Casi 13 años después del 11 de Septiembre, una organización jihadista de ideología asesinamente antioccidental controla territorios en Irak y Siria , países que están mucho más cerca de Estados Unidos y Europa que Afganistán.
El grupo maneja recursos, campamentos y hasta una base militar siria. Difunde su propaganda a través de las redes sociales y tiene a Occidente en ascuas: el video de la decapitación del periodista norteamericano James Foley llegó con una promesa: «Esto recién empieza».
¿Qué salió mal? Estados Unidos y sus aliados no fueron a la guerra contra Al-Qaeda en Afganistán, donde perdieron vidas y dinero, sólo para tener que enfrentar poco después una amenaza terrorista de ideología similar a la de la red, pero todavía más cerca.
La «guerra contra el terror», al parecer, sólo produce una variante del terror: su metástasis.
Más de 500, o incluso hasta 800, musulmanes británicos se mudaron a Irak y Siria para enlistarse en las filas jihadistas -cerca de 200 de ellos ya habrían retornado a territorio de Gran Bretaña-.
En Francia, ese número ronda los 900. Dos chicas adolescentes de 15 y 17 años fueron detenidas la semana pasada en París y enfrentan cargos de conspirar con una organización terrorista.
El atractivo ideológico de grupos como el Estado Islámico (EI) en Irak y en Siria sigue intacto, y tal vez esté aumentando, a pesar de los esfuerzos por construir un diálogo interreligioso, por acercarse al islam moderado y así evitar la radicalización.
«Todavía no terminamos de pagar las cuentas vencidas, y ya estamos corriendo ametralladora en mano por Siria», dijo Ghaffar Hussain, director ejecutivo de la Fundación Quilliam, un grupo de investigación británico abocado a enfrentar el extremismo religioso.
«Hay muchos jóvenes musulmanes británicos confundidos con su identidad, y terminan comprando un relato estrecho. Eso podría explicar lo que está pasando. Los jihadistas les venden un relato simplista del bien contra el mal. Les ofrecen camaradería y certezas. EI los hace sentir parte de una gran batalla», dijo Hussain.
Gran parte del fracaso de Occidente se debe a la incapacidad de contrarrestar ese atractivo del extremismo.
Tal vez acosadas por su culpabilidad histórica, las naciones europeas con poblaciones descendientes de las ex colonias parecen incapaces de celebrar sus valores de libertad, democracia e imperio de la ley.
Mientras tanto, en el mundo árabe ya se ha esfumado la mayor esperanza que trajo consigo el despertar árabe: que con sociedades más abiertas y representativas se reducirían las frustraciones que conducen al extremismo.
El presidente norteamericano, Barack Obama, abolió la frase «guerra contra el terror» para distanciarse de las políticas de George W. Bush, pero, en realidad, decidió continuar esa lucha por otros medios militares: ataques con drones en diversos frentes. Su éxito más resonante fue el asesinato de Osama ben Laden, en mayo de 2011, en la ciudad paquistaní de Abbottabad.
Nueva generación
Parecía que Estados Unidos finalmente había dejado atrás el trauma post-11 de Septiembre. Luego, poco más de tres años después de la muerte de Ben Laden, EI marchó sobre la ciudad iraquí de Mosul y el mundo se desayunó de la radicalización de una nueva generación de musulmanes con esta imparable guerra en Siria.
Se trata de jóvenes atraídos por la matanza de infieles (así como de musulmanes chiitas) y por la estrambótica idea de recrear un califato islámico bajo el imperio de la sharia, la ley islámica. La semana pasada, cuando un secuaz encapuchado de EI y de acento británico decapitó al norteamericano James Foley, la amenaza al fin se volvió acuciante.
La lista de errores norteamericanos es larga: la guerra chapucera y de origen erróneo en Irak; el fracaso al lidiar con el hecho de que dos aliados, Arabia Saudita y Paquistán, han sido grandes financiadores del violento extremismo sunnita; la incapacidad de aprovechar la oportunidad en Egipto, hogar de casi una cuarta parte de los árabes del mundo, para demostrar que las sociedades árabes pueden evolucionar y salir de la lógica radicalizada de confrontación entre islam y dictadura.
A ese listado se agrega un prolongado período de vacilaciones sobre la guerra siria, durante el cual Obama declaró, hace tres años, que había llegado el momento de que el presidente Al-Assad diera un paso al costado, sin tener ningún plan para lograrlo; la falta de determinación cuando el presidente marcó la línea roja en el uso de armas químicas, para luego refrenarse de la intervención militar cuando las armas químicas fueron usadas.
No olvidemos tampoco en esta lista la ineptitud de no ver que a nadie le gusta más el vacío árabe que a los jihadistas extremos, cuando fue precisamente un vacío sangriento el que Obama permitió que se produjera en Siria y la desatención, hasta que fue demasiado tarde, de la cocción a fuego lento del conflicto sectario en una sociedad partida como la iraquí, abandonada a su suerte tras el retiro completo de las unidades de combate norteamericanas.
El pollito que se convirtió en gallo con la debacle siria se llama Estado Islámico. No es Al-Qaeda, pero como señaló el periodista Patrick Cockburn, la red terrorista que lideró Ben Laden «es más una idea que una organización, y es así desde hace mucho tiempo».
EI creció gracias a los errores norteamericanos: fijarse objetivos y marcar líneas rojas ha demostrado ser inocuo. Pero la derrota más profunda de Estados Unidos y Occidente es ideológica.
Como dijo Hussain: «Si no tienen una estrategia sólida para socavar su relato, sus valores y su visión del mundo, ustedes van a fracasar. Ése es un desafío que debe hacer suyo la sociedad en su conjunto».
Traducción de Jaime Arrambide.
El grupo maneja recursos, campamentos y hasta una base militar siria. Difunde su propaganda a través de las redes sociales y tiene a Occidente en ascuas: el video de la decapitación del periodista norteamericano James Foley llegó con una promesa: «Esto recién empieza».
¿Qué salió mal? Estados Unidos y sus aliados no fueron a la guerra contra Al-Qaeda en Afganistán, donde perdieron vidas y dinero, sólo para tener que enfrentar poco después una amenaza terrorista de ideología similar a la de la red, pero todavía más cerca.
La «guerra contra el terror», al parecer, sólo produce una variante del terror: su metástasis.
Más de 500, o incluso hasta 800, musulmanes británicos se mudaron a Irak y Siria para enlistarse en las filas jihadistas -cerca de 200 de ellos ya habrían retornado a territorio de Gran Bretaña-.
En Francia, ese número ronda los 900. Dos chicas adolescentes de 15 y 17 años fueron detenidas la semana pasada en París y enfrentan cargos de conspirar con una organización terrorista.
El atractivo ideológico de grupos como el Estado Islámico (EI) en Irak y en Siria sigue intacto, y tal vez esté aumentando, a pesar de los esfuerzos por construir un diálogo interreligioso, por acercarse al islam moderado y así evitar la radicalización.
«Todavía no terminamos de pagar las cuentas vencidas, y ya estamos corriendo ametralladora en mano por Siria», dijo Ghaffar Hussain, director ejecutivo de la Fundación Quilliam, un grupo de investigación británico abocado a enfrentar el extremismo religioso.
«Hay muchos jóvenes musulmanes británicos confundidos con su identidad, y terminan comprando un relato estrecho. Eso podría explicar lo que está pasando. Los jihadistas les venden un relato simplista del bien contra el mal. Les ofrecen camaradería y certezas. EI los hace sentir parte de una gran batalla», dijo Hussain.
Gran parte del fracaso de Occidente se debe a la incapacidad de contrarrestar ese atractivo del extremismo.
Tal vez acosadas por su culpabilidad histórica, las naciones europeas con poblaciones descendientes de las ex colonias parecen incapaces de celebrar sus valores de libertad, democracia e imperio de la ley.
Mientras tanto, en el mundo árabe ya se ha esfumado la mayor esperanza que trajo consigo el despertar árabe: que con sociedades más abiertas y representativas se reducirían las frustraciones que conducen al extremismo.
El presidente norteamericano, Barack Obama, abolió la frase «guerra contra el terror» para distanciarse de las políticas de George W. Bush, pero, en realidad, decidió continuar esa lucha por otros medios militares: ataques con drones en diversos frentes. Su éxito más resonante fue el asesinato de Osama ben Laden, en mayo de 2011, en la ciudad paquistaní de Abbottabad.
Nueva generación
Parecía que Estados Unidos finalmente había dejado atrás el trauma post-11 de Septiembre. Luego, poco más de tres años después de la muerte de Ben Laden, EI marchó sobre la ciudad iraquí de Mosul y el mundo se desayunó de la radicalización de una nueva generación de musulmanes con esta imparable guerra en Siria.
Se trata de jóvenes atraídos por la matanza de infieles (así como de musulmanes chiitas) y por la estrambótica idea de recrear un califato islámico bajo el imperio de la sharia, la ley islámica. La semana pasada, cuando un secuaz encapuchado de EI y de acento británico decapitó al norteamericano James Foley, la amenaza al fin se volvió acuciante.
La lista de errores norteamericanos es larga: la guerra chapucera y de origen erróneo en Irak; el fracaso al lidiar con el hecho de que dos aliados, Arabia Saudita y Paquistán, han sido grandes financiadores del violento extremismo sunnita; la incapacidad de aprovechar la oportunidad en Egipto, hogar de casi una cuarta parte de los árabes del mundo, para demostrar que las sociedades árabes pueden evolucionar y salir de la lógica radicalizada de confrontación entre islam y dictadura.
A ese listado se agrega un prolongado período de vacilaciones sobre la guerra siria, durante el cual Obama declaró, hace tres años, que había llegado el momento de que el presidente Al-Assad diera un paso al costado, sin tener ningún plan para lograrlo; la falta de determinación cuando el presidente marcó la línea roja en el uso de armas químicas, para luego refrenarse de la intervención militar cuando las armas químicas fueron usadas.
No olvidemos tampoco en esta lista la ineptitud de no ver que a nadie le gusta más el vacío árabe que a los jihadistas extremos, cuando fue precisamente un vacío sangriento el que Obama permitió que se produjera en Siria y la desatención, hasta que fue demasiado tarde, de la cocción a fuego lento del conflicto sectario en una sociedad partida como la iraquí, abandonada a su suerte tras el retiro completo de las unidades de combate norteamericanas.
El pollito que se convirtió en gallo con la debacle siria se llama Estado Islámico. No es Al-Qaeda, pero como señaló el periodista Patrick Cockburn, la red terrorista que lideró Ben Laden «es más una idea que una organización, y es así desde hace mucho tiempo».
EI creció gracias a los errores norteamericanos: fijarse objetivos y marcar líneas rojas ha demostrado ser inocuo. Pero la derrota más profunda de Estados Unidos y Occidente es ideológica.
Como dijo Hussain: «Si no tienen una estrategia sólida para socavar su relato, sus valores y su visión del mundo, ustedes van a fracasar. Ése es un desafío que debe hacer suyo la sociedad en su conjunto».
Traducción de Jaime Arrambide.