Las instituciones y la política de los primeros cien días del segundo mandato de Cristina Fernández, parecen haberse degradado con una rapidez sorprendente. El vicepresidente está sospechado por un caso de mentiras y corrupción.
Amado Boudou, en su desesperada defensa, derramó esas sospechas sobre todo el Poder Judicial. También lo hizo sobre viejos (los medios de comunicación) y nuevos enemigos (Daniel Scioli, el duhaldismo, la empresa Boldt). Pero esos actores forman parte de las guerras políticas imprescindibles que requieren la Presidenta y el kirchnerismo para justificar muchas de sus decisiones y, tal vez, su propia existencia.
La determinación de Cristina de aceptar, sin el más mínimo reparo , la renuncia del procurador General de la Nación, Esteban Righi, encierra múltiples e inquietantes significados para el desarrollo de un proceso al cual le resta, todavía, casi todo.
En primer lugar, está la alianza entablada con su vicepresidente. Cristina crucificó en su anterior mandato a Julio Cobos por una supuesta traición. El voto en contra en el Senado que le propinó una derrota circunstancial en el conflicto con el campo. Boudou está sospechado de deshonestidad y lo estaba, incluso, antes de haber sido ungido por ella como compañero de la fórmula electoral 2011. En esas condiciones, prefirió sostener a Boudou y dejó caer a Righi, un viejo abogado peronista, jefe de los fiscales, amigo de Néstor Kirchner y, en menor medida, también de Cristina.
Righi simbolizaba además, con mayor autoridad que nadie , el relato reconstruido por el matrimonio sobre los años 70 y sobre la fugaz existencia camporista. Fue el ministro del Interior de Héctor Cámpora y debió pagar esa osadía –y ciertos errores cometidos– con un largo exilio en México del cual volvió cuando Raúl Alfonsín ya llevaba un tiempo en el poder. Un exilio ingrato que los Kirchner nunca padecieron.
Esa paradoja no es diferente al lazo que ahora anudaría a la Presidenta con Boudou. Su círculo más cercano (Máximo, su hijo, Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico) desconfían hace rato del vicepresidente. ¿Qué razones tan poderosas, entonces, la mantendrían vinculada con incondicionalidad a el? Esa pregunta encierra un misterio.
Lo único que podría concluirse, hasta el momento, sería la creencia de Cristina sobre la historia de confabulación en su contra que urdió Boudou para intentar salir del paso en el escándalo por Ciccone Calcográfica.
El vicepresidente hizo denuncias febriles y graves, varias de las cuales salpicaron a Righi. Y también a la decencia de un Gobierno que, al menos en sus primeros años, se ocupó de querer demostrar que algo podía cambiar en la calidad de las instituciones. Izó como bandera principal, en ese aspecto, la renovación de la Corte Suprema.
Pero Boudou acusó al ex procurador General de la Nación de ejercer tráfico de influencias por medio de un estudio de abogados que integran parientes y amigos suyos. La decisión de Cristina de prescindir de Righi no sólo estaría convalidando esa historia. Echaría muchísimas dudas, de ser veraz la versión de Boudou, sobre la limpieza del manejos judiciales de estos nueve años.
Righi estuvo desde el 2003 en la Procuración, aunque adelantó en su texto de renuncia que esas “falsedades e imputaciones” que lo agravian se dilucidarán en los estrados judiciales.
La decisión que tomó Cristina, quizás, haya tenidos orígenes más próximos. ¿Cuáles? La imputación a Righi por no haber frenado a tiempo la investigación del fiscal Carlos Rívolo sobre Ciccone . Más aún cuando ese rastreo derivó en el allanamiento de una propiedad de Boudou en Puerto Madero, mientras el vicepresidente se pavoneaba en Bariloche al lado de Cristina. El mensaje presidencial codificado –por ser piadosos– no podría llamar, a esta altura, a ningún engaño: se trata de una admonición a todo el Poder Judicial , en caso de que pueda tentarse con alguna investigación que comprometa al Poder Ejecutivo. ¿Qué podría esperarle a cualquier fiscal si su ex jefe y hombre de confianza de los Kirchner (Righi) fue virtualmente despedido? ¿Qué puede aguardarle a cualquier juez si uno de los dilectos, Daniel Rafecas, ha pasado a integrar para Cristina el ejército enemigo? Los siete jueces de la Corte Suprema tampoco serían ajenos a aquella advertencia.
Observada en perspectiva, la renovación del máximo Tribunal habría sido más una maniobra inspirada en el marketing de época que en una convicción profunda . Los fallos de esa Corte que a los Kirchner no les convencieron, nunca fueron acatados . Por caso, la reposición del procurador General en Santa Cruz, Eduardo Sosa, y la obligación de distribuir publicidad oficial en medios que no le son adictos, según dos sentencias que el diario Perfil tuvo a su favor.
El sentido del mensaje presidencial que terminó con la salida de Righi pareció quedar sellado con la propuesta gubernamental del sucesor. Se trata de Daniel Reposo, en la actualidad titular de la SIGEN, fiel a Boudou desde la gestión en la ANSeS. Reposo deberá ser convalidado por los dos tercios de los votos del plenario del Senado.
Asoma con claridad, por todos esos movimientos, que Boudou, al menos en este trance, ha logrado un espaldarazo político de parte de Cristina . Habrá que observar, sin embargo, cómo procede Rafecas. Aunque cabría plantear interrogantes sobre su continuidad: la Presidenta no puede haber hecho todo lo que hizo en las últimas horas para que el juez progrese al final con la causa de Ciccone y coloque en peores apremios a Boudou.
Si fuera así, su propia investidura podría ser empujada a pasos de un abismo. Cristina, por lo visto, habría decidido atar su suerte a la del vicepresidente.
¿Quizás porque sabía todo sobre Ciccone , según confió Boudou a un grupo de amigos en medio de un lloriqueo en el Senado? Esos elementos a la vista estarían denunciando un grado superior del deterioro institucional en la Argentina. También una moral K de doble faz : implacable y acertada para revisar el pasado y las violaciones a los derechos humanos; tenaz para ocultar la falta de transparencia pública y los hechos de corrupción.
Cristina enfrenta este estado de crisis sin hablar. Ayer omitió de nuevo referirse al escándalo Boudou y a la renuncia de Righi. Pero ese silencio no disimula el personalismo exacerbado y el sesgo autoritario que, sobre todo desde la muerte de Kirchner, viene tomando su gobierno.
Amado Boudou, en su desesperada defensa, derramó esas sospechas sobre todo el Poder Judicial. También lo hizo sobre viejos (los medios de comunicación) y nuevos enemigos (Daniel Scioli, el duhaldismo, la empresa Boldt). Pero esos actores forman parte de las guerras políticas imprescindibles que requieren la Presidenta y el kirchnerismo para justificar muchas de sus decisiones y, tal vez, su propia existencia.
La determinación de Cristina de aceptar, sin el más mínimo reparo , la renuncia del procurador General de la Nación, Esteban Righi, encierra múltiples e inquietantes significados para el desarrollo de un proceso al cual le resta, todavía, casi todo.
En primer lugar, está la alianza entablada con su vicepresidente. Cristina crucificó en su anterior mandato a Julio Cobos por una supuesta traición. El voto en contra en el Senado que le propinó una derrota circunstancial en el conflicto con el campo. Boudou está sospechado de deshonestidad y lo estaba, incluso, antes de haber sido ungido por ella como compañero de la fórmula electoral 2011. En esas condiciones, prefirió sostener a Boudou y dejó caer a Righi, un viejo abogado peronista, jefe de los fiscales, amigo de Néstor Kirchner y, en menor medida, también de Cristina.
Righi simbolizaba además, con mayor autoridad que nadie , el relato reconstruido por el matrimonio sobre los años 70 y sobre la fugaz existencia camporista. Fue el ministro del Interior de Héctor Cámpora y debió pagar esa osadía –y ciertos errores cometidos– con un largo exilio en México del cual volvió cuando Raúl Alfonsín ya llevaba un tiempo en el poder. Un exilio ingrato que los Kirchner nunca padecieron.
Esa paradoja no es diferente al lazo que ahora anudaría a la Presidenta con Boudou. Su círculo más cercano (Máximo, su hijo, Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico) desconfían hace rato del vicepresidente. ¿Qué razones tan poderosas, entonces, la mantendrían vinculada con incondicionalidad a el? Esa pregunta encierra un misterio.
Lo único que podría concluirse, hasta el momento, sería la creencia de Cristina sobre la historia de confabulación en su contra que urdió Boudou para intentar salir del paso en el escándalo por Ciccone Calcográfica.
El vicepresidente hizo denuncias febriles y graves, varias de las cuales salpicaron a Righi. Y también a la decencia de un Gobierno que, al menos en sus primeros años, se ocupó de querer demostrar que algo podía cambiar en la calidad de las instituciones. Izó como bandera principal, en ese aspecto, la renovación de la Corte Suprema.
Pero Boudou acusó al ex procurador General de la Nación de ejercer tráfico de influencias por medio de un estudio de abogados que integran parientes y amigos suyos. La decisión de Cristina de prescindir de Righi no sólo estaría convalidando esa historia. Echaría muchísimas dudas, de ser veraz la versión de Boudou, sobre la limpieza del manejos judiciales de estos nueve años.
Righi estuvo desde el 2003 en la Procuración, aunque adelantó en su texto de renuncia que esas “falsedades e imputaciones” que lo agravian se dilucidarán en los estrados judiciales.
La decisión que tomó Cristina, quizás, haya tenidos orígenes más próximos. ¿Cuáles? La imputación a Righi por no haber frenado a tiempo la investigación del fiscal Carlos Rívolo sobre Ciccone . Más aún cuando ese rastreo derivó en el allanamiento de una propiedad de Boudou en Puerto Madero, mientras el vicepresidente se pavoneaba en Bariloche al lado de Cristina. El mensaje presidencial codificado –por ser piadosos– no podría llamar, a esta altura, a ningún engaño: se trata de una admonición a todo el Poder Judicial , en caso de que pueda tentarse con alguna investigación que comprometa al Poder Ejecutivo. ¿Qué podría esperarle a cualquier fiscal si su ex jefe y hombre de confianza de los Kirchner (Righi) fue virtualmente despedido? ¿Qué puede aguardarle a cualquier juez si uno de los dilectos, Daniel Rafecas, ha pasado a integrar para Cristina el ejército enemigo? Los siete jueces de la Corte Suprema tampoco serían ajenos a aquella advertencia.
Observada en perspectiva, la renovación del máximo Tribunal habría sido más una maniobra inspirada en el marketing de época que en una convicción profunda . Los fallos de esa Corte que a los Kirchner no les convencieron, nunca fueron acatados . Por caso, la reposición del procurador General en Santa Cruz, Eduardo Sosa, y la obligación de distribuir publicidad oficial en medios que no le son adictos, según dos sentencias que el diario Perfil tuvo a su favor.
El sentido del mensaje presidencial que terminó con la salida de Righi pareció quedar sellado con la propuesta gubernamental del sucesor. Se trata de Daniel Reposo, en la actualidad titular de la SIGEN, fiel a Boudou desde la gestión en la ANSeS. Reposo deberá ser convalidado por los dos tercios de los votos del plenario del Senado.
Asoma con claridad, por todos esos movimientos, que Boudou, al menos en este trance, ha logrado un espaldarazo político de parte de Cristina . Habrá que observar, sin embargo, cómo procede Rafecas. Aunque cabría plantear interrogantes sobre su continuidad: la Presidenta no puede haber hecho todo lo que hizo en las últimas horas para que el juez progrese al final con la causa de Ciccone y coloque en peores apremios a Boudou.
Si fuera así, su propia investidura podría ser empujada a pasos de un abismo. Cristina, por lo visto, habría decidido atar su suerte a la del vicepresidente.
¿Quizás porque sabía todo sobre Ciccone , según confió Boudou a un grupo de amigos en medio de un lloriqueo en el Senado? Esos elementos a la vista estarían denunciando un grado superior del deterioro institucional en la Argentina. También una moral K de doble faz : implacable y acertada para revisar el pasado y las violaciones a los derechos humanos; tenaz para ocultar la falta de transparencia pública y los hechos de corrupción.
Cristina enfrenta este estado de crisis sin hablar. Ayer omitió de nuevo referirse al escándalo Boudou y a la renuncia de Righi. Pero ese silencio no disimula el personalismo exacerbado y el sesgo autoritario que, sobre todo desde la muerte de Kirchner, viene tomando su gobierno.
Es una pena que el hermano o la abuelita del gordo Budu no hayan aceptado el cargo de Procurador. Que hayan designado a un operador de Budu es otra de las «casualidades permanentes» que le hacen muy bien al relato. Justicia y transparencia para todos y todas. ¿Todavia no bajo la orden de defender la designacion del gran jurista Reposo?