Daniel Scioli mandó a su ministro de Justicia y Seguridad y a su jefe de policía a dar la cara a Cañuelas. Ayer, a los vecinos de Cañuelas esa manifestación de cercanía no les cambió un ápice la bronca por el doble homicidio ni el miedo acumulado por la pesada e incesante acumulación de hechos de inseguridad de todo tipo. Más aún: a cada intento de explicación del jefe de la policía, los más exaltados replicaban: «¡Mentira!»
Hace tiempo que ese tipo de acciones políticas aparecen absolutamente disociadas de las respuestas efectivas que la mayoría de los ciudadanos esperan de aquellos en quienes el pueblo delegó la administración de la cosa pública.
Esa disociación puede definirse en un concepto: hace años, prácticamente en toda la gestión de Scioli en la provincia y de los Kirchner a nivel nacional, ante cada reclamo relacionado con graves crímenes, desde el gobierno se respondió invariablemente con la teoría de la «sensación de inseguridad» y la afirmación de una baja general de la cantidad de delitos asentada en estadísticas invisibles o incomprensibles para el vecino común.
En el más reciente informe del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, 8 de cada 10 personas consultadas respondió que la inseguridad es alta, que aumentó con respecto al año pasado y que la situación afecta su calidad de vida.
Esa «sensación» es, en verdad, un sentimiento a flor de piel, una llaga que no se cura toda vez que lo que ocurre a diario convierte en lotería la posibilidad de que cada uno de los vecinos de un lugar se convierta en víctima de la inseguridad.
La amplia percepción de que la policía y las autoridades no están hoy en posición -por inacción o impericia- de mejorar los niveles de seguridad ha llevado a muchos vecinos a involucrarse, a reunirse para evaluar posibles soluciones. A la falta de datos oficiales, en algunos barrios ya realizan sus propias estadísticas a partir de las experiencias personales.
Cada nuevo hecho de inseguridad aumenta el temor; la gente necesita respuestas ante ese miedo que los gobernantes parecen no ver, no dimensionar. La falta de respuestas se traduce en la invisibilidad del problema. Y, si no hay problema, no hace falta solución. Esa es, hoy, la dramática ecuación..
Hace tiempo que ese tipo de acciones políticas aparecen absolutamente disociadas de las respuestas efectivas que la mayoría de los ciudadanos esperan de aquellos en quienes el pueblo delegó la administración de la cosa pública.
Esa disociación puede definirse en un concepto: hace años, prácticamente en toda la gestión de Scioli en la provincia y de los Kirchner a nivel nacional, ante cada reclamo relacionado con graves crímenes, desde el gobierno se respondió invariablemente con la teoría de la «sensación de inseguridad» y la afirmación de una baja general de la cantidad de delitos asentada en estadísticas invisibles o incomprensibles para el vecino común.
En el más reciente informe del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, 8 de cada 10 personas consultadas respondió que la inseguridad es alta, que aumentó con respecto al año pasado y que la situación afecta su calidad de vida.
Esa «sensación» es, en verdad, un sentimiento a flor de piel, una llaga que no se cura toda vez que lo que ocurre a diario convierte en lotería la posibilidad de que cada uno de los vecinos de un lugar se convierta en víctima de la inseguridad.
La amplia percepción de que la policía y las autoridades no están hoy en posición -por inacción o impericia- de mejorar los niveles de seguridad ha llevado a muchos vecinos a involucrarse, a reunirse para evaluar posibles soluciones. A la falta de datos oficiales, en algunos barrios ya realizan sus propias estadísticas a partir de las experiencias personales.
Cada nuevo hecho de inseguridad aumenta el temor; la gente necesita respuestas ante ese miedo que los gobernantes parecen no ver, no dimensionar. La falta de respuestas se traduce en la invisibilidad del problema. Y, si no hay problema, no hace falta solución. Esa es, hoy, la dramática ecuación..