El centro de gravedad del plantea se desplaza sin pausa hacia el área Asia-Pacífico. Es una noción con la que ingresamos al Siglo XXI y que proviene del final de la guerra fría, el ascenso de potencias regionales y de proyección global como China y del declinar de la influencia de Estados Unidos en los asuntos internacionales. Es natural que en Washington no todos coincidan con esa mirada. Para estos sectores, la revolución del shale, la tecnología aplicada a la explotación de los hidrocarburos no convencionales, cambió el paisaje energético mundial y podría convertirse en una última esperanza para los Estados Unidos de conservar la hegemonía.
Podría pensarse que se trata sólo de una cuestión de halcones, nostálgicos de la idea del destino manifiesto o del excepcionalismo, conceptos que aparecen en el origen mismo de la política exterior de Estados Unidos. Pero es más que eso. El Consejo Atlántico es un think tank integrado por republicanos y demócratas y acaba de publicar un informe, «La revolución de shale y la nueva geopolítica de la energía» que asegura que la técnica del fracking puede convertirse en el cambio tecnológico más innovador del siglo, con implicancias tanto en el mapa energético global como en la perspectiva estratégica y de seguridad nacional de los Estados Unidos.
Quien escribió este pronóstico es Robert Manning, miembro del Centro de Seguridad Internacional Brent Scowcroft del Consejo Atlántico, que lo publicó la semana pasada. «El shale cambió dramáticamente los pronósticos para la seguridad energética y los cálculos estratégicos de los Estados Unidos. También alteró la geopolítica, haciendo del hemisferio occidental el nuevo centro de gravedad mundial para la producción de petróleo y gas», dice.
El informe de Manning también registra el fenómeno de difusión de la tecnología del fracking en regiones como China, Australia, Europa central y en América latina. Si bien adjudica a China mayores reservas de shale gas que los EE.UU., menciona las dificultades geológicas y de recursos de agua como limitantes para su progreso y desarrollo. Y dice que a la idea de las Américas como nuevo centro de gravedad energético contribuyen «Argentina, México y Brasil, que poseen recursos sustanciales, y Venezuela, con depósitos no convencionales de gran escala».
Para Juan Gabriel Tokatlian, director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella, «la revolución del shale y la tecnología ponen a los Estados Unidos en un umbral sin igual. Aunque algunos otros países tienen los recursos naturales, ninguno tiene la tecnología para desarrollar esto. Incluida China».
Tokatlian cree que un renacimiento energético de EE.UU. tendrá implicancias a escala global. «China va a verse obligada a rever su relación con Washington, se va a encontrar con un actor con un recurso energético vital y la relación será compleja y ambigua. Si EE.UU. logra hacer crecer su producción de petróleo y gas, esto va a tener sin duda reverberaciones en todo el planeta, porque no sólo va a requerir menos del petróleo de Oriente medio, sino que además va a cambiar su punto de vista sobre los asuntos de la región».
La revolución de shale tiene ya una década. Bien mirada, la investigación sobre recursos no convencionales arrancó con el presidente James Carter en la segunda mitad de los años 70, después de la gran crisis petrolera, cuando la OPEP limitó sus ventas a Occidente.
Cuarenta años más tarde, se habla en el mundo de un resurgimiento energético de los Estados Unidos. A finales de septiembre se supo que los Estados Unidos están a punto de superar a Arabia Saudita como principal productor de petróleo y se estima que podría convertirse en exportador neto en los próximos 15 años. El desplazamiento del núcleo de la producción de hidrocarburos redujo la dependencia de las importaciones norteamericanas de petróleo de un 60% en 2005 un 39% en 2013.
El informe sostiene que la revolución del shale ya está teniendo implicancias geoestratégicas para EE.UU. «Fortaleció la economía, elevó su nivel de competitividad e impulsó un resurgimiento de su producción y por extensión, la comprensión de EE.UU. de su propio poder y capacidad de liderazgo internacional».
El trabajo anticipa que si los Estados Unidos se convierten en los próximos años en el principal actor en el comercio de gas, «reforzarían su poder en Asia y contribuirían a elevar la seguridad energética de sus aliados (Japón) y la confianza en su propia presencia estratégica en la región».
Al mismo tiempo, según el informe del Consejo Atlántico, un debilitamiento de la asociación estratégica con Arabia Saudita, en paralelo al actual desarrollo del conflicto sunita-chiíta en la región, podría obligar a rediseñar el acuerdo de «energía por seguridad» que dominó las relaciones entre los dos países desde finales de la Segunda Guerra Mundial. «Esto hace presagiar una reconsideración del rol de los Estados Unidos en Oriente medio».
Argentina es un actor relevante en este juego. Los 30.000 km2 de Vaca Muerta representan la cuarta reserva de petróleo no convencional y la segunda reserva de gas no convencional del mundo, según los datos de la Agencia de Información de Energía de EE.UU.
La explotación del shale pone en una encrucijada su deteriorada relación con Washington. Mientras ensaya acuerdos con Moscú y Beijing y llueven las críticas por el contrato con la petrolera Chevron, el renacer energético de Estados Unidos podría obligar a la Argentina a rehacer sus cálculos. Según Tokatlian, «hay un dato nuevo en la política energética. Y demuestra que a pesar de la búsqueda de inversiones chinas y de Rusia, que tienen una tecnología convencional, la Argentina va a tener que volver a EE.UU.»