defender al indefendible vicepresidente Amado Boudou.
Gils Carbó calló sobre la situación de un fiscal, Carlos Rívolo, compañero suyo en la dirección de la Asociación de Fiscales, que fue el que más investigó a Boudou en el caso Ciccone. Rívolo fue apartado de la causa. Tampoco dijo nada sobre la cruel venganza que castigó al juez Daniel Rafecas, que suscribió muchas decisiones de Rívolo para cercar a Boudou. Y menos dijo sobre las calumniosas referencias de Boudou al ex jefe de los fiscales Esteban Righi, antecesor de Gils Carbó, por presunto tráfico de influencias.
Righi fue sobreseído en la investigación que se abrió por las insolventes acusaciones del vicepresidente, pero ya había perdido el cargo. El silencio de Gils Carbó en este caso puede explicarse: más de una vez había chocado con Righi, éste como jefe y ella como fiscal. Righi le repetía que el Gobierno no necesitaba de su militancia tan sobreactuada.
Esas cosas, todas «ilegítimas y oscurantistas», no figuraron en las hirientes palabras de Gils Carbó. Nunca ordenó tampoco a ningún fiscal, como jefa de los fiscales, la investigación de los delitos que denunció. Su propósito es otro: salpicar de sospecha a toda la Justicia en sintonía con el nuevo discurso del cristinismo. Como ya el kirchnerismo lo ha hecho en el pasado, usa bellas palabras, la «democratización de la Justicia» por ejemplo, para esconder propósitos subalternos. Funcionarios cercanos a la Corte Suprema aguardan para el viernes, cuando Cristina Kirchner inaugurará las sesiones ordinarias del Congreso, una ofensiva más precisa contra el Poder Judicial.
El cristinismo es contradictorio por definición: las formas de la democratización se guardan bajo siete llaves. También es peligrosamente imprevisible. Hace un año, se esperaba que en su discurso ante el Parlamento la Presidenta anunciara la expropiación de YPF. No lo hizo entonces, pero concretó la confiscación un mes después. De la peor manera.
Lorenzetti se refirió seguramente a esas maniobras oficiales, para cambiar la Justicia cuando no le gusta la Justicia, en el párrafo que él escribió y leyó: «No se cambia el árbitro en medio del partido». El presidente de la Corte entró de forma oblicua en casi todos los temas que preocupan a la sociedad. No entró por la puerta del kirchnerismo. Herejía. Traición.
El discurso de ayer del juez hará, quizá, más duro y pasional el discurso presidencial de pasado mañana. Pasando por la palpable injusticia que se abate sobre los jubilados y la insoportable contaminación del Riachuelo, Lorenzetti recordó también que «en la historia las mayorías han tomado decisiones inconstitucionales». Recordó que el Holocausto fue decidido por un gobierno elegido por una mayoría circunstancial. «Hay decisiones que pueden ser declaradas inconstitucionales» por la Justicia, advirtió.
El propio acuerdo con Irán terminará en la Corte Suprema. El gobierno que denuncia una Justicia «oscurantista» desobedeció la Constitución, que impide al gobierno darse por enterado de lo que sucede en las causas judiciales. La masacre cometida en la AMIA es, al fin y al cabo, una investigación judicial. El acuerdo es, desde ese punto de vista, inconstitucional.
El derecho a la libertad de expresión. La distribución de la publicidad oficial como mecanismo de censura indirecta. Esos párrafos de Lorenzetti bastan para que Cristina Kirchner le declare una guerra a cualquiera. El problema es que esta guerra ya estaba declarada. Lorenzetti comenzó por practicar en casa lo que predica: «No hay que tener miedo a la libertad ni a quienes quieren restringirla», dijo en una de sus oraciones más claras y directas.
Nunca menos, dijo el juez aludiendo, quizá sin quererlo, a un eslogan cristinista, en materia de derechos económicos y sociales. Nunca más, repitió en una referencia al eslogan de la nueva democracia, en los años 80, sobre el pasado autoritario. Ésas son las clases de síntesis que les gustan a los jueces de la Corte y que la Presidenta detesta por tibias. Cristina escribirá el próximo capítulo de este combate..
La Casa Rosada evalúa investigar a los jueces para «democratizar»
Advirtió la Corte que hará cumplir la Constitución
El kirchnerismo en pleno le hizo el vacío a Lorenzetti
La relación estaba rota desde fines del año pasado. Una tensa reunión entre Cristina Kirchner y Ricardo Lorenzetti, en diciembre, sirvió para que cada uno pusiera sus cosas sobre la mesa. La Presidenta fue frontal y directa. Había perdido la epopeya del 7-D por la ley de medios. Lorenzetti fue más respetuoso, pero no menos claro. Se despidieron sin acuerdo. Nunca más volvieron a hablar. Para la Corte, la relación institucional quedó quebrada. Esa relación la lleva, de parte del cuerpo, sólo su presidente, Lorenzetti. Salvo Eugenio Zaffaroni, el resto de los jueces de la Corte no habla directamente con Cristina.
Zaffaroni se expresa sólo a él mismo, aunque los otros jueces lo arropan con el buen trato y el respeto.
Desde entonces, en la Corte se fue instalando una certeza: esa institución, la cabeza de uno de los tres poderes del Estado, sería el próximo enemigo del Gobierno. «Vienen por nosotros. Después de la guerra contra los medios periodísticos, la próxima guerra será con nosotros», repetían. No se equivocaron, aunque es prematuro dar por finalizada la contienda contra el periodismo independiente. La guerra es, en todo caso, contra jueces y periodistas.
Esas posiciones diferentes quedaron expuestas ayer en el discurso de Lorenzetti en una de las ceremonias más importantes de su cargo: la inauguración del año judicial. Más expuestas quedaron si, encima, se las contrasta con las declaraciones periodísticas que hizo el mismo día la jefa de los fiscales, Alejandra Gils Carbó, ésta en representación del pensamiento cristinista. Aunque los dos propiciaron reformas judiciales, Lorenzetti las pidió para «beneficio de la gente» y Gils Carbó las inscribió en las disputas por los espacios de poder, tan típicas del kirchnerismo.
Si un extranjero hubiera leído ayer las manifestaciones de Gils Carbó, seguramente habría creído que se trataba de una funcionaria que acaba de acceder a un puesto en la Justicia. La fiscal se quejó de una Justicia «ilegítima, corporativa, oscurantista y de aceitados lobbies». Sin embargo, Gils Carbó tiene décadas de trabajo como fiscal en la Justicia y hasta integra desde hace varios años la mesa directiva de la Asociación de Fiscales. Es raro, además, que no haya dicho nada sobre los jueces más sospechados de prácticas inmorales (Norberto Oyarbide, por caso) ni de la defenestración exprés de tres funcionarios judiciales para defender al indefendible vicepresidente Amado Boudou.
Gils Carbó calló sobre la situación de un fiscal, Carlos Rívolo, compañero suyo en la dirección de la Asociación de Fiscales, que fue el que más investigó a Boudou en el caso Ciccone. Rívolo fue apartado de la causa. Tampoco dijo nada sobre la cruel venganza que castigó al juez Daniel Rafecas, que suscribió muchas decisiones de Rívolo para cercar a Boudou. Y menos dijo sobre las calumniosas referencias de Boudou al ex jefe de los fiscales Esteban Righi, antecesor de Gils Carbó, por presunto tráfico de influencias.
Righi fue sobreseído en la investigación que se abrió por las insolventes acusaciones del vicepresidente, pero ya había perdido el cargo. El silencio de Gils Carbó en este caso puede explicarse: más de una vez había chocado con Righi, éste como jefe y ella como fiscal. Righi le repetía que el Gobierno no necesitaba de su militancia tan sobreactuada.
Esas cosas, todas «ilegítimas y oscurantistas», no figuraron en las hirientes palabras de Gils Carbó. Nunca ordenó tampoco a ningún fiscal, como jefa de los fiscales, la investigación de los delitos que denunció. Su propósito es otro: salpicar de sospecha a toda la Justicia en sintonía con el nuevo discurso del cristinismo. Como ya el kirchnerismo lo ha hecho en el pasado, usa bellas palabras, la «democratización de la Justicia» por ejemplo, para esconder propósitos subalternos. Funcionarios cercanos a la Corte Suprema aguardan para el viernes, cuando Cristina Kirchner inaugurará las sesiones ordinarias del Congreso, una ofensiva más precisa contra el Poder Judicial.
El cristinismo es contradictorio por definición: las formas de la democratización se guardan bajo siete llaves. También es peligrosamente imprevisible. Hace un año, se esperaba que en su discurso ante el Parlamento la Presidenta anunciara la expropiación de YPF. No lo hizo entonces, pero concretó la confiscación un mes después. De la peor manera.
Lorenzetti se refirió seguramente a esas maniobras oficiales, para cambiar la Justicia cuando no le gusta la Justicia, en el párrafo que él escribió y leyó: «No se cambia el árbitro en medio del partido». El presidente de la Corte entró de forma oblicua en casi todos los temas que preocupan a la sociedad. No entró por la puerta del kirchnerismo. Herejía. Traición.
El discurso de ayer del juez hará, quizá, más duro y pasional el discurso presidencial de pasado mañana. Pasando por la palpable injusticia que se abate sobre los jubilados y la insoportable contaminación del Riachuelo, Lorenzetti recordó también que «en la historia las mayorías han tomado decisiones inconstitucionales». Recordó que el Holocausto fue decidido por un gobierno elegido por una mayoría circunstancial. «Hay decisiones que pueden ser declaradas inconstitucionales» por la Justicia, advirtió.
El propio acuerdo con Irán terminará en la Corte Suprema. El gobierno que denuncia una Justicia «oscurantista» desobedeció la Constitución, que impide al gobierno darse por enterado de lo que sucede en las causas judiciales. La masacre cometida en la AMIA es, al fin y al cabo, una investigación judicial. El acuerdo es, desde ese punto de vista, inconstitucional.
El derecho a la libertad de expresión. La distribución de la publicidad oficial como mecanismo de censura indirecta. Esos párrafos de Lorenzetti bastan para que Cristina Kirchner le declare una guerra a cualquiera. El problema es que esta guerra ya estaba declarada. Lorenzetti comenzó por practicar en casa lo que predica: «No hay que tener miedo a la libertad ni a quienes quieren restringirla», dijo en una de sus oraciones más claras y directas.
Nunca menos, dijo el juez aludiendo, quizá sin quererlo, a un eslogan cristinista, en materia de derechos económicos y sociales. Nunca más, repitió en una referencia al eslogan de la nueva democracia, en los años 80, sobre el pasado autoritario. Ésas son las clases de síntesis que les gustan a los jueces de la Corte y que la Presidenta detesta por tibias. Cristina escribirá el próximo capítulo de este combate..