Artículo Original de Dmitry Sokolov-Mitrich
Traducción de Carlos Ramírez Powell
Amábamos a América. Lo recuerdo, la amábamos. Cuando éramos adolescentes, creciendo a principios de los años noventa; la mayoría de mis amigos de la misma edad ni siquiera nos cuestionábamos nuestra actitud a la civilización occidental. Era grandiosa, ¿Como podía ser de otro modo?
A diferencia de nuestros abuelos, e incluso nuestros padres, no pensábamos que el derrumbe de la URSS -La “Mas grande catástrofe del siglo XX”- como un desastre. Para nosotros era el principio de una larga travesía. Finalmente saldríamos del cascarón soviético a conocer el mundo- Sin límites y “Cool”. Finalmente podríamos saciar nuestra sed de estímulos sensoriales. Habíamos nacido, tal vez no en el lugar apropiado pero sí en el momento oportuno -O por lo menos eso pensábamos. Es difícil de creer ahora pero incluso la Iglesia Ortodoxa emergiendo de la supervisión comunista era para nosotros equivalente al triunfo de los valores liberales occidentales. La celebración del milésimo aniversario del bautismo de Rusia y el primer concierto de los Scorpions en Moscú con tour “Vientos de cambio” era, para nosotros, parte del mismo proceso.
La guerra en Iraq e incluso la fragmentación de Yugoslavia en su mayor parte nos pasó desapercibida de alguna manera. Y no era solo que fuésemos jóvenes y despreocupados. Yo, por ejemplo ya había sido entrenado en el “Komsomolskaya Pravda”, en el Departamento Internacional. Estaba monitoreando la fuente informativa Reuters en Inglés que venía repleta de Izetbegovic, Karadzic y Mladic, pero de alguna manera no me tomaba estos acontecimientos seriamente. Sucedían en algún lugar remoto, y no en nuestra área. Y, por supuesto, la guerra en los Balcanes no encajaba en ninguna narrativa anti-occidental desde mi perspectiva. Los croatas mataban serbios, los bosnios mataban serbios y los serbios mataban a ambos. -¿Por qué culpar a América de esto?
En 1990 votamos por los demócratas “Yakoblo”, Fuimos a las barricadas de la Casa Blanca del lado de las fuerzas democráticas, mirábamos al recién nacido “CANAL” y escuchábamos a la radio “Eco de Moscú”. Mis primeros artículos periodísticos siempre usaban el término: “Mundo civilizado” y creíamos firmemente que verdaderamente era civilizado. Para mediados de los años noventa aparecieron los primeros Euro-escépticos en nuestras filas, Pero estaban más bien en la categoría de Abogados del Diablo. Yo personalmente compartía el cuarto con Pedro el comunista y Arseniy el monárquico. Mis vecinos en el dormitorio me despedían todas las noches con la conseja: Adiós, regresa a tu manicomio”.
El primer golpe severo a nuestra orientación pro-occidental en la vida fueron los acontecimientos de Kosovo. Fue un shock; nuestros lentes color de rosa se hicieron añicos. El bombardeo de Belgrado fue, para mi generación, lo que el ataque de las torres gemelas del once de septiembre fue para los americanos. Nuestra visión del mundo giró 180º a la par del avión del primer ministro Yevgeny Primakov que en ese momento volaba sobre el Atlántico rumbo a Estados Unidos y que al enterarse del inicio de la agresión dio la orden de regresar a Rusia.
En eso días no había propaganda masiva del Estado. Los listos conductores liberales de la NTV repetían explicaciones de que bombardear una ciudad europea era un poco exagerado, por supuesto, pero que Milosevic era el más gran bastardo en la Historia reciente, Así que se lo merecía, no era un asunto mayor. El programa satírico televisivo “Muñecos” describía los acontecimientos como un buen pleito de barrio donde un vecino borracho atormentaba a “Miss Kosovo” y nadie en la casa podía ayudarla excepto su amante de torso poderoso y cara de Bill Clinton. Mirábamos, pero ya no creíamos. Ya no era chistoso. Yugoslavia fue una demostración de lo que nos podía pasar en un futuro relativamente cercano.
Luego viene Irak, Afganistán, La separación final de Kosovo, la “Primavera Árabe”, Libia, Siria -Todo esto era sorprendente, pero ya no nos estremecía. Se habían perdido las ilusiones: Nos quedaba más o menos claro lo que era el Occidente. Pero a pesar de eso, después de todo, vivíamos en el mismo planeta… El mito del “Malvado americano, buen europeo” permanecía; los miedos inducidos por Kosovo se fueron desvaneciendo. El compromiso iba más o menos en el siguiente tenor: Si, ser los mejores amigos con estos tipos es imposible, pero tenemos que trabajar juntos. Después de todo, ¿Con quién más vamos a trabajar?
El desfile de las “revoluciones de color” parecían ser travesuras menores hasta el final. Pero el EuroMaidan y la guerra civil que le siguió puso en claro que: “El proceso democrático” desprovisto de reglas y procedimientos y lanzado en territorio enemigo -no era un juguete geopolítico sino una verdadera arma de destrucción masiva. Es el único tipo de arma que puede ser utilizado en contra de un Estado poseedor de armas nucleares. Todo es muy sencillo: cuando aprietas un botón y lanzas un misil nuclear a cruzar el océano, con seguridad recibirás uno idéntico de regreso. Pero cuando lanzas una reacción en cadena de caos en territorio enemigo, no se te puede echar la culpa. ¿Agresión? ¿De qué agresión hablas? ¡Este es un proceso democrático! ¡El eterno deseo del pueblo por la libertad!
Vemos la sangre y los crímenes de guerra, los cadáveres de mujeres y niños, todo un país deslizándose a los años cuarenta del siglo veinte. -Y el mundo occidental, que amábamos tanto, nos asegura que nada de esto está pasando. La Misma cultura que nos dio a Jim Morrison, Mark Knopfler, y los Beatles, no lo ve. Los descendientes de Woodstock, Incluso los que ahí estuvieron; los hippies entrados en años que en su momento cantaron “All you need is love” tantas veces, no lo ven. Incluso los considerados alemanes de la generación de la posguerra, que intentaron con tanto ahínco hacer penitencia por los pecados de sus padres, no lo ven.
Fue un shock más fuerte que el de Kosovo. Para mí y muchos miles de rusos de edad madura, que venimos al mundo con el sueño americano en nuestras cabezas, el mito del “Mundo civilizado”. Se colapsó completamente. El horror ensordece. Ya no hay más “Mundo civilizado”. Y no solo es que se esfumaron los ideales de juventud, sino que es una seria amenaza. La humanidad ha perdido sus valores, se ha convertido en una horda de predadores, y una gran guerra es solo cuestión de tiempo.
Hace veinte años no fuimos derrotados. Nos rendimos. No perdimos en el campo militar, sino culturalmente. Auténticamente solo queríamos ser como ellos. El Rock-n-roll logró mucho más que todas las bombas nucleares. Hollywood era mucho más fuerte que las amenazas y los ultimatums. El rugido de las Harley Davidsons durante la guerra fría era mucho más estruendoso que el de los aviones cazas y los bombarderos.
¡América, Que tonta fuiste! Todo lo que tenías que hacer era esperar veinte años -Y hubiéramos sido tuyos para siempre. Veinte años de vegetarianismo – y nuestros políticos te habrían regalado las ojivas nucleares; incluso estrechando tus manos con gratitud por aceptarlas. ¡Que bendición resultó ser el que fueses tan insensata, América!
¡Ni siquiera nos conoces! Le gritábamos al Kremlin estas consignas entre otras, al Kremlin hace solo dos años. Desde entonces, gracias a ti América, El número de aquellos que quieren ir a las plazas ha caído dramáticamente. Parlotean sinrazones de nosotros, piensan tonterías de nosotros, piensan tonterías de nosotros; y como resultado de ello, cometen error tras error. Alguna vez fuiste un país ‘cool’, América. Tu superioridad moral se ciñó sobre Europa después de la primera guerra mundial y se reforzó después de la segunda. Sí, tuviste tu Hiroshima, tu Vietnam, el KKK y el closet lleno de esqueletos, como cualquier imperio. Pero por un tiempo toda esa mierda no llegó a esa masa crítica que convierte al vino en vinagre. Le mostraste al mundo como vivir por el valor de la creatividad y la libertad artística. Hiciste de lugares maravillas económicas: Alemania, Japón, Corea del Sur y Singapur. Pero has cambiado mucho desde entonces. Hace tiempo que no escribes canciones que hagan eco en el mundo. Despilfarras tu principal bien -la superioridad moral. Y ese bien tiene una característica muy nefasta: no puede ser restaurada.
Comienzas a morir lentamente, América. Y si crees que me alegro de ello -Te equivocas. Un gran cambio de época siempre viene acompañado de mucha sangre, y no me gusta la sangre. Incluso nosotros, el pueblo que vivimos el ocaso de nuestro imperio, podríamos explicarte lo que estás haciendo mal. Pero no te lo vamos a decir. Averígualo por tu cuenta.